19 de febrero de 2021

Requien por una obra: la mía.


Me recordaron tantas veces mi fracaso como autor luego de 30 años de escritos y varios títulos editados, que muchas veces me hicieron doler. Es cierto, pero aun desde mi silencio nunca me hicieron dudar. 

Hace pocos días me lo volvieron a recordar con una lista iracunda de fracasos, una cachetada mordaz por los resultados mínimos y hasta despreciables que tengo a mis años. Pero yo, sentado siempre en la última silla, esa que nadie quiere, pienso que tal vez midieron el éxito por la fama y el dinero. Lo siento. 

Y lo entiendo, así se ve, pero no saben lo que es cumplir con el plan de una obra de 300 y de hasta 600 páginas, o quizá más, muchas veces padeciendo las ausencias de lo básico, como de una taza de café o una copa de vino o un cigarrillo para el descanso. Es entregar la vida por nada. Ser un autor en los suburbios de Buenos Aires bien parece un daño en el cigüeñal de universo.

Entonces descubro que fui visto siempre a través de una ventana empañada, y que nunca han estado sentados a mi lado, cebando mates mientras redactaba. Y mucho menos haber atravesado mi corazón para abrirlo y espiar qué hay adentro; descubrir las cosas que amo, o mi mente para saber las que necesito para mantener mi cordura.

Es cierto, una vez llegué a cambiar el último ejemplar que conservaba de una novela mía en un quiosco barrial por dos atados de cigarrillos baratos, recordando a esos locos de una película nacional, quienes cambiaban sus poemas inéditos por choripanes en un puesto de la Costanera. Ese quiosquero tiene una pequeña biblioteca con mis títulos, una que ni siquiera mi propia familia tiene. 

Renuncié a la fama, al éxito, al dinero y hasta el reconocimiento, que seguramente no merezco. Sólo escribo. Escribo novelas y ensayos, si son pagas a veces notas periodísticas que son publicadas, otras, críticas de arte para artistas amigos. 

A veces me preguntan qué escribo, de qué se trata escribir, y cuando busco la palabra menos complicada, digo: "Ensayos, hago periodismo", y aun así no comprenden lo que contiene, entonces me ven como a un vivo criollo, un pícaro y sinvergüenza, estafando gente con mis patrañas.

Escribo y trabajo cuando lo hay. Por fuera de mi labor como creativo publicitario –cada vez menos requerido por mi edad– no tengo otra manera de respirar la vida. Algunos autores piensan que escribo mal, o que podría hacerlo mejor. Aceptado. Aún estoy aprendiendo y no temo reconocerlo. 

Fui condenado por mis propias esposas debido a mis ficciones, negado hasta el divorcio, debí retirar sus nombres y de mis hijas de las dedicatorias porque así lo exigieron. Hasta mi vieja renegaba de que yo me hubiera dedicado a las lecturas y los escritos, me reprochaba no haber sido maestro o profesor de algo. Aceptado.

Hoy de nuevo estoy divorciado y en la lista de faltas siempre estará la constante de mi dedicación a la escritura; a la escritura y sus exiguos resultados. Un golpe bajo que debo recibirlo de lleno sin explicación. Soy una piedra dura dispuesta a chocar contra la montaña hasta romperse.

Nunca dije que era el mejor en lo que elegí, y sería presuntuoso de mi parte que diga “esos libros me eligieron a mí” porque no estoy seguro de la premisa. Es una fantasía: un objeto no elige a un sujeto, y aunque establezca un aforismo poético, es falso. Tal vez la vida sí, pero los libros no. Eso cambia el panorama e introduce otro conflicto filosófico interminable. 

Quizá ni siquiera elegí bien al comienzo, cuando mi vida repartía las cartas, pero es tarde para considerarlo. Me acepto así, como un árbol que creció torcido por los alisos pampeanos de la vida. 

Vivo a las puertas de un cielo que nunca abre la reja y golpeo las manos, pero nadie atiende. La reflexión del guatemalteco Monterroso extrema mis propios tormentos, cuando expresa: “Uno puede escribir mucho y publicar muchos libros para descubrir al fin que no estaba llamado a eso”.

Nada tengo seguro y no soy el primer autor castigado por esa duda inductiva. A fin de cuentas, no soy el mejor protagonista de mi vida... pero soy el único.

Rigel

Copyright®2021 por Carlos Rigel