24 de octubre de 2013

Orígenes de la vida inteligente



No es bueno hacer pelotas lo creado, 
a no ser que se lo merezca, pues todos somos 
iguales ante la Creación salvo algunos
quienes son más iguales que otros a quienes es mejor ametrallar cuanto antes cuando son muy iguales.


Bien dice un sabio que "Dios habita en nuestro ser", a lo que otro pensador agrega y resume "cuarenta y ocho sapos no suman una sandía", pues por eso, inspirado en estas premisas, digo que exploraba los misterios de la Creación dispuesto a responder los interrogantes de la vida y la evolución que inquietan desde oscuras edades tanto el alma como la conciencia superior del hombre. Y tras ellas, me aboqué a la empresa de crear vida inteligente en mi propio laboratorio de experimentos científicos, almacén de ensayos tan extraordinarios que desafían las leyes naturales de la Creación, puesto que es cierto que hay un universo completo incluso dentro de un pepino de copetín, pues es habitado por innumerables criaturas diminutas que deambulan mansamente por las avenidas de la naturaleza, conformes y satisfechas con sus pequeños destinos, sin saber que son observados con lupa en esos mismos instantes por una inteligencia superior y rotariana, que hasta en mí estuvo la piadosa intención de guiarlos, diciéndoles: ¡Eh, tú, pásate por aquí, y tú por allí! Que ante la incauta desobediencia, como guía de tránsito unicelular, he probado echarles kerosén bajo amenaza de prenderles fuego si no me dispensan una plegaria en agradecimiento.

Digo entonces que tras estos encumbrados descubrimientos me decidí a crear mi propia fuente de vida, y habiendo escuchado tantas veces a mis colegas científicos cuando refieren a un "caldo" de cultivos elementales, que siendo yo poco afecto a la sopa, pues me dispuse, consistente con mi autógena criollidad, a elaborar un "chimichurri" genitivo, aderezo básico de la existencia parrillera, mezclando en una probeta de tamaño adecuado, albúmina, pólvora, costillas de asado, fideos cabello de ángel, silicatos rehogados, jugo de manuelas frescas recién exprimidas, raspaduras de azufre, y luego de un batido abundante, sometido este brebaje a la tracción de altas atmósferas metanóferas y la acción perniciosa de las gravedades, regué el contenido con luz ultravioleta, agregando cuatro partes de neutrinos en conserva, dos rayos masticables, ajíes altamente abrasivos, un diente de ajo y tres partes de Rexona, no fuera que la criatura emergente apestara. Y satisfecho con mi obra creativa me fui a echar una siesta. 

Pero he aquí que en la séptima hora fui despertado abruptamente de un plácido sueño, más precisamente cuando Dios me pedía consejo acerca de cómo proceder con la invasión de moscas extraterrestres en los comederos del Cielo, fue que un gorjeo mesolítico por completo desconocido me convocó a despertar y dirigirme prontamente a mi nave de ensayos biológicos secretos.

La probeta yacía rota, cuyos enormes pedazos y pequeñas astillas sembraban el suelo de escombros chispeantes. 

-¡Opft!

Mis más profundos temores estaban de pie frente a mí. Claramente advertí que el ser creado estaba hecho a mi imagen y semejanza. Mi estupor fue evidente para la criatura desnuda que hurgaba en mi conservadora de muestras pues, enderezándose cuan alto y promiscuo era, dijo:

-¡Y tú! ¿Qué mirais? ¿Acaso me quereis cagar? ¡Me convocais en cautiverio y ni tan siquiera teneis preparado un choripán en mi agasajo!

Cerrando la heladera de un golpe y de manos en la cintura, visiblemente fastidiado ante mi silencio, agregó:

-¡Ya veo en vuestro talante que tendré que pagaros un alquiler por esta pocilga inmunda! Y además, ¿cuándo me proveereis de una doncella, o acaso dos, pues para entibiar las sábanas en los fríos invernales? -vi el brillo lascivo en sus ojos y deduje su naturaleza. Y prosiguió- Pues ten por seguro que no quiero pescar un resfriado... ¡Y cuando salgais, traedme unos fasos L&M, pues los Marlboro me producen picazón de garganta!... no quiero depender de vuestras recetas sospechosas. 

Y mientras Intenté una respuesta al nauseabundo ser me proyecté sobre el botón incinerador de emergencia. Al deducir mi intención alcanzó a tirarme con una caja de jabón Rinso que aguardaba sobre el inerme lavarropas en el que bato mis experimentos. 

-¡Aguardad a que prenda un faso! –gritó el pestilente– ¡No! 

Una poderosa niebla de verdes ensolves inundó la atmósfera como una encantada peste ácida. Holocausto. Genuino, volcánico y reparador holocausto, pues dicen que en el Comienzo había fuego estelar en las parrillas primitivas del Origen Cósmico. Volveré a ensayar el año que viene pero sin costillas ni picantes y, además, creo que probaré con otro desodorante.




Texto perteneciente al volumen La nube de metal de próxima edición.

Copyright®2013 por Carlos Rigel

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