16 de noviembre de 2014

Eliminar de raíz



Los residuos de la "movida cultural" hablan 
por sí mismos. La misma patria que condecora 
a Tinelli también nos regala la destrucción 
del pasado en nuestras narices. No es un accidente, 
sino un resultado de caja.


Y si pensábamos que el talibán era la mugre del mundo al destruir en 2001 en la provincia afgana de Bamiyán las estatuas de Buda talladas en la roca entre los siglos III y IV, declaradas patrimonio de la humanidad, ahora debemos calificar a las bestias incultas de nuestra patria. En el barrio de Belgrano de la ciudad de Buenos Aires, terminan de demoler la casa de José Hernández, autor del Gaucho Martín Fierro. El 'Matraca' Hernández se oculta de vergüenza en la tumba. Señal inequívoca del valor que ocupa la cultura en nuestra sociedad, es bueno ahora preguntarles "cómo cuanto es mucho" cuando expresan que es algo "muy importante", porque el resultado es un desprecio a nuestro valores y la renuncia a nuestras tradiciones. 

La casa del autor del libro que muchas veces fuera obsequiado al amigo extranjero como La Biblia criolla, el presente elegido muchas veces por nuestros presidentes para colegas de otras naciones de la tierra, el símbolo nacional expuesto hace pocos años en la Feria de Frankfurt protegido entre dos títulos famosos de nuestra literatura, un libro de Borges y otro de Cortázar, de ese volumen hablo, de su autor, de su casa.

La misma incultura que premia a Tinelli, derrumba una joya de la historia local. Nadie ha tenido el decoro ni la ofuscación de protestar, ni políticos, ni organizaciones literarias, ni de escritores o tradicionalistas, fue la noticia del Día de Tradición, acaso para recordar mejor al poeta emblema de la fecha. Demasiado ocupados en los proyectos de futuro, demasiado llenos de nuestra personalidad, demasiado apurados por crecer, por exponernos, sortear, debatir, opinar, ganar, triunfar, demasiado distraídos con el éxito propio, es que soltamos al pasado, lo dinamitamos para asegurarnos una dirección correcta para los millones de años del porvenir. Es que lo urgente ha superado a lo importante, y la actualidad ha terminado fagocitando a la realidad. Somos la vergüenza del mundo culto y nos miran como a simios inconcientes, incomprensibles. Quizá lotearán el predio, quiza construyan un supermercado o una playa de estacionamiento. La urbanidad ha ganado otra batalla. No falta mucho para que quemen libros antiguos para darle espacio a los nuevos.

No destruyeron la casa de Videla, ni la de Firmenich, ni la de Massera, ni la de Ramón Camps o Etchecolaz, no, sino la vieja casona con frente a la avenida Luis María Campos donde vivió uno de los padres de la tradición gaucha. Esa fueron a destruir. Después hacen un "museo de la memoria" de un predio que debería desaparecer de la faz de la tierra, o legislan el "Día de los Valores villeros" como una manera jocosa de no discriminarlos. La pelotudez crónica no podría llegar más alto.  Así, hace poco tiempo, eliminaban en un centro educativo de nuestra provincia un busto del escritor, periodista y exPresidente de la Nación, Domingo F. Sarmiento, como si fuera la versión criolla de Sadam Husein, para reemplazarlo por uno del finado Néstor Kirchner, como si fuera el Nelson Mandela gaucho. Y sobre esas bases alegres de una seriedad risible, reclamamos a los fueros internacionales y a las naciones de la tierra, derechos sobre dos pedazos continentales perdidos en el océano.

Las bestias finalmente dominan la tierra y, lo que es peor, danzan en los gobiernos de nuestra patria kirchnerista al son del carnaval criollo. Eso somos, figuras del carnaval. Es nuestra versión del talibán. Ahora, don José es el nuevo Santos Vega, vagando en las pampas urbanas. La maldición nunca fue conjurada: Finalmente perdió la payada. Ni asociaciones literarias o tradicionalistas, ni la SADE, ni la Cámara del Libro, ni centros culturales, pero tampoco Carrió, ni Pino Solanas, ni Massa, o Sciolli, o Alfonsín, o los miembros de nuestro Congreso Nacional, o la Cámpora, o la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, protestaron por la medida macrista, ni presentaron un plan alternativo u opusieron resistencia a la resolución final o el llamado al debate público hasta encontrar otra solución. 

El mismo principio comercial que promovió la venta de la cementera Loma Negra, ahora promueve la destrucción de un predio que deberíamos conservar para tener memoria en el después, cuando el pasado haya sido simplificado hasta quedar como un relato para pibes. Pienso para todos ellos, los protagonistas locales de esta edad: "Muchachos, váyanse todos a la concha de sus madres y asegúrense de no volver más".

Barón Carlos Rigel


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