24 de enero de 2011

Inventor pro Autor / Alegre lluvia ácida

Post dedicado al master Edgardo Lois


Deleites y sobresaltos de salir sin paraguas termonuclear


Uno de los percances que produce la lluvia ácida en los terrícolas es que se vuelve habitual que, al enterarse de mi oculto oficio de escribidor –casi siempre porque alguien rompió el secreto–, haya quienes me sugieran una oferta impresentable: "Vos tendrías que escribir sobre mi vida... Te llenarías de guita", a lo que suelo responder mudo y con la mirada perpleja de quien no supo jamás qué diablos han hecho de sus vidas, además de tomar cerveza en la esquinas y amanecer tirados en la vereda, sumado a alguno que otro molesto contratiempo policial de cuando el almacenero se resiste a recibir un envase de otra marca. Y amparado en mi difusa inexperiencia de novel para tan complejo proyecto me excuso para entregárselo a un autor del futuro con más habilidades discursivas que yo en tan importante pedido.

Como llegado de otra galaxia, así hubo quien, renunciando felizmente a mis defectos y cualidades narrativos, ha llegado al extremo de no esperar mi respuesta y a manifestar con impaciente autoridad: "Yo también voy a escribir un libro sobre mi vida" lo que provoca de inmediato una mirada láser integradora a los detalles de su humanidad –con arquéo de cejas incluido de mi parte–, tras lo cual agrega de inmediato: "Sí... de cómo vencí al demonio y sus tentaciones" a lo que no me queda más remedio que mirarle las ojotas mientras pienso que quizá no lo venció totalmente sino que lo tiene adentro porque me parece observarle un pedazo persistente entre los dedos.

La maravilla es que ninguno de ellos piensa en factores editoriales ni de distribución, tampoco en reportajes o visitas radiales ni encuentros culturales o congresos de lengua. La prepotencia de sus vidas es tan arrolladora y autodefinida que obvian esos males menores. La sola lectura de sus experiencias en público provocaría hechos policiales. Como dice Lois, "algunos revelan en la manera curva de agarrar un libro que no hicieron otra cosa en la vida más que agarrar la botella". Según ellos, es mi deber filantrópico registrar elegantemente sus dudosas empresas con la humanidad completa como destinatario. La ventaja comparativa me arrojará, además, suculentas ganancias con lo cual tendré mi justo pago por los contratiempos de empujarlos al precipicio de la fama.
Lo cierto es que tenemos más creadores que lectores. ¿Qué diablos creen que hace un narrador?... Y después piensan que el bicho raro soy yo.


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