24 de noviembre de 2013

La herida abierta universal


Hace tres décadas el Dr. Hawking enunció 
un cualidad mágica de los agujeros negros que abrió 
una polémica irresuelta hasta el momento; 
nada hace pensar que tenga solución por ese camino.
El siguiente es apenas un fragmento del ensayo 
La cicatriz paradojal, título por ahora sin volumen
que lo incluya. A fin de cuentas, los Agujeros Negros 
ya no vienen como antes.


Todo empieza cuando en los '80 el físico Stephen Hawking enuncia que el famoso objeto estelar conocido como agujero negro absorbe la totalidad de lo existente, cuyo fin llevará a la extinción de la materia hasta concluir en un universo frío, opaco e inerte, teoría que encuentra el primer obstáculo en otro físico, el Dr. Leonard Susskind, cuando refuta a su colega, aclarando que es improbable que junto con la materia desaparezca la totalidad que, en este caso, incluye a las memorias de la materia, es decir, que la información necesaria para la creación de sí misma también sea absorbida por el ogro estelar. Lo que propuso Hawking fue en extremo totalitario ya que desaparecería no sólo la materia del universo físico sino de la historia, vaciando la existencia de recuerdos; algo así como no haber existido nunca. En algún lugar del Cosmos deben conservarse los planos de la materia y los recuerdos, es decir, lo intangible.

Esto es conocido como La Paradoja de la información, refutación de un pensamiento menos espectacular que coherente nacido apenas del sentido común de Susskind, lo que lleva a Hawking a rectificar, años después, su enunciado anterior cuando agrega: "La información es conservada en otros universos donde no hay agujeros negros", lo que me suena a esas premisas divertidas del Dr. Farnsworth con la autoridad científica de Futurama. 

Pero, como no se digna a presentar ecuaciones para verificar sus afirmaciones, y ante la presión de las masas gravitatorias humanas, ablanda su propia hipótesis anterior con algo así como fluido Manchester en el malabarismo que, hace años, ha dejado de ser una hipótesis académica para volverse un agujero negro en la feria de artesanos. Estamos al borde de otra medición de carbono14 con la orina del Quijote.
 
"Digo, entonces, que era por completo innecesario que don Stephen creara lúdicamente una biblioteca cósmica de resguardo en otros universos desconocidos, y quien sabe si probables, para conservar acaso menos la información que una salida de emergencia a una refutación razonable del señor Susskind contra su disparate. Y hasta me gustaría saber qué piensa de esta cicatriz paradojal, tal vez nacida de un juego de la mente, un nazi de las ciencias duras como nuestro epistemólogo estrella, el Dr. Mario Bunge.

Lo cierto es que explorar filosóficamente un agujero negro es menos posible con la rigidez de la abstracción que con las herramientas intuitivas de una mente simplemente despierta, sobretodo si aquellas parten de premisas totalitarias como estas, sin ecuaciones atinentes para someterlas a prueba, y que promueven la polémica tres décadas después y sin salida cercana.

Para desarmar el universo y buscar otro alternativo y posible, hay que desarmarlo íntegro, total, y enfrentar con lucidez las explosiones caóticas de repensarlo todo sin orden alguno, sin leyes físicas, sin átomos, sin materia organizada ni estructura, incluso sin dimensiones, o masificada o acaso compuesta por chorros de electrones, protones y neutrones primigenios, volando sin rumbo. Partir del caos. Inclusive es probable que de la colisión de estos componentes atómicos, erráticos, apenas tuviéramos hoy una oleada de partículas subatómicas como muones, quarks y neutrinos, enfriándose para resultar en un universo oscuro e inerte. Claro que de ser así, deberíamos hoy tener un universo de rayos gama en expansión, producto de la colisión masiva de esas partículas. Pero, a fin de cuentas, los mismos agujeros negros existen porque el Cosmos posee planos que los incluyen y los prevén dentro de la mecánica celeste. No son una sorpresa.

Frente a las fallas en los modelos rígidos predictivos, tan extravagantes, inaugurados por el señor Hawking, el mismo corrige más tarde el absolutismo de su hipótesis cuando afirma que «nada aspirado en un agujero negro se perdió para siempre» con lo que, observamos, se protege contra términos absolutos, restándole otros términos quizá menos absolutos, algo así como decir un poquitito menos que el infinito, que hasta me siento tentado a preguntarle cómo diablos se expresa el término siempre en las ciencias abstractas. La falta de soluciones sensatas con ecuaciones o pruebas verificables está degenerando en modelos literarios de agujeros negros perniciosos, entregados a las drogas y poco atractivos que viene a ser cuando se vuelven mimosos o promueven el reclamo a sus súbditos de bellas doncellas vírgenes..."



Fragmento del ensayo La cicatriz paradojal



Copyright®2013 por Carlos Rigel

18 de noviembre de 2013

Cima y truchedad



La truchedad no valida cuando la intención
no alcanza.



Nos hemos acostumbrado a celebrar los premios truchos, como por ejemplo el ‘Premio Literario Internacional de la Asociación de Conserjes Unidos’, o el ‘Premio a la Música y el Canto de la Liga Contra el Aire Acondicionado’ o acaso el ‘Gran Premio Literario de la Cámara de Talabarteros y afines’. Pero también, a los certámenes igualmente de naturaleza trucha pero con nombres de artistas pretéritos importantes, como el ‘Roberto Arlt’ o el ‘Haroldo Conti.’ Y todos revisten carácter de ‘Internacional’ como para envolverlo de prestigio. Así, la familia del mexicano Juan Rulfo termina querellando a las autoridades del ‘Premio Juan Rulfo’, porque sostiene que los ganadores del certamen no tienen nada que ver ni con el autor de El gallo de oro, Pedro Páramo o El llano en llamas, ni con el estilo y menos en el tema. De allí la sátira con la truchísima convocatoria, de falsedad ideológica, al certamen literario Demetrio Céspedes Calpurnio de mis escritos. 

Recordemos que no prestigia el título o la institución, a menos que se trate del Premio Nobel o el Premio Cervantes con el respaldo de la excelencia académica, sino de quién lo entrega, cuál personalidad verdadera y reconocida, la corte de notables, que lo avala con su admiración. Lo otro es un cartón.  Y aun cuando fuera el Premio Planeta, era una vergüenza tranzarlo, siquiera ser incluido, porque no hubo otra manera de recibirlo; y el Clarín también es una vergüenza, a no ser el caso especial de Nielsen y porque se trata de unos cuantos pesos reales a diferencia del anterior.

La fantasía abunda en esta época de pretendidos destacados, personalidades casi anónimas y desconocidas, noveles y dudosas, porque no son ni entendidos ni populares ni servidores sociales sobresalientes. Así, lo bajo asciende a posiciones de poder donde, tristemente, son igualados a martillazos un sabio con un imbécil, o a un oportunista con un genio, o a un amateur con un senior. Al fin, los entendidos se retiran, cediendo el lugar a los perros. Y hasta piden espacio para lucir la planitud y medianía de conceptos, y reclaman aplausos por las chongadas que exponen con absoluta impunidad, paradigma de Ortega y Gasset cuando advierte el arribo de un hombre mediocre conforme sí mismo y hasta dichoso con su ignorancia. Son quienes aplican la receta proverbial del inodoro ilustrado «Ah, yo hago como me sale». Los mismos truchos agrandados que ante un cuestionamiento básico a sus procedimientos reaccionan ofuscados, recurriendo al totalitarismo y la censura como métodos válidos en la contención de críticas por sus desaciertos. Y si no alcanzan, entonces emprenden una campaña de desprestigio amplia contra sus adversarios. Ellos son las figuras y así, al final del camino, un Premio Príncipe de Asturias viene a quedar a la misma altura que el de la Asociación de Fleteros de La Quiaca. 

Pero lo cierto es que sumar en los muros de las redes sociales o las paredes de nuestros hogares los certificados obtenidos en esos concursos, no agrega ni afirma ni confirma ni mucho menos prestigia. Coleccionarlos tampoco suma, pero acostumbrarnos a la levadura del exitismo en la versión criolla de esta época expone nuestra profunda mediocridad afecta a reconocimientos inmerecidos pero, además, creérselos nos descalifica de lleno frente a méritos genuinos que pudieran llegar con el tiempo.


Anticipo del volumen La nube de metal.



Copyright@2013 por Carlos Rigel



16 de noviembre de 2013

Azul profundo



Del Fierro y de don Quijote, frente a frente. 
Mi visita a la Casa Ronco en la ciudad de Azul, 
provincia de Buenos Aires, durante las 
jornadas previas al festival cervantino y de 
camino a Mar de Ajó, vía Tandil, Balcarce y 
Mar del Plata.


Durante las jornadas del VII Festival Cervantino en la ciudad de Azul en los días de Noviembre de 2013, y previo a mi cumpleaños, tuve el honor de ser recibido por el Presidente de la Biblioteca "Bartolomé J. Ronco", Sr. Enrique Rodríguez, con motivo de la entrega de una donación al capital cultural de la institución, quien me dispensó los honores como barón de la Orden de Caballería desde mi arribo a la terminal de ómnibus de Azul y hasta me dedicó una breve recorrida por la ciudad al cierre de mi visita sucinta a la biblioteca y a la declarada en 2007 "Ciudad cervantina" nada menos que por la UNESCO.

Más allá de mi llegada a la una de la tarde con el cielo despejado y todo el sol encima, la ciudad está despierta en más de un sentido. Desde el ingreso a la comunidad advierto la vestimenta de anuncios del festival cuyo logotipo sobrio y colorido en tipografía Avant Garde tiñe las jornadas de fiesta. En todas partes hay un Quijote, estilo caricatura, estatua o titular. El Teatro Español es un lujo y a su lado la bella iglesia de estilo barroco, Nuestra Señora de Rosario, ambos edificios frente a la plaza San Martín, le otorgan al pueblo azuleño una profundidad inmemorial, ahora con destellos de gala. La ciudad vive la literatura, algo que no hemos logrado en nuestras decadentes comunidades urbanas. Irremediablemente se me vienen a la memoria los cálculos aristotélicos del límite demográfico aceptable de la demo y la ciudad. El límite y la conclusión: la misma cantidad de habitantes que promueve a nuestros políticos en La Matanza es lo que nos empobrece hasta la miseria. Azul parece ser la evidencia viva del acierto en la advertencia de Aristóteles.

La institución que visito, en sí misma, la Casa Ronco –heredad de la viuda de don Bartolomé–, cuenta con una biblioteca abrumadora dedicada a un binomio legendario de la hispanidad literaria: Don Quijote de la Mancha y el gaucho Martín Fierro, de allí una de las colecciones más completas del patrimonio cervantino y hernandino coincidentes en nuestro país. Seguí el itinerario marcado por Rodríguez, en quien advertí un orgullo inocultable por el tesoro a su cuidado, en cada estación donde marcó detenerse a examinar páginas, grabados antiguos y bella tipografía de cuño. Claro, pienso, para descubrir al Quijote o a Martín Fierro hay que rumbear sin destino, estepa, llanura o estante, y desmontar cuando así se requiera. Esa es la aventura.

El bombardeo de hojas fulgurantes en versiones de diferentes tiempos y diferentes regiones de la tierra, incluye la edición del Quijote en otros idiomas en letras de molde, estilo Garamond barroco, y letra capital, destreza de antiguos diseñadores y talladores de madera que incluyen los grabados increíbles de Gustavo Doré y hasta la presentación de nuestro caricaturista Rep con motivo del festival de año anterior, edición 2012, y de la cual la Casa Ronco cuenta con videos de cuando se observa el nacimiento en papel de escenas de un Quijote, muy semejante a Cervantes, hecho a trazo vigoroso de marcador y coloreado con café y vino tinto, de puño y raya de don Rep.

Sr. Enrique Rodríguez, Presidente de la Casa Ronco
A su vez, aunque más reciente, una colección formidable destinada al gaucho Martín Fierro ilustradas, también, por diversos artistas. La pulcritud y el cuidado de todas las piezas es intachable y amerita mi regreso para el año siguiente con más tiempo. Mi paso por allí finaliza cuando hago entrega de un ejemplar de mi propio Quijote en las Indias, capítulo de anticipo de la novela en curso. A su vez, me honra con un ejemplar de la recopilación y catalogación de "Martín Fierro en Azul" de Alejandro Parada (Dunken, 2012) en una bella encuadernación para un volumen de 480 páginas en papel ahuesado de 80 grs., cuya bajada de título aclara "Catálogo de la colección martinfierrista de Bartolomé J. Ronco", personalidad azuleña cuya foto consta en la portadilla, edición promovida por la Academia Argentina de Letras, y que lista detalles nada menos que 1242 piezas, compuestas por artículos, reseñas, ensayos y volúmenes que van desde ediciones de las dos partes del Fierro y hasta una sección final del libro destinada a la fotografía de las distintas ediciones del Fierro, un minuciosa recorrida que va del "intratexto" al "extratexto" que rodea a la personalidad de la creación de don José Hernández, biblioteca que suma, ahora, un ejemplar del Fierro trilingüe promovido por la Casa Real de Baloi, a la que pertenezco.

La visita fugaz concluye en la terminal de ómnibus que me viera llegar una hora y media antes, y el saludo cordial de Rodríguez. No es necesario tener un título nobiliario para ser noble. Él es la prueba viviente de que vivimos como plumas al viento, sólo que el tintero nos sigue el paso para recordarnos cada tanto que la Tierra del hombre también existe.

Mi programa apretado de actividades me obliga a partir rápido rumbo a Mar del Plata, cruzando primero por Tandil y luego, por primera vez en mi vida, por Balcarce, distrito cuyo nombre muchas veces escuché durante mi adolescencia, si hasta lo recuerdo ligado a estaciones de transmisión con antenas y rayos láser. Bien, pero listaba en mi anotador algunas observaciones de las dos ciudades cruzadas en viaje a la costa atlántica, dos especies de joyas pétreas perdidas en la pampa húmeda de la Buenos Aires desértica, los amplios terrones cristalizados de basalto florecidos de verde en la altura, como edificios de piedra, y me pregunto qué mingas habrá pensado la paisanada de otras épocas al ver esas sierras interrumpiendo el enorme territorio plano, que hasta dan ganas de agarrar una pala y ponerse a emparejar la Pampa; esos firmes bloques desprolijos, irregulares pero recticulares, de una orografía que quiebra la vista y echa por tierra la planitud del horizonte.

"Somos desierto", escribió Carmen Gándara lo que me lleva, de manera preliminar, a concluir: La pampa, como el fuego, hipnotiza, despierta el eco de desierto que habita en cada uno, abrazo de la soledad temida pero necesitada. Y hasta se me ocurre ver allí, en la torre más alta de las cuchillas desafiladas que bordean la ruta, el encuentro de esos dos personajes de la literatura hispana separados por siglos, por primera vez encontrados en la cima de la llanura, ambos jinetes recelosos y desconfiados pero complementarios: Don Quijote y el gaucho Martín Fierro, un caballero español que es camino y un criollo argentino que es desierto. Imagino una payada entre el pesimismo melancólico de uno y el altruismo barroco del otro. Es demasiado, pero es mi despedida de la ciudad y de la Casa Ronco hasta el año entrante. "Cada uno es como Dios lo hizo, y muchas veces peor", dice don Miguel, como anticipando mi crisis mental, porque me cuesta contener una imagen peor aún: A don Martín Fierro frente a Sancho Panza. No, por Dios, me niego a explorar las posibilidades.


Barón Carlos Rigel

Copyright®2013 por Carlos Rigel