26 de octubre de 2019

UnJoker



Bárbara la actuación de Joaquin Phoenix pero, 
¿qué carajo tiene que ver con The Joker? 

El film de Todd Phillips que está en cartelera y a punto de convertirse en el más visto de la temporada, y que intenta develarnos un misterio jamás tenido: "¿Cómo diablos se forjó un personaje como The Joker (el Guasón) que acosa a ciudad Gótica?" Una figura creada por Bob Cane para ilustrarnos una ciudad polutiva y urbana amenazada por la corrupción y el delito, y que requiere la mano dura de héroes a la altura de semejantes enemigos públicos como, por ejemplo, un correctivo como Batman. 

Y la primera deducción errónea es que detrás del personaje tétrico hay una persona viviente y sufriente, y que para comportarse de esa manera debió sufrir abusos diversos, tormentos, desamparos e incomprensión hasta convertirse en lo que es: un temido villano. Deducimos, entonces que debemos ahondar en las causas profundas producto de semejante desequilibrio con las herramientas explorativas de la psicología para exponerlo como un ser frágil e indefenso, merecedor de nuestra piedad y protección.


Mal ahí, diría Nielsen. No es así.


A menudo la psicología intenta echar una luz “racional” sobre arquetipos sociales nacidos en el arte, la historieta o los mitos, para advertirnos sobre las anomalías que pueden presentarse, y acomodan una batería de hipótesis tangentes de escritorio para encajar en lo ilusorio y, de regreso, subordinar a la realidad apretada con tornillos de sal a esa hipótesis que ahora es ley empírica, saltando charcos abismales que no encajan sino a los martillazos sobre un colchón de telgopor caliente, porque vieron que 
en lo abstracto funcionaban. 

¿Qué tiene que ver una víctima de la civilización tecnolátrica, la misma que hace a un costado a quienes no encajan en el promedio general, con un villano perverso y sádico? ¿Cómo saltan –medicado o no– semejante distancia incomprensible? Dice Shakespeare: “Si la bestia tiene compasión, entonces no es la bestia”. The Joker en la creación de Bob Cane, es la prefiguración de la bestia tétrica sin gracia cuyo propio sadismo lo divierte y no por un desorden emocional no medicado. Su risa incontenible no es venganza o accidente, sino burla.

Porque, si es por buscar fenotipos desequilibrados antisociales, y hasta simpáticos, con explicación terapéutica y hasta jurídica, en Buenos Aires tenemos 2 millones de Guasones, 4 millones de Pingüinos, cientos de miles de Acertijos y al menos 3 millones de Dos-Caras presos, o bien sueltos, y hasta algunos con pedido de captura, pero ningún Batman, ningún Bruce Waine para perseguirlos o frustrarles sus planes diabólicos. ¿Por qué no surge un Robin Hood en la Chile de estos días? 

No nos hace falta vivir en ciudad Gótica porque aquí tenemos millones de estos villanos y ninguno necesita vestirse de manera exótica para provocar cientos de muertos y bailar sobre ellos, o afanos increíbles arrojando millones de la pobreza a la realidad. Acá, Batman aceptaría, o bien tomarse el palo o bien el refugio de un penitenciario, cuidando que no se lo garchen los presos comunes, porque libre lo asaltarían y lo dejarían en bolas.

Tan poco asidero que es buscarle una explicación razonable al Sr. Aureliano Buendía o, como han pretendido varias veces fallidas, dar una justificación psicoanalítica a Gregorio Samsa por haber despertado convertido en un horrendo insecto tamaño humano y buscar al ejemplar en un catálogo de artrópodos… ¿Guast? Pero ¿qué carajo tiene que ver? Si hasta Nabokov también erró al comienzo de su ensayo, echando a la basura su propio escrito sobre el mismo asunto –olvidable y menos literario que insectólogo–, porque no entendió un carajo, seguro, acerca de qué se trata la historia de Kafka, por eso en el mismo sigue adelante, martillando un huevo sin saber que tanto la yema como la clara salpicaron al techo. Faltó que le hiciera la prueba de carbono14 a la cáscara para saber adónde fue el contenido. Aquí pasa lo mismo. 

En lo que a mí respecta, el Guasón –The Joker del comics– no tiene ninguna explicación social ni medicinal ni psicoanalítica que justifique su naturaleza perversa. Vamos, que Hitler o Stalin fueron 200 veces más perversos que el Guasón, y todavía hay quienes los tienen como héroes patricios. Por otro lado, es un Joker bastante flojo cuando se divierte con las pericias de Chaplin y no con las cuentas de un rosario mientras baja el péndulo de Poe, milímetro a milímetro, rebanando a su víctima elegida. Cierra mejor el Quijote a la ficción que el Joker a la realidad. 

Es más verosímil a la ficción un Alex DeLarge de La naranja mecánica, cuando patea a un indefenso por diversión que el propuesto Joker psicoanalítico de la película reciente. No hay un drama genitivo y menos nativo, simplemente porque no nació. Sólo es (de estar). Tampoco nos interesa saber si le pasa la mensualidad a su ex esposa o si el cuñado no pagó el seguro del auto y lo chocó e hizo crisis. 

Vuelven a errar el diagnóstico porque no hay un diagnóstico, como cuando buscan el origen de Drácula de Bram Stoker en Vlad, el empalador, y de la unión les sale un grano panadizo en el dedo a los guionistas y cineastas, porque nunca aciertan de lleno, porque la concepción es tan absurda como pensar que las galaxias nacen de los telescopios violados por los astrónomos. El mismo Stoker interpretó una ficción al bajarla sublimada de la realidad, por eso no sirve a la inversa. Es deshacer la fantasía nacida como fantasía, ya sin conectores con la realidad.

Sábato lo expone de manera irónica al hablar de las escuelas de arte abstracto, cuando afirma que, en papel, se puede hacer una gallina, dibujando un triángulo con un punto, pero que de allí no se puede extraer caldo de gallina. Así, un tonto ilustrado egresado de una universidad local llegó a buscar una explicación psicoanalítica y académica a la obra The Wall, de Pink Floyd, desplegando su pirotécnia facultada, olvidando por momentos que se trata de una ficción musical y no de una tragedia vivencial. 

¿Qué tiene que ver la risa nacida del trastorno emocional cuando debería estar motivada, quizá, por bailar con un cadáver? El Joker prescinde de una cultura corrupta para expresarse y se divierte con el sufrimiento ajeno y no por falta de medicación adecuada; no ríe por accidente o tensión nerviosa, sino porque disfruta de la tragedia. Ni siquiera cierra el concepto comunal de natividad que nos asigna “la sociedad misma lo creó”, porque de nuevo diluye el origen sádico y lo muestra como a un ser indefenso frente a la maquinaria social perversa. Si la sociedad misma crea Guasones, entonces todos los somos con distinto grado de incisión. 

Ni Gótica lo es, ni Buenos Aires tampoco. Por eso no tenemos millones de Batmans para salvarnos y nos faltan varios Bruce Waine para acercanos a esa realidad mágica que propone el film. Porque, así, asesinan la ficción subordinándola a la realidad. No funciona de esa manera, muchachos.  ¿Dicen que con la medicación adecuada deja de ser el Guasón? Insisto, destacada actuación del actor Joaquin Phoenix, pero nada tiene que ver con The Joker. ¿Cómo piensan resolverlo con el Pingüino?
Rigel

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21 de septiembre de 2019

Dos montañas llamadas Risa y Melancolía


Dice un adagio popular que “Las montañas no se cruzan, los hombres sí”, ingenua verdad pero tan humana como geológica y tan inminente que anoche, a mi regreso por calles céntricas, luego de compartir un café en Morón con el dramaturgo Aldo González, me cruzo en una esquina semaforizada con el poeta y dramaturgo Víctor Cuello. Lo veo en bicicleta con gorrita de visera, una campera de jean blanca, pantalón de jean y sus mitológicos lentes, maniobrando, pedaleando desobediente de la luz roja, que yo tampoco me detengo a esperar. 

Viene en la misma dirección, pero él en bici y yo a pie de camino a una parada de micros. “¡Rigel, qué hacés, pero cómo te va!” y desmonta la bici. Desborda en sorpresa y alegría. El abrazo es largo y fuerte en medio del cruce de Almirante Brown y 9 de Julio, pero con la bici a un costado, que si cambia a la luz verde nos levantan en el aire.

Luego subimos a la vereda y a paso de elefante transitamos media cuadra hasta donde voy y los pedazos de la menguada eternidad que van desde el amigo común Carlos Boragno, cruzan por Aldo González —a quien termino de despedir hace minutos—, acontecimientos recientes risueños de la feria local que prueban que sigue ausente la literatura en la Feria del Libro de San Justo aunque, claro, hay muchos libros para comprar, y por esos caminos del eclecticismo inevitable, avanzan por el cercano fallecimiento del poeta Omar Cao, él y los huecos existenciales que deja, y así llegamos a los restos perdidos del dramaturgo y escritor desaparecido hace años, Marco Denevi porque viene justo para teñir el olvido. 

Mierda que es cruel el final, porque de Marco no se supo nada más, ni de su obra, ni de sus memorias, ni de su amor por las cosas que hizo. Todo salió en bolsas de basura rumbo al cordón de la vereda. Supe que era gay, pero no del desprecio que eso implicó para su familia. Desocuparon el departamento sin piedad. Las cartas de Mia Farrow y de otras celebridades, los originales de sus manuscritos, sus libros, sus amores, sus flaquezas y hasta la biblioteca personal, todo se fue en bolsas plásticas de consorcio –esas que odio tanto– de camino al basural; libros reducidos en pedazos para ser vendidos por centavos como papel viejo. Carajo, todo. 

Me aturde pensar que el indigno destinatario de nuestras luces e ilusiones sea el reservorio del CEAMSE donde, con cierta esperanza, será humus dentro de 50 años, tierra que quizá nutra una plantación de soja, ni siquiera de girasoles como para estrellar de sol el solitarismo. Pero el micro dobla y viene. Se detiene en la parada. La gente asciende. Tiro un cigarrillo fumado a medias y nos abrazamos en la despedida, subo último y me siento, me escapo a otra galaxia. Pero no puedo evitar la melancolía que me llena la botella, el sentimiento de una pérdida que todavía no sufro pero que vendrá inexorable, el anticipo del dolor por la nada.

¿Para quién hacemos lo que hacemos? Para nadie. El amor por las cosas que hago, un día o cercano o lejano, también saldrá en bolsas de basura. Es la la ley de la impermanencia, el océano humano que no se detiene por nadie y me dice que nada quedará de mí en apenas cien años. Nada. Quizá un libro sobreviva veinte años más que yo en la biblioteca de alguien, pero un día, cuando el papel se vuelva desagradable y se quiebre, también saldrá en bolsas. 

“Por todo reino conquistado recibirás un sorbo de exigua felicidad”, escribí hace poco en un ensayo de literatura y alcoholismo. Eso que hay en la copa, a mi lado, es toda mi recompensa. Y este encuentro sucesivo con dos amigos es todo lo que hay y sólo podré recordarlo yo mientras tenga la conciencia sana. Me siento como el réplica Roy Batty en la película Blade Runner, segundos antes de que el tiempo de su existencia se agote. “Es tiempo de morir”. 

La vida nos desenchufa y a otra cosa. Pagamos por la vida, pero no hay vuelto. Nos desvanecemos, como en la película Matrix. Eso es todo. Alguien quita el enchufe y la luz se apaga. Toda la eternidad es este momento. No soy Sófocles, no hice tanto como para perdurar, y no soy presumido pero, en Morón, dos montañas imposibles se encontraron: la risa y la melancolía.

Rigel

17 de septiembre de 2019

Apocalypse 40 Now





A 40 años del rodaje más salvaje de la historia.

Nota de Angie Marengo

¿Cómo puede un rodaje planificado para 16 semanas acabar durando 15 meses? En el caso de Apocalypse Now la hazaña es que consiguiesen terminar (casi) todos vivos. Su director, Francis Ford Coppola, acabó acompañando a su protagonista, el capitán Willard, en su descenso a la locura: si la misión del soldado era cazar al coronel Kurtz, la de Coppola era terminar una película que había empezado a rodar sin guión y sin final. Él mismo reconocería haber contemplado el suicidio en tres ocasiones distintas a lo largo de los cuatro años de producción, en los que todo lo que podía salir mal salió mal. Y todo lo que nadie se había siquiera planteado que pudiera ocurrir salió aún peor.

Ningún estudio de Hollywood quería ni oír hablar de una película sobre Vietnam meses después de la derrota estadounidense en la guerra más controvertida de su historia. Coppola encontró el apoyo de la distribuidora United Artists, fundada por Charles Chaplin en 1930 para que los artistas no tuvieran que depender de los estudios comerciales, pero se vio obligado a negociar personalmente con los inversores y avalar cada préstamo con todas sus propiedades y los beneficios que seguían generando El padrino y su secuela. En los setenta, los estudios de Hollywood todavía no habían sido absorbidos por multinacionales así que había que negociar cada dólar y los rodajes, gracias a que los ejecutivos eran cinéfilos y no economistas, podían alargarse si la película lo merecía.

Apocalypse Now (que se estrenó el verano de 1979, hace justo 40 años) era, según el director de fotografía Vittorio Storaro, “un fresco de la imposición de una cultura sobre otra y de la ilusión que tienen los americanos por convertirlo todo en un espectáculo”: si los soldados reales ponían rock & roll para bombardear poblados vietnamitas, los de la película escuchaban La cabalgata de las valquirias de Wagner. Si el ejército arrasó Vietnam con explosiones de napalm, Coppola rodaría la mayor explosión jamás producida fuera de una guerra. Con 11 millones de dólares de presupuesto (el mismo que La guerra de las galaxias), Apocalypse Now sería el primer blockbuster de arte y ensayo.

Steve McQueen rechazó el papel protagonista, al igual que Al Pacino, Robert Redford y Jack Nicholson. La frustración llevó a Coppola a arrojar sus cinco Oscars por la ventana y, tras volver a colocarlos en su estantería, fichó a Harvey Keitel. Pero a las tres semanas de rodaje se dio cuenta de que su estilo de interpretación no encajaba en un personaje que debía funcionar como espectador pasivo de un viaje al fin del mundo y al alma humana. El sustituto fue Martin Sheen, quien aterrizó en Filipinas en medio de su propia batalla con sus demonios: bebía sin parar, fumaba tres paquetes de tabaco al día y, en una de sus primeras escenas, se derrumbó gritando entre lágrimas. Cuando se miró al espejo y le dio un puñetazo a su reflejo, su brazo se llenó de sangre, pero Coppola indicó que siguieran rodando mientras el actor se desplomaba. Apocalypse Now acababa de empezar. El horror todavía no había llegado.

“Me encanta el olor a napalm por la mañana”.
Teniente coronel Kilgore


En vez de trabajar sobre un guion, Coppola llevaba a todas partes un ejemplar de El corazón de las tinieblas (la novela de Joseph Conrad inadaptable en la que se basa la película) subrayado por él y escribía cada escena durante la noche anterior. La producción tuvo lugar en Filipinas porque su presidente, el dictador Ferdinand Marcos, puso todas las facilidades: a cambio de miles de dólares diarios, podrían utilizar los helicópteros y los pilotos del ejército filipino y bombardear con napalm tantas hectáreas de selva como necesitasen. Pero en varias ocasiones los helicópteros, aún con las cámaras rodando, abandonaban la escena porque tenían que irse a combatir a la guerrilla rebelde filipina.



A Coppola y a sus 900 trabajadores no les quedaba más remedio que esperar de brazos cruzados a que los pilotos aniquilasen a su enemigo y tuviesen a bien regresar al set. A menudo los pilotos que participaban en los ensayos no eran los mismos que después acudían al rodaje, así que había que empezar desde cero cada mañana. Como la propia guerra de Vietnam, este rodaje era la imposición de una cultura sobre otra (los decorados estaban construidos por nativos, explotados por un dólar al día, y uno de ellos falleció sepultado por un bloque) y, como también ocurrió con los charlies, la invasión no resultó tan fácil como los americanos creían.

El tifón Olga asoló Filipinas en mayo de 1976. Aunque Coppola trató de incorporar la lluvia a la película (varios monzones arrasaron Vietnam durante la guerra), este plan resultó impracticable cuando el temporal destrozó varios decorados de la película. Al enterarse, el director reaccionó poniéndose a cocinar pasta mientras escuchaba La bohème, de Puccini. Después de cenar tomó la decisión de paralizar el rodaje durante dos meses. Cuando lo retomó se topó con otra fuerza de la naturaleza: Marlon Brando.

“El horror tiene rostro”.
Coronel Kurtz

Brando apareció con 130 kilos (a pesar de que el guión describía a Kurtz como una criatura mitológica, esbelta y atlética), sin haberse aprendido el guión y sin ninguna intención de compartir escena con Dennis Hopper (quien, para construir su personaje, había pedido 25 gramos de cocaína que salieron del presupuesto de producción). Pero Brando tenía toda la intención de cobrar su sueldo de tres millones de dólares por tres semanas. 



Coppola tuvo que posponer el rodaje otra semana más para leerle en voz alta los diálogos a Brando y preparar juntos las escenas. El director dejó que la estrella improvisase reflexiones filosóficas, bélicas y filántropas en un monólogo de 18 minutos rodado entre sombras a petición del actor, que no quería que su envergadura física distrajese a los espectadores. Y llegó a ponerle a Brando un pinganillo en la oreja para ir recitándole sus frases. Un día, Brando le indicó a Coppola que ya le había utilizado lo suficiente y que si quería más escenas que contratase a otro. Se levantó de su silla, se marchó y no volvió a aparecer por el rodaje.
“Olía a muerte lenta”
Capitán Willard

Mientras esperaba a que Brando estuviera listo, el productor Gray Frederickson empezó a oler a podrido en los decorados del santuario de Kurtz. “Tenéis que deshaceros de las ratas muertas”, le indicó al diseñador de decorados Dean Tavoularis, quien le explicó que estaban ahí a propósito para crear atmósfera. De repente, un atrezzista que pasaba por ahí exclamó “pues ya verás cuando descubras los cadáveres humanos”. Ante la estupefacción del productor le llevaron a una tienda llena de muertos, almacenados a la espera de que Coppola quisiese rodar la llegada de Willard al santuario (donde habría cadáveres colgados de los árboles y esparcidos por el suelo). “Es que va a quedar muy auténtico”, le prometió el diseñador. 

Resulta que el tipo que les proporcionó los cadáveres no trabajaba en un centro de autopsias como había prometido sino que los había robado de sus tumbas, así que la policía paralizó la producción varios días para interrogar a cada uno de sus trabajadores y comprobar que no eran asesinos. Ante la imposibilidad de devolver los cuerpos no identificados a sus tumbas (y la negativa de United Artists a costear sus entierros), nadie sabe o nadie ha querido contar qué hicieron con ellos.


“Todo hombre tiene un punto de ruptura”
General Corman

El 5 de marzo de 1977, cuatro días después de que se cumpliese un año de rodaje, Martin Sheen se despertó a las dos de la madrugada con dolores insoportables en el pecho. El actor salió de su tienda y se arrastró por la carretera agonizando un kilómetro hasta encontrar ayuda. Le estaba dando un infarto. Cuando Coppola se enteró sufrió un ataque epiléptico, pero intentó ocultarle el incidente a United Artists: “Incluso si Martin se muere, no estará muerto hasta que yo lo diga”, advirtió el director. Coppola acumuló una deuda de 30 millones de euros que dejaría a su esposa Eleanor y a sus tres hijos (Gio, de 12 años; Roman, de 10, y Sofia, de 4) en la mendicidad. El suicidio ni siquiera era una opción ya. 

Apocalypse Now, con un presupuesto que hoy sería equiparable al de Venom o San Andreas, había superado a Cleopatra como la película más cara de la historia hasta aquel momento. Durante las seis semanas en las que Sheen estuvo de baja, Coppola rodó planos como recurso, le envió un telegrama a su amigo (y director original del proyecto) George Lucas para felicitarle por el éxito de La guerra de las galaxias y de paso pedirle dinero, y siguió dándole vueltas al final de la película. Como ocurre con la guerra, Coppola sabía cuándo y cómo empezarla (aunque nunca por qué), pero no tenía ni idea de cómo ni cuándo la terminaría. Y por mucho que lo alargase, el final estaría ahí esperándole.

“La posibilidad de perderlo todo
provoca una euforia poderosa”
Eleanor Coppola

La última etapa del rodaje estuvo liderada por un Francis Ford Coppola que pesaba 50 kilos menos que al empezar, en una huida hacia adelante: los trabajadores enfermaban de disentería a diario, el actor que interpretaba a Lance el surfista (Sam Bottoms) aparecía siempre colocado de speed, marihuana o LSD porque todo el equipo se había dado a las juergas nocturnas, los animales salvajes acechaban las tiendas de campaña durante la noche, las asociaciones animalistas denunciaron el sacrificio de un búfalo de agua para el rodaje de la escena final y United Artists pretendía rebajar el seguro de vida de Coppola. Su vida ya no valía tanto como cuando se metió en la empresa Apocalypse Now, pero tenía que terminarla aunque fuese (literalmente) lo último que hiciese. Solo así la inversión quedaría justificada ante sus acreedores. A estar alturas, Coppola ya estaba convencido de que la película sería espantosa. 

Cuando la presentó en el festival de Cannes, donde a pesar de no estar completada acabaría ganando la Palma de Oro, Coppola señaló los paralelismos entre el rodaje y la guerra que retrataba: “Éramos tipos con acceso a demasiado dinero y a demasiados materiales, y poco a poco nos fuimos volviendo locos. Mi película no es sobre Vietnam. Mi película es Vietnam”. 

Apocalypse Now acabó recaudando cinco veces su presupuesto, lo cual salvó a Coppola de la bancarrota aunque se arruinaría definitivamente con Corazonada en 1981. Hoy asegura que todo el dinero que tiene es gracias a su viñedo de Napa, California. “La película ya no es tan rara vista hoy”, reflexiona en 2019 el director, “le ha ocurrido lo que a esas pinturas vanguardistas que con el paso de los años se convierten en estampados para el papel de las paredes”. 

Apocalypse Now tardó tanto en rodarse que, en 1978, El cazador le arrebató el honor de ser la primera película de Hollywood sobre Vietnam. Antes de entregarle el Oscar al director de El cazador, Michael Cimino (quien arruinaría su carrera dos años después, causando además el cierre de United Artists, con La puerta del cielo), Coppola aprovechó para hacer una advertencia sobre Hollywood que fue recibida con sorna: la prensa lo ridiculizó concluyendo que se había vuelto definitivamente loco por culpa del rodaje de Apocalypse Now. ¿Cuál fue la aberración que Coppola se atrevió a profetizar?: "Preparaos, porque la tecnología digital está a punto de cambiar el cine para siempre”.

Extraído del muro de Facebook de
Angie Marengo



3 de septiembre de 2019

La cinética del origen


Se trata de la re elaboración de una crítica escrita 
en 2014 y que hoy acompaña a cuatro obras de 
nuestro artista plástico Roberto Feldman Form de 
camino a una galería en Uruguay.

"No sabemos dónde nacen los artistas, en cuál lugar del Universo, y aunque hurguemos en sus existencias, poco dirán que nos ayude a comprender la naturaleza que los define. Excluye esta reflexión a los pintores que abundan en la contemporaneidad. Hay pocos artistas, pero él es uno de ellos. 

Por suerte, la obra es vasta y cosmológicamente generosa, habitada por un amor genitivo que atraviesa enormes cantidades de tiempo, desde el Comienzo y hasta el fin de las edades, y así nos alivia la tarea intelectual de descubrirlo. Recorrer su obra completa es una invitación osada a mirar el cosmos a través de sus ojos. 

Y luego de ese impacto profundo y energético que nos provoca es que, suspendido en alguna nebulosa distante, observamos la totalidad. Mundos paralelos, agujeros negros y, a la vez, blancos, mosaicos de luz, sistemas solares completos, geómetras oculares, Roff descubre el aljibe en el patio trasero del Paraíso.

Y descubrimos que es matriz y cigota solar, la Flor de la Vida para los místicos, incepción que siendo el mapa del Comienzo, es también ovario del origen, mitocondria y gen; la idea del ciclo sideral en la construcción del ser y la revolución, y una tras otra, pero no vista como una anomalía unidireccional e inevitable del tiempo, sino como una necesidad vital del crecimiento universal.

Y detrás del caos de la eclosión primigenia y el ataque de plasma yacen los planos de la existencia, extendidos como océanos paralelos. Los verdes del núcleo mitocondrial expanden en azules, recordando las temperaturas inhumanas del origen, más tarde expresadas en rojos candentes y, ahora sí, comprensibles para la mente, y que auguran natividad y epicentro de las edades. Pero la suma de ciclos orbitales, la cocción de átomos o de sistemas solares, no explican el paradigma celular, aunque lo confirman más allá de toda duda.

Nos preguntaremos, entonces, si las expresiones del arte adeudan o al autor o al público, porque estamos aquí, apenas seres vivientes, quienes completaremos esa manifestación bidimensional enmarcada en el cosmos según nuestras profundidades o nuestras frivolidades. Y es la vida íntegra la que en una obra ve un espejo de la existencia. Y esa actitud especular nos dice lo siguiente: es lo que veo, más lo que siento, frente a lo que la obra me dice, y la comprensión posterior, siempre intelectual, nos invita a mirarla nuevamente para entonces especular sus lecturas cognitivas, todas ellas posibles, y que parpadean entre distintas preferencias simbólicas. Así descubrimos que la obra nos observa a nosotros.


Es la vida cuando mira a contraluz, capacidad sensorial del mundo onírico revelado en la vigilia. Y en ese titubear del pensamiento lúcido es que advertimos la tridimensionalidad del ser, de la obra y de su autor, la misma cualidad sobresaliente de quienes destacan por sobre el común del género. Aunque afirmen lo contrario, el hombre es bidimensional desde su origen, y el tercer valor debe ganarlo en su corta existencia: se trata del valor restante, la profundidad, y aunque no en todos los miembros del género nace, vive en él como un gen. 

Quizá la ambigüedad de esta obra, entre sistema solar, estallido primigenio o matriz femenina, no es intención del artista, sino el acierto: es el alma sabia la que se revela en su antigüedad. De subvertir el resultado es que nacen respuestas a otras preguntas. Los genes del hombre yacían en los planos de la existencia, habitaban el Sol apenas después del Inicio. Y como el código genético, no fue un accidente sino un deseo de la Creación. 

Pero esa traslación de estado es estática sólo para el hombre ordinario, y aunque recuerda la mansedumbre con que los astros se mueven por la bóveda celeste, incluso la multiplicación infinita de todas ellas es, para el creador, apenas una chispa en la Eternidad. Por ende, en la obra de Roff descubriremos la vasta y vaga acumulación del tiempo, recordando la frase de Borges sobre Bradbury. 

"El hombre existe para llenar el Universo de arte", dijo una vez el hipercreativo Guillermo Didiego, pequeña vanidad que desde su intachable subjetividad sólo el artista puede acertar y aceptar. Incluso para observar y comprender el tiempo humano y universal –y acaso para dejarle una huella profunda–, hay que proceder como un dios".

Rigel



copyright®2019 por Carlos Rigel

1 de septiembre de 2019

Islas de fuego

Omar Cao (1948-2019)

Lo que nos hiere nos autodefine. Así mismo asisto a la despedida final del poeta matancero Omar Cao junto a su familia y amigos en el Jardín de los Ceibos. El fin elegido para el escritor es el fuego, las cenizas, dignatario del Valhalla, pero más aún de "La nave de los locos y diferentes" en la tradición tehuelche.

La mañana es fría y demasiado clara como para soportar el rugido de los extractores de calor que emanan del horno desde que comienza su labor. No todos nos hemos ganado el fuego y aquí, hoy, es el elemento restante a una obra que ahora es más grande que su propio esculpidor. De hecho, la sobrevive. Así debe ser. “Las almas de todos los hombres son inmortales, pero las almas de los justos son inmortales y divinas”, dice Sócrates. Yo creo que Cao, además de poeta, fue un justo, un desobediente, un nada funcional, otro "Almafuerte" hecho de cieno, letra, mate y vino tinto. Sobran las conclusiones emanadas y aunque no lo conocí personalmente sé de su labor de medio siglo.

Hay quien elige honrar los huesos y una lápida que, al fin, será olvidada en el cenotafio de un océano humano interminable; hay quien elige conservar las cenizas; otros esparcirlas al viento o al mar y honrar los recuerdos hasta que un día el tiempo los disuelva; otros, conservar la osamenta y vivir el duelo con forma de ramos marchitos de una liturgia frente a un nicho que nada dice de grandezas o bondades. Pero el dolor siempre está. Lo siento en las palabras que intentan el raciocinio de la poeta Anahí Cao, su hija, mientras ordena sus sentimientos.

Por suerte, aquí hay una obra que transmuta el rumor ígneo de las llamas en poesía y, así, el dolor hiere menos. La reunión pasea la espera alrededor del horno del fin por caminos de césped y piedras que crujen mientras los versos de un libro elegido para su lectura saludan al parque. Continuidad de los parques titula Cortazar a uno de sus cuentos famosos, que hasta me parece adecuado al momento, y el Sol por suerte entibia el paseo hasta que el fuego cumpla su destino. 

Pero la muerte de Cao desnuda de nuevo rencillas, evasiones, desapariciones inexplicables, agujeros negros de los cuales se me pide no escribir. Nada que no sepa. Ya hablé de las “islas” matanceras, las islas y los “quiosquitos” en palabras de Víctor Cuello. La Matanza no tiene arreglo. No queda más que vivir y morir alienados en una tierra desconocida y todavía inconquistada que no ama a sus habitantes ni honra a su propia cultura y menos se preocupa por ella. Precede a cada figura su ideología partidaria y eso es mierda, pero es la mierda de moda en estas épocas de ganada oscuridad. Concluyo que se debe leer a Borges o a Mujica Lainez o a Sarmiento a escondidas, no sea que les deba reconocer que escribían bien. 

Escribe Shaw, "Cada hombre haga lo que vino a hacer y cumpla con su obra. Cuando me muera, que el deudor sea Dios y no yo". Parta con nuestra gratitud, Sr. Omar Cao, su obra está completa. Pero como a la muerte de Pedro Chappa, quedan menos certezas para vivir que desalientos para metabolizar. Incluso el dolor se irá y no quedará nada excepto su poderosa obra poética. Las llamas no la alcanzarán. Ahora son viento. Las cenizas yacen en la urna. Todo terminó. O todo comenzó. Hay que merecerse el fuego, eso no es para cualquiera. La poesía tampoco.

Rigel


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15 de mayo de 2019

A la partida de Leo Brizuela


No olvido que en Agosto de 2015 hice gestiones con los organizadores de la Feria Municipal del Libro de San Justo, Secretaría de Cultura y Educación de La Matanza, para traer a Nielsen, a Mey y al hermético Brizuela, para darnos una apertura de cabezas a los autores del oeste sobre un género todavía extraño para muchos narradores, la novela contemporánea, presencia destacada del fallecido ayer que encargué al amigo Nielsen, quien no me admitirá una sola mentira a mis afirmaciones.

Hoy muestran su herida sorpresa quienes fueron indiferentes desde el momento en que reclamé 9.000 $ para repartir entre los 3 autores sobresalientes de nuestra narrativa. Y hasta me ofrecí a moderar el encuentro gratis para no engordar la cifra. Pagaba yo de mi bolsillo los remises del traslado de cada uno, como se merecen. Pero el dinero cerró la gestión con un NO final. 

Es que no han perdido la costumbre: Todos los días crean un "Almafuerte" y luego de muerto le rinden homenaje. 9 mil pesos y después gastan millones en asados y micros para la militancia y punteros de mierda. Si, incluso, que me hayan quitado el Stand en esta Feria de Libros es un distintivo de honor... Caraduras.

Rigel


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15 de enero de 2019

Liberis


Por el momento, el ensayo de literatura y alcoholismo con sus 180 páginas no cuenta con editor a la vista. Se trata de un material muy comercial y pienso que tendrá buenas ventas. Es probable que lo edite yo por mi cuenta para registrar algo de ingresos por el costo de realización. Luego, con un ejemplar en mano, visitaré, una editorial céntrica que tengo en vista desde hace un tiempo pero que ya tuvo un descenso en el distrito a través de un autor matancero. Y sé que ya ha celebrado contratos por cesión de derechos de autor. 

Posiblemente ceda los derechos parciales sobre las 14 o 15 obras editadas para ese momento. A poco, ha empezado a pesarme arrastrar la edición de 14 libros que se agotan en reposiciones cada vez más cortas pero que me restan tiempo para ocuparme de mis otros asuntos, como escribir y terminar las novelas y los ensayos comenzados y hasta, incluso, que han cumplido con la mitad del plan total de la obra para quedar suspendidos en el limbo de los escritos. También para dedicarme a la edición de otros autores que comprometen mi criterio y mi interés. 



De cualquier manera, seguiré trabajando sobre cuatro o cinco títulos nuevos de gran porte, y uno de ellos para concursar en un certamen de novela en 2020, a mi regreso a los grandes premios de narrativa, luego de mi retiro de 10 años de las compulsas abiertas. Cuento con las facilidades que me ofrecen editores amigos para enviar material al exterior a muy bajo costo, la causa principal de mi alejamiento de los certámenes. 

Que viva anulado en el corazón de La Matanza no es óbice para detenerme.

Rigel

copyright®2019 por Carlos Rigel

5 de enero de 2019

Conquistados







Cada generación debe escribir su propia historia”, dice Goethe, acaso para mantener el compromiso generacional con los sucesos de la sociedad humana a través del tiempo, pero me niego a sumar fechas y lugares como resumen de cronologías huecas de humanidad. Aprendimos más de Rosas con el novelista Andrés Rivera que por los libros del historiador Feliz Luna. 

Las fechas y los actos nada dicen de los motivos cuando son incluso más trascendentes que los resultados. Ni siquiera las buenas o malas intenciones determinan la conclusión de una voluntad que pudo ser magnánima y altruista en su origen con un pésimo final. Faustianos, como somos, incluso a la inversa. 

También dicen que el camino al Infierno está lleno de buenas intenciones. Me atrevo a concluir, entonces, que el camino al Cielo debe estar repleto de nefastas intenciones. Tal vez así logremos desactivar el criterio del camino a uno y otro lugar para concentrarnos simplemente en la humanidad: Todo está aquí y nunca dejó de estar frente a nuestros ojos, y no vale mirar los procesos por una cámara de fotos o de video. Documentar es sólo una parte, la ínfima parte, y reunir datos es tarea de compiladores. 

Porque de nada sirve reescribir la historia con la mente conquistada por conclusiones anteriores, así como no sirve una poesía fundada en sus criterios por la España conquistadora e imperial, recordado las palabras del poeta español Antonio Gamoneda, porque nada nuevo saldrá de allí, sino más de lo mismo. 

Fracturar las convenciones, poner la historia patas arriba a ver qué surge, no es para todos. Cualquiera registra el final del Titanic, pero casi ninguno buscará la historia del iceberg que lo hunde, porque suma los atributos de la cronología con la subjetividad. Humanizar un pedazo enorme de hielo, perseguirlo desde su origen continental hasta su desintegración oceánica, es el desafío en la edad del “sujeto”. 

En poesía, los autores exceden la marca aceptable de subjetividad: "Soy yo y sólo yo, todo es lo que me pasa a mí y a nadie más", mientras que en el registro histórico es donde falta el sujeto, cuando yace aplastado por los hechos, las cifras y los datos. Y donde debería primar el individuo para completar dimensionalmente los sucesos, resulta que lo suprimen.

La tarea de recopilar datos gélidos es siniestra de por sí cuando desnaturaliza la obra del hombre nacida en su corazón desde que aspira a una objetividad discordante con el espectro humano, como intentar leer los esfuerzos de un grupo de trabajadores por el libro contable de una empresa; u observar al hombre como a un mono en Animal Planet por sus actos externos y visibles, y luego pretender concluir qué piensa o qué siente.  Entiéndase, conformarse con la corteza para adivinar el núcleo del ser y sus circunstancias. 


Entonces, no alcanza con repetir lo conocido, tampoco sirve elaborar un pensamiento o un registro con la mente del conquistado. Desde la aparición del sujeto, pensando en Goethe, cada generación debe reescribir toda la historia traducida por la subjetividad. Historia completa… o nada.”

Rigel

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