Tras mi ausencia impera el desorden. La gravedad se ha vuelto caprichosa: a veces sube hasta la incomodidad, otras, cae hasta andarme flotando a la deriva. El sol, en cambio, adelantó su salida, tanto que debí palanquearlo para forzar la esfera en llamas de regreso a la madrugada; no quedó en posición exacta, aunque pocos advertirán el error. Y la Luna ha desaparecido, tendré que buscarla.Pero lo que me molesta hasta la rabia incontenible son las estrellas: han desorientado los cielos cardinales al extremo que apenas puedo reconocerlas por tamaño y brillo. Tardaré un tiempo en restituirlas, una a una, a sus posiciones en el mapa celeste. Algunas han caído a tierra y yacen desparramadas; otras, muy diminutas, agonizan enterradas en lagunas o en la llanura después del intento de fuga. Pero no tendré paciencia para las más pequeñas: creo que juntaré puñados y las lanzaré al firmamento como si fueran semillas. Se me complica con la recesión de las galaxias, tendré que tirar anzuelos para recapturarlas. Hay neutrinos mezclados con árboles y cuadernos de historia quemándose en quasars. Y a la biología ni la menciono.
La creación a veces me agota; siento ganas de gritar: "¡Qué se arreglen, no hago más nada!".
Copyright@2013 por Carlos Rigel
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