16 de noviembre de 2013

Azul profundo



Del Fierro y de don Quijote, frente a frente. 
Mi visita a la Casa Ronco en la ciudad de Azul, 
provincia de Buenos Aires, durante las 
jornadas previas al festival cervantino y de 
camino a Mar de Ajó, vía Tandil, Balcarce y 
Mar del Plata.


Durante las jornadas del VII Festival Cervantino en la ciudad de Azul en los días de Noviembre de 2013, y previo a mi cumpleaños, tuve el honor de ser recibido por el Presidente de la Biblioteca "Bartolomé J. Ronco", Sr. Enrique Rodríguez, con motivo de la entrega de una donación al capital cultural de la institución, quien me dispensó los honores como barón de la Orden de Caballería desde mi arribo a la terminal de ómnibus de Azul y hasta me dedicó una breve recorrida por la ciudad al cierre de mi visita sucinta a la biblioteca y a la declarada en 2007 "Ciudad cervantina" nada menos que por la UNESCO.

Más allá de mi llegada a la una de la tarde con el cielo despejado y todo el sol encima, la ciudad está despierta en más de un sentido. Desde el ingreso a la comunidad advierto la vestimenta de anuncios del festival cuyo logotipo sobrio y colorido en tipografía Avant Garde tiñe las jornadas de fiesta. En todas partes hay un Quijote, estilo caricatura, estatua o titular. El Teatro Español es un lujo y a su lado la bella iglesia de estilo barroco, Nuestra Señora de Rosario, ambos edificios frente a la plaza San Martín, le otorgan al pueblo azuleño una profundidad inmemorial, ahora con destellos de gala. La ciudad vive la literatura, algo que no hemos logrado en nuestras decadentes comunidades urbanas. Irremediablemente se me vienen a la memoria los cálculos aristotélicos del límite demográfico aceptable de la demo y la ciudad. El límite y la conclusión: la misma cantidad de habitantes que promueve a nuestros políticos en La Matanza es lo que nos empobrece hasta la miseria. Azul parece ser la evidencia viva del acierto en la advertencia de Aristóteles.

La institución que visito, en sí misma, la Casa Ronco –heredad de la viuda de don Bartolomé–, cuenta con una biblioteca abrumadora dedicada a un binomio legendario de la hispanidad literaria: Don Quijote de la Mancha y el gaucho Martín Fierro, de allí una de las colecciones más completas del patrimonio cervantino y hernandino coincidentes en nuestro país. Seguí el itinerario marcado por Rodríguez, en quien advertí un orgullo inocultable por el tesoro a su cuidado, en cada estación donde marcó detenerse a examinar páginas, grabados antiguos y bella tipografía de cuño. Claro, pienso, para descubrir al Quijote o a Martín Fierro hay que rumbear sin destino, estepa, llanura o estante, y desmontar cuando así se requiera. Esa es la aventura.

El bombardeo de hojas fulgurantes en versiones de diferentes tiempos y diferentes regiones de la tierra, incluye la edición del Quijote en otros idiomas en letras de molde, estilo Garamond barroco, y letra capital, destreza de antiguos diseñadores y talladores de madera que incluyen los grabados increíbles de Gustavo Doré y hasta la presentación de nuestro caricaturista Rep con motivo del festival de año anterior, edición 2012, y de la cual la Casa Ronco cuenta con videos de cuando se observa el nacimiento en papel de escenas de un Quijote, muy semejante a Cervantes, hecho a trazo vigoroso de marcador y coloreado con café y vino tinto, de puño y raya de don Rep.

Sr. Enrique Rodríguez, Presidente de la Casa Ronco
A su vez, aunque más reciente, una colección formidable destinada al gaucho Martín Fierro ilustradas, también, por diversos artistas. La pulcritud y el cuidado de todas las piezas es intachable y amerita mi regreso para el año siguiente con más tiempo. Mi paso por allí finaliza cuando hago entrega de un ejemplar de mi propio Quijote en las Indias, capítulo de anticipo de la novela en curso. A su vez, me honra con un ejemplar de la recopilación y catalogación de "Martín Fierro en Azul" de Alejandro Parada (Dunken, 2012) en una bella encuadernación para un volumen de 480 páginas en papel ahuesado de 80 grs., cuya bajada de título aclara "Catálogo de la colección martinfierrista de Bartolomé J. Ronco", personalidad azuleña cuya foto consta en la portadilla, edición promovida por la Academia Argentina de Letras, y que lista detalles nada menos que 1242 piezas, compuestas por artículos, reseñas, ensayos y volúmenes que van desde ediciones de las dos partes del Fierro y hasta una sección final del libro destinada a la fotografía de las distintas ediciones del Fierro, un minuciosa recorrida que va del "intratexto" al "extratexto" que rodea a la personalidad de la creación de don José Hernández, biblioteca que suma, ahora, un ejemplar del Fierro trilingüe promovido por la Casa Real de Baloi, a la que pertenezco.

La visita fugaz concluye en la terminal de ómnibus que me viera llegar una hora y media antes, y el saludo cordial de Rodríguez. No es necesario tener un título nobiliario para ser noble. Él es la prueba viviente de que vivimos como plumas al viento, sólo que el tintero nos sigue el paso para recordarnos cada tanto que la Tierra del hombre también existe.

Mi programa apretado de actividades me obliga a partir rápido rumbo a Mar del Plata, cruzando primero por Tandil y luego, por primera vez en mi vida, por Balcarce, distrito cuyo nombre muchas veces escuché durante mi adolescencia, si hasta lo recuerdo ligado a estaciones de transmisión con antenas y rayos láser. Bien, pero listaba en mi anotador algunas observaciones de las dos ciudades cruzadas en viaje a la costa atlántica, dos especies de joyas pétreas perdidas en la pampa húmeda de la Buenos Aires desértica, los amplios terrones cristalizados de basalto florecidos de verde en la altura, como edificios de piedra, y me pregunto qué mingas habrá pensado la paisanada de otras épocas al ver esas sierras interrumpiendo el enorme territorio plano, que hasta dan ganas de agarrar una pala y ponerse a emparejar la Pampa; esos firmes bloques desprolijos, irregulares pero recticulares, de una orografía que quiebra la vista y echa por tierra la planitud del horizonte.

"Somos desierto", escribió Carmen Gándara lo que me lleva, de manera preliminar, a concluir: La pampa, como el fuego, hipnotiza, despierta el eco de desierto que habita en cada uno, abrazo de la soledad temida pero necesitada. Y hasta se me ocurre ver allí, en la torre más alta de las cuchillas desafiladas que bordean la ruta, el encuentro de esos dos personajes de la literatura hispana separados por siglos, por primera vez encontrados en la cima de la llanura, ambos jinetes recelosos y desconfiados pero complementarios: Don Quijote y el gaucho Martín Fierro, un caballero español que es camino y un criollo argentino que es desierto. Imagino una payada entre el pesimismo melancólico de uno y el altruismo barroco del otro. Es demasiado, pero es mi despedida de la ciudad y de la Casa Ronco hasta el año entrante. "Cada uno es como Dios lo hizo, y muchas veces peor", dice don Miguel, como anticipando mi crisis mental, porque me cuesta contener una imagen peor aún: A don Martín Fierro frente a Sancho Panza. No, por Dios, me niego a explorar las posibilidades.


Barón Carlos Rigel

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