Momento tan evitado, llega la edición
de una novela de mi autoría; no es la primera
escrita, sino la quinta planificada, terminada y
sumada a los sargazos novelados que pasan
de un disco rígido al siguiente. Tal la condena
impuesta a mi pluma. Se trata de
un nuevo intento del género metanovela.
Sin fecha definida aún, pero será en el transcurso del verano, saldrá a la venta una edición de unos pocos ejemplares del Tomo I de la novela "Diario del Fin" terminada en 2010 para el certamen Clarín de novela (el que ganó Nielsen merecidamente), y durante el 2015 editaré el Tomo II en igual cantidad. Se trata de la última vez que participé en un concurso literario para retirarme definitivamente de las contiendas abiertas que buscan saber quién es el mejor, cuál es el mejor objeto.
Revisión incansable del texto, estará editándose el primer tomo con los eternos cambios de última hora, como debe ser. Sin embargo, sé que luego de cerrar pliegos para esa edición aún falta la revisión del segundo tomo que, dicho al pasar, ya tiene un plan mental de modificaciones estructurales severas y aún más audaces en el final. Condena recurrente de autores, como nos decía la novelista Silvia Plager en los talleres literarios del Centro Cultural San Martín, en la apertura democrática: "Cuando una novela está terminada, vuelvan a preguntarse qué le falta, en qué falla", emblema perpetuo de la inseguridad del escrito que hasta Borges padeció como narrador.
Acerca de la historia, es de perfil metafísico y explora, tanto en el mundo cotidiano como en el astral, las señales de un cambio inquietante. Es otro intento de abordar un género tan extraño al pensamiento como lo es la metanovela, del cual escribí unas palabras recientemente para el prólogo de La cicatriz universal (2014).
Acerca de la historia, es de perfil metafísico y explora, tanto en el mundo cotidiano como en el astral, las señales de un cambio inquietante. Es otro intento de abordar un género tan extraño al pensamiento como lo es la metanovela, del cual escribí unas palabras recientemente para el prólogo de La cicatriz universal (2014).
Finalmente, recupero los ejes de trabajo de la última década estética, los '80, de cuándo las premisas establecidas para la narrativa contemporánea, especie de busca del grial narrativo, trataba de emular con la escritura el "fluir de la conciencia". Quizá de allí provienen mis frustraciones reiteradas: No alcanza con tener una buena idea, sino que también hay que resolver el tratamiento que le daremos, la dimensión semántica o la calidad espiritual del compromiso asumido al escribirla. No se trata sólo de escribir oraciones como en un artículo periodístico, el destino de la metanovela es lograr una historia tridimensional, como la vida lo es. No todas las personas son tridimensionales, cuando abundan los seres de dos dimensiones, es decir, sin profundidad, pero trasladarlo al escrito es un desafío superlativo; de allí el acumulador de fracasos.
Al respecto, creí haber encontrado una reflexión atinente cuando nuestro narrador y dramaturgo, el literato Abelardo Castillo, dice que "si el Quijote de Cervantes es una novela, entonces el Ulises de Joyce no lo es. Y a la inversa, si el Ulises es una novela, entonces el Quijote no lo es", lo cual nos revela que hay un conflicto empírico de formatos sobreviviente pero no desde el comienzo –ya que durante centurias no hubo dudas–, y cuyos límites no están claros, como podríamos decir que sí lo están para el género del cuento a partir de Poe. Y digo que no obedecen al comienzo ya que el Quijote estuvo vigente durante cuatro siglos como modelo de novela y lo sigue estando. En todo caso, abre un espacio de reflexión y de audacia: Castillo acierta al pensar que el Quijote es una novela clásica –aún mi resistencia racional, se trata de una introducción bien resuelta con el agregado de 5o capítulos y 660 personajes–, pero en ese caso debemos resolver a cuál género pertenece el Ulises de Joyce. Tal vez, y sólo tal vez digo, pertenece a ese ultra-género experimental que es la metanovela. En ese caso sería el primer antecedente narrativo registrado sobre el género como apertura del siglo XX y rumbo al tercer milenio literario.
Es válido pensar que desde entonces es un momento propicio para el aporte de algo nuevo, cuando las bases de la novela fueron establecidas hace más de cuatrocientos años por don Miguel de Cervantes. También recordemos que Joyce, de una manera grandilocuente, se propone terminar con el género de la novela, ponerle la tapa al formato con una obra máxima e insuperable al escribir los dos tomos del Ulises, las veinticuatro horas contadas segundo a segundo en la vida de un hombre al que no le ocurre nada especial, lo que además establece la antípoda del Quijote, a quien le ocurre de todo, pero también confirma que ni siquiera es necesario tener una buena idea –aunque los editores renieguen de esta afirmación–, porque se trata de una dimensión específicamente narrativa que busca emular la vida conciente y el fluir de la conciencia desde la palabra escrita, algo no tan distinto a la busca metafísica del santo grial en el medioevo.
De alguna manera, don James Joyce nos dice que es capaz de sostener el líquido narrativo aunque no ocurra nada interesante que lo justifique. Y así, enfrenta el desafío de narrar y mantener una inquietante expectativa que sólo conduce a la siguiente inquietud. Por eso mismo es que se erige como un símbolo de la palabra escrita e imposible de filmar: le corresponde íntegra al territorio de la literatura. El intento de trasladarla a otro género está condenado definitivamente al fracaso.
Volviendo a Diario del fin, el paginado del primer tomo alcanzará aproximadamente las 300, dividido en 2 capítulos con aproximadamente 100 registros o asientos –no olvidar que es un diario de observaciones de un fenómeno social–, algo similar al segundo tomo. Los detalles de encuadernación por el momento son un misterio, ya que me gustaría una edición de tapa dura con funda, pero es una expresión de deseo más que una posibilidad a mi alcance. El probable texto de contratapa –sujeto a cambios todavía–, dice:
"En una Tierra que ha sido henchida y cuya humanidad yace finalmente multiplicada, el ser parece haber alcanzado la máxima expresión artística, tecnológica y filosófica. Sin embargo, desde la ciudad de Buenas Brisas, uno de los miembros del grupo místico Tau, un vidente atormentado desde la niñez por un don en apariencia inútil, advertirá las primeras señales de un cambio trascendente y a la vez, preocupante. Lo que llega es inminente e irreversible".
CR
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