Lo que vemos, la humanidad, el océano viviente completo, y lo que sentimos, lo que deseamos, lo que amamos y recordamos, en cien años no quedará nada ni nadie. De allí los hiatos del ser existencial: resolverlo todo antes que la chispa se apague.
Una circunstancia reemplaza a otra. A veces, opuestas, se anulan, pero nunca se repiten.
Cuando un rey bíblico escribe en su anillo: «Esto también pasará», nos deja un vacío existencial que la vastedad humana no llega a cubrir. Yo también pasaré. Mi incertidumbre, mi congoja, la felicidad que envuelve mi ansiedad de tomar el subte rumbo al encuentro de mi amada, también pasará. Mi vida, a fin de cuentas, pasará. La desdicha, la zozobra, el candor, el dolor pasará. Pero también el amor.
Así, de mi eterno nacimiento, vi crecer aquellos dos pedazos de mi carne y de mis sueños, a las que prefiero llamar Fe y Esperanza, y que estupefacto un día vi descender desde una nave nodriza, como de otra galaxia humana, y que hablaban con ese idioma extraño, sin erres ni cehaches ni eles, cuyos mundos cabían en una mirada, y cuyas vidas apenas llenaban mi mano, edad geológica cuando un ventiluz era un portal a una dimensión nueva sin estrenar, sus destellos también pasaron rumbo a la adolescencia de mis canas, ahora blancas de negación, porque hoy me miran indiferentes, y yo las miro remoto, abstraído, todavía sin comprenderlas. Pero el mundo creció, la vida derramó como un diluvio de selva y llanura, y no lo anunciaron en el pronóstico de la Existencia.
Ya no son mías. Ya nada es mío. La creación ha inundado mi horizonte. Mi propio Edén ha muerto de abandono. ¿Qué pasó con aquella patria de harina y catarros? La nave nodriza no da manzanas y el árbol de la sabiduría vuela desprendido de raíz con el huracán de mis deseos camino del paraíso perdido en los confines de ninguna galaxia. No hay ventanas en el Cielo, pero tampoco salvavidas.
¿En cuál bolsillo ocultaron los brillos de junio y diciembre? ¿Dónde quedaron las velas de cada despertar? Ese huevo cósmico también pasó, así como ahora esta perplejidad del ayer también pasará sin dejar rastros del mañana. Es la Ley de la Impermanencia, hachazo de la verdad tan temida como fugaz.
El océano nacido de mí, y que hoy me ahoga, un día se agotará pero no estaré entonces para renacer de mis sueños incumplidos. ¿Y acaso debería ser mi consuelo? No hay Biblia para la siguiente pregunta: ¿Y dónde consta este instante en la Eternidad?
Julio de 2006
Copyright©2012 por Carlos Rigel
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