30 de abril de 2011

El cíclope y los mitos: La muerte de Sábato


Ernesto Sábato
1911 - 2011

Lo sobreviven autores menores, una literatura en ruinas,
cantidad de premios a la mediocridad y muchos políticos.
Ah... y la Feria del Libro, cierto.





24 de abril de 2011

Interminable asesinato de Cristo



Título del post a medias parodiado de Armando Beilin y 
su libro –todavía a la venta, como seguramente merece– 
me refiero a La segunda muerte de Jesucristo, y del polémico 
ensayo El asesinato de Cristo de Wilhem Reich, pero que 
me sirven para ejemplificar lo que pienso del mundo cristiano 
cuando veo una cruz con un Jesús condenado a colgar de 
ella para siempre, siendo yo cristiano.

Recuerdo en 2007 mi solitaria visita en Mar de Ajó a la parroquia Nuestra Señora de Luján, de la calle Jorge Newery al 350, porque tiene un emblema que me agradó y que difiere de otras parroquias o iglesias visitadas: El símbolo crístico que identifica a la institución. No se trata del reconocido hombre muerto colgado de la cruz, sangrante y espinoso, como es habitual en los templos cristianos, sino en otra circunstancia de su vida, me refiero a la del pescador vivo, certero, triunfal y hegemónico que convoca a todos los hombres y mujeres. Cristo de pie con los brazos amplios en una barca cuya proa parece saltar de la pared para alcanzarnos con su mensaje.

Y me recuerda a su vez esas toscas pero eficaces publicidades de talleres de reparación de autos en que cortan un tercio de un auto viejo –casi siempre un pedazo del baúl con rueda trasera incluida– para pegarlo a la pared encima de la persiana del local y a nadie se le ocurre pensar que un auto vino volando y se incrustó en la pared, que aunque alguien lo pensara estaría disculpado, porque un auto es un componente bidimensional ya que fue concebido para las calles y no para volar; de ahí lo fallido del concepto de quitarlo del suelo pero que es curiosidad que atrae al desdichado conductor particular para reparar su auto en ese taller y no en el de al lado, como quien dice: “No quiere chocar, entonces vuele.”

En cambio este hombre asoma, brota de la pared y uno cree ver que atrás queda la Mar Grande, atrás queda la muerte que sigue, el Sanhedrín, los impuestos y esas variedades de la época y de esta también. Y se me viene a la mente Moisés cuando abrió las aguas e imagino –o quiero imaginar– que el líder judío debió tener igual posición y actitud en sus brazos para ordenarle a las aguas que se abran, excepto que en este Jesús, un brazo está en alto como una antorcha al cielo, mientras que el otro yace abierto al orbe humano, como si cielo y tierra se unieran en el mismo momento, en cambio en Moisés debió ser de ambos brazos abiertos. Bien, pero me agrada la idea del creativo, porque esa perspectiva invita a sentirse un pez más del cardumen. No hay red, no hay anzuelo, no hay carnada: Sólo el llamado a emerger.

Y digo que hasta ese día no me sentí jamás reconfortado de entrar en una parroquia o iglesia por fastuosa o costosa que esta pueda ser pero ese día sí, porque quizá di con el lenguaje común de la convocatoria, la identificación necesaria que debe existir entre la institución y el hombre común, pero que no acepto que sea la del martirio ni del asesinato ni de la tortura. Y aunque busqué en esa parroquia otras señales con las que identificarme, no las hallé; eran las mismas estatuillas tan huecas de emoción como llenas de yeso.

Entonces –y a esto quería llegar– cada vez que veo una cruz cristiana, ya sea en una iglesia o el pecho de una persona no dejo de pensar que convocan a Jesús de Nazareth nuevamente al flagelo, lo invitan a vivir de nuevo generosamente el tormento, el tránsito al Calvario. Lo obligan a morir una y otra vez. Como el permanente recuerdo de un fallecido al que citamos de nuevo a reunirse con nuestros recuerdos del sufrimiento, de la terapia intensiva y la quimioterapia y el cáncer y el dolor y la agonía y ese colage de últimas circunstancias que acompañaron a una partida y que, al fin, dan nacimiento a un fantasma hecho de dolor y que vaga entre los reinos con lamentaciones y sufrimiento porque sólo fue convocado para volver a sufrirlo y no para liberarlo de él, como en un acto de magia supremo que hace nacer a un pájaro pero encerrado en una jaula para dejarlo morir de hambre, sed y soledad. Y tras su muerte, volver a traerlo a la vida pero dentro de la misma jaula, condenado a un holocausto que no merece.

Entonces me pregunto cómo diablos hizo el cristianismo para no escuchar, para no ver, para no sentir. De todo lo hecho luego de tres años de tránsito obrando milagros, apenas quedó el Calvario y la figura de una cruz, símbolo y castigo ejemplar romano a su vez heredado de Cartago. ¿Cómo se hace para tener ojos y no saber todavía para qué sirven?

Ahora bien, frente el sufrimiento interminable aceptado por un pueblo sumiso y esclavo, estamos nada menos que nosotros, los ajenos al castigo, los sin entrada en las butacas del Calvario, los creyentes del milagro, los que ya superamos el soborno del cielo y la amenaza del infierno, los que creemos que el secreto no está en su muerte sino en su obra, por ende en su vida; los Torpes Soldados del Sagrado Corazón, quienes sabemos que el Padre Mario fumaba 4 paquetes de cigarrillos diarios y era una luz en el mundo; nosotros quienes no dudamos y quienes no necesitamos pruebas o demostraciones, a quienes los descubrimientos astronómicos o cuánticos no nos cambian, los mismos a quienes las pruebas de Carbono14 no nos dicen nada, y quienes además creemos que es más complejo de lo que parece, porque leímos a Nietzsche y a Freud y a Kant y a Reich, y hasta los comprendimos, pero no cambiamos por ello, y quienes ni siquiera llevamos una cruz con cadenita bajo nuestra camisa porque no la necesitamos. No hay recompensa para nosotros ya que jamás la pedimos.

El mundo cartesiano de la duda y el escepticismo no tiene nada para ofrecernos, pero a quienes se declaran creyentes y se encolumnan detrás de una cruz, sepan que no heredarán la Tierra sino el Vaticano, porque fue hecho para ustedes, y heredarán también el odio al judío y no recibirán la Vida Eterna porque sería un desperdicio del reino, pero además sepan que a diario lo matan.


Copyright®2011 por Carlos Rigel

18 de abril de 2011

Científicos a crochet: Las Aguas de la Fe

A la señora Sandra Gauto

Sobreviene un punto pendiente de la ciencia con el disparate de la medición del carbono 14 realizada sobre fragmentos del Manto Sagrado, ya que las ciencias también han errado los métodos siendo precisos pero improcedentes por inexactos y faltos de sentido común. Sólo prueban que hubo efectivamente un incendio en 1350 durante el cual la reliquia sufrió daños y fue sometida a remiendos con distinto hilo, diferente tejido y hasta con la presencia de anilinas y restos de goma de fijación en los remiendos. Exactamente esos fragmentos fueron a datar. Son los científicos del punto a crochet.

La imagen en negativo fue contemplada por primera vez hace algo más de un siglo, en mayo de 1898, en el reverso de la placa del fotógrafo amateur Secondo Pia, quien estaba autorizado para fotografiarla mientras se exhibía en la Catedral de Turín.


En 1978 se llevó a cabo un estudio detallado liderado por un grupo de científicos estadounidenses llamado
STURP. No encontraron pruebas fiables para afirmar que se trataba de una falsificación, y consideraron que la aparición de la imagen seguía siendo un misterio.
En 1988 se efectuó la controvertida prueba de datación por radiocarbono sobre pequeños fragmentos recortados del sudario cuya investigación recayó sobre el Dr. Raymond Rogers, líder experto en química del equipo STURP y socio entonces del Laboratorio Científico de los Álamos. Los laboratorios de la Universidad de Oxford y la Universidad de Arizona determinaron finalmente que el Manto Sagrado databa de la Edad Media, entre 1260 y 1390 con una fiabilidad del 95%, cuyos resultados fueron publicados por desgracia en la revista científica Nature (la misma revista que el Dr. Mario Bunge tiene como emblema científico indiscutible). Dicha datación correspondería cronológi- camente con la primera aparición pública e histórica documentada del Manto, lo que fortalecía la teoría de que la pieza fue creada en los años inmediatamente anteriores a su primera exhibición en 1357.
Rápidamente se descalificó el origen bíblico de la sábana para desviar la mirada inquisitiva hacia Da Vinci, ya que coincidía con las épocas contemporáneas al artista. Esto devino en una flamante teoría conspirativa cuyo mentor era nada menos que el juguetón Da Vinci y a sus pruebas con supuestas sedas fotosensibles. Esto inspiró la idea de que la imagen del Manto no era de Cristo, sino del fotógrafo: el propio Leonardo.

Más tarde es elaborada una red compleja de
explicaciones ilusorias y especulativas –cuando no disparatadas– atribuyendo propiedades ocultas en las obras del artista: Ya no se trataba de bellas obras de arte, sino de mensajes cifrados con destino a la humanidad futura. Tampoco se trataba de erráticos y caóticos bocetos inconclusos en la busca y elaboración de una perspectiva adecuada –algo habitual en los artistas que diseñan o proyectan, y que es producto de la famosa página en blanco– sino de códigos ultrasecretos de cofradías esotéricas a las que pertenecía el mismo Leonardo, sectas creadas especialmente o resucitadas de períodos oscurantistas para sustentar la hipótesis a través de conexiones sospechosas aunque pintorescas. De pronto en La última cena aparecía María Magdalena al lado de Cristo, aunque eso no explica por qué desaparece misteriosamente el apóstol Juan de la misma obra.
En cuanto a la imagen del manto, el colmo de las hipótesis de técnicas de trabajo artístico a cargo de Leonardo llega al extremo cuando en el año 2000, la escritora Vittoria Haziel precisa que la sábana estaba realizada utilizando un pirograbador (un hierro al rojo vivo), con lo que quemaba superficialmente la tela mientras dibujaba la figura. Con este método resultaba en baja cotización la hipótesis de técnicas fotográficas. Es decir, Leonardo ya no era un químico experimental sino un empleado calificado de taller de manualidades. Poco faltaba para reducir la hipótesis de técnicas usadas al método de la carbonilla o el soplado de tinta china. Ciencia, técnica y ficción unidas para siempre, podríamos precisar.

El punto culminante de esta corriente chapucera inciada por los
científicos del tejido ligero, decía, la cereza del postre, resulta plasmado por Dan Brown en esa ficción titulada El código Da Vinci como para asignarle al equívoco un pasado espectral y remoto. No había más que agregar, excepto resistir la medición del carbono 14 para sustentar una pirámide invertida y en equilibrio seguro, teniendo como responsable de la patraña al propio Leonardo Da Vinci que ahora, inextricablemente, era más grande de lo que en verdad fue.
La maquinaria perfecta de las ciencias había cerrado el tema atrincherada en la datación, hasta que un matrimonio de granjeros estadounidenses revieron minuciosamente las fotos ampliadas del Manto Sagrado por Internet. El detalle era observable, sutil, pero evidente: No coincidía el tejido en los bordes de la tela con el tramado interior. Y las muestras extraídas eran precisamente de los bordes. El propio Dr. Ray Rogers se negó en 2005 a recibir las evidencias aportadas por dos personas comunes inspiradas en observaciones de sentido común. ¿Cómo se atrevían a dudar de su autoridad científica y del carbono 14?
Sabiamente aconsejado aceptó rever el caso y finalmente refutó la prueba de datación, admitiendo que las muestras cortadas en 1988 habrían sido tomadas de un área del lienzo que habría sido retejida durante la Edad Media, precisamente hacia 1350. En dichas áreas de la tela se habría mezclado el algodón medieval con el lino antiguo, comprometiendo de esta manera la medición. En otras palabras, sólo era necesario verificar el punto del tejido para saber que había algo irregular en la tela, ya que no había algodón en la Jerusalén de esos años. Al fin, ¡era un detalle simplemente visual!
Claro que ahora es tarde, pues el Vaticano se niega a mancillar la reliquia con nuevos cortes para la datación. Y aunque aceptara, el Manto ha sido sometido a una atmósfera ascética y sellado de manera tal que impide el proceso de cristalización y degradado del tejido, allanando de manera colateral el camino a nuevas lecturas por radiocarbono. Por lo tanto sólo es posible analizar las cenizas de las muestras extraídas en 1988, pero… ¿para qué? ¿Qué le puede aportar al creyente? Nos queda una pregunta inquietante: ¿qué habría ocurrido si el prestigioso Dr. Ray Rogers hubiera sabido tejer?
Pero no es el único papelón científico. También hay que sumar a otro profeta de la alquimia, el físico y matemático Dr. Steven Hawking, quien saca conejos de la galera en cantidades abrumadoras para sorpresa del espectador, ya jamás somete a prueba sus conclusiones, como aquella del destino final del universo en los brazos de un agujero negro que fagocitará tanto la materia específica como los recuerdos de la misma, hipótesis refutada después por Susskind, entonces Hawking, como salido de la vaina, rectifica y aclara que los recuerdos de la materia están seguros en otros universos –naturalmente sacados de la ilimitada galera que emplea en sus trucos– aunque dicha información desaparezca de este universo a cargo del siniestro agujero negro. Y transcurridos 10 años, aún no ha presentado una sola ecuación válida o inválida, certera o falsa para someterla a sus colegas.
También hay que enumerar una larga lista de presencias mitológicas al mejor estilo del basilisco medieval y otras menudas variedades del pensamiento místico-científico, que por estar creadas en el marco de la ciencia no son menos fantásticas.

Por ejemplo el
neutrino, algo así como el fantasma del electrón, con propiedades fantásticas de una ausencia reiterada por la falta de instrumentos adecuados para verificar su existencia, tales que merecerían un capítulo aparte. O del calor –que aún no tiene una explicación satisfactoria y concluyente para la física–, o del gravitón, –que vendría a ser una especie de larva astral de la gravedad ya que no se sabe si es partícula u onda o qué–, o también del Gran Atractor de la Astrofísica, especie de dragón en los márgenes del universo material –que curiosamente recuerda a los monstruos fabulosos que poblaban el fin del mundo conocido en épocas precolombinas– inventado especialmente para explorar una recesión de las galaxias observada pero inexplicable todavía.


Asunto, a su vez, que por ósmosis conlleva a recordar el derrumbe por accidente de una conclusión acerca de la
finitud del universo cuando a un físico joven, Samuel Perelmuter, hace pocos años, se le ocurre verificar a qué ritmo se reduce la velocidad de alejamiento de la materia, es decir, estimar la desaceleración en la velocidad de recesión de las galaxias hacia la esperada regresión y reunión final de la materia en el cíclico Huevo Original, y resulta ser que así, para disgusto de los astrónomos, verifica exactamente lo opuesto, es decir que la velocidad aumenta a cada instante, de manera que el universo es ahora infinito –total que el misticismo cristiano bien podría decir: ¿De qué se asombran, no les dijimos que así era?–, lo que a su vez recupera una teoría en desuso acerca de la creación de la materia como relleno del espacio hueco resultante de la expansión universal –aumentando el empuje en vez de limitarlo– por la que Einstein precisamente fue burlado hasta avergonzarlo, ya que la teoría fue de su autoría.
Pero ahora resulta que debemos aceptar a los profetas del cientificismo absolutista como si fueran nuevos semidioses cuando observamos que incluso las ciencias también tienen un lado mágico y chapucero habitado por fantasmas, torpezas, errores, ánimas y monstruos creados por nuestras persistentes e ilustradas fantasías. Luego del montaje de la compleja maquinaria epistemológica no se ha realizado un solo descubrimiento que valga la pena recordar a excepción de los promovidos por accidentes, ausencias u omisiones. En efecto, los descubrimientos son alteraciones que violan la naturaleza de lo observado. Los razonamientos, como dice Popper del inductivismo, son a posteriori y no el punto de partida.
Pero si nuestro Dr. Mario Bunge, epistemólogo de raza –especie de nazi de los métodos científicos– descalifica de manera peyorativa, implícita o explícita, las creencias –nuestras creencias– cuando las tilda de chapuceras por hallarse más allá de las ciencias deductivas o inductivas y, por su parte, las ciencias tropiezan y caen por la ausencia de sentido común, o adeudan a la creación de mitos justificados o aleatorios, no nos queda nada en el mundo de las certezas indiscutibles para aferrarnos firmemente que no sea o a nuestras creencias o a los mitos poco atractivos inventados por nuestros científicos.

Ambas requieren igualmente un alto componente de Fe. ¿Cuánto dice que ocupan los recuerdos en nuestro cerebro? ¿Cómo dice que se verifica la intensidad del duelo de perder a un ser querido? ¿Cuánto dicen que pesan nuestros sueños y ambiciones? Y además, ¿por qué los perros que poseen el gen del habla no recitan poesía?
O no existen estos entes o no nos alcanzan las ciencias para justificar sus existencias o inexistencias. Tanto axiomas como premisas no aportan nada nuevo al mundo y frente a modelos fijos de estrategias predictivas, lo mejor es repensar las leyes aceptadas desde lo básico con espíritu osado y permanecer atento a los descuidos; incluso a los caprichos de la casualidad de romper una ley y ver qué pasa. Se admite que las Ciencias están en pañales, pero hay que cambiarlos cuando apestan.
Del cosmos observado a diario apenas comprendemos el uno por ciento de la totalidad material. El resto debemos intuirlo, sospecharlo y dilucidarlo porque no lo vemos. Lo inmaterial es metafísica pura. Y así como todavía no se encuentra una explicación al calor, luego de bibliotecas completas de textos que exploran el tema, tampoco encontramos explicación para el Alma humana, también con bibliotecas completas, solo que más grandes que las anteriores. Por ende somos libres de creer y depositar nuestra Fe donde queramos. Y allí, territorio menos lógico que sentimental, volvemos a estar definitivamente solos.


Capítulo del libro
La hipotenusa perniciosa
2012

Copyright®2012 por Carlos Rigel

6 de abril de 2011

Desilusión en carne ajena



No todos están obligados a tener un vida 
interesante ni aventurera.
También hay que inflar globos en las fiestas, aplastar sillas,
hacer compras en la despensa, gastar las veredas y 
hasta mirar el noticiero todos los días. 
No es necesario ser escritor... ¡si ya hay muchos!


TRAS rogarle que abandonara la escritura para siempre y antes de que lastimara a un ser querido —e incluso a sí misma—, la vi descomponerse en indeciso llanto. Buscaba acaso que yo dudara de mi afirmación. No lo hice. Pero como le corresponde a todo caballero compasivo contuve sus lágrimas, acariciando sus manos con ternura. La carpeta esperaba inservible en la mesa.
Me miró semioculta tras el flequillo.
—Pero... ¿ninguna cualidad? —preguntó.
Mi pétrea quietud y la mirada láser le fueron suficiente respuesta para entregarse al desconsuelo final. Pero en el intento de contener su bien merecido duelo, agregué que no debía preocuparse porque tampoco tenía cualidades para astronauta, ni para asaltante de bancos, tampoco tenía fibra para cirujano, ni para chofer de naves espaciales, ni mecánico de motores diesel, y que nunca sería reina de Inglaterra, ni modelo publicitario, ni premio Nobel de Física, y que no debía perder el sueño por eso, ya que con atender un comercio de ropa era suficiente para sentirse ocupada el resto de su vida hasta que un día el guarda le picara el boleto. Y en el intento de contenerla, buscando igualarme con ella al listar mi propio catálogo de imposibilidades, agregué con energía:
—¡Yo mismo no podría cazar reptiles! 
No sé si se sintió contenida porque no la vi más".


de La piedra de Babel, 
2010
Copyright®2011 por Carlos Rigel

2 de abril de 2011

García Márquez: Las Malvinas, un año después

Agradecimiento a C. Malattia
Una generación de pibes fueron y enfrentaron a un ejército de profesionales y mercenarios. Pelearon como leones. Tildar de "chapucería" esa gesta de honor y valentía nos degrada como Nación, pero lo dice un premio Nobel. Nuestra vergüenza por la sangre derramada es el verdadero triunfo de los ingleses. Qué diferente hubiera sido todo, absolutamente todo, si aquel 2 de abril la Plaza de Mayo no hubiera estado habitada de fervor, cánticos y risas. ¿Cuando mierda aprenderemos que donde hay risas siempre quedan lágrimas?

"Un soldado argentino que regresaba de las Islas Malvinas al término de la guerra llamó a su madre por teléfono desde el Regimiento I de Palermo en Buenos Aires y le pidió autorización para llevar a casa a un compañero mutilado cuya familia vivía en otro lugar. Se trataba —según dijo— de un recluta de 19 años que había perdido una pierna y un brazo en la guerra, y que además estaba ciego. La madre, feliz del retorno de su hijo con vida, contestó horrorizada que no sería capaz de soportar la visión del mutilado, y se negó a aceptarlo en su casa. Entonces el hijo cortó la comunicación y se pegó un tiro: el supuesto compañero era él mismo, que se había valido de aquella patraña para averiguar cuál sería el estado de ánimo de su madre al verlo llegar despedazado.
Esta es apenas una más de la muchas historias terribles que durante estos últimos doce meses han circulado como rumores en la Argentina, que no han sido publicadas en la prensa porque la censura militar lo ha impedido, y que andan por el mundo entero en cartas privadas recibidas por los exiliados. Hace algún tiempo conocí en México una de esas cartas, y no había tenido corazón para reproducir algunas de sus informaciones terroríficas. Sin embargo, revistas inglesas y norteamericanas celebraron este dos de abril el primer aniversario de la aplastante victoria británica, y me parece injusto que en la misma ocasión no se oiga una voz indignada de la América Latina que muestre algunos de los aspectos inhumanos e irritantes del otro lado de la medalla: la derrota argentina. La historia del joven inválido que se suicidó ante la idea de ser repudiado por su madre, es apenas un episodio del drama oculto de aquella guerra absurda.
Ahora se sabe que numerosos reclutas de 19 años que fueron enviados contra su voluntad y sin entrenamiento a enfrentarse con los profesionales ingleses en las Malvinas, llevaban zapatos de tenis y muy escasa protección contra el frío, que en algunos momentos era de 30 grados bajo cero. A muchos tuvieron que arrancarles la piel gangrenada junto con los zapatos y 92 tuvieron que ser castrados por congelamiento de los testículos, después de que fueron obligados a permanecer sentados en las trincheras. Sólo en el sitio de Santa Lucía, 500 muchachos se quedaron ciegos por falta de anteojos protectores contra el deslumbramiento de la nieve.
Con motivo de la visita del Papa a la Argentina, los ingleses devolvieron mil prisioneros. Cincuenta de ellos tuvieron que ser operados de las desgarraduras anales que les causaron las violaciones de los ingleses que los capturaron en la localidad de Darwin. La totalidad debió ser internada en hospitales especiales de rehabilitación, para que sus padres no se enteraran del estado en que llegaron: su peso promedio era de 40 ó 50 kilos, muchos padecían de anemia, otros tenían brazos y piernas cuyo único remedio era la amputación, y un grupo se quedó interno con trastornos psíquicos graves.
“Los chicos eran drogados por los oficiales antes de mandarlos al combate”, dice una de las cartas de un testigo. “Los drogaban primero a través del chocolate, y luego con inyecciones, para que no sintieran hambre y se mantuvieran lo más despiertos posible”. Con todo, el frío a que fueron sometidos era tan intenso que muchos murieron dormidos. Tal vez fueron los más afortunados porque otros murieron de hambre tratando de extraer la pasta de carne que se petrificaba dentro de las latas. En este sentido, mucho es lo que se sabe sobre la barbarie de la logística alimenticia que los militares argentinos practicaron en las Malvinas. Las prioridades estaban invertidas: los soldados de primera línea apenas si alcanzaban a recibir unas sardinas cristalizadas por el hielo, los de la línea media recibían una ración mejor, y en cambio los de la retaguardia tenían a veces la posibilidad de comer caliente.
Frente a condiciones tan deplorables e inhumanas, el enemigo inglés disponía de toda clase de recursos modernos para la guerra en el círculo polar. Mientras las armas de los argentinos se estropeaban por el frío, los ingleses llevaban un fusil tan sofisticado que podía alcanzar un blanco móvil a 200 metros de distancia, y disponían de una mira infrarroja de la más alta precisión. Tenían además trajes térmicos y algunos usaban chalecos antibalas que debieron ocasionarles trastornos mentales a los pobres reclutas argentinos, pues los veían caer fulminados por el impacto de una ráfaga de metralla, y poco después los veían levantarse sanos y salvos y listos para proseguir el combate. Las tropas inglesas estaban una semana en el frente y luego una semana a bordo del “Canberra”, donde se les concedía un descanso verdadero con toda clase de diversiones urbanas en uno de los parajes más remotos y desolados de la Tierra.
Sin embargo, en medio de tanto despliegue técnico, el recuerdo más terrible que conservan los sobrevivientes argentinos es el salvajismo del batallón de “gurkhas”, los legendarios y feroces decapitadores nepaleses que precedieron las tropas inglesas en la batalla de Puerto Argentino. “Avanzaban gritando y degollando”, ha escrito un testigo de aquella carnicería despiadada. “La velocidad con que decapitaban a nuestros pobres chicos con sus cimitarras de asesinos era de uno cada siete segundos. Por una rara costumbre, la cabeza cortada la sostenían por los pelos y le cortaban las orejas”. Los “gurkhas” afrontaban al enemigo con una determinación tan ciega que de 700 que desembarcaron sólo sobrevivieron setenta. “Estas bestias estaban tan cebadas que una vez terminada la batalla de Puerto Argentino, siguieron matando a los propios ingleses hasta que éstos tuvieron que esposar a los últimos para someterlos”.
Hace un año, como la inmensa mayoría de los latinoamericanos, expresé mi solidaridad con Argentina en sus propósitos de recuperación de las Islas Malvinas, pero fui muy explícito en el sentido de que esa solidaridad no podía entenderse como un olvido de la barbarie de sus gobernantes. Muchos argentinos e inclusive algunos amigos personales, no entendieron bien esta distinción. Confío, sin embargo, en que el recuerdo de los hechos inconcebibles de aquella guerra chapucera nos ayude a entendernos mejor. Por eso me ha parecido que no era superfluo evocarlos en este aniversario sin gloria. Como nunca me parecerá superfluo preguntar otra vez y mil veces más —junto a las madres de la Plaza de Mayo— dónde están los ocho mil, los diez mil, los quince mil desaparecidos de la década anterior".

Gabriel García Márquez




Primera Tutoría de Sociología



Tal cual mis sospechas, es un lugar donde la muchacha que habla cree saber lo que dice, mientras los pibes hacen como que entienden algo del embrollo, sumado a los que agregan un poco más de confusión con sus aportes personales de una controlada desesperación al no entender nada.
La próxima vez llevaré bolsas de papel para inflar y explotar durante la jornada.



1 de abril de 2011

Los gritos del agua

David Viñas
1927 - 2011

Desaparecido con honores en el Río Amargo de la Plata.