21 de diciembre de 2013

La máquina de premios


Una vez escribí, casi con ingenuidad, que "una editorial 
no es una extensión filantrópica del arte".
Pero veamos los números, quizás es peor de 
lo que parece. 


El taxi vuela por Avda. Santa Fe con Gustavo Nielsen y yo abordo, expectantes del tráfico demencial de las cuatro de la tarde, el auto pica, frena, volantea y acelera. Gustavo llega tarde a un café con un amigo o un empresario, no recuerdo. Y a la ligera, me cuenta los pormenores de la expulsión del patrimonio editorial de Juan Forn (ese otro gigante de la narrativa nacional) desde que denunciara un certamen literario fraudulento del que había sido listado como jurado de preselección. Y hasta Gustavo me impone "Ya sé, vos dirás, ¿y qué tiene que ver todo esto con la literatura?... Nada". Casi divertido, agrega. "No tenemos nada que ver con todo eso... Somos trabajadores de la escritura".

Pero analicemos el contenido de estas patrañas y sus orígenes que llevaron a un juicio poco difundido por Clarín. Para eso, es necesario primero conocer el funcionamiento regular del aparato editorial que promueve esas estafas. Planeta, por ejemplo, edita entre quince y hasta veinte títulos por mes. De cada uno fabrica cinco mil ejemplares a un costo de imprenta de unos 12 pesos cada pieza, sumando en total, digamos, de unos 60 mil pesos por cada obra en cantidad, que luego de multiplicarlo por 15 títulos arroja un volumen total de 900 mil pesos por mes. No es difícil concluir que la operación engloba un volumen total de casi 11 millones de pesos anuales de costo a un promedio de ciento ochenta novedades editoriales al año. Esto explica el ingreso al mercado de unos 75 mil ejemplares al mes de autores diversos a través de las bocas de comercio, las librerías –aproximadamente unos novecientos mil ejemplares al año– que a un promedio de venta al consumidor de cien pesos por ejemplar representan un valor, digamos, de noventa millones de pesos en el mercado nacional al año y que pueden ascender a un techo de ciento veinte millones de pesos. Pero, claro, no todas son ventas. Se trata de una operación de riesgo cuyas ventas totales pueden ascender al 30 o 40 por ciento. El resto sale de oferta para recuperar los costos de producción. La pregunta es, en cuánto participan los autores en ese volumen de dinero, y la respuesta es la siguiente: Si el autor es de prestigio, con capacidad de negociar, imponer los derechos de autor, entre un 10 y un 15 por ciento del texto que lo involucra. Pero si no tiene ese reconocimiento, esa fama, esa autoridad, entonces no participa en nada. 

La distribución la conocemos, es propia del sello y con un fuerte aparato publicitario inspirado y promovido por el márquetin. De allí la oferta al comerciante, el librero: Planeta le permite márgenes de ganancia por ejemplar vendido de hasta el 60 por ciento, muy por encima de los márgenes de ganancia de otros sellos editores, lo que motiva al comerciante a ceder el mejor puesto de su vidriera a las novedades editoriales del sello en cuestión. Opera allí la conveniencia. Por ese motivo, también, el sello reclama la delantera de la vidriera y los mejores puestos para su nómina de objetos. En gran medida, se trata de autores desconocidos, en muchos casos proyectos de autores españoles, y aventura como sello editor un recupero del costo, probablemente con márgenes ajustados de ganancia, pero sin pérdidas jamás en el volumen anual de invadir el mercado con 900 mil ejemplares anuales. 

Claro es, esos autores involucrados nunca se atreverán a reclamar los derechos de autor que, en todo este juego de fenicios, esta feria de cambistas en las escaleras del Sanhedrín hebreo, han quedado sepultados por los números y la logística. La oportunidad, el sueño, de proyectarse al mercado con un best-seller amerita sacrificar ilusiones y derechos, cobros concretamente. No cuentan y, por lo general, no cobran. Es el juego editorial y en el paradigma comercial de astucias, ofertas, volúmenes y contrastucias, no alteran al producto, no son parte en la ecuación macro, porque "si no son ellos, serán otros" los autores beneficiados con la apuesta. Autores sobran. Se trata de jugar el sueño, pero nadie les aclaró a los narradores que no se trata del sueño de ellos, la ilusión de trascender, sino de cerrar el balance anual del sello editor construido a partir de sus ilusiones. No importan los autores, sino sus sueños. El sello editor lo sabe y cuenta con ello. 

Es conocido que, por defecto, el editor le aplica a todo autor el criterio comercial corriente "si tenes tres mil lectores, te editamos" que es cuando el narrador se pregunta "Pero, si no edito, ¿cómo diablos voy a construir un público lector?". De nuevo el huevo o la gallina. Para construir un público de lectores, el narrador primero debe erguirse como escritor y eso conlleva años de trabajo y de manera paralela ocuparse de la edificación de ese público seguidor. Es algo así como acertar a las tres cifras en la quiniela, pero no hay otra vía. Del intento de evasión, de la busca de caminos alternativos, surgen las porquerías y los operativos fraudulentos. Y para ser honestos, cuentan con la avaricia del autor mediocre, porque si no lo fuera, no aceptaría la propuesta. 

Luego de tres meses el sello recupera el material excedente no vendido por el comercio, y lo introducen de oferta en las ferias de la Avenida Corrientes con un recupero bajo, digamos, 4 pesos el ejemplar, o incluso menos, negociado todo este volumen por "kilos" o "toneladas" de cosas. Veremos entonces a los operarios de distribución tirar por el aire los bultos en el pasamanos del camión a la vereda, como si fueran ladrillos, que hasta a veces ruedan por el suelo o caen heridos de muerte, machucados, insalvables. 

Pero cuando el editor acierta con un título, cuando un autor se destaca, producen cien mil ejemplares. Y reeditan, quizás, hasta sesenta mil más. Entonces recuperan millones. La política editorial implementada en los '90, y aún vigente, nació de invertir el proceso y con la rueda dada vuelta asegurarse un destacado anual, un best-seller, y cubrir el amplio espectro de éxitos editoriales que soporten la experimentación de noveles sin poner en riesgo, como empresa, ni un centavo de sus bolsillos.

El famoso y desprestigiado "Premio Planeta de novela", precisamente, nació de subvertir las cuentas y la logística, y de asegurarse un ganador antes del concurso. El procedimiento era así: En una mesa de una oficina a puertas cerradas convocaban al autor, que podía ser conocido o en vías de crecimiento, y le ofrecían un contrato: "No cobras ni un centavo del premio (eso es para los giles), pero disponés de todo el aparato comercial del sello en la apuesta a tu éxito. Para el mercado, serás un ganador". Lo que el autor en cuestión debía evaluar era la conveniencia de ese aparato en la oferta de fama rápida para empujar la promoción personal, aun resignando la cuantía del premio. Era la pantalla necesaria para cerrar el negocio y promover el éxito del balance anual del sello con márgenes favorables y, además, los beneficios secundarios para el autor de un prestigio artificial forzado por la publicidad, no necesariamente por el mérito literario. 

El apéndice de la estafa dice, además, que debe asegurarse la continuidad del negocio: Escritores en vías de desarrollo son observados a través del material que presentan, pero no cómo posibles partícipes a incluir en la nómina de autores exitosos, sino como contribuyentes al reflujo permanente de ideas novedosas a tener en cuenta para el plagio. Ya diremos el por qué de este detalle menor.

En el caso de los autores seniors de proyección urbana o nacional, se conmutaban los derechos de autor anticipados por el supuesto "pago del premio", un eufemismo, bajo el formato de anticipos de dinero por contrato, promoción favorable que sólo pudo beneficiar a aquellos que se habían ocupado previamente de construir un público lector. El concurso jamás existió. Lo que más tarde revela el juicio de Nielsen contra Piglia y Planeta, es que había pagos previos al autor de Plata quemada que luego sería conocido como el "ganador del certamen", incluso antes de la convocatoria pública a participar. En efecto, antes del concurso, Piglia y su obra, eran "los güiner". Así como lo fueron otros autores ganadores del premio. Basta consultar la nómina anual desde sus comienzos para descubrirlos. Todos ellos tranzaron.

La falta de difusión que tuvo el fallo de este juicio de parte de Clarín hacia la conmoción, deja en claro que el periódico optó entre la conveniencia de, o avanzar con el desprestigio de uno de sus anunciantes privilegiados —el Grupo Planetao de investigar el reclamo justo de un autor particular. Entre David y Goliath, prefirieron apostar al gigante corrupto, aún viéndolo caer. Negocios son negocios y frente a los dígitos, poco o nada importa la verdad. Es el mismo diario que paga artículos de colaboradores marginados para cambiarle la autoría por el de uno de los miembros de su elenco estable de pediodistas, cuyos prestigios, aún prestados, prevalecen por sobre la honestidad. A fin de cuentas, Planeta, el Grupo Clarín y Alfaguara santificaron la porquería, y lo siguen haciendo a diario, de allí el operativo del diario de «Aquí nada ha pasado».

Ese es el trato que aún se les dispensa a los autores concursantes, son giles, giles ilusos, porque, inocentes, piensan que detrás de la convocatoria y el aparato, hay un concurso verdadero con jurados de preselección y una mesa de votación por el mejor texto. Esa es la ilusión. Lo doloroso es saber que detrás de este festival de promiscuidad comercial están los autores universales, reconocidos y prestigiosos, probablemente de la nómina del mismo sello, que aceptaban por unos pesos involucrar sus nombres en la entrega de un galardón fraudulento. Por eso mismo quedaron afectados autores famosos como miembros de jurados en diversos certámenes salpicados por la porquería. Entre ellos, Tomás Eloy Martínez y otros. El premio jamás existió. El material recibido de los concursantes entró en la industria papelera de reciclado de pulpa sin haber sido tocado, excepto en el caso de los "recomendados", lo que abre otro capítulo para analizar.

Pero en cuanto al autor involucrado en el operativo comercial, la estafa social, diría, resta un detalle ominoso: El contrato que, para el caso, no sólo trata de la sesión de derechos de la obra por 10 y hasta 15 años, sino el compromiso de presentar un título nuevo cada 6 meses, sopena de escarmiento al autor por incumplir con sus deberes. Así se promueve la otra parte de la estafa, cuando autores mediocres deben incluirse en el operativo del robo de material ajeno, aportado a veces por el mismo sello, bajo la forma de carpetas, material anillado, CDs., extraídos de los mismos certámenes. Toman la obra de un autor desconocido, un 'gil' del concurso, y se inspiran en ella, la cambian, la adecuan, como propia y hasta la registran. A veces los "autores" ni siquiera saben del contenido del volumen, como el caso de Jorge Bucai, porque el texto nació de un ghostwriter, un autor secreto y fantasma que es quien escribe el texto. Y así cumplen con el contrato. Y ¿de dónde sale ese material cuasi-anónimo reinventado? Es simple, de los "recomendados" en los certámenes. 

El noventa y cinco por ciento del material presentado a concurso es basura y no justifica evaluarlo, es cierto, pero el cinco por ciento restante participará del reflujo de títulos que aparecerá en el mercado como novedades originales plagiados de los autores sujetos a contrato con el material concursado por autores desconocidos. Así se sustenta la fama ofertada por los sellos editores. Si dichos autores no disponen de ideas para mantener el flujo constante de títulos reclamado por el mercado y regulado por el contrato con el sello editor, digamos, la sociedad misma, los cientos de concursantes, se las aportarán con la contribución voluntaria anual de anónimos ilusos, material en poder del mismo sello. Como se observa, es un negocio redondo. Nada se pierde y todo se transforma.

Luego, para desencanto de los autores marginales, veremos temas y textos editados sospechosamente similares al material presentado en certámenes de convocatoria abierta. Recordemos que para ganar un juicio por plagio, la normativa jurídica dice que el material debe tener un cincuenta por ciento de similitud. En otras palabras, para un autor acuciado por el vencimiento del plazo acordado en el contrato, quien recibe o cuenta en su poder de un CD de un gil concursante, representa un mes de trabajo. Un mes para plagiar a un autor desconocido, un iluso concursante que acaso presentó su mejor idea, su mejor escrito, con todas las ilusiones. Y si hay reclamos, se va a juicio. También recordemos que, para el caso de un juicio por plagio, no cuenta la palabra de un autor reconocido contra la palabra de un autor desconocido, sino los porcentajes de copia. Ellos hablan. Pero, un detalle mínimo, así destruyen el prestigio, la ética, del escritor involucrado en el robo.

Cómo políticos de nuestro congreso o secretarías o ministerios, ningún autor favorecido por este sistema perfecto de engaño apuntará su dedo acusador contra los organizadores y promotores de la estafa, precisamente, por temor de que el dedo editorial los apunte a ellos, además de ser expulsado de la nómina, como le ocurrió a Juan Forn –y al propio Nielsen– al no prestarse al juego de engaños y triquiñuelas de un premio literario falso de nacimiento, al cual Forn debía preseleccionar. 

Lo que dijo nuestro autor en aquella oportunidad, por vergüenza ajena y antes del fallo del jurado, fue que "si el premio lo gana Fulano, es fraudulento", noticia pública que originó la corrida editorial para reunir un jurado de preselección de urgencia y sentarse a evaluar el material presentado por cientos de concursantes para buscar a otro ganador, diferente del anunciado, pero sólo para evadir la difamación comercial, no porque fueran éticos ni les interesara saber cuál era la mejor obra o quién el mejor novelista, porque el supuesto premio es el soporte publicitario que emplea el editor con un libro en programa de edición, y lo hace para asegurarse las ventas al momento de la distribución. Lo mismo hizo TeLeFe hace años con la promoción de Bandana: Generar un concurso que las diera como ganadoras para luego decir "Estas son las mejores".

Al 'Premio Planeta de novela' le sobrevino el desprestigio total, pero no se trata de sospechas -no hay que concederles ese beneficio- sino de evidencias. Uno de los últimos manotazos de ahogado del sello editor y sus secuaces fue premiar (otro eufemismo) a Martín Caparrós, requisito previo para delegarle el manejo del concurso con sus conocidos operativos mediáticos de Montoneros S.A. El procedimiento en la oportunidad para "elegir al mejor" ya lo conocemos. Pero el nombre de la convocatoria es hoy mala palabra, tanto que más tarde inauguran el desparecido premio de novela 'Planeta y Casa de las Américas' con un resultado previsible, porque no cambiaron la concepción de los negocios, y eso no se arregla con más premios. Cien mil pesos de pago por el premio al año, de noventa millones de ganancias, son migajas; el doble también. Pero no se trata de dinero, es la naturaleza basura del negocio donde el peón que estiba bultos cobra mejor que el autor. 

No son canastos de pan tibio en el ascenso de la mañana, porque no hablamos de libros en el sentido afectivo, sino de objetos de interés social y previsibles de ser controlados comercialmente, como celulares o zapatillas o papas, y como tales son tratados. Los autores son un nombre en la cubierta. La maquina funciona perfecta a menos que alguien descubra la porquería, y Nielsen la descubrió. Ese fue El fin de la historia de Fukuyama, la irrupción de los grupos españoles de compra por Argentina en los '90, cuando rifábamos empresas y medios, la globalización de los mercados, verso trágico iniciado por el menemismo y continuada por el actual gobierno, porque también se nutre de ese mismo sistema perverso: Se le fueron abiertas las puertas a capitales que no eran más que mesas de dinero con directorios, vocales, síndicos y presentaciones ante la oficina de Inspección General de Justicia. 

Los autores pueden ser ingeniosos o imbéciles, no importan en la ecuación. Recordando la conversación con Gustavo en el taxi por Avda. Santa Fe, la pregunta que resta es ¿dónde quedó la narrativa? ¿Dónde quedó el tema, el estilo, el nuevo Balzac, dónde el Sartre de este tiempo? 

No hay apuesta a futuro para con los autores noveles ni riesgo alguno para la editorial. El mismo Edgardo Lois, autor del Grupo Boedo, decía al respecto: "Si tranzás con todo eso, no podés ser un buen tipo". La literatura no reside allí y hay que recordarle a los autores jóvenes que están solos. Para quienes miran de lejos, el mantenerse al margen de la fuerza centrípeta de esta máquina destructora de autores sigue siendo la alternativa, y también el construir y cuidar su propia nómina de lectores; y de ser posible, incrementarla. Pero frente al paradigma de un capitalismo caníbal que no advierte el arte sino los dígitos resultantes, a no ser que sean Nielsens, ser independiente es lo mejor que les puede ocurrir.



Copyright@2013 por Carlos Rigel

24 de noviembre de 2013

La herida abierta universal


Hace tres décadas el Dr. Hawking enunció 
un cualidad mágica de los agujeros negros que abrió 
una polémica irresuelta hasta el momento; 
nada hace pensar que tenga solución por ese camino.
El siguiente es apenas un fragmento del ensayo 
La cicatriz paradojal, título por ahora sin volumen
que lo incluya. A fin de cuentas, los Agujeros Negros 
ya no vienen como antes.


Todo empieza cuando en los '80 el físico Stephen Hawking enuncia que el famoso objeto estelar conocido como agujero negro absorbe la totalidad de lo existente, cuyo fin llevará a la extinción de la materia hasta concluir en un universo frío, opaco e inerte, teoría que encuentra el primer obstáculo en otro físico, el Dr. Leonard Susskind, cuando refuta a su colega, aclarando que es improbable que junto con la materia desaparezca la totalidad que, en este caso, incluye a las memorias de la materia, es decir, que la información necesaria para la creación de sí misma también sea absorbida por el ogro estelar. Lo que propuso Hawking fue en extremo totalitario ya que desaparecería no sólo la materia del universo físico sino de la historia, vaciando la existencia de recuerdos; algo así como no haber existido nunca. En algún lugar del Cosmos deben conservarse los planos de la materia y los recuerdos, es decir, lo intangible.

Esto es conocido como La Paradoja de la información, refutación de un pensamiento menos espectacular que coherente nacido apenas del sentido común de Susskind, lo que lleva a Hawking a rectificar, años después, su enunciado anterior cuando agrega: "La información es conservada en otros universos donde no hay agujeros negros", lo que me suena a esas premisas divertidas del Dr. Farnsworth con la autoridad científica de Futurama. 

Pero, como no se digna a presentar ecuaciones para verificar sus afirmaciones, y ante la presión de las masas gravitatorias humanas, ablanda su propia hipótesis anterior con algo así como fluido Manchester en el malabarismo que, hace años, ha dejado de ser una hipótesis académica para volverse un agujero negro en la feria de artesanos. Estamos al borde de otra medición de carbono14 con la orina del Quijote.
 
"Digo, entonces, que era por completo innecesario que don Stephen creara lúdicamente una biblioteca cósmica de resguardo en otros universos desconocidos, y quien sabe si probables, para conservar acaso menos la información que una salida de emergencia a una refutación razonable del señor Susskind contra su disparate. Y hasta me gustaría saber qué piensa de esta cicatriz paradojal, tal vez nacida de un juego de la mente, un nazi de las ciencias duras como nuestro epistemólogo estrella, el Dr. Mario Bunge.

Lo cierto es que explorar filosóficamente un agujero negro es menos posible con la rigidez de la abstracción que con las herramientas intuitivas de una mente simplemente despierta, sobretodo si aquellas parten de premisas totalitarias como estas, sin ecuaciones atinentes para someterlas a prueba, y que promueven la polémica tres décadas después y sin salida cercana.

Para desarmar el universo y buscar otro alternativo y posible, hay que desarmarlo íntegro, total, y enfrentar con lucidez las explosiones caóticas de repensarlo todo sin orden alguno, sin leyes físicas, sin átomos, sin materia organizada ni estructura, incluso sin dimensiones, o masificada o acaso compuesta por chorros de electrones, protones y neutrones primigenios, volando sin rumbo. Partir del caos. Inclusive es probable que de la colisión de estos componentes atómicos, erráticos, apenas tuviéramos hoy una oleada de partículas subatómicas como muones, quarks y neutrinos, enfriándose para resultar en un universo oscuro e inerte. Claro que de ser así, deberíamos hoy tener un universo de rayos gama en expansión, producto de la colisión masiva de esas partículas. Pero, a fin de cuentas, los mismos agujeros negros existen porque el Cosmos posee planos que los incluyen y los prevén dentro de la mecánica celeste. No son una sorpresa.

Frente a las fallas en los modelos rígidos predictivos, tan extravagantes, inaugurados por el señor Hawking, el mismo corrige más tarde el absolutismo de su hipótesis cuando afirma que «nada aspirado en un agujero negro se perdió para siempre» con lo que, observamos, se protege contra términos absolutos, restándole otros términos quizá menos absolutos, algo así como decir un poquitito menos que el infinito, que hasta me siento tentado a preguntarle cómo diablos se expresa el término siempre en las ciencias abstractas. La falta de soluciones sensatas con ecuaciones o pruebas verificables está degenerando en modelos literarios de agujeros negros perniciosos, entregados a las drogas y poco atractivos que viene a ser cuando se vuelven mimosos o promueven el reclamo a sus súbditos de bellas doncellas vírgenes..."



Fragmento del ensayo La cicatriz paradojal



Copyright®2013 por Carlos Rigel

18 de noviembre de 2013

Cima y truchedad



La truchedad no valida cuando la intención
no alcanza.



Nos hemos acostumbrado a celebrar los premios truchos, como por ejemplo el ‘Premio Literario Internacional de la Asociación de Conserjes Unidos’, o el ‘Premio a la Música y el Canto de la Liga Contra el Aire Acondicionado’ o acaso el ‘Gran Premio Literario de la Cámara de Talabarteros y afines’. Pero también, a los certámenes igualmente de naturaleza trucha pero con nombres de artistas pretéritos importantes, como el ‘Roberto Arlt’ o el ‘Haroldo Conti.’ Y todos revisten carácter de ‘Internacional’ como para envolverlo de prestigio. Así, la familia del mexicano Juan Rulfo termina querellando a las autoridades del ‘Premio Juan Rulfo’, porque sostiene que los ganadores del certamen no tienen nada que ver ni con el autor de El gallo de oro, Pedro Páramo o El llano en llamas, ni con el estilo y menos en el tema. De allí la sátira con la truchísima convocatoria, de falsedad ideológica, al certamen literario Demetrio Céspedes Calpurnio de mis escritos. 

Recordemos que no prestigia el título o la institución, a menos que se trate del Premio Nobel o el Premio Cervantes con el respaldo de la excelencia académica, sino de quién lo entrega, cuál personalidad verdadera y reconocida, la corte de notables, que lo avala con su admiración. Lo otro es un cartón.  Y aun cuando fuera el Premio Planeta, era una vergüenza tranzarlo, siquiera ser incluido, porque no hubo otra manera de recibirlo; y el Clarín también es una vergüenza, a no ser el caso especial de Nielsen y porque se trata de unos cuantos pesos reales a diferencia del anterior.

La fantasía abunda en esta época de pretendidos destacados, personalidades casi anónimas y desconocidas, noveles y dudosas, porque no son ni entendidos ni populares ni servidores sociales sobresalientes. Así, lo bajo asciende a posiciones de poder donde, tristemente, son igualados a martillazos un sabio con un imbécil, o a un oportunista con un genio, o a un amateur con un senior. Al fin, los entendidos se retiran, cediendo el lugar a los perros. Y hasta piden espacio para lucir la planitud y medianía de conceptos, y reclaman aplausos por las chongadas que exponen con absoluta impunidad, paradigma de Ortega y Gasset cuando advierte el arribo de un hombre mediocre conforme sí mismo y hasta dichoso con su ignorancia. Son quienes aplican la receta proverbial del inodoro ilustrado «Ah, yo hago como me sale». Los mismos truchos agrandados que ante un cuestionamiento básico a sus procedimientos reaccionan ofuscados, recurriendo al totalitarismo y la censura como métodos válidos en la contención de críticas por sus desaciertos. Y si no alcanzan, entonces emprenden una campaña de desprestigio amplia contra sus adversarios. Ellos son las figuras y así, al final del camino, un Premio Príncipe de Asturias viene a quedar a la misma altura que el de la Asociación de Fleteros de La Quiaca. 

Pero lo cierto es que sumar en los muros de las redes sociales o las paredes de nuestros hogares los certificados obtenidos en esos concursos, no agrega ni afirma ni confirma ni mucho menos prestigia. Coleccionarlos tampoco suma, pero acostumbrarnos a la levadura del exitismo en la versión criolla de esta época expone nuestra profunda mediocridad afecta a reconocimientos inmerecidos pero, además, creérselos nos descalifica de lleno frente a méritos genuinos que pudieran llegar con el tiempo.


Anticipo del volumen La nube de metal.



Copyright@2013 por Carlos Rigel



16 de noviembre de 2013

Azul profundo



Del Fierro y de don Quijote, frente a frente. 
Mi visita a la Casa Ronco en la ciudad de Azul, 
provincia de Buenos Aires, durante las 
jornadas previas al festival cervantino y de 
camino a Mar de Ajó, vía Tandil, Balcarce y 
Mar del Plata.


Durante las jornadas del VII Festival Cervantino en la ciudad de Azul en los días de Noviembre de 2013, y previo a mi cumpleaños, tuve el honor de ser recibido por el Presidente de la Biblioteca "Bartolomé J. Ronco", Sr. Enrique Rodríguez, con motivo de la entrega de una donación al capital cultural de la institución, quien me dispensó los honores como barón de la Orden de Caballería desde mi arribo a la terminal de ómnibus de Azul y hasta me dedicó una breve recorrida por la ciudad al cierre de mi visita sucinta a la biblioteca y a la declarada en 2007 "Ciudad cervantina" nada menos que por la UNESCO.

Más allá de mi llegada a la una de la tarde con el cielo despejado y todo el sol encima, la ciudad está despierta en más de un sentido. Desde el ingreso a la comunidad advierto la vestimenta de anuncios del festival cuyo logotipo sobrio y colorido en tipografía Avant Garde tiñe las jornadas de fiesta. En todas partes hay un Quijote, estilo caricatura, estatua o titular. El Teatro Español es un lujo y a su lado la bella iglesia de estilo barroco, Nuestra Señora de Rosario, ambos edificios frente a la plaza San Martín, le otorgan al pueblo azuleño una profundidad inmemorial, ahora con destellos de gala. La ciudad vive la literatura, algo que no hemos logrado en nuestras decadentes comunidades urbanas. Irremediablemente se me vienen a la memoria los cálculos aristotélicos del límite demográfico aceptable de la demo y la ciudad. El límite y la conclusión: la misma cantidad de habitantes que promueve a nuestros políticos en La Matanza es lo que nos empobrece hasta la miseria. Azul parece ser la evidencia viva del acierto en la advertencia de Aristóteles.

La institución que visito, en sí misma, la Casa Ronco –heredad de la viuda de don Bartolomé–, cuenta con una biblioteca abrumadora dedicada a un binomio legendario de la hispanidad literaria: Don Quijote de la Mancha y el gaucho Martín Fierro, de allí una de las colecciones más completas del patrimonio cervantino y hernandino coincidentes en nuestro país. Seguí el itinerario marcado por Rodríguez, en quien advertí un orgullo inocultable por el tesoro a su cuidado, en cada estación donde marcó detenerse a examinar páginas, grabados antiguos y bella tipografía de cuño. Claro, pienso, para descubrir al Quijote o a Martín Fierro hay que rumbear sin destino, estepa, llanura o estante, y desmontar cuando así se requiera. Esa es la aventura.

El bombardeo de hojas fulgurantes en versiones de diferentes tiempos y diferentes regiones de la tierra, incluye la edición del Quijote en otros idiomas en letras de molde, estilo Garamond barroco, y letra capital, destreza de antiguos diseñadores y talladores de madera que incluyen los grabados increíbles de Gustavo Doré y hasta la presentación de nuestro caricaturista Rep con motivo del festival de año anterior, edición 2012, y de la cual la Casa Ronco cuenta con videos de cuando se observa el nacimiento en papel de escenas de un Quijote, muy semejante a Cervantes, hecho a trazo vigoroso de marcador y coloreado con café y vino tinto, de puño y raya de don Rep.

Sr. Enrique Rodríguez, Presidente de la Casa Ronco
A su vez, aunque más reciente, una colección formidable destinada al gaucho Martín Fierro ilustradas, también, por diversos artistas. La pulcritud y el cuidado de todas las piezas es intachable y amerita mi regreso para el año siguiente con más tiempo. Mi paso por allí finaliza cuando hago entrega de un ejemplar de mi propio Quijote en las Indias, capítulo de anticipo de la novela en curso. A su vez, me honra con un ejemplar de la recopilación y catalogación de "Martín Fierro en Azul" de Alejandro Parada (Dunken, 2012) en una bella encuadernación para un volumen de 480 páginas en papel ahuesado de 80 grs., cuya bajada de título aclara "Catálogo de la colección martinfierrista de Bartolomé J. Ronco", personalidad azuleña cuya foto consta en la portadilla, edición promovida por la Academia Argentina de Letras, y que lista detalles nada menos que 1242 piezas, compuestas por artículos, reseñas, ensayos y volúmenes que van desde ediciones de las dos partes del Fierro y hasta una sección final del libro destinada a la fotografía de las distintas ediciones del Fierro, un minuciosa recorrida que va del "intratexto" al "extratexto" que rodea a la personalidad de la creación de don José Hernández, biblioteca que suma, ahora, un ejemplar del Fierro trilingüe promovido por la Casa Real de Baloi, a la que pertenezco.

La visita fugaz concluye en la terminal de ómnibus que me viera llegar una hora y media antes, y el saludo cordial de Rodríguez. No es necesario tener un título nobiliario para ser noble. Él es la prueba viviente de que vivimos como plumas al viento, sólo que el tintero nos sigue el paso para recordarnos cada tanto que la Tierra del hombre también existe.

Mi programa apretado de actividades me obliga a partir rápido rumbo a Mar del Plata, cruzando primero por Tandil y luego, por primera vez en mi vida, por Balcarce, distrito cuyo nombre muchas veces escuché durante mi adolescencia, si hasta lo recuerdo ligado a estaciones de transmisión con antenas y rayos láser. Bien, pero listaba en mi anotador algunas observaciones de las dos ciudades cruzadas en viaje a la costa atlántica, dos especies de joyas pétreas perdidas en la pampa húmeda de la Buenos Aires desértica, los amplios terrones cristalizados de basalto florecidos de verde en la altura, como edificios de piedra, y me pregunto qué mingas habrá pensado la paisanada de otras épocas al ver esas sierras interrumpiendo el enorme territorio plano, que hasta dan ganas de agarrar una pala y ponerse a emparejar la Pampa; esos firmes bloques desprolijos, irregulares pero recticulares, de una orografía que quiebra la vista y echa por tierra la planitud del horizonte.

"Somos desierto", escribió Carmen Gándara lo que me lleva, de manera preliminar, a concluir: La pampa, como el fuego, hipnotiza, despierta el eco de desierto que habita en cada uno, abrazo de la soledad temida pero necesitada. Y hasta se me ocurre ver allí, en la torre más alta de las cuchillas desafiladas que bordean la ruta, el encuentro de esos dos personajes de la literatura hispana separados por siglos, por primera vez encontrados en la cima de la llanura, ambos jinetes recelosos y desconfiados pero complementarios: Don Quijote y el gaucho Martín Fierro, un caballero español que es camino y un criollo argentino que es desierto. Imagino una payada entre el pesimismo melancólico de uno y el altruismo barroco del otro. Es demasiado, pero es mi despedida de la ciudad y de la Casa Ronco hasta el año entrante. "Cada uno es como Dios lo hizo, y muchas veces peor", dice don Miguel, como anticipando mi crisis mental, porque me cuesta contener una imagen peor aún: A don Martín Fierro frente a Sancho Panza. No, por Dios, me niego a explorar las posibilidades.


Barón Carlos Rigel

Copyright®2013 por Carlos Rigel

28 de octubre de 2013

Estatua del Estado de Sitio


Está próximo a salir el volumen de mi autoría La nube de metal con la obra "Memorias de la tierra" del artista plástico boliviano, y muy querido amigo, Pastor Berrios Herrera, como motivo de tapa. Contiene la crónica de mi participación, junto a muchachos valientes y aguerridos, en los sucesos feroces del 21 de Diciembre de 2001 en Plaza de Mayo con el Estado de Sitio, y que concluye con la caída del gobierno de De la Rúa, relato que, precisamente, titula la presente edición.





24 de octubre de 2013

La saeta en el mar



Motivan mi próxima visita a la Biblioteca Popular Bartolomé Ronco, de la ciudad de Azul, fines protocolares y editoriales coincidente con las jornadas del VII Festival Cervantino. Luego seguiré el itinerario a la Marathónica de Poesía y Narrativa en la ciudad de Mar de Ajó, en la costa atlántica, donde brindaré un breve ponencia el día 8 de Noviembre sobre temas de prosa, libros y lectores, cuyo título será "Construir un público lector a través del libro". También presentaré durante el evento los títulos de mi autoría que compartiré con el público leyente costeño. Permaneceré entre amigos hasta el 9 de Noviembre –día de mi cumple– y regresaré para celebrar en familia mi vencimiento anual de factura el Domingo 10. Con posterioridad publicaré una reseña de los eventos.

Orígenes de la vida inteligente



No es bueno hacer pelotas lo creado, 
a no ser que se lo merezca, pues todos somos 
iguales ante la Creación salvo algunos
quienes son más iguales que otros a quienes es mejor ametrallar cuanto antes cuando son muy iguales.


Bien dice un sabio que "Dios habita en nuestro ser", a lo que otro pensador agrega y resume "cuarenta y ocho sapos no suman una sandía", pues por eso, inspirado en estas premisas, digo que exploraba los misterios de la Creación dispuesto a responder los interrogantes de la vida y la evolución que inquietan desde oscuras edades tanto el alma como la conciencia superior del hombre. Y tras ellas, me aboqué a la empresa de crear vida inteligente en mi propio laboratorio de experimentos científicos, almacén de ensayos tan extraordinarios que desafían las leyes naturales de la Creación, puesto que es cierto que hay un universo completo incluso dentro de un pepino de copetín, pues es habitado por innumerables criaturas diminutas que deambulan mansamente por las avenidas de la naturaleza, conformes y satisfechas con sus pequeños destinos, sin saber que son observados con lupa en esos mismos instantes por una inteligencia superior y rotariana, que hasta en mí estuvo la piadosa intención de guiarlos, diciéndoles: ¡Eh, tú, pásate por aquí, y tú por allí! Que ante la incauta desobediencia, como guía de tránsito unicelular, he probado echarles kerosén bajo amenaza de prenderles fuego si no me dispensan una plegaria en agradecimiento.

Digo entonces que tras estos encumbrados descubrimientos me decidí a crear mi propia fuente de vida, y habiendo escuchado tantas veces a mis colegas científicos cuando refieren a un "caldo" de cultivos elementales, que siendo yo poco afecto a la sopa, pues me dispuse, consistente con mi autógena criollidad, a elaborar un "chimichurri" genitivo, aderezo básico de la existencia parrillera, mezclando en una probeta de tamaño adecuado, albúmina, pólvora, costillas de asado, fideos cabello de ángel, silicatos rehogados, jugo de manuelas frescas recién exprimidas, raspaduras de azufre, y luego de un batido abundante, sometido este brebaje a la tracción de altas atmósferas metanóferas y la acción perniciosa de las gravedades, regué el contenido con luz ultravioleta, agregando cuatro partes de neutrinos en conserva, dos rayos masticables, ajíes altamente abrasivos, un diente de ajo y tres partes de Rexona, no fuera que la criatura emergente apestara. Y satisfecho con mi obra creativa me fui a echar una siesta. 

Pero he aquí que en la séptima hora fui despertado abruptamente de un plácido sueño, más precisamente cuando Dios me pedía consejo acerca de cómo proceder con la invasión de moscas extraterrestres en los comederos del Cielo, fue que un gorjeo mesolítico por completo desconocido me convocó a despertar y dirigirme prontamente a mi nave de ensayos biológicos secretos.

La probeta yacía rota, cuyos enormes pedazos y pequeñas astillas sembraban el suelo de escombros chispeantes. 

-¡Opft!

Mis más profundos temores estaban de pie frente a mí. Claramente advertí que el ser creado estaba hecho a mi imagen y semejanza. Mi estupor fue evidente para la criatura desnuda que hurgaba en mi conservadora de muestras pues, enderezándose cuan alto y promiscuo era, dijo:

-¡Y tú! ¿Qué mirais? ¿Acaso me quereis cagar? ¡Me convocais en cautiverio y ni tan siquiera teneis preparado un choripán en mi agasajo!

Cerrando la heladera de un golpe y de manos en la cintura, visiblemente fastidiado ante mi silencio, agregó:

-¡Ya veo en vuestro talante que tendré que pagaros un alquiler por esta pocilga inmunda! Y además, ¿cuándo me proveereis de una doncella, o acaso dos, pues para entibiar las sábanas en los fríos invernales? -vi el brillo lascivo en sus ojos y deduje su naturaleza. Y prosiguió- Pues ten por seguro que no quiero pescar un resfriado... ¡Y cuando salgais, traedme unos fasos L&M, pues los Marlboro me producen picazón de garganta!... no quiero depender de vuestras recetas sospechosas. 

Y mientras Intenté una respuesta al nauseabundo ser me proyecté sobre el botón incinerador de emergencia. Al deducir mi intención alcanzó a tirarme con una caja de jabón Rinso que aguardaba sobre el inerme lavarropas en el que bato mis experimentos. 

-¡Aguardad a que prenda un faso! –gritó el pestilente– ¡No! 

Una poderosa niebla de verdes ensolves inundó la atmósfera como una encantada peste ácida. Holocausto. Genuino, volcánico y reparador holocausto, pues dicen que en el Comienzo había fuego estelar en las parrillas primitivas del Origen Cósmico. Volveré a ensayar el año que viene pero sin costillas ni picantes y, además, creo que probaré con otro desodorante.




Texto perteneciente al volumen La nube de metal de próxima edición.

Copyright®2013 por Carlos Rigel

20 de octubre de 2013

Diatriba contra un heraldo enfermo de belleza


Siempre hay lugar para los condenados 
al jardín de los barrotes sociales.

Todos los perros reunidos: La jauría está lista. La jauría y la manada de monos invitados al show de un juicio contra una personalidad de la poesía y la dramaturgia. Un pañuelo bordado bajo las pezuñas y los colmillos de los cerdos. «En Londres no se debe hacer el "debut" con un escándalo. Eso queda reservado para dar un poco de interés a la vejez. La juventud sonríe sin ninguna razón. Ese es uno de sus mejores encantos. No soy romántico. Aún no soy lo bastante viejo. Dejo el romanticismo para los que son más viejos que yo». Y todo por no abordar ese último tren. Por favor, saque su boleto, señor Wilde. Dios, empujalo, dejalo pasar, hacé que el guarda mire para otro lado. «Detrás de todo lo exquisito hay siempre alguna tragedia», parece responderme Oscar Wilde, el poeta medular de Dublin, hijo de esa isla lateral irlandesa que fecundó tantas veces la grandeza intelectual del Reino Unido, autor de la novela El retrato de Dorian Gray (1890), metáfora de una juventud robada a la magia.

Él mismo convoca a la jauría de perros al espectáculo. «El amor es simplemente una desordenada pasión con un bello nombre». La acusación es difusa, el marqués de Queensberry, padre del actual affair de Oscar, el joven lord Alfred Douglas, un personaje absolutamente subalterno, sabe de la relación de su hijo con Wilde lo que lo vuelve el hazmerreir de la ciudad y en un envión de osadía lo acusa de «Sondomita» en una carta que más tarde fue pública. Veamos, Queensberry no escribe sodomita, sino que desfigura el término deliberadamente, previendo incendios inesperados en los fueros; deja una brecha tangencial que le permita un salida de emergencia a un «Yo nunca escribí sodomita». «El mundo es un cementerio y todos nosotros, como un ataúd, llevamos dentro un esqueleto». Allí advertiremos que teme a las represalias de alguien famoso como Wilde, y deja la puerta abierta a una rectificación posterior que no llegará nunca. No será necesaria. «La gente ordinaria espera que la vida le descubra sus secretos, pero a muy pocos, a los elegidos, les son revelados los misterios de la vida antes de que caiga el velo. Algunas veces es por efecto del arte, principalmente el literario, el cual se conecta de forma inmediata con las pasiones y la inteligencia. Pero, de cuando en cuando, una personalidad compleja asume el oficio del arte y es, a su manera, una verdadera obra de arte». 

Y Wilde arremete lozano en un juicio por calumnias, creyendo que lo puede ganar con resarcimiento y acaso limpiar su nombre. Es un artista lúcido, un hombre inteligente y sofisticado, un conferencista estético, deslumbrante y popular. «La única cosa que lo sostiene a uno en la vida es el darse cuenta de la inmensa inferioridad de los demás». Nada le hace pensar en un revés frente al estrado; cree que con su proverbial discurso de anagramas y frases brillantes dominará al jurado atrayéndolo en su favor. Él es Gray, el Conde de la Duplicidad, y en ella se ocultará con un epigrama irrefutable y preciso para salir ileso una vez más. «La humanidad se toma a sí misma demasiado en serio. Es el pecado original del mundo. Si el hombre de las cavernas hubiera sabido reír, la historia habría sido diferente».

El público asistirá al juzgado. El poeta y dramaturgo irlandés cuenta con eso. No es el primer juicio que soporta; su vida amorosa es conocida en la ciudad. «Yo nunca apruebo ni desapruebo nada. Es una actitud absurda para la vida. No hemos sido enviados al mundo, para airear nuestros prejuicios morales». Y se presenta pulcro, elegante y genial en una verdadera perrera burocrática de abogados defensores y acusadores. El tribunal es un corral. Y la comedia da inicio.

«La vida es demasiado compleja para ser regida por unas reglas tan duras y fijas». Hay lectura de alegatos, el testimonio de vagabundos, gente rancia en la diatriba desproporcionada contra un hombre que se defiende al principio con la majestad del humor. «Vivir es la cosa más rara del mundo. La mayoría de la gente existe, eso es todo.» Desfilan por el banquillo extorsionadores hambrientos, testigos desconocidos que describen ambigüedades tendenciosas y hasta demostrativas de una vida de contactos lujuriosos. «El secreto es la única cosa que puede hacer misteriosa y maravillosa la vida moderna. La cosa más vulgar es deliciosa si uno la oculta». Los monos aplauden, los perros ladran frenéticos. El show está en marcha y debe continuar para el público presente; es el espectáculo de entrada libre para la plebe que un hombre público puede ofrecer. «No tengo nada que declarar sino mi genio». Hay ovaciones y exabruptos, quejas y burlas. «El fin de la vida es el propio desenvolvimiento. Estamos aquí para realizar nuestra naturaleza, perfectamente».

Pero comete un error, en sus declaraciones deja entrever una fisura pequeña por la que filtra su vida privada; derrama pronto en el interrogatorio iracundo del fiscal una vida de amores reprobables, ahora expuesta abyecta a la jauría victoriana de una Londres que será cuna de la persecución contra "indecentes" después del juicio y la condena. Es más importante tener una máscara de la decencia pública que a un autor brillante. Y el revés no previsto llega y se hace fuerte. Los monos callan, los perros esperan jadeando. El juicio está perdido. La popularidad que creyó lo favorecería se vuelve una colmena de impugnación. 

Oscar Wilde es condenado a dos años de trabajos forzados en Reading. «Ahora conoceré el otro lado del jardín», le dice a su amigo, Bernard Shaw, conciente de la sentencia. Le permiten las última horas para acomodar sus asuntos familiares antes de marchar a prisión. «El alma nace vieja y se va haciendo joven. Esa es la comedia de la vida. El cuerpo nace joven y se va haciendo viejo. Esa es la tragedia». Sin advertirlo, ahora no sólo es dramaturgo sino, además, demiurgo de su propio deceso. 

En el destacamento policial, cruzando unas calles, saben que al comenzar el día deben ir por él, esposarlo y conducirlo a prisión. Sin embargo, en pocas horas, casi a medianoche, parte el último tren rumbo al puerto cercano de Dover. Podría escapar rumbo a Francia para no volver jamás, la evasión de una condena que no corregirá su comportamiento como ser social ni mejorará su estilo de pensamiento. Es cierto que mandan a un agente para espiar y verificar si ha aprovechado esta última oportunidad de escapar a la prisión. El hombre regresa: «Tal parece que el señor Wilde no ha abordado el último tren», le dicen al comisario. «Habrá que arrestarlo, entonces», responde. La policía londinense muestra la misericordia para con un hombre sensible y genial que no muestra el sistema judicial completo. Pero el poeta se entrega voluntario a la maquinaria de vapores y de martillos, de golpes y enfermedad. Wilde está acabado. Sé de la calumnia de las bestias cuando se juntan a ladrar. Es la pendiente, el abismo de Wagner, la pierna de Rimbaud, el péndulo de Poe que inicia el regreso, el descenso de la madrugada de Cortázar, la vesícula de Mozart, la cicuta de Platón. La jauría calla, parece satisfecha.

Dicen que en prisión, el frío y la falta de atención médica parirán su propia muerte. «Convertirse en el espectador de nuestra propia vida, es escapar a sus sufrimientos». El reproche social y familiar lo llevará a refugiarse en París, y aún allí padecerá la amenaza de interrumpir la pensión que recibe si vuelve a encontrarse con Lord Alfred Douglas. «El destino no nos envía heraldos. Es demasiado sabio o demasiado cruel. En este mundo, hay sólo dos clases de tragedias. Una es no obtener lo que se desea y la otra, obtenerlo. La última es mucho peor». No hay retratos que lo salven del deterioro ni estatuas de jóvenes hermosos que lo lloren. Dejará de ser Wilde para ser otra persona, vivir la vida de otro que simplemente existe, anónimo, perdido. «Cuando los dioses desean castigarnos, atienden nuestros ruegos». Oculto en Francia como un oráculo decadente y olvidado, dicen que cruzarán sus caminos con él en París, se lo verá abatido y desalineado, y hasta pedirá dinero que, tras recibirlo, desaparecerá para siempre. Nunca más será descubierto como un ángel herido por ninguna calle empedrada de la ciudad parisina. «El hecho de que Dios ame al hombre nos muestra que, en el orden divino de las cosas ideales, está escrito que el amor eterno será dado a quien sea eternamente indigno de él». 

Y ese eterno muchacho con cara inocente de ojos tristes, hijo intelectual de Dublin, ese heraldo enfermo de belleza llamado Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, sin estética, sin lucidez ni elegancia, morirá como "Sebastián Melmoth", nombre horrible y decadente que elige para ocultarse en el jardín de barrotes agónicos de una ciudad que no lo reconocerá con apenas 46 demacrados años junto a veinticuatro obras que no escribirá jamás en la vejez que no tendrá; acaso la mejor etapa de su vida literaria. Él, Sebastián Melmoth, habrá sido el creador de un retrato ilusorio de un cuadro llamado Oscar Wilde, el personaje de una pintura que adquiere más belleza mientras que el autor de la obra se deteriora y corrompe de antigüedad, como indica el tiempo. «Cuando un hombre dice que ha agotado su vida, ya se sabe que es la vida la que lo ha agotado a él». Y porque el último tren esa noche partió sin él rumbo a Dover es que nació como un ángel hecho de letra sin fonema, como Rimbaud, ánima muda condenada para siempre al limbo literario como el genio rebelde de la estética finalmente reformada.

Rigel

Copyright@2013 por Carlos Rigel