En la mirada láser de la Dra. Ambrosini –y su lectura esmeril, claro–, el ensayo de mi autoría La anomalía de Jerusalén, escrito en 2005 y perteneciente al volumen de ensayos El libro de las Almas (2007, sin editar), tiene refutaciones precisas de su parte, según me anticipa verbalmente, y para lo cual se prevé compartir con vuestro humilde bloger numerosos cafés –de consenso o desacuerdo– hacia el mes de marzo; quizá antes. Veré cómo proveerme de un grabador para registrar el encuentro.
Se trata nada menos que de la Dra. en Filosofía, Cristina Ambrosini, actual Vice Rectora de la UBA y una de las mentes más lúcidas de nuestra universidad, cuyos antecedentes en verdad abruman, y por quien siento además una especial admiración. Sus críticas serán recibidas como un elogio. Nobleza obliga, esto me intima a publicar cuanto antes las 52 páginas involucradas del ensayo para citarlas acorde a sus refutaciones y reflexiones. Imagino que lo postearé en 2 o 3 capítulos con preeminencia de su palabra ya que el lujo es, en sí mismo, su propio compromiso con la lectura y el contenido.
En principio hay desacuerdo acerca de la figura de Dios: Para ella es una especie de esencia neutra –inactiva, supongo– mientras que yo lo cito como un protagonista más de lo ocurrido hace 2000 años en Israél. Me resta aludir, en defensa del espíritu del texto, que la reflexión y estudio inspiró la revisión del nacimiento de la Iglesia desde los dogmas católicos, es decir, desde las pulsiones interiores de la liturgia cristiana, y no desde la corteza laica externa, como lo fue y lo sigue siendo El anticristo de Nietszche. Es la crítica ácida de un creyente lector de La Biblia y no de un ateo (es decir, yo), por eso doy por aceptados los milagros, los poderes astrales y hasta las videncias proféticas de Cristo. Me resultaría inocuo dudarlo o abstraerme de esas experiencias para caer en la crítica común del escéptico que cascotea desde lejos inspirado en Freud. Pero puede ser errónea la actitud de creer puntillosamente la palabra bíblica sin contrastarla frente a otros evangelios o crónicas, ya que eso es precisamente lo que hace la iglesia y la psicología, aunque una vez hecho hay que validar el resultado y aplicarlo con estilo. A fin de cuentas, Einstein no descubrió la Teoría de la Relatividad, sino que aplicó "estilo" para interpretar las leyes de Newton, Plank y Maxwell convocadas a un mismo razonamiento. Un universo físico dependiente de un razonamiento.
Habrá que esperar, entonces, a que la doctora regrese de vacaciones y me acceda a su agenda para compartir ciento treinta y cuatro cafés, dos guisquis y un preinfarto histórico (el mío, naturalmente). Pero si amanezco estatua gélida de porcelana frente a una montaña de pocillos, quedará librada a la imaginación de cada uno mis lectores los posibles escenarios previos al fatal desenlace de vuestro bloger. Ella no da miedo, su mente sí.