18 de noviembre de 2013

Cima y truchedad



La truchedad no valida cuando la intención
no alcanza.



Nos hemos acostumbrado a celebrar los premios truchos, como por ejemplo el ‘Premio Literario Internacional de la Asociación de Conserjes Unidos’, o el ‘Premio a la Música y el Canto de la Liga Contra el Aire Acondicionado’ o acaso el ‘Gran Premio Literario de la Cámara de Talabarteros y afines’. Pero también, a los certámenes igualmente de naturaleza trucha pero con nombres de artistas pretéritos importantes, como el ‘Roberto Arlt’ o el ‘Haroldo Conti.’ Y todos revisten carácter de ‘Internacional’ como para envolverlo de prestigio. Así, la familia del mexicano Juan Rulfo termina querellando a las autoridades del ‘Premio Juan Rulfo’, porque sostiene que los ganadores del certamen no tienen nada que ver ni con el autor de El gallo de oro, Pedro Páramo o El llano en llamas, ni con el estilo y menos en el tema. De allí la sátira con la truchísima convocatoria, de falsedad ideológica, al certamen literario Demetrio Céspedes Calpurnio de mis escritos. 

Recordemos que no prestigia el título o la institución, a menos que se trate del Premio Nobel o el Premio Cervantes con el respaldo de la excelencia académica, sino de quién lo entrega, cuál personalidad verdadera y reconocida, la corte de notables, que lo avala con su admiración. Lo otro es un cartón.  Y aun cuando fuera el Premio Planeta, era una vergüenza tranzarlo, siquiera ser incluido, porque no hubo otra manera de recibirlo; y el Clarín también es una vergüenza, a no ser el caso especial de Nielsen y porque se trata de unos cuantos pesos reales a diferencia del anterior.

La fantasía abunda en esta época de pretendidos destacados, personalidades casi anónimas y desconocidas, noveles y dudosas, porque no son ni entendidos ni populares ni servidores sociales sobresalientes. Así, lo bajo asciende a posiciones de poder donde, tristemente, son igualados a martillazos un sabio con un imbécil, o a un oportunista con un genio, o a un amateur con un senior. Al fin, los entendidos se retiran, cediendo el lugar a los perros. Y hasta piden espacio para lucir la planitud y medianía de conceptos, y reclaman aplausos por las chongadas que exponen con absoluta impunidad, paradigma de Ortega y Gasset cuando advierte el arribo de un hombre mediocre conforme sí mismo y hasta dichoso con su ignorancia. Son quienes aplican la receta proverbial del inodoro ilustrado «Ah, yo hago como me sale». Los mismos truchos agrandados que ante un cuestionamiento básico a sus procedimientos reaccionan ofuscados, recurriendo al totalitarismo y la censura como métodos válidos en la contención de críticas por sus desaciertos. Y si no alcanzan, entonces emprenden una campaña de desprestigio amplia contra sus adversarios. Ellos son las figuras y así, al final del camino, un Premio Príncipe de Asturias viene a quedar a la misma altura que el de la Asociación de Fleteros de La Quiaca. 

Pero lo cierto es que sumar en los muros de las redes sociales o las paredes de nuestros hogares los certificados obtenidos en esos concursos, no agrega ni afirma ni confirma ni mucho menos prestigia. Coleccionarlos tampoco suma, pero acostumbrarnos a la levadura del exitismo en la versión criolla de esta época expone nuestra profunda mediocridad afecta a reconocimientos inmerecidos pero, además, creérselos nos descalifica de lleno frente a méritos genuinos que pudieran llegar con el tiempo.


Anticipo del volumen La nube de metal.



Copyright@2013 por Carlos Rigel



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