30 de julio de 2012

Día Internacional del Bicho

Free-Press. En efecto, hoy es celebrado en todo el mundo el Día Internacional del Bicho. En Panamá fue elegido como emblema patrio y por mayoría indiscutible el famoso y temible Caimán de los hielos Antillanos, mientras que en nuestro país fue ovacionado el prestigioso Chupacabras para representarnos en la elección de Miss Bicho Universal, Edición 2013. Las ceremonia inaugural comienza con el discurso de Moyano. 

De La Rua dijo: "justamente hoy inauguramos un paseo en Costanera Sur, el Camino del Dengue Porteño para que lo disfruten los ciudadanos." 

Menem dijo: "io propuse al Viborón riojano, bichito tan querible y nessario de nuestra comunidad, pero ia ven, fraguaron las boletas". 

Macri dijo: "esperamos los aportes de gobierno nacional para terminar con las obras del monumento al Gran Bicho anunciadas para este año".


Los festejos concluyen a las 20 hs. con el discurso de la ex ministro María Culia Alsogaray y la suelta de 3000 cascarudos y más de 10 mil mosquitos. Desde el avión presidencial se liberarán sobre el público presente alrededor de 600 escuerzos frescos.






Copyright®2012 por Carlos Rigel 

29 de julio de 2012

La bahía desolada

Nunca tan adecuado y justo como hoy, me llega de Mr. Arnold
esta poderosa anarquía poética, acaso retratada un millón 
de veces en mi vida. Pero ¿por qué me suena hoy más dolorosa que ayer?
Siento más que lo que dice. O debí ser parte de ese ejército 
de sombras ciegas que cierra el episodio. La traducción es
de vuestro humilde servidor.


Esta noche el mar está calmo.
La marea es alta, la luna ilumina mentiras
Sobre los istmos; en la costa Francesa, la luz
Centellea y se va; los acantilados de Inglaterra yacen,
Centelleantes y extensos, fuera de la bahía tranquila.
¡Venga a la ventana, la dulce brisa de la noche!
Solitaria, desde la larga línea del rocío
Donde el mar sostiene a la luna pálida sobre la tierra.

¡Escucha! oye el rugido irritante
De guijarros que las olas agitan, y lanzan,
En su regreso, montados sobre ellas,
Crecen, y cesan, y de nuevo vuelven
Con la cadencia trémula menguada, y traen en ellas
Esta eterna nota de tristeza.

Sófocles hace mucho
La oyó sobre el Egeo, y trajo
En su mente esa corriente turbia y menguante
De miseria humana; nosotros
También hallamos en ese sonido una idea,
Escuchada en este distante mar norteño.

Las Aguas de la Fe.
Una vez, ellas también colmaron y rodearon mis costas
Como pliegues de una clara túnica bordada
Pero ahora sólo escucho
su melancólico, largo, rugido al retirarse,
Al hálito del viento de la noche,
Desnudando, bajo las vastos abismos
Tristes y afilados pedruscos de la tierra.

Oh, amor, seámonos siempre fieles
¡Uno al otro! porque el mundo, que parece
Extenderse ante nosotros como un país de sueños,
tan nuevo, tan diverso, tan hermoso,
no tiene realmente luz, amor o alegría,
Verdad o paz, ni alivio de amarguras;
Aquí estamos, como en un llano oscuro,
Barrido con alarmas confusas de luchas y
De escapes,
Donde ejércitos ciegos se enfrentan de noche.


Dover beach (La bahía de Dover) - Mathew Arnold, 1822-1888



En efecto, Arnold inaugura la poesía anárquica, tan natural 
y espontánea, que casi dos siglos después de aparecida
los poetas menores de nuestro tiempo siguen evadiéndola, 
porque piensan que la poesía debe ser dulzona, agregados a 
un barroquismo enfermizo y agotado hace cuatro siglos.
Es precursora de la poesía inconciente (así la llamo)
del actual fenómeno poético, el español, Antonio Gamoneda.



28 de julio de 2012

La piedra inicial / Republicado

Reflexiones para una Edad Luminosa
(pero de bajo consumo).


Cuentan que cuando Simón Barjona, llamado Pedro, recibió la piedra inicial de la Nueva Iglesia –un bloque sólido de doce kilos–, se aventuró a cargarla con valentía y penitencia el camino hasta Roma. Sin embargo, poco antes de llegar a destino, la ruta se interrumpió brutalmente por un pantano. No afecto a pérdidas de tiempo —ni a pensamientos profundos— se adentró en las aguas lamosas. Pero mientras avanzaba he aquí que perdió el equilibrio y la piedra cayó en la ciénaga. Tenía dos alternativas: Buscar ayuda... o construirla allí mismo.


Párrafo del texto Los ángeles al desnudo
del volumen Fragmentos del Cielo, de la Tierra y del Infierno.


Copyright®2011 por Carlos Rigel

27 de julio de 2012

Los árboles del ayer II

Y bueno, ya torcí el pie, ¿pero acaso 
alguna vez me funcionó la brújula?


Qué opaco es el dolor de verte
partir de espaldas cuando la distancia
es vientre, semilla y camino,
que hasta el valle de sombras
de tus ojos me suenan a rayos
sin luz de letanía, y entreviendo
que no volverás mi propia
montaña hecha de trigales
sin destino se hunde en un pantano
de dolores todos latentes,
todos ahora renacidos.
Tan opaco es ese dolor
que buscando borrar sus colores
junté del ayer las trizas de un julio
roto en pedazos y vuelto a romper
una y otra vez sobre un mantel
de encantos derramados
en una copa que hoy también
yace perdida. ¿Cuándo se rompió?
¿Cuándo fue que quedó vacía?
Hace mucho creí ver la paleta
en la mano grande del artista
que tallaba de madrugada el eco
de esta muda campana que hoy
me llena en desaliento y aunque
no es nada, me digo, lo cierto
es que hasta me duelen las horas,
entonces terminás habitándolo todo.
Una vez vi crecer tu vientre
de supernova tañido de púrpura
y bermellón en el río tinto
de tu dormitar seco y tibio
de nave nodriza, recién preñada
de ilusiones y todas ellas
recuperadas, como un grafiti
en una pared sin luz,
hecha de otoño y corazón,
de sal y tierra abierta.
Pero ya ves, no hay paz en este
mar quebrado de rumores
sin los arpegios ondulantes
que trajo el oleaje de tus deseos
pretéritos robados al ayer
que hasta el alma trina
con la voz antigua de cuando
la noche era cuerda sin arpa y
un arcángel en cada tormenta
jugaba con verbos en los pestillos
de tu azucarada entrepierna.
Eran las edades del llano vivido
y un pan sedimento incoloro
sin aldaba en la puerta de mi dios
perdido y muerto, abandonado
para siempre en las cruces
de un tiempo sin nombre ni título.
Pero qué dulce era el fervor
de verte llegar. ¿Cuál lluvia
tan vigorosa ablandará este océano
paralelo de cieno y madrugada?
Nada habita el mañana cuando
no estás, no quedan eclipses que
sortear en el pértigo de mi razón,
que aunque ahora sienta en tus ojos
de ostra la cuna del pan nuevo
de cada amanecer, en verdad,
no tendré manos para recibirlo.
¿Quién hará propias mis trizas
sin tus burbujas?
Entonces, quizás brillará otra vez
el color mágico pero no será mío
sino quitado a las témperas eternas
de un noviembre cansado,
harto y enfermo de beber
de un candado hecho de niebla.
Y aún retirando esta aguja
de infarto, quedará como trémulo
testigo la sangre de mis asesinadas
ilusiones sin surco ni conciencia,
dejará la tierra infértil de tu indolente
y opaco salir de mi influencia.
Sin beso ni espada, sin juicio
ni renacimiento que marque
el paso descendente en el péndulo
de esta inesperada condena
de verte partir inicio el tránsito
hacia la órbita lejana en la noche
más oscura de mi equinoccio.

Rigel

Copyright@2012 por Carlos Rigel

21 de julio de 2012

La visión

Un capítulo de la novela (inédita aún), La pasión de Judas (2003) 
fragmento de ficción que hoy también aparece publicado 
en el ensayo literario La anomalía de Jerusalén (Astrorey Public, 2012), 
texto en el cual exploro los orígenes del cristianismo y su
evolución social.




"¿Y qué hacía allí, siguiendo a las turbas que arrastraban y escarniaban al Cristo, mi Rabbí? ¿Quién era el hombre llamado Judas? La tierra estaba maldita hasta los infiernos; el Cielo también. Y mientras lo veía avanzar a fuerza de golpes, ocurrió que tuve una visión inmensa, como si tuviera apertura a la Creación y desde ella, con ojos perfectos, viera una turba pequeña, cruzando el valle de las Profecías Perpetuas, iluminada por antorchas frenéticas bajo los espesores de las nubes, párpados del ojo enorme en lo alto de los cielos abierto a los horrores mundanos y fugaces que es la Luna; y las estrellas vueltas sobre sí mismas para no ver la burla de lo que hay en el cielo en la columna de fuegos diminutos que avanza por el camino de un valle extenso como una mar, La Mar de las Cegueras Perpetuas, maltratando a un hombre inocente, maniatado y degradado, rumbo a las murallas de una ciudad que también es la Puerta a los Infiernos, donde los hombres serán enterrados cabeza abajo en las plantaciones paralelas de los Azufres Pretéritos y Futuros. Y fue como si estas cosas tuvieran ecos remotos aunque inmensamente pequeños. Como la piedra que derrumba a Goliath mientras esta viaja en el aire, o acaso antes, cuando está en reposo en la hondera y es apenas una ilusión, un deseo, una fuerza quieta, antes de chocar con el gigante. Como si la piedra fuera más pequeñita y eterna, y desde su reposo, mirara al gigante que es más inmenso y profundo, y que se sabe reclamado por ese poder hecho piedra en la espera del golpe que inicie el derrumbe definitivo de sus escombros sobre los trigales infinitos donde cada espiga es un hombre sobre la tierra. Y ante esa escena enorme, me pregunté ¿qué era Judas en todo eso? ¿cuál pedazo de estas cosas era Judas? Y la visión desapareció, como espantada por los gritos de la turba rabiosa, hambrienta de castigo, ansiosa de culpas rápidas. Y allí estaba de nuevo: yo Judas, apenas Judas, nada Judas. ¡Bienaventurado aquél que viene en nombre del Infierno y no tiene dudas en su corazón! ¿No veis la burla en todo esto? ¡Es noche de ázimos sobre Israel!"


La visión, Capítulo 23, Parte II, 
La pasión de Judas
2003


Copyright@2012 por Carlos Rigel

11 de julio de 2012

Los árboles del ayer


Volví y miré el enigma andante 
en el tejido de los sueños, 
desnudo de corteza,
sin el guiño de la Fe o la esperanza,
perdido en el planetario 
de las ilusiones adolescentes,
que ahora pueblan tus pestañas 
desiertas de tristeza.

Y encuentro la fibra cruel del paraíso pretérito, 
desecho y vertiente que escapa de mis manos, 
construido a fuerza de amores, 
uno sobre otro, robados al océano de los años,
ahora ausentes de brillos parpadeantes, 
esculpidos eco tras beso. 
Pero no hay columnas ni mármoles 
que labrar en un futuro incierto.

El cincel también cayó de mis manos.
Ya no quedan unicornios minerales 
en los estantes de mi tiempo
sino la epopeya de cada instante 
perdido al ayer.
De cuando estaba lleno de respuestas 
sin preguntas, vacío de sombras 
pero sin ocaso todavía,
cuando no encallaba aún en esta ceguera 
de atardecer último del árbol añoso 
que ahora anida en la nube injustificada
de tu admiración.

Entonces era yo hermoso, 
cuando todavía los muñecos venían 
sin relojes de centellas y escribías tus deseos 
en cada guardapolvos
siempre con aires de diciembre, 
nunca en los de marzo.
Cuando estabas sin saber que vivías 
y poblabas el mapa de cada almanaque 
quitado a la creación sin saber el por qué.
Cuando no había dios que reinara 
en la oración,
ni oración que penara en tu vientre 
de trémula palidez
que ahora florece como una patria 
del reino dentro del reino
en el último cielo prometido.

Cuántas veces desmembré los destellos 
del amanecer mientras soñaba 
tu infinito nacimiento de papel.
Ahora apenas queda en mi edén 
una enredadera de palabras y 
circunstancias, 
de abecedarios sin sonidos 
de espigas que cantan mudas, 
mientras sueño que no llegarás 
sino como un tranvía sin riel en el corazón
y un bebé de cieno, rima y duraznos 
apretado en los labios.


Junio de 2007

La poesía inconciente no obedece ni a razones de la mente 
ni a lógica alguna, ya que esos son atributos de la prosa. 
Sólo tiene compromiso con el líquido semántico en un río desbordado. 
Lo que proponen los nuevos poetas es encausar el río salvaje, 
es decir, un bello canal de cemento luego adornado 
con puentes de azúcar para que resulte amable.


Copyright®2012 por Carlos Rigel 

10 de julio de 2012

Ballesta pro saeta


Extinguida la tinta de Monterroso, la lustrosa modestia de Rulfo, la felicidad de Cabrera Infante, el hachazo de Sábato, la duplicidad de Borges y la millonaria metáfora de Roa Basto, perdida la letra santa de Cortazar, extraviado también el rumor urbano de Benedetti y la prosa mágica de García Márquez, temo por la tragedia que sobreviene en las letras hispanas. 
Escucho a los poetas de novena que nos quedan, rumiando huesos fosilizados de una poesía muerta, y a los prosistas del reino vacuo que sobreviven sostenidos en un vacío sin parrilla ni pasado, inspirados menos en libros que en la televisión, cuando la figura sobresale a la obra, cuando no leer es una jactancia, cuando ignorar es el triunfo, cuando la ausencia de técnica es pureza de estilo, cuando la falta de estilo es recurso y cuando lo mediocre es aplauso, entonces me tiembla el ombligo. 
El Dorado de Pizarro llegó a su fin. ¿Dónde está el Sartre de este tiempo? ¿Dónde el Balzac? ¿Dónde el Unamuno? Multiplicada por un reino de dioses sin fieles, como un panteón de saurios de una edad pretérita, la literatura hispana agoniza. Pronto será embalsamada y expuesta en un museo de Madrid. Eso temo.





2 de julio de 2012

Esto también pasará




Lo que vemos, la humanidad, el océano viviente completo, y lo que sentimos, lo que deseamos, lo que amamos y recordamos, en cien años no quedará nada ni nadie. De allí los hiatos del ser existencial: resolverlo todo antes que la chispa se apague.


Una circunstancia reemplaza a otra. A veces, opuestas, se anulan, pero nunca se repiten.
Cuando un rey bíblico escribe en su anillo: «Esto también pasará», nos deja un vacío existencial que la vastedad humana no llega a cubrir. Yo también pasaré. Mi incertidumbre, mi congoja, la felicidad que envuelve mi ansiedad de tomar el subte rumbo al encuentro de mi amada, también pasará. Mi vida, a fin de cuentas, pasará. La desdicha, la zozobra, el candor, el dolor pasará. Pero también el amor.

Así, de mi eterno nacimiento, vi crecer aquellos dos pedazos de mi carne y de mis sueños, a las que prefiero llamar Fe y Esperanza, y que estupefacto un día vi descender desde una nave nodriza, como de otra galaxia humana, y que hablaban con ese idioma extraño, sin erres ni cehaches ni eles, cuyos mundos cabían en una mirada, y cuyas vidas apenas llenaban mi mano, edad geológica cuando un ventiluz era un portal a una dimensión nueva sin estrenar, sus destellos también pasaron rumbo a la adolescencia de mis canas, ahora blancas de negación, porque hoy me miran indiferentes, y yo las miro remoto, abstraído, todavía sin comprenderlas. Pero el mundo creció, la vida derramó como un diluvio de selva y llanura, y no lo anunciaron en el pronóstico de la Existencia.

Ya no son mías. Ya nada es mío. La creación ha inundado mi horizonte. Mi propio Edén ha muerto de abandono. ¿Qué pasó con aquella patria de harina y catarros? La nave nodriza no da manzanas y el árbol de la sabiduría vuela desprendido de raíz con el huracán de mis deseos camino del paraíso perdido en los confines de ninguna galaxia. No hay ventanas en el Cielo, pero tampoco salvavidas.

¿En cuál bolsillo ocultaron los brillos de junio y diciembre? ¿Dónde quedaron las velas de cada despertar? Ese huevo cósmico también pasó, así como ahora esta perplejidad del ayer también pasará sin dejar rastros del mañana. Es la Ley de la Impermanencia, hachazo de la verdad tan temida como fugaz. 

El océano nacido de mí, y que hoy me ahoga, un día se agotará pero no estaré entonces para renacer de mis sueños incumplidos. ¿Y acaso debería ser mi consuelo? No hay Biblia para la siguiente pregunta: ¿Y dónde consta este instante en la Eternidad?

Julio de 2006


Copyright©2012 por Carlos Rigel