Le sots, depuis Adam, sont en mayorité.
(Los tontos, después de Adán, son en mayoría)
Casimir de la Vigne
Un allegado a una embajada amiga me contaba en una oportunidad cómo se había filtrado un comedido al micrófono en medio de un acto solemne de homenaje a un visitante destacado perteneciente a una comunidad numerosa de nuestro país.
El episodio fue así, con motivo de la reunión que agasajaba a un hombre sobresaliente del mundo latino de visita por nuestro país y quien había promovido el acercamiento al encuentro de la gente e incluso de autoridades de gobierno, se le rindieron los homenajes pertinentes en un club con gran número de afiliados. Lo cierto es que tras unas palabras amables que dirigió al público que ese día habían dejado sus labores y que enfrentando el cansancio de una jornada prolongada querían saludar a su compatriota, se lo invitó al sabio a levantarse de su asiento y comulgar con la gente en un abrazo fraterno, uno de esos gestos bastante pelotudos que no le sirven a nadie, excepto a quien lo recibe, ya que no deja memoria perdurable por fuera del beneficiario elegido, casi siempre un intrépido que logra escabullirse entre el mato de cuerpos nerviosos para ganar la delantera, y así fue: cumplió con el pedido. Y digo que es olvidable porque nadie festejará diciendo: "¡Mirá, Fulanito recibió un abrazo de Sutano!". Es una recurrente y prestigiosa pelotudez que impide abrir el micrófono por única vez a las preguntas y las respuestas de quien merece ser escuchado.
Bien, este hombre se levantó de la silla y caminó hacia los presentes, custodiado por un séquito de secretarios propios y figuras políticas, esos convidados para la foto que nunca faltan en cualquier cita. Y, como es de esperar, la mesa con el micrófono quedó vacía, oportunidad única para audaces. Alguien se escabulló en la distracción de la sala y aprovechó los cinco segundos de fama, levantó el volumen y con absoluta solemnidad, e intachable ordinariez, dijo: "Inmediatamente terminen los saludos a don Sutano, procederemos al sorteo de la remera con el estampado de nuestro club", lo que, naturalmente, obligó a los presentes a volverse con ganas de tirarle con una silla –o varias–, porque quebraba así lo sublime con lo pueril, lo irrepetible con lo ordinario, lo sobresaliente con lo vulgar.
Algo es seguro: Ni la visita inaudita de aquella vez, pero tampoco el comedido, serán olvidados jamás, como recuerdo tal vez de un descuido que nadie debe pasar por alto de nuevo.
Bien, terminan de avisarme que con motivo de los debates inaugurados en torno a mi figura, fui rotulado por los idiotas de turno como un autor elitista. Esto es lo que ocurre cuando en el fragor de los genuflexos de este tiempo, los sapiens y cromagnones que sobreviven ocultos en nuestra sociedad, se iguala al que sabe algo con el que no sabe nada. Y hasta se cree que dicha actitud es democrática, parte de una democracia socialista o comunera, sentar en butacas hermanas al invitado de último momento con el genio anfitrión, al docto en la materia con el lego, al creador de primer nivel con el crítico de noveno nivel, o el que tiene una idea de algo, lograda a través de una experiencia de años, con el imbécil y chabacano que ve un micrófono desocupado, descuidado, y lo acapara.
Es decir, creerse administradores de la igualdad, implica, por ejemplo, emparejar a Jorge Luis Borges con Juancito Chamorro, el redactor de un volante de pizzería, porque ambos escriben sintéticos movidos por la misma inquietud de expresar algo concreto. Y hasta creen "razonable" comulgar ambos canales, dispensándoles ovaciones por igual, y son capaces de justificar esos métodos como un símbolo, un logro, de esta edad. Llenar la sala de maestros y profesores para poner al frente de la cátedra a un infante es una característica, un fenómeno, pasajero de este tiempo. En diez años no quedará nada, sino lo que deba quedar. Es parte constituyente de una sociedad inaugurada que no sabe adónde va pero que tampoco recuerda de donde viene y que le asigna el mismo espacio al bruto que al sabio, a la bestia que ni sabe qué decir ni por donde empezar, con un conferencista. Como quien dice: "Hay que protestar, hay que manifestarse" aunque no se tenga en claro contra qué manifestarse ni para qué protestar.
A diario vemos a esos pibes que pasan con las pancartas y las banderas, cantando y vitoreando un supuesto logro social, aunque no tienen ni idea de si se trata de un beneficio ciudadano o si terminan de entregar una riqueza de la patria a un grupo de criminales del fisco, esos que luego se llevan los resultados a la banca externa. Ellos igualmente cantan, saltan y vitorean. Más tarde es San Patricio y lo mismo, cantan, saltan y se emborrachan de alegría.
Hablar de miembros de una cultura de elite frente a otra que se dice popular, desconociendo, acaso, que desde 1960 Susan Sontag desmonta, destruye, ese aparato de segregación, esos muros que dividen a unos de otros y refutado por la práctica y por la lógica y que no existen ya, es como haber vivido refractario a las estéticas y ahora querer aprenderlas movido por la necesidad de un momento perdido, lo que dura un instante, y que sólo puede ser parte de un grupete de resentidos contra no-sé-qué, o de no sé qué, algo que no ha sido definido y que nos revela que hay un submundo habitado por humanoides, lagartos civiles y bioespecies diversas, imitando al ser humano, sin saber qué contiene ese mismo ser que les provoca la impostura; pero también revela que quien lo dice se arrodilla, se agacha, para mirar desde abajo lo que no entiende. Dice más de quien califica que del calificado. No cuestiona cuán alto se puede llegar sino que revela cuan bajo se puede caer.
Es propio de este tiempo igualar hacia abajo. En el llano todo es comprensible, calmo, no hay sorpresas, no se puede caer más allá del suelo, nos dice. El suelo es seguro, tangible "Hecho a nuestra medida". Todo lo que intente sobresalir para mirar en perspectiva concita desagrado: "Aquí todos somos iguales". La pregunta que sobreviene es si acaso delegarían la intervención cardiovascular de sus hijos o sus esposas en las manos de un excelente operario de chapa y pintura, cuya conducta laboral y puntualidad probada cuenta con 20 años de antigüedad. De eso se trata el tema.
Existe cultura o no existe y, en todo caso, la inexistencia de ese paradigma individual y social, se llama incultura, lo que es casi un imposible, ya que toda manifestación o expresión social es parte de esa cultura. Existe el arte o no existe y no importa si está expresado en una pared de Laferrere o en un ateneo de Fiorito o en un salón del Palais de Glase. Existe la poesía o no existe, resuena el metal del ser o no resuena, inspira o no inspira. Existe una escultura, una obra de la plástica, o no existe, deslumbra, cautiva, conmueve o promueve un espacio infinito de reflexión o no lo hace. Y así con cada manifestación apráctica de la vida. Produce un efecto, deja una marca en alguien o simplemente no deja nada y pasa a lo que mexicano Carlos Fuentes llamaba "el despeñadero del recto". Es decir, pasa por el aparato digestivo mental sin dejar rastro alguno de su paso.
Que me digan, en todo caso, que lo que hago no es escritura, que no es literatura, y eso sí podré entenderlo, pero que quien lo dice, cuando menos, muestre los antecedentes y las credenciales que permiten establecer una dimensión y relacionar esa crítica con otras tan categóricas, menos sentenciosas que cítrica a esta otra, para saber de quién vienen y dónde se ubican, si es un crítico de arte o un lego elevado a la opinión nunca pedida, como el comedido que asaltó el micrófono porque consideró urgentes sus palabras sin importarle la ocasión. Menos mal que no tenía en venta un Reanult 6, papeles al día con gomas nuevas, sino lo hubiera difundido tras el anuncio, como quien dice: "Mejor si lo vendo entre amigos".
De mil uno, uno solamente, llega a cruzar las grandes aguas. ¿Protestaremos porque llega uno, o porque no llegaron los otros novecientos noventa y nueve? Y si para buscar a otro que iguale condiciones deben hundir los dedos en la historia centenaria, están cagados, muchachos. Si hubiera tantos como dicen que hay, deberían estar hoy dejando una marca en el tiempo. ¿Reaccionan porque aquellos no están dejando una huella acorde a sus esperanzas?
El episodio fue así, con motivo de la reunión que agasajaba a un hombre sobresaliente del mundo latino de visita por nuestro país y quien había promovido el acercamiento al encuentro de la gente e incluso de autoridades de gobierno, se le rindieron los homenajes pertinentes en un club con gran número de afiliados. Lo cierto es que tras unas palabras amables que dirigió al público que ese día habían dejado sus labores y que enfrentando el cansancio de una jornada prolongada querían saludar a su compatriota, se lo invitó al sabio a levantarse de su asiento y comulgar con la gente en un abrazo fraterno, uno de esos gestos bastante pelotudos que no le sirven a nadie, excepto a quien lo recibe, ya que no deja memoria perdurable por fuera del beneficiario elegido, casi siempre un intrépido que logra escabullirse entre el mato de cuerpos nerviosos para ganar la delantera, y así fue: cumplió con el pedido. Y digo que es olvidable porque nadie festejará diciendo: "¡Mirá, Fulanito recibió un abrazo de Sutano!". Es una recurrente y prestigiosa pelotudez que impide abrir el micrófono por única vez a las preguntas y las respuestas de quien merece ser escuchado.
Bien, este hombre se levantó de la silla y caminó hacia los presentes, custodiado por un séquito de secretarios propios y figuras políticas, esos convidados para la foto que nunca faltan en cualquier cita. Y, como es de esperar, la mesa con el micrófono quedó vacía, oportunidad única para audaces. Alguien se escabulló en la distracción de la sala y aprovechó los cinco segundos de fama, levantó el volumen y con absoluta solemnidad, e intachable ordinariez, dijo: "Inmediatamente terminen los saludos a don Sutano, procederemos al sorteo de la remera con el estampado de nuestro club", lo que, naturalmente, obligó a los presentes a volverse con ganas de tirarle con una silla –o varias–, porque quebraba así lo sublime con lo pueril, lo irrepetible con lo ordinario, lo sobresaliente con lo vulgar.
Algo es seguro: Ni la visita inaudita de aquella vez, pero tampoco el comedido, serán olvidados jamás, como recuerdo tal vez de un descuido que nadie debe pasar por alto de nuevo.
Bien, terminan de avisarme que con motivo de los debates inaugurados en torno a mi figura, fui rotulado por los idiotas de turno como un autor elitista. Esto es lo que ocurre cuando en el fragor de los genuflexos de este tiempo, los sapiens y cromagnones que sobreviven ocultos en nuestra sociedad, se iguala al que sabe algo con el que no sabe nada. Y hasta se cree que dicha actitud es democrática, parte de una democracia socialista o comunera, sentar en butacas hermanas al invitado de último momento con el genio anfitrión, al docto en la materia con el lego, al creador de primer nivel con el crítico de noveno nivel, o el que tiene una idea de algo, lograda a través de una experiencia de años, con el imbécil y chabacano que ve un micrófono desocupado, descuidado, y lo acapara.
Es decir, creerse administradores de la igualdad, implica, por ejemplo, emparejar a Jorge Luis Borges con Juancito Chamorro, el redactor de un volante de pizzería, porque ambos escriben sintéticos movidos por la misma inquietud de expresar algo concreto. Y hasta creen "razonable" comulgar ambos canales, dispensándoles ovaciones por igual, y son capaces de justificar esos métodos como un símbolo, un logro, de esta edad. Llenar la sala de maestros y profesores para poner al frente de la cátedra a un infante es una característica, un fenómeno, pasajero de este tiempo. En diez años no quedará nada, sino lo que deba quedar. Es parte constituyente de una sociedad inaugurada que no sabe adónde va pero que tampoco recuerda de donde viene y que le asigna el mismo espacio al bruto que al sabio, a la bestia que ni sabe qué decir ni por donde empezar, con un conferencista. Como quien dice: "Hay que protestar, hay que manifestarse" aunque no se tenga en claro contra qué manifestarse ni para qué protestar.
A diario vemos a esos pibes que pasan con las pancartas y las banderas, cantando y vitoreando un supuesto logro social, aunque no tienen ni idea de si se trata de un beneficio ciudadano o si terminan de entregar una riqueza de la patria a un grupo de criminales del fisco, esos que luego se llevan los resultados a la banca externa. Ellos igualmente cantan, saltan y vitorean. Más tarde es San Patricio y lo mismo, cantan, saltan y se emborrachan de alegría.
Hablar de miembros de una cultura de elite frente a otra que se dice popular, desconociendo, acaso, que desde 1960 Susan Sontag desmonta, destruye, ese aparato de segregación, esos muros que dividen a unos de otros y refutado por la práctica y por la lógica y que no existen ya, es como haber vivido refractario a las estéticas y ahora querer aprenderlas movido por la necesidad de un momento perdido, lo que dura un instante, y que sólo puede ser parte de un grupete de resentidos contra no-sé-qué, o de no sé qué, algo que no ha sido definido y que nos revela que hay un submundo habitado por humanoides, lagartos civiles y bioespecies diversas, imitando al ser humano, sin saber qué contiene ese mismo ser que les provoca la impostura; pero también revela que quien lo dice se arrodilla, se agacha, para mirar desde abajo lo que no entiende. Dice más de quien califica que del calificado. No cuestiona cuán alto se puede llegar sino que revela cuan bajo se puede caer.
Es propio de este tiempo igualar hacia abajo. En el llano todo es comprensible, calmo, no hay sorpresas, no se puede caer más allá del suelo, nos dice. El suelo es seguro, tangible "Hecho a nuestra medida". Todo lo que intente sobresalir para mirar en perspectiva concita desagrado: "Aquí todos somos iguales". La pregunta que sobreviene es si acaso delegarían la intervención cardiovascular de sus hijos o sus esposas en las manos de un excelente operario de chapa y pintura, cuya conducta laboral y puntualidad probada cuenta con 20 años de antigüedad. De eso se trata el tema.
Existe cultura o no existe y, en todo caso, la inexistencia de ese paradigma individual y social, se llama incultura, lo que es casi un imposible, ya que toda manifestación o expresión social es parte de esa cultura. Existe el arte o no existe y no importa si está expresado en una pared de Laferrere o en un ateneo de Fiorito o en un salón del Palais de Glase. Existe la poesía o no existe, resuena el metal del ser o no resuena, inspira o no inspira. Existe una escultura, una obra de la plástica, o no existe, deslumbra, cautiva, conmueve o promueve un espacio infinito de reflexión o no lo hace. Y así con cada manifestación apráctica de la vida. Produce un efecto, deja una marca en alguien o simplemente no deja nada y pasa a lo que mexicano Carlos Fuentes llamaba "el despeñadero del recto". Es decir, pasa por el aparato digestivo mental sin dejar rastro alguno de su paso.
Que me digan, en todo caso, que lo que hago no es escritura, que no es literatura, y eso sí podré entenderlo, pero que quien lo dice, cuando menos, muestre los antecedentes y las credenciales que permiten establecer una dimensión y relacionar esa crítica con otras tan categóricas, menos sentenciosas que cítrica a esta otra, para saber de quién vienen y dónde se ubican, si es un crítico de arte o un lego elevado a la opinión nunca pedida, como el comedido que asaltó el micrófono porque consideró urgentes sus palabras sin importarle la ocasión. Menos mal que no tenía en venta un Reanult 6, papeles al día con gomas nuevas, sino lo hubiera difundido tras el anuncio, como quien dice: "Mejor si lo vendo entre amigos".
De mil uno, uno solamente, llega a cruzar las grandes aguas. ¿Protestaremos porque llega uno, o porque no llegaron los otros novecientos noventa y nueve? Y si para buscar a otro que iguale condiciones deben hundir los dedos en la historia centenaria, están cagados, muchachos. Si hubiera tantos como dicen que hay, deberían estar hoy dejando una marca en el tiempo. ¿Reaccionan porque aquellos no están dejando una huella acorde a sus esperanzas?
Vistan al mono de gala, igual no será popular, porque sigue siendo un mono. Y aunque lo manden al espacio vestido de astronauta, no es un astronauta, sigue siendo un mono vestido de astronauta. Hagan fuerza todos juntos, muchachos, apliquen la regla del inodoro: Si hacen fuerza, sale. ¡Avanti con el recto!
CR