28 de octubre de 2013

Estatua del Estado de Sitio


Está próximo a salir el volumen de mi autoría La nube de metal con la obra "Memorias de la tierra" del artista plástico boliviano, y muy querido amigo, Pastor Berrios Herrera, como motivo de tapa. Contiene la crónica de mi participación, junto a muchachos valientes y aguerridos, en los sucesos feroces del 21 de Diciembre de 2001 en Plaza de Mayo con el Estado de Sitio, y que concluye con la caída del gobierno de De la Rúa, relato que, precisamente, titula la presente edición.





24 de octubre de 2013

La saeta en el mar



Motivan mi próxima visita a la Biblioteca Popular Bartolomé Ronco, de la ciudad de Azul, fines protocolares y editoriales coincidente con las jornadas del VII Festival Cervantino. Luego seguiré el itinerario a la Marathónica de Poesía y Narrativa en la ciudad de Mar de Ajó, en la costa atlántica, donde brindaré un breve ponencia el día 8 de Noviembre sobre temas de prosa, libros y lectores, cuyo título será "Construir un público lector a través del libro". También presentaré durante el evento los títulos de mi autoría que compartiré con el público leyente costeño. Permaneceré entre amigos hasta el 9 de Noviembre –día de mi cumple– y regresaré para celebrar en familia mi vencimiento anual de factura el Domingo 10. Con posterioridad publicaré una reseña de los eventos.

Orígenes de la vida inteligente



No es bueno hacer pelotas lo creado, 
a no ser que se lo merezca, pues todos somos 
iguales ante la Creación salvo algunos
quienes son más iguales que otros a quienes es mejor ametrallar cuanto antes cuando son muy iguales.


Bien dice un sabio que "Dios habita en nuestro ser", a lo que otro pensador agrega y resume "cuarenta y ocho sapos no suman una sandía", pues por eso, inspirado en estas premisas, digo que exploraba los misterios de la Creación dispuesto a responder los interrogantes de la vida y la evolución que inquietan desde oscuras edades tanto el alma como la conciencia superior del hombre. Y tras ellas, me aboqué a la empresa de crear vida inteligente en mi propio laboratorio de experimentos científicos, almacén de ensayos tan extraordinarios que desafían las leyes naturales de la Creación, puesto que es cierto que hay un universo completo incluso dentro de un pepino de copetín, pues es habitado por innumerables criaturas diminutas que deambulan mansamente por las avenidas de la naturaleza, conformes y satisfechas con sus pequeños destinos, sin saber que son observados con lupa en esos mismos instantes por una inteligencia superior y rotariana, que hasta en mí estuvo la piadosa intención de guiarlos, diciéndoles: ¡Eh, tú, pásate por aquí, y tú por allí! Que ante la incauta desobediencia, como guía de tránsito unicelular, he probado echarles kerosén bajo amenaza de prenderles fuego si no me dispensan una plegaria en agradecimiento.

Digo entonces que tras estos encumbrados descubrimientos me decidí a crear mi propia fuente de vida, y habiendo escuchado tantas veces a mis colegas científicos cuando refieren a un "caldo" de cultivos elementales, que siendo yo poco afecto a la sopa, pues me dispuse, consistente con mi autógena criollidad, a elaborar un "chimichurri" genitivo, aderezo básico de la existencia parrillera, mezclando en una probeta de tamaño adecuado, albúmina, pólvora, costillas de asado, fideos cabello de ángel, silicatos rehogados, jugo de manuelas frescas recién exprimidas, raspaduras de azufre, y luego de un batido abundante, sometido este brebaje a la tracción de altas atmósferas metanóferas y la acción perniciosa de las gravedades, regué el contenido con luz ultravioleta, agregando cuatro partes de neutrinos en conserva, dos rayos masticables, ajíes altamente abrasivos, un diente de ajo y tres partes de Rexona, no fuera que la criatura emergente apestara. Y satisfecho con mi obra creativa me fui a echar una siesta. 

Pero he aquí que en la séptima hora fui despertado abruptamente de un plácido sueño, más precisamente cuando Dios me pedía consejo acerca de cómo proceder con la invasión de moscas extraterrestres en los comederos del Cielo, fue que un gorjeo mesolítico por completo desconocido me convocó a despertar y dirigirme prontamente a mi nave de ensayos biológicos secretos.

La probeta yacía rota, cuyos enormes pedazos y pequeñas astillas sembraban el suelo de escombros chispeantes. 

-¡Opft!

Mis más profundos temores estaban de pie frente a mí. Claramente advertí que el ser creado estaba hecho a mi imagen y semejanza. Mi estupor fue evidente para la criatura desnuda que hurgaba en mi conservadora de muestras pues, enderezándose cuan alto y promiscuo era, dijo:

-¡Y tú! ¿Qué mirais? ¿Acaso me quereis cagar? ¡Me convocais en cautiverio y ni tan siquiera teneis preparado un choripán en mi agasajo!

Cerrando la heladera de un golpe y de manos en la cintura, visiblemente fastidiado ante mi silencio, agregó:

-¡Ya veo en vuestro talante que tendré que pagaros un alquiler por esta pocilga inmunda! Y además, ¿cuándo me proveereis de una doncella, o acaso dos, pues para entibiar las sábanas en los fríos invernales? -vi el brillo lascivo en sus ojos y deduje su naturaleza. Y prosiguió- Pues ten por seguro que no quiero pescar un resfriado... ¡Y cuando salgais, traedme unos fasos L&M, pues los Marlboro me producen picazón de garganta!... no quiero depender de vuestras recetas sospechosas. 

Y mientras Intenté una respuesta al nauseabundo ser me proyecté sobre el botón incinerador de emergencia. Al deducir mi intención alcanzó a tirarme con una caja de jabón Rinso que aguardaba sobre el inerme lavarropas en el que bato mis experimentos. 

-¡Aguardad a que prenda un faso! –gritó el pestilente– ¡No! 

Una poderosa niebla de verdes ensolves inundó la atmósfera como una encantada peste ácida. Holocausto. Genuino, volcánico y reparador holocausto, pues dicen que en el Comienzo había fuego estelar en las parrillas primitivas del Origen Cósmico. Volveré a ensayar el año que viene pero sin costillas ni picantes y, además, creo que probaré con otro desodorante.




Texto perteneciente al volumen La nube de metal de próxima edición.

Copyright®2013 por Carlos Rigel

20 de octubre de 2013

Diatriba contra un heraldo enfermo de belleza


Siempre hay lugar para los condenados 
al jardín de los barrotes sociales.

Todos los perros reunidos: La jauría está lista. La jauría y la manada de monos invitados al show de un juicio contra una personalidad de la poesía y la dramaturgia. Un pañuelo bordado bajo las pezuñas y los colmillos de los cerdos. «En Londres no se debe hacer el "debut" con un escándalo. Eso queda reservado para dar un poco de interés a la vejez. La juventud sonríe sin ninguna razón. Ese es uno de sus mejores encantos. No soy romántico. Aún no soy lo bastante viejo. Dejo el romanticismo para los que son más viejos que yo». Y todo por no abordar ese último tren. Por favor, saque su boleto, señor Wilde. Dios, empujalo, dejalo pasar, hacé que el guarda mire para otro lado. «Detrás de todo lo exquisito hay siempre alguna tragedia», parece responderme Oscar Wilde, el poeta medular de Dublin, hijo de esa isla lateral irlandesa que fecundó tantas veces la grandeza intelectual del Reino Unido, autor de la novela El retrato de Dorian Gray (1890), metáfora de una juventud robada a la magia.

Él mismo convoca a la jauría de perros al espectáculo. «El amor es simplemente una desordenada pasión con un bello nombre». La acusación es difusa, el marqués de Queensberry, padre del actual affair de Oscar, el joven lord Alfred Douglas, un personaje absolutamente subalterno, sabe de la relación de su hijo con Wilde lo que lo vuelve el hazmerreir de la ciudad y en un envión de osadía lo acusa de «Sondomita» en una carta que más tarde fue pública. Veamos, Queensberry no escribe sodomita, sino que desfigura el término deliberadamente, previendo incendios inesperados en los fueros; deja una brecha tangencial que le permita un salida de emergencia a un «Yo nunca escribí sodomita». «El mundo es un cementerio y todos nosotros, como un ataúd, llevamos dentro un esqueleto». Allí advertiremos que teme a las represalias de alguien famoso como Wilde, y deja la puerta abierta a una rectificación posterior que no llegará nunca. No será necesaria. «La gente ordinaria espera que la vida le descubra sus secretos, pero a muy pocos, a los elegidos, les son revelados los misterios de la vida antes de que caiga el velo. Algunas veces es por efecto del arte, principalmente el literario, el cual se conecta de forma inmediata con las pasiones y la inteligencia. Pero, de cuando en cuando, una personalidad compleja asume el oficio del arte y es, a su manera, una verdadera obra de arte». 

Y Wilde arremete lozano en un juicio por calumnias, creyendo que lo puede ganar con resarcimiento y acaso limpiar su nombre. Es un artista lúcido, un hombre inteligente y sofisticado, un conferencista estético, deslumbrante y popular. «La única cosa que lo sostiene a uno en la vida es el darse cuenta de la inmensa inferioridad de los demás». Nada le hace pensar en un revés frente al estrado; cree que con su proverbial discurso de anagramas y frases brillantes dominará al jurado atrayéndolo en su favor. Él es Gray, el Conde de la Duplicidad, y en ella se ocultará con un epigrama irrefutable y preciso para salir ileso una vez más. «La humanidad se toma a sí misma demasiado en serio. Es el pecado original del mundo. Si el hombre de las cavernas hubiera sabido reír, la historia habría sido diferente».

El público asistirá al juzgado. El poeta y dramaturgo irlandés cuenta con eso. No es el primer juicio que soporta; su vida amorosa es conocida en la ciudad. «Yo nunca apruebo ni desapruebo nada. Es una actitud absurda para la vida. No hemos sido enviados al mundo, para airear nuestros prejuicios morales». Y se presenta pulcro, elegante y genial en una verdadera perrera burocrática de abogados defensores y acusadores. El tribunal es un corral. Y la comedia da inicio.

«La vida es demasiado compleja para ser regida por unas reglas tan duras y fijas». Hay lectura de alegatos, el testimonio de vagabundos, gente rancia en la diatriba desproporcionada contra un hombre que se defiende al principio con la majestad del humor. «Vivir es la cosa más rara del mundo. La mayoría de la gente existe, eso es todo.» Desfilan por el banquillo extorsionadores hambrientos, testigos desconocidos que describen ambigüedades tendenciosas y hasta demostrativas de una vida de contactos lujuriosos. «El secreto es la única cosa que puede hacer misteriosa y maravillosa la vida moderna. La cosa más vulgar es deliciosa si uno la oculta». Los monos aplauden, los perros ladran frenéticos. El show está en marcha y debe continuar para el público presente; es el espectáculo de entrada libre para la plebe que un hombre público puede ofrecer. «No tengo nada que declarar sino mi genio». Hay ovaciones y exabruptos, quejas y burlas. «El fin de la vida es el propio desenvolvimiento. Estamos aquí para realizar nuestra naturaleza, perfectamente».

Pero comete un error, en sus declaraciones deja entrever una fisura pequeña por la que filtra su vida privada; derrama pronto en el interrogatorio iracundo del fiscal una vida de amores reprobables, ahora expuesta abyecta a la jauría victoriana de una Londres que será cuna de la persecución contra "indecentes" después del juicio y la condena. Es más importante tener una máscara de la decencia pública que a un autor brillante. Y el revés no previsto llega y se hace fuerte. Los monos callan, los perros esperan jadeando. El juicio está perdido. La popularidad que creyó lo favorecería se vuelve una colmena de impugnación. 

Oscar Wilde es condenado a dos años de trabajos forzados en Reading. «Ahora conoceré el otro lado del jardín», le dice a su amigo, Bernard Shaw, conciente de la sentencia. Le permiten las última horas para acomodar sus asuntos familiares antes de marchar a prisión. «El alma nace vieja y se va haciendo joven. Esa es la comedia de la vida. El cuerpo nace joven y se va haciendo viejo. Esa es la tragedia». Sin advertirlo, ahora no sólo es dramaturgo sino, además, demiurgo de su propio deceso. 

En el destacamento policial, cruzando unas calles, saben que al comenzar el día deben ir por él, esposarlo y conducirlo a prisión. Sin embargo, en pocas horas, casi a medianoche, parte el último tren rumbo al puerto cercano de Dover. Podría escapar rumbo a Francia para no volver jamás, la evasión de una condena que no corregirá su comportamiento como ser social ni mejorará su estilo de pensamiento. Es cierto que mandan a un agente para espiar y verificar si ha aprovechado esta última oportunidad de escapar a la prisión. El hombre regresa: «Tal parece que el señor Wilde no ha abordado el último tren», le dicen al comisario. «Habrá que arrestarlo, entonces», responde. La policía londinense muestra la misericordia para con un hombre sensible y genial que no muestra el sistema judicial completo. Pero el poeta se entrega voluntario a la maquinaria de vapores y de martillos, de golpes y enfermedad. Wilde está acabado. Sé de la calumnia de las bestias cuando se juntan a ladrar. Es la pendiente, el abismo de Wagner, la pierna de Rimbaud, el péndulo de Poe que inicia el regreso, el descenso de la madrugada de Cortázar, la vesícula de Mozart, la cicuta de Platón. La jauría calla, parece satisfecha.

Dicen que en prisión, el frío y la falta de atención médica parirán su propia muerte. «Convertirse en el espectador de nuestra propia vida, es escapar a sus sufrimientos». El reproche social y familiar lo llevará a refugiarse en París, y aún allí padecerá la amenaza de interrumpir la pensión que recibe si vuelve a encontrarse con Lord Alfred Douglas. «El destino no nos envía heraldos. Es demasiado sabio o demasiado cruel. En este mundo, hay sólo dos clases de tragedias. Una es no obtener lo que se desea y la otra, obtenerlo. La última es mucho peor». No hay retratos que lo salven del deterioro ni estatuas de jóvenes hermosos que lo lloren. Dejará de ser Wilde para ser otra persona, vivir la vida de otro que simplemente existe, anónimo, perdido. «Cuando los dioses desean castigarnos, atienden nuestros ruegos». Oculto en Francia como un oráculo decadente y olvidado, dicen que cruzarán sus caminos con él en París, se lo verá abatido y desalineado, y hasta pedirá dinero que, tras recibirlo, desaparecerá para siempre. Nunca más será descubierto como un ángel herido por ninguna calle empedrada de la ciudad parisina. «El hecho de que Dios ame al hombre nos muestra que, en el orden divino de las cosas ideales, está escrito que el amor eterno será dado a quien sea eternamente indigno de él». 

Y ese eterno muchacho con cara inocente de ojos tristes, hijo intelectual de Dublin, ese heraldo enfermo de belleza llamado Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, sin estética, sin lucidez ni elegancia, morirá como "Sebastián Melmoth", nombre horrible y decadente que elige para ocultarse en el jardín de barrotes agónicos de una ciudad que no lo reconocerá con apenas 46 demacrados años junto a veinticuatro obras que no escribirá jamás en la vejez que no tendrá; acaso la mejor etapa de su vida literaria. Él, Sebastián Melmoth, habrá sido el creador de un retrato ilusorio de un cuadro llamado Oscar Wilde, el personaje de una pintura que adquiere más belleza mientras que el autor de la obra se deteriora y corrompe de antigüedad, como indica el tiempo. «Cuando un hombre dice que ha agotado su vida, ya se sabe que es la vida la que lo ha agotado a él». Y porque el último tren esa noche partió sin él rumbo a Dover es que nació como un ángel hecho de letra sin fonema, como Rimbaud, ánima muda condenada para siempre al limbo literario como el genio rebelde de la estética finalmente reformada.

Rigel

Copyright@2013 por Carlos Rigel

19 de octubre de 2013

Conflictos de un padre decepcionado




Tras mi ausencia impera el desorden. La gravedad se ha vuelto caprichosa: a veces sube hasta la incomodidad, otras, cae hasta andarme flotando a la deriva. El sol, en cambio, adelantó su salida, tanto que debí palanquearlo para forzar la esfera en llamas de regreso a la madrugada; no quedó en posición exacta, aunque pocos advertirán el error. Y la Luna ha desaparecido, tendré que buscarla.Pero lo que me molesta hasta la rabia incontenible son las estrellas: han desorientado los cielos cardinales al extremo que apenas puedo reconocerlas por tamaño y brillo. Tardaré un tiempo en restituirlas, una a una, a sus posiciones en el mapa celeste. Algunas han caído a tierra y yacen desparramadas; otras, muy diminutas, agonizan enterradas en lagunas o en la llanura después del intento de fuga. Pero no tendré paciencia para las más pequeñas: creo que juntaré puñados y las lanzaré al firmamento como si fueran semillas. Se me complica con la recesión de las galaxias, tendré que tirar anzuelos para recapturarlas. Hay neutrinos mezclados con árboles y cuadernos de historia quemándose en quasars. Y a la biología ni la menciono. 
La creación a veces me agota; siento ganas de gritar: "¡Qué se arreglen, no hago más nada!".



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12 de octubre de 2013

Me cansé de odiar

Amo España, que novedad, amo cada centímetro de su territorio, de su historia; amo Italia, la llevo en la sangre centurial y milenaria. Amo Israel, no podría menos que anhelarla, mi alma le pertenece. Amo la India tridimensional que me vio crecer. Amo Grecia, mi espíritu la habitó antes que a Roma o a Judea. Amo Panamá, esa isla misteriosa y lateral que alguna vez debió verme morir; amo Venezuela, la luz de mi infancia, la primera ilusión. Amo China, mi origen genético, las primeras letras. Fui parido por esas patrias que acaso jamás vuelva a ver. 
Se me fue dada la palabra, la paleta y la pobreza, pero hace mucho me cansé de odiar por inercia heredada. Ahora simplemente amo, ahora simplemente entiendo a Neruda. No me inviten al odio ameno, a confundir al adversario con el enemigo, a sublimar una guerra con un partido de fútbol. No me arenguen a silbar el himno ajeno ni a quemar la bandera extranjera. Nadie sabe cuanta sangre derramaron por ella.

Lo odioso no son las patrias de la Tierra, sino las finanzas que no tienen cara ni patria, cuyas lealtades son a los contadores y abogados, los negocios de la ganancia privada y el riesgo social. Ellos, los grupos financistas del mundo, nos traen la sonrisa y el robo anónimo, nos empobrecen cordiales y con beneficios. Nos traen el espejo, los cosméticos, el sánguche y los reflectores, los mismos que finalmente desnudan y revelan nuestra naturaleza de pueblos ingenuos. Si la protesta es aquí, entonces miremos al otro lado, porque la trampa no está aquí, sino allí. Menos que una patria, veremos que es una oficina.



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1 de octubre de 2013

Santuario



La feria llegó, sin duda, y aunque fueron jornadas repletas de público es acertado tener presente su verdadera dimensión: No se trata de un acontecimiento mayor ni determinante ni influyente ni promisorio, es simplemente un evento cíclico, práctico y minúsculo de apertura editorial con innumerables falencias organizativas y vastos espacios vacíos, tanto narrativos como poéticos, históricos y periodísticos en los mostradores. 

Engañarnos de nuevo con la novedad, el aplauso gentil y la sonrisa de los amigos, es sentirse grande en el fondo de un abismo solitario; es sólo equivalente a proclamar la manifestación de un milagro en un templo deshabitado, sin testigos, donde nadie puede verificarlo. Pero aquí no hay tal altruismo ni tal magia: Lo destacado no fue un autor local, sino la visita de Alejandro Dolina, oriundo, para colmo, de Haedo. Esto revela la ausencia de figuras regionales de indiscutida amplitud nacional y de interés social. Y lo subrayo porque prefiero abstraerme a la visita del camaleónico Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Cosia, de quien algo dije con motivo de mi visita como Embajador Cultural a "Puntos de cultura" en el mes de Junio, organizado por la Nación.

La falta de compromiso de las autoridades con la cultura nacional y regional es elocuente: La inauguración es obligada para la foto, lo demás es una molestia necesaria o evitable. Lo advertimos cuando toman posición los custodias y los que nunca aparecen más que como guardaespaldas de turno. Un operativo digno de un presidente de los EEUU o de un jefe narco. Un vecino que escribe o que vende libros es también un peligro. Y nunca más vuelven a aparecer. No los veremos acercarse a revisar los exhibidores de periodismo o de narrativa o de historia o simplemente de paseo. De tal manera que un texto producido en Colombia o Venezuela da igual que uno producido en la misma ciudad de San Justo.

En un municipio con dos millones de habitantes, un evento público de una ciudad con aproximadamente cien mil vecinos que conmina apenas la visita de, acaso, ocho a diez mil personas, es casi un fracaso disimulado, alegre y oculto. Gran cantidad de escuelas públicas faltaron a la cita aunque pude reconocer la cascada de estudiantes de nuestra universidad local allegados, casi siempre, con los minutos contados previos al horario de clase.

La conclusión es inminente: A sólo quince cuadras del predio elegido para el evento nadie estaba enterado de la existencia de una feria de libros. El error de difusión se repite: Hace años que no se enteran. Favoreció la jornada del Jueves el feriado inesperado del Empleado de Comercio, lo que produjo una avalancha de público casual, no muy comprometido con la lectura, pero de aporte a la ilusión generalizada del abordaje masivo.

Mis ventas fueron buenas y diarias, es cierto, pero si digo que vendí 50 ejemplares de mi autoría (más exacto, 48), basta para establecer de qué tipo de éxito hablo. Y sin embargo creo que resulté favorecido por la veleidad o por la fortuna o acaso la experiencia, no lo sé, frente a otros autores. Lo títulos de la trilogía Diarios de Autor y el ensayo de revisionismo histórico de nuevo hablaron por sí mismos. A esto se sumaron los dos títulos presentados al público: Una metáfora tóxica (AstroRey, 2013), y la novedad de anticipo con el capítulo de Las aventuras del conquistador don Quijote de La Mancha en el reino de las Indias (AstroRey, 2013), lo que atrajo curiosos en la aproximación a la exhibición. Mis conferencias –desde el  acto estúpido de censura en público padecido el año anterior a manos de los aficionados coordinadores de Autores de La Matanza–, son privadas e individuales a cada visitante y, además, selectivas, ya que no invado con referencias innecesarias a quien no lo pide o no se muestra interesado. A menudo ni siquiera le dirijo una palabra al turista del mostrador a no ser que abra el texto y lo indague, pero sólo tras ese instante sagrado de lectura, cuando el texto ejerce sus hipnóticos secretos.



Tuve visitas inesperadas, pequeños sabios ilustrados en busca de un mentor o un referente; también autores noveles y amateurs de la escritura. Destaco la presencia de un muchacho, Mariano, un verdadero ecléctico y enciclopédico de apertura, aprendiz de piano, quien repitió su visita en cuatro diferentes oportunidades a lo largo de dos jornadas distintas aunque no consecutivas: Dejó mediar un día hasta leer por completo el ensayo La anomalía de Jerusalén, para retornar por última vez con sus reveladas sorpresas frente a las conclusiones. Sin dudar llevó El Verbo tangente. Finalmente, el éxito no está determinado por las ventas, sino por el descubrimiento de una aguja en un pajar: Lector es quien vuelve para adquirir otro título del mismo autor, pero, además, cuando no se siente defraudado sino más persuadido de completar su biblioteca personal con otros títulos de la misma pluma.

También gocé la sorpresa de los iluminados imprevistos pero posibles, esas figuras de un paisaje ciudadano que a menudo uno como yo evade, con sus prédicas de milagros, Génesis bíblico y Apocalipsis. Mi dedicación a la lectura de un ejemplar caro que compré en el stand de la Biblioteca Nacional con las crónicas de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, no impidió el asalto tipo comando de Vietnam de personajes ilusorios a mi apacible soledad para golpearme la cabeza con las revelaciones de un cielo que no se cansa de mandarme terminators atropellados o por la luz divina o por la luz zodiacal. Quién dijo que no hay insolados en la pampa verde, húmeda y nublada. Mi aura parece llamarlos.

Los grandes heridos por ausencia fueron Almafuerte, Echeverría y Sábato; sus obras fueron buscadas por estudiantes de secundaria y, una y otra vez, recibieron la misma negativa de los expositores presentes más completos, variados y universalistas. Veré de conformar una selección de autores nacionales para la próxima. Para concluir, la cenefa "Autor de San Justo", ejerció una influencia decisiva en el acercamiento del público. Pero me abruman las muestras de afecto y la lealtad de los seguidores de mi pluma. Hubo quien contó monedas para adquirir lo último, diminuto acto de grandeza que no olvido. 

Recuerda la historia clandestina de la literatura cuando el novelista panameño Pernet y Morales juntó monedas de su bolsillo para comprar el texto premiado de Camilo José Cela. La anécdota fue así: Pernet y Morales fue parte del trío finalista de un concurso junto a Camilo José Cela y nada menos que Gonzalo Torrente Ballester en un certamen literario español. Resultó ganador Cela. Pero la anécdota es que en el encuentro de faunos, Cela acusó a Pernet y Morales de que había copiado el tema de su libro. Y el panameño, lleno de dudas, corrió a una librería para comprar el libro ganador, vaciando literalmente sus bolsillos hasta de monedas. Asó verificó, hasta la incomodidad, la extrema similitud de ambos textos finalistas. Puede ocurrir en los términos de un efecto frecuente del que he escrito, llamado "masa crítica" de una idea, cuando estalla en varias partes del mundo a la vez y casi en el mismo tiempo.

En cuanto al comprador de mi ejemplar, no voy a recordar la cita bíblica sobre la mujer que aporta dos blancas en maravedí a las arcas de Jerusalén, porque sería sensibilizar innecesariamente la circunstancia, pero hay nobleza sin descuentos en esas monedas recibidas cuando llegan con dignidad en la retribución justa. Mi éxito completo es resumido por esas medallas de níquel y bronce como pago exacto por un Quijote renacido de mi pluma. Así supe, una vez más, que hay lectores más grandes que los propios autores. No queda gloria ni éxito que perdure, apenas la pluma navegando las teclas de una misantropía apenas interrumpida. La feria se fue, mi programa continúa.


Copyright®2013 por Carlos Rigel