1 de octubre de 2013

Santuario



La feria llegó, sin duda, y aunque fueron jornadas repletas de público es acertado tener presente su verdadera dimensión: No se trata de un acontecimiento mayor ni determinante ni influyente ni promisorio, es simplemente un evento cíclico, práctico y minúsculo de apertura editorial con innumerables falencias organizativas y vastos espacios vacíos, tanto narrativos como poéticos, históricos y periodísticos en los mostradores. 

Engañarnos de nuevo con la novedad, el aplauso gentil y la sonrisa de los amigos, es sentirse grande en el fondo de un abismo solitario; es sólo equivalente a proclamar la manifestación de un milagro en un templo deshabitado, sin testigos, donde nadie puede verificarlo. Pero aquí no hay tal altruismo ni tal magia: Lo destacado no fue un autor local, sino la visita de Alejandro Dolina, oriundo, para colmo, de Haedo. Esto revela la ausencia de figuras regionales de indiscutida amplitud nacional y de interés social. Y lo subrayo porque prefiero abstraerme a la visita del camaleónico Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Cosia, de quien algo dije con motivo de mi visita como Embajador Cultural a "Puntos de cultura" en el mes de Junio, organizado por la Nación.

La falta de compromiso de las autoridades con la cultura nacional y regional es elocuente: La inauguración es obligada para la foto, lo demás es una molestia necesaria o evitable. Lo advertimos cuando toman posición los custodias y los que nunca aparecen más que como guardaespaldas de turno. Un operativo digno de un presidente de los EEUU o de un jefe narco. Un vecino que escribe o que vende libros es también un peligro. Y nunca más vuelven a aparecer. No los veremos acercarse a revisar los exhibidores de periodismo o de narrativa o de historia o simplemente de paseo. De tal manera que un texto producido en Colombia o Venezuela da igual que uno producido en la misma ciudad de San Justo.

En un municipio con dos millones de habitantes, un evento público de una ciudad con aproximadamente cien mil vecinos que conmina apenas la visita de, acaso, ocho a diez mil personas, es casi un fracaso disimulado, alegre y oculto. Gran cantidad de escuelas públicas faltaron a la cita aunque pude reconocer la cascada de estudiantes de nuestra universidad local allegados, casi siempre, con los minutos contados previos al horario de clase.

La conclusión es inminente: A sólo quince cuadras del predio elegido para el evento nadie estaba enterado de la existencia de una feria de libros. El error de difusión se repite: Hace años que no se enteran. Favoreció la jornada del Jueves el feriado inesperado del Empleado de Comercio, lo que produjo una avalancha de público casual, no muy comprometido con la lectura, pero de aporte a la ilusión generalizada del abordaje masivo.

Mis ventas fueron buenas y diarias, es cierto, pero si digo que vendí 50 ejemplares de mi autoría (más exacto, 48), basta para establecer de qué tipo de éxito hablo. Y sin embargo creo que resulté favorecido por la veleidad o por la fortuna o acaso la experiencia, no lo sé, frente a otros autores. Lo títulos de la trilogía Diarios de Autor y el ensayo de revisionismo histórico de nuevo hablaron por sí mismos. A esto se sumaron los dos títulos presentados al público: Una metáfora tóxica (AstroRey, 2013), y la novedad de anticipo con el capítulo de Las aventuras del conquistador don Quijote de La Mancha en el reino de las Indias (AstroRey, 2013), lo que atrajo curiosos en la aproximación a la exhibición. Mis conferencias –desde el  acto estúpido de censura en público padecido el año anterior a manos de los aficionados coordinadores de Autores de La Matanza–, son privadas e individuales a cada visitante y, además, selectivas, ya que no invado con referencias innecesarias a quien no lo pide o no se muestra interesado. A menudo ni siquiera le dirijo una palabra al turista del mostrador a no ser que abra el texto y lo indague, pero sólo tras ese instante sagrado de lectura, cuando el texto ejerce sus hipnóticos secretos.



Tuve visitas inesperadas, pequeños sabios ilustrados en busca de un mentor o un referente; también autores noveles y amateurs de la escritura. Destaco la presencia de un muchacho, Mariano, un verdadero ecléctico y enciclopédico de apertura, aprendiz de piano, quien repitió su visita en cuatro diferentes oportunidades a lo largo de dos jornadas distintas aunque no consecutivas: Dejó mediar un día hasta leer por completo el ensayo La anomalía de Jerusalén, para retornar por última vez con sus reveladas sorpresas frente a las conclusiones. Sin dudar llevó El Verbo tangente. Finalmente, el éxito no está determinado por las ventas, sino por el descubrimiento de una aguja en un pajar: Lector es quien vuelve para adquirir otro título del mismo autor, pero, además, cuando no se siente defraudado sino más persuadido de completar su biblioteca personal con otros títulos de la misma pluma.

También gocé la sorpresa de los iluminados imprevistos pero posibles, esas figuras de un paisaje ciudadano que a menudo uno como yo evade, con sus prédicas de milagros, Génesis bíblico y Apocalipsis. Mi dedicación a la lectura de un ejemplar caro que compré en el stand de la Biblioteca Nacional con las crónicas de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, no impidió el asalto tipo comando de Vietnam de personajes ilusorios a mi apacible soledad para golpearme la cabeza con las revelaciones de un cielo que no se cansa de mandarme terminators atropellados o por la luz divina o por la luz zodiacal. Quién dijo que no hay insolados en la pampa verde, húmeda y nublada. Mi aura parece llamarlos.

Los grandes heridos por ausencia fueron Almafuerte, Echeverría y Sábato; sus obras fueron buscadas por estudiantes de secundaria y, una y otra vez, recibieron la misma negativa de los expositores presentes más completos, variados y universalistas. Veré de conformar una selección de autores nacionales para la próxima. Para concluir, la cenefa "Autor de San Justo", ejerció una influencia decisiva en el acercamiento del público. Pero me abruman las muestras de afecto y la lealtad de los seguidores de mi pluma. Hubo quien contó monedas para adquirir lo último, diminuto acto de grandeza que no olvido. 

Recuerda la historia clandestina de la literatura cuando el novelista panameño Pernet y Morales juntó monedas de su bolsillo para comprar el texto premiado de Camilo José Cela. La anécdota fue así: Pernet y Morales fue parte del trío finalista de un concurso junto a Camilo José Cela y nada menos que Gonzalo Torrente Ballester en un certamen literario español. Resultó ganador Cela. Pero la anécdota es que en el encuentro de faunos, Cela acusó a Pernet y Morales de que había copiado el tema de su libro. Y el panameño, lleno de dudas, corrió a una librería para comprar el libro ganador, vaciando literalmente sus bolsillos hasta de monedas. Asó verificó, hasta la incomodidad, la extrema similitud de ambos textos finalistas. Puede ocurrir en los términos de un efecto frecuente del que he escrito, llamado "masa crítica" de una idea, cuando estalla en varias partes del mundo a la vez y casi en el mismo tiempo.

En cuanto al comprador de mi ejemplar, no voy a recordar la cita bíblica sobre la mujer que aporta dos blancas en maravedí a las arcas de Jerusalén, porque sería sensibilizar innecesariamente la circunstancia, pero hay nobleza sin descuentos en esas monedas recibidas cuando llegan con dignidad en la retribución justa. Mi éxito completo es resumido por esas medallas de níquel y bronce como pago exacto por un Quijote renacido de mi pluma. Así supe, una vez más, que hay lectores más grandes que los propios autores. No queda gloria ni éxito que perdure, apenas la pluma navegando las teclas de una misantropía apenas interrumpida. La feria se fue, mi programa continúa.


Copyright®2013 por Carlos Rigel

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