no alcanza.
Nos hemos
acostumbrado a celebrar los premios truchos,
como por ejemplo el ‘Premio Literario Internacional de la Asociación de Conserjes Unidos’, o el ‘Premio a la Música y el Canto de la Liga Contra el Aire
Acondicionado’ o acaso el ‘Gran Premio Literario de la Cámara de Talabarteros y afines’. Pero también, a los certámenes igualmente de naturaleza trucha pero con
nombres de artistas pretéritos importantes, como el ‘Roberto Arlt’ o el ‘Haroldo Conti.’ Y todos revisten
carácter de ‘Internacional’ como para envolverlo de prestigio. Así, la familia
del mexicano Juan Rulfo termina querellando a las autoridades del
‘Premio Juan Rulfo’, porque sostiene que los
ganadores del certamen no tienen nada que ver ni con el autor de El gallo de oro, Pedro Páramo o El llano
en llamas, ni con el estilo y menos
en el tema. De allí la sátira con la truchísima
convocatoria, de falsedad ideológica, al certamen literario Demetrio Céspedes Calpurnio de mis
escritos.
Recordemos que no prestigia el
título o la institución, a menos que se trate del Premio Nobel o el Premio Cervantes
con el respaldo de la excelencia académica, sino de quién lo entrega, cuál personalidad verdadera y reconocida, la
corte de notables, que lo avala con su admiración. Lo otro es un cartón. Y aun cuando fuera el Premio Planeta,
era una vergüenza tranzarlo, siquiera ser incluido, porque no hubo otra manera de recibirlo; y el Clarín también es una
vergüenza, a no ser el caso especial de Nielsen y porque se trata de unos cuantos
pesos reales a diferencia del anterior.
La fantasía abunda en esta época de
pretendidos destacados,
personalidades casi anónimas y desconocidas, noveles y dudosas, porque no son
ni entendidos ni populares ni servidores sociales sobresalientes. Así, lo bajo asciende
a posiciones de poder donde, tristemente, son
igualados a martillazos un sabio con un imbécil, o a un oportunista con
un genio, o a un amateur con un senior. Al fin, los entendidos se retiran,
cediendo el lugar a los perros. Y hasta piden espacio para lucir la planitud y medianía de conceptos, y reclaman
aplausos por las chongadas que exponen con absoluta impunidad, paradigma de Ortega y Gasset cuando advierte
el arribo de un hombre mediocre conforme sí mismo y hasta dichoso con su ignorancia. Son quienes aplican la
receta proverbial del inodoro ilustrado «Ah, yo hago como me sale». Los mismos truchos
agrandados que ante un
cuestionamiento básico a sus procedimientos reaccionan ofuscados, recurriendo
al totalitarismo y la censura como métodos válidos en la contención de
críticas por sus desaciertos. Y si no alcanzan, entonces emprenden una campaña
de desprestigio amplia contra sus adversarios. Ellos son las figuras y así, al final del camino, un Premio
Príncipe de Asturias viene a quedar a la misma altura que el de la Asociación
de Fleteros de La Quiaca.
Pero lo cierto es que sumar en los muros
de las redes sociales o las paredes de nuestros
hogares los certificados obtenidos en esos concursos, no agrega ni afirma
ni confirma ni mucho menos prestigia. Coleccionarlos tampoco suma, pero acostumbrarnos a la levadura del exitismo en la
versión criolla de esta época expone nuestra profunda mediocridad afecta a
reconocimientos inmerecidos pero, además, creérselos nos descalifica de
lleno frente a méritos genuinos que pudieran llegar con el tiempo.
Anticipo del volumen La nube de metal.
Copyright@2013 por Carlos Rigel
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