5 de diciembre de 2015

Lector encontrado



Tantos reclamos de lectura masiva e
invitación al abordaje de textos no tienen 
utilidad directa en el mundo de la literatura. 
Dicha práctica no es elitista sino 
selectiva.


De nada sirve reclamar abiertamente un compromiso público con el placer leyente. El lector es lector genético, lo es sin que nadie se lo pida, sin que nadie se lo exija, sin que nadie se lo muestre ni lo guíe. Pasaron siglos desde que los presbíteros leían versículos de La Biblia a la congregación de analfabetos durante la misa dominical, única manera de escuchar la palabra escrita. Y siglos más, todavía, para que la lectura llegara a cada hogar como disciplina semanal del patriarca de cada clan familiar en épocas donde todavía no prosperaba sistema alguno de educación pública del Estado con los habitantes de la tierra en edades feudales. Apenas el 3 o 4 por ciento sabía leer. 

En el último siglo derramaron en el mundo los planes de alfabetización, los programas de estudio de una educación gratuita, fundamental y completa, incorporada como derecho universal, y sin embargo, aún la alfabetización masiva, ese porcentaje de leyentes no ha variado como lo esperado. Ahora es el 5 o 6 por ciento. Excluye esta medida a quienes leen por necesidad un prospecto medicinal o una guía de uso de un aparato doméstico que termina de comprar. Se trata de la escritura "práctica" cuya función es pragmática, de conocimiento directo de algo del mundo físico, y aquí no cuenta. Es un ejercicio y no un placer. Pero no tiene algo que ver con el fracaso o el acierto de los planes de estudio: La lectura buscada no está en la corriente sanguínea de toda la humanidad. 

Y en esa comunidad reducida a la veinte ava parte de la especie de lectores felices, una astilla de la humanidad, se manifiestan tanto lectores como autores, porque pertenecen a la misma raza de faunos, pero coincide, además, con el perfil de quienes también sienten aprecio por las artes y sus productores creativos, aprecio por la crítica y el análisis de las actividades ciudadanas trascendentes o influyentes de la edad.

De nada sirve reclamar lo que la mayoría de la humanidad no tiene: Es problemática de un nivel superior. Y aunque lean, no encontrarán nada significativo ni valioso en esas páginas que quieran conservar. A un individuo podemos enseñarle a leer y luego dejarle en la mesa cientos de libros bellos o atractivos, y no los abrirá porque no están en sus intereses. Tampoco puedo expresarle lo importante de las matemáticas a quien sólo necesita saber sumar o restar para controlar las compras cotidianas. Así, podemos brindarle un pincel y témperas u óleos a todos los habitantes del mundo, pero no obtendremos pintores, ni artistas y mucho menos críticos de arte por fuera de los que incluya individualmente ese porcentaje y acierten al interés. Y no serán la totalidad del 5 o 6 por ciento referido, sino, de ellos, apenas a quienes les guste la pintura por sobre la literatura, la dramaturgia, la música o las demás expresiones del ser. 

En el extremo del fenómeno de la lectura se encuentra George Steiner cuando compara el fenómeno que produce con la liberación de energía producto de la física. El goce manifiesto del lector frente a la maravilla de una metáfora, una alegoría, una rima, tan importante como un cuanto energético de la física.

¿Es elitista reconocer ese 5 por ciento de la humanidad? No, es sólo la naturaleza humana con su variedad selectiva. Nadie es igual a nadie. La mayoría no necesita leer ni admirar obras de arte, ni vive sensible a las expresiones musicales ni a la historia del arte o la dramaturgia. Claro que son menos aún si pensamos en el fenómeno social de la escritura, que está incluida –o debería estarlo– en la comunidad de lectores. Por supuesto que debemos asegurarnos de que todos los habitantes de una patria reciban iguales oportunidades, por eso la educación debe ser completa y obligatoria, pero en poco o nada afectará al resultado final. El placer de la lectura es posterior a las utilidades sociales con sus roles arquetípicos. Componen una rareza de esta edad los autores que escriben pero que no leen.

Pero cuál utilidad puede el tener que explicarle mis motivos de escribir cuentos o historias a quien luego me expresa: "Qué bien, ¿cuentos para niños?", porque así me revela que desde pibe jamás volvió a leer por fuera de los cuentos ilustrados con moralejas, y en su mente "escribir relatos es de gente infantil y divertida que quiere alegrarle el día a los pibes". Claro que esa persona desde entonces no volvió a leer, ni siquiera sabe que existen las novelas, por ende, no es un lector. Y dudo que luego lo sea. El ejercicio diario más comprometido de esa persona para con la escritura consiste en repasar los títulos del diario o la sección de deportes. No es un reproche, sería como recriminarle a alguien que no gusta del vino tinto, porque eso no se reclama. Está o no, porque no se trata de sembrar lectores sino primero de localizarlos. Un marqueting que ofrece planes de financiamiento de autos 0 km equivoca el procedimiento si incluye entre los posibles compradores a pibes de 8 a 10 años, pero también a personas con más de 90 años.

El lector de la palabra "apráctica", es decir, la poesía y la narrativa, es una raza dentro de la raza. Y dentro de esa sub-raza se encuentran extraviados los autores. Seducir al lector, invitarlo a la lectura –no siendo nosotros un horno a microondas o un MP4–, es un desafío que excede al procedimiento regular de la escritura, porque el lector no está obligado a leernos, por mucho o vasto que se escriba, no es suficiente, así como un poema o una metáfora establece un universo de comprensión diferente a la posología de un medicamento oncológico: No hay una dolencia que promueva su consumo imperioso. 

Será, entonces, la busca del placer especular por los caminos tortuosos, extravagantes o divertidos de los símiles humanos creados en la mente y descendidos al papel, porque siendo ficticios emulan lo vivo con posibilidades insospechadas. La identificación del lector es la primera meta a alcanzar por el autor, por eso debemos cuidar a cada uno de nuestros lectores convirtiéndonos en él.

CR

Copyright®2015 por Carlos Rigel