26 de abril de 2010

Eskrache desilustrado


De manera verificable este gobierno termina de demostrarnos el miedo pavoroso que le tiene a la palabra escrita. No dudarían en mandar a asesinar si lo juzgaran necesario.




Fascinante subjetividad de la narrativa


Modesta evidencia contra los discípulos del frustrado Faulkner, reducidores furtivos de novelas a cuentos y luego de cuentos al formato final de poesías.

Inspirado en una idea poética de mi autoría, hace 8 años comencé un cuento engañosamente simple y que aún estoy escribiendo: Diario del Fin. Ya voy por la página 350, es una novela, y más complicada que gusano en hormiguero. Lo peor es que aún no está terminada.

¿Imaginan al Quijote extractado en un corto poema?


23 de abril de 2010

Abbassat, la piedra de Babel


Nunca se habló del verdadero titán de aquella 
madrugada histórica.

Durante años de mi infancia escuché a mi padre, hombre de silenciosa sabiduría, decir que "al Titanic lo hundió Dios". No ajeno a la verdad, es cierto que el desafío quedó en pie en aquellos días, vale recordarlo porque es famosa la frase que fue escrita en la proa: «Ni Dios lo hunde», pero mal haríamos en responsabilizar a un oficial menor o, quizá, a un ayudante de cubierta por haberla escrito. Sin embargo, jamás se ha hablado acerca del iceberg que lo hunde.

Me preguntaba, entonces, cuál es la medida de insulto adecuada para promover el asesinato divino. Si analizamos las causas técnicas del desastre debemos sopesarlas a todas por igual. Lo frágil del acero en semejante frío, el diseño de las bodegas, el exiguo timón para semejante barco, le excesiva velocidad y un iceberg donde no debía estar y, para colmo, de noche. Pero ¿por qué estaba allí?

El estudio de los megatémpanos desprendidos de Groenlandia muestra un origen diferente a la histórica catástrofe y sus consecuencias bíblicas, porque para cuando el desafío –me refiero a la frase conocida– quedó en pie el 10 de abril de 1912 durante la celebración del titán, el témpano hacía 3 años que había emprendido el camino del desastre y solo viajaba a horario con el futuro. Por paralelismo deberíamos retroceder en el tiempo para encontrar los motivos de la maldición. Aún sin tripulación el barco estaba condenada a muerte. Su construcción estaba maldita; también cada remache de su vestido, porque por los días en que comenzó la construcción del esqueleto en 1909, a miles de kilómetros de allí, en Llulissat, el fiordo de Groenlandia, algunos millones de toneladas de hielo se derrumbaron al mar, como cíclicamente ocurre. La catástrofe estaba dispuesta: El témpano estaba en el mar.

El Titanic fue construido por la White Star en Irlanda, pero se ha olvidado que los propios irlandeses eran discriminados y repudiados por los empleados ingleses. A menudo sufrían palizas brutales a manos de trabajadores resentidos cuando resultaban empleados en detrimento de la mano de obra inglesa. No era una novedad hallar cadáveres de irlandeses apuñalados y abandonados entre las inmensas vértebras metálicas. Pero uno de los megatémpanos del desmoronamiento comenzó el lento derivar hacia las aguas del sur a razón de unos pocos metros por día, abriéndose paso entre los escombros para interceptar al Titanic, distante años en el futuro y muy al sur, adonde rara vez llegan los icebergs. Es un misterio divino que ambos registraran casi las mismas cuarenta y seis mil toneladas de peso.

Para cuando el barco fue votado el 31 de mayo de 1911, Abbassat, un meteoro de hielo, estaba accediendo a la corriente del Labrador a una marcha poderosa e imparable de casi medio kilómetro por hora. Era "la nueva piedra de David" y estaba llegando a tiempo para la cita.

Apenas cuatro días antes del impacto rotó por última vez sobre el punto de gravedad, girando embravecido y misántropo, y estuvo listo para el encuentro de colosos. Nada lo retrasaría. Es más, el barco debería apurar la marcha si quería llegar a tiempo porque la piedra ya estaba en el lugar marcado con una tolerancia de centímetros.

Y luego del trágico encuentro, apenas veintidós días después y sin motivos para seguir existiendo, la últimas huellas del verdadero titán se diluían en las aguas del Atlántico del norte consumido por templadas corrientes y sin recuerdos de lo ocurrido. Bueno, claro, excepto en la Memoria Oceánica que conserva el agua.

Si debiera encontrar una imagen bíblica que caracterice a la catástrofe, diría que el Titanic fue la lujosa Nueva Torre Babel que el siglo XX nos obsequió.




Copyright©2010 by Carlos Rigel

12 de abril de 2010

El interminable asesinato de Cristo



Título del post a medias parodiado de Armando Beilin y su libro 
–todavía a la venta, como seguramente merece– me refiero a La segunda 
muerte de Jesucristo, y del polémico ensayo El asesinato de Cristo 
de Wilhem Reich, pero que me sirven para ejemplificar lo que pienso 
del mundo cristiano cuando veo una cruz con un Jesús condenado 
a colgar de ella para siempre, siendo yo cristiano.

Recuerdo en 2007 mi solitaria visita en Mar de Ajó a la parroquia Nuestra Señora de Luján, de la calle Jorge Newery al 350, porque tiene un emblema que me agradó y que difiere de otras parroquias o iglesias visitadas: El símbolo crístico que identifica a la entidad. No se trata del reconocido hombre muerto colgado de la cruz, sangrante y espinoso, como es habitual en los templos cristianos, sino en otra circunstancia de su vida, me refiero a la del pescador vivo, certero, triunfal y hegemónico que convoca a todos los hombres y mujeres. Cristo de pie con los brazos amplios en una barca cuya proa parece saltar de la pared para alcanzarnos con su mensaje.

Y me recuerda a su vez esas toscas pero eficaces publicidades de talleres de reparación de autos en que cortan un tercio de un auto viejo –casi siempre un pedazo del baúl con rueda trasera incluida– para pegarlo a la pared encima de la persiana del local y a nadie se le ocurre pensar que un auto vino volando y se incrustó en la pared, que aunque alguien lo pensara estaría disculpado, porque un auto es un componente bidimensional ya que fue concebido para las calles y no para volar; de ahí lo fallido del concepto de quitarlo del suelo pero que es curiosidad que atrae al desdichado conductor particular para reparar su auto en ese taller y no en el de al lado, como quien dice: “No quiere chocar, entonces vuele.”

En cambio este hombre asoma, brota de la pared y uno cree ver que atrás queda la Mar Grande, atrás queda la muerte que sigue, el Sanhedrín, los impuestos y esas variedades de la época y de esta también. Y se me viene a la mente Moisés cuando abrió las aguas e imagino –o quiero imaginar– que el líder judío debió tener igual posición y actitud en sus brazos para ordenarle a las aguas que se abran, excepto que en este Jesús, un brazo está en alto como una antorcha al cielo, mientras que el otro yace abierto al orbe humano, como si cielo y tierra se unieran en el mismo momento, en cambio en Moisés debió ser de ambos brazos abiertos. Bien, pero me agrada la idea del creativo, porque esa perspectiva invita a sentirse un pez más del cardumen. No hay red, no hay anzuelo, no hay carnada: Sólo el llamado a emerger.

Y digo que hasta ese día no me sentí jamás reconfortado de entrar en una parroquia o iglesia por fastuosa o costosa que esta pueda ser pero ese día sí, porque quizá di con el lenguaje común de la convocatoria, la identificación necesaria que debe existir entre la institución y el hombre común, pero que no acepto que sea la del martirio ni del asesinato ni de la tortura. Y aunque busqué en esa parroquia otras señales con las que identificarme, no las hallé; eran las mismas estatuillas tan huecas de emoción como llenas de yeso.

Entonces –y a esto quería llegar– cada vez que veo una cruz cristiana, ya sea en una iglesia o el pecho de una persona no dejo de pensar que convocan a Jesús de Nazareth nuevamente al flagelo, lo invitan a vivir de nuevo generosamente el tormento, el tránsito al Calvario. Lo obligan a morir una y otra vez. Como el permanente recuerdo de un fallecido al que citamos de nuevo a reunirse con nuestros recuerdos del sufrimiento, de la terapia intensiva y la quimioterapia y el cáncer y el dolor y la agonía y ese colage de últimas circunstancias que acompañaron a una partida y que, al fin, dan nacimiento a un fantasma hecho de dolor y que vaga entre los reinos con lamentaciones y sufrimiento porque sólo fue convocado para volver a sufrirlo y no para liberarlo de él, como en un acto de magia supremo que hace nacer a un pájaro pero encerrado en una jaula para dejarlo morir de hambre, sed y soledad. Y tras su muerte, volver a traerlo a la vida pero dentro de la misma jaula, condenado a un holocausto que no merece.

Entonces me pregunto cómo diablos hizo el cristianismo para no escuchar, para no ver, para no sentir. De todo lo hecho luego de tres años de tránsito obrando milagros, apenas quedó el Calvario y la figura de una cruz, símbolo y castigo ejemplar romano a su vez heredado de Cartago. ¿Cómo se hace para tener ojos y no saber todavía para qué sirven?

Dicho de paso, tengo presente un dogma –o lugar común– del hollywood actual en el cual los delincuentes, es decir, drogadictos, mafiosos, asesinos –casi siempre negros o latinos– usan cruces cristianas de oro o de plata, con gruesas y largas cadenas como un ícono de protección. Algo así como que “a mayor criminalidad, más intenso el cristianismo”. Este lugar común es tan común –sobreviva la redundancia– como que los demonios, o personas infernales, fuman, a diferencia de la gente bien nacida y bien vivida que no lo hacen. O que los terroristas son todos creyentes de Alá. Y esperan que la iconología funcione de la siguiente manera:

Cristiano = Delincuente
Demonio = Fumador

Entonces, ¿cómo identifico a un delincuente? Respuesta: lleva cruces en su pecho. Y ¿cómo identifico a un demonio? Respuesta: fuma. Es re simple.


Ahora bien, entre el sufrimiento interminable de allí arriba y el delito iconográfico de aquí abajo, estamos nada menos que nosotros, los ajenos al castigo, los sin entrada en las butacas del Calvario, los creyentes del milagro, los que ya superamos el soborno del cielo y la amenaza del infierno, los que creemos que el secreto no está en su muerte sino en su obra, por ende en su vida; los Torpes Soldados del Sagrado Corazón, quienes sabemos que el Padre Mario fumaba 4 paquetes de cigarrillos diarios y era una luz en el mundo; nosotros quienes no dudamos y quienes no necesitamos pruebas o demostraciones, a quienes los descubrimientos astronómicos o cuánticos no nos cambian, los mismos a quienes las pruebas de Carbono14 no nos dicen nada, y quienes además creemos que es más complejo de lo que parece, porque leímos a Nietzsche y a Freud y a Kant y a Reich, y hasta los comprendimos, pero no cambiamos por ello, y quienes ni siquiera llevamos una cruz con cadenita bajo nuestra camisa porque no la necesitamos.
No hay recompensa para nosotros ya que jamás la pedimos.

El mundo descartiano de la duda y el escepticismo no tiene nada para ofrecernos, pero a quienes se declaran creyentes y se encolumnan detrás de una cruz, sepan que no heredarán la Tierra sino el Vaticano, porque fue hecho para ustedes, y heredarán también el odio al judío y no recibirán la Vida Eterna porque sería un desperdicio del reino, pero además sepan que a diario lo matan.

Copyright®2010 por Carlos Rigel

10 de abril de 2010

Tiendita ejecutiva


No sé por qué tengo la impresión de que esta presidenta gobierna así, como se viste: estilo Catálogo de Cortinas de los '70.


7 de abril de 2010

Quasimodo, Ministro de Cultura y Protocolo

Inquietantes
declaraciones de Martín Palermo: "Si me condecoraron
cuando erré tre, entonce voy a
errá tre más"


Así como alguna vez el Turco condecoró en nuestra tierra a Pinochet, cuando éste entre 1979 y 1982 intentó envenenar a la población argentina a través del agua potable de OSN, el actual gobierno kirchnerista –mediocre hasta la médula–, termina de condecorar a Martín Palermo con la orden de "Ciudadano Ilustre", quizá por errar tres penales consecutivos para el seleccionado nacional durante un recordado episodio que todos queremos olvidar.

Combinando ambos momentos pienso en la intoxicación mortal de perder 3 a 0 contra Colombia y recuerdo la noticia de la cantidad de infartados en Inglaterra cuando perdieron en los penales contra Argentina. Aquí sabemos de sapos tragados con esfuerzo y cuánto cuesta soportar la verrugas en nuestra garganta. Creo que Palermo no volvió a vestir la celeste y blanca desde aquella oportunidad, aunque eso no mengua los tres pepinos perdidos ni la condecoración que lo iguala con Pinochet –aunque también tristemente con Vilas–, si ese día podríamos habernos tomado un licuado de Woolite con jabón en polvo y vidrio molido fino que no hubiera pasado nada. Porque frente al envenenamiento público fue más eficaz Palermo que Pinochet, como si su ilustre ciudadanía nos inmunizara para siempre de la cicuta nacional de penales errados de hoy y de siempre, y que augura: "Lo que no te hace más fuerte, te mata".

No se trata de condecorar a un científico que trabaja por dos mangos en la penumbra de un sótano del Centro Atómico, o a un médico que asiste heridos de una catástrofe en el extranjero, o a un cacique del norte que resiste la invasión territorial de empresas privadas, no, sino de condecorar los aplausos genéricos con reservas de un sector social inmune a la acidez nacional y la crítica, porque si a este jugador le otorgan semejante condecoración, luego del veneno en su propia ley, entonces cave preguntarnos qué diablos le darán a los grandes cuando se presenten.

Diferente sería igual condecoración al final de su vida, plusvalía deportiva cuando se retira, porque no habría objeciones ya que se evalúa la trayectoria total –aun contemplados errores y derrotas–, como con Guillermo Vilas. En cambio así, cuanto director técnico dirija al seleccionado nacional deberá evadir a Palermo por dos motivos: por patadura, y para preservarnos del "mérito" de penales errados futuros que nos arruinen una clasificación o una final palpitante. Porque si Argentina estuviera empatando en el último minuto de una final frente a Alemania o frente a Inglaterra y hubiera un penal... ¿aceptaríamos a Palermo para patearlo aunque sea Ciudadano Ilustre?... O mejor, tras apuntar al arco y desmayar de un pelotazo a un señor de la tribuna para despedirnos así en la derrota, su condecoración ¿impedirá nuestra catarsis de insultos?

Por eso, queridos e ignorantes amigos del gobierno, es mejor recordarles que se busca premiar un evento destacado pero aislado en la vida de una persona sobresaliente (por ejemplo un libro o un descubrimiento), o se destaca una actuación ejemplar (por ejemplo una valiente acción civil) o, en el extremo, se condecora la obra total, final y cerrada de una personalidad (una vida dedicada a la literatura o el estudio o el deporte), alguien que ya no nos pueda avergonzar degradando incluso nuestra condecoración.
Esto último nos preserva, por ejemplo, de que una personalidad reconocida en unos años caiga en la mala y se dedique a asaltar bancos, o a estafar pagando cheques sin fondos. Esos actos también resultarían contemplados en nuestra condecoración. Por eso se entregan al final de la vida, para salvar el buen nombre del mérito que se entrega, porque sería más humillante quitársela que habérsela dado. Es la diferencia entre premio, mérito (o reconocimiento) y condecoración.

Así tenemos a un condecorado del que alguna vez rogamos ferviente y certeramente que no pateara y que cediera el lugar. Condenados al fracaso hay que seguir adelante, como el pelado que cae de un décimo piso y cuando va por el quinto dice: "Por ahora vamo bien".
Pero además, se rumorea en lo pasillos de la Casa Gelatina que está en proyecto condecorar al General Menéndez por no haberse suicidado, como corresponde, de múltiples disparos en la cabeza tras la rendición a los ingleses en las islas por la misma época en que Pinochet planeaba envenenarnos. Y después perdimos 5 a 0 en Buenos Aires, tal vez como una vacuna preventiva contra el 3 a 0 y los 3 penales seguidos del Ciudadano Ilustre Martín Palermo que nos hubieran puesto al menos 3 a 3 para salvar el honor de una afrenta ahora irreparable y tan bochornosa como ilustrada.
Imaginemos qué tamaño de condecoración le hubiera correspondido a Pinochet si el plan de envenenamiento de Buenos Aires hubiera resultado aunque sea en un 50% de los muertos esperados.
Sin duda (¡y la putísima que lo remil parió!), gracias a la intachable ordinariez del actual gobierno, estamos mejorando nuestra inmunología contra intoxicaciones cívicas masivas.

Entonces, ¡sean pacientes porque hay abundante veneno para todos!


2010 © Copyright, Carlos Rigel