15 de octubre de 2014

Otro descargo oportuno



Pasada la tormenta que titulé "el culebrón de Autores" 
con difamación de mi obra por las redes sociales y cerrada ya 
la VII edición de la Feria Municipal del Libro, ahora doy 
mis conclusiones sobre el grupete de cabecillas y 
sus actividades recientes.


Cuando los simios degradantes de los "Coordinadores" de Autores de La Matanza, los censores, represores y difamadores profesionales Víctor y Christian, y otros colaboradores del "elenco estable", emprendían el último golpe cobarde contra mis títulos, listando las tapas de mis libros en una campaña abierta y también privada, ambas, que pretendía sugestivamente localizarlos y anularlos frente autores diversos y vecinos de la ciudad con motivo no sólo de mi desprestigio sino con el de mi obra, y previo al comienzo de la Feria del Libro, revelaban así vivir ajenos a la literatura, a la honradez, a la ética y a las reglas básicas del comercio y la difusión de obras. Probaron finalmente lo que estaba en duda.



Cobardes y chusma como son, gozan de la anuencia de un par de improvisados y de los amateurs identificados con la escritura, autores allegados honradamente con esa movida más nominativa que cultural. También tienen gente "todoterreno" entre sus filas, ellos se ocupan del acoso, la burla y la amenaza de quienes no se allegan a los cabecillas: a quien protesta lo bloquean y luego lo acosan, lo difaman. No reconocerlos como astros del firmamento literario local tiene ese precio, son militares con galones pero sin estrellas ni medallas. Así es, pocos saben que, además de represores inválidos, sectarios y fuera del tiempo, también emprenden amenazas ocultas, de lo que hay ya escritores y artistas testigos con evidencias en su poder. 



"Autores de La Matanza" hoy es un mal nombre que descansa en pibes que apenas serían cadetes en cualquier organización menor o de reserva para pintar paredes. A eso se debe que escritores (no dije autores, dije escritores) de prestigio local no se hayan presentado en sus stands de la Feria del Libro. Como célula nominativa es de ellos, de esos cuatro o cinco que ofician como custodios de un emblema que pocos quieren. Nadie se los quitará, por eso los llamé "La Camporita pseudoilustrada". Pero si algo me quedó claro de esta VII edición de la Feria es que represento a muchísimas voces del desagrado, cuando pensé que era una cruzada solitaria.


Primitivos como son, la torpe tarea emprendida por muro abierto contra mis libros registrados en la Cámara Argentina del Libro, y que gozan anualmente de los depósitos que marca la ley 11.723, los ha incluido en un delito civil, dejando huellas por donde menos creían: en ellos mismos. Eso trasluce las pocas chispas de lucidez de sus cabecillas contra otros autores y sus obras. Como organización está herida de muerte. Y como si fuera poco, salpican a la propia Secretaría de Cultura y Educación, a sus autoridades y al mundo del arte, porque recibirlos es auspiciarlos, y porque promoverlos es favorecer las ruindades, las amenazas, los ataques. Pero también embarran a otros autores que, desconociendo sus procedimientos medievales, aún se identifican con inocencia con un comité que nada puede darles excepto desprestigio y cuya regionalidad es mucho más grande que un distrito de un país. Deberían ser éticos por respeto a esos pibes que se acercan con esperanza, pero tal vez temen perder el puestito con el micrófono, la trascendencia que da no sé qué, o quizá un certificado firmado.



A menudo salí a fumar lo que implicaba cruzar por allí y, cagones como son, entendieron que era amedrentamiento: al contrario, a diario la tuvieron la oportunidad para expresarme sus "valientes ideas". Pero claro que esperarán a que termine la feria para volver a cacarear por las redes, de frente son renacuajos miedosos. Entonces, o estaban ocultos detrás de los mostradores, o distraídos mirando lejos, o pasaban serios y graves, como de camino al Nobel. Pero así, sin ética, sin estética y sin huevos para vivir, así escriben. Y claro, temen a quien sí tiene huevos para vivir y para escribir, por eso esperarán hasta estar lejos de nuevo para volver con burlas y mariconadas de afeminados reprimidos.

Son aislantes y refractarios al arte, la militancia de dos o tres orangutanes no alcanza, como organización existe para escuchar sus cuentitos y sus poemitas, y dispensarles aplausos. Los miembros ahuyentados hablan por sí mismos, resultado pírrico, si querían demostrar que no son censores, peor: probaron que son represores; y si querían probar que no son sectarios, peor: se revelaron discriminativos, y si querían identificarse irrestrictos, peor: se mostraron peyorativos; y si querían mostrarse amplios de criterio, peor: quedaron como cavernícolas difamadores y hasta mentirosos, ocultadores de lo evidente.
Ofenden a La Matanza usando ese título, les propongo dejarlo y usar el de "Los zoquetes mojados" o "Los comandos del pepino", porque tapan y ensucian a quienes merecerían hoy nuestro reconocimiento total.



Cada autor está solo frente a sus lectores y apenas soy un autor independiente, un autor como cualquiera, ya que mi obra está expuesta al público y a la crítica, vivo en San Justo, y escribía cuando ellos iban a la escuela primaria, pero no me debo a ellos, no les debo nada. No existe el "autor grupal". Mi compromiso es con la escritura y con mis lectores, con los escritores y artistas de cualquier latitud. Pago un precio alto por mi independencia de criterio, y cuando algo no me gusta, me doy media vuelta y me voy. Lo mismo hicieron otros. Con ellos, que quede bien claro, di media vuelta y me fui.

Barón Carlos Rigel

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