27 de mayo de 2015

Diploma de argentino


Qué importan los valores.
¿Para qué cambiar?, no hay hacia adónde 
y así estamos conformes.


No hay ningún adelante para este país porque no nos hemos ganado el rumbo. Un fórmula 1 que sale último, todavía está en carrera, pero si sale de pista y toma una avenida Gral. Paz, sin duda se fue al carajo. Eso es Argentina, una Ferrari o un McLaren buscando alcanzar la punta y clavar el record de vuelta en las dunas: o peor, en el microcentro porteño.

Leía a un miembro de la izquierda extrema decir que Scioli era la alternativa; otro de igual tendencia manifestar su simpatía política por Randazzo. Es que traicionar los propios valores no cuesta mucho; no cuesta nada. Tendremos que aceptar, entonces, la dádiva alegre y miserable, el acomodo de estúpidos en altos cargos ejecutivos, que aceptar aplaudir con risas los subterfugios y los olvidos, que aceptar la mentira brillante y feliz, que 20 mil pendejos gobiernen el país a su antojo, que aceptar el relato inventado antes de ayer y corregido ayer, que aceptar verlos celebrarse entre ellos por sus éxitos, que aceptar funcionarios prendidos del narcotráfico, tendremos que aceptar el incendio de secretarías de gobierno como arqueo de caja, las inauguraciones multimillonarias para tapar el saqueo a destajo, que aceptar el "te doy 10, firmame por 100", a los mamertos del discurso risueño, a los candidatos dueños de prostíbulos, a los nuevos "Lázaro Báez" que nunca faltan a la hora de currarnos y los "Ricardo Jaime" como patricios del juicio oral con una carta en la manga, aceptar que nunca seremos del primer mundo sino que rendiremos entre los más corruptos de la tierra. La mierda nos ahoga.

En los '80 pensaba que podía hacerse algo con el país, sacarlo en alguna dirección, crear una potencia de segunda pero respetada. Ya vi que no. Apenas 6 millones de trabajadores registrados de los cuales un tercio en situación de contratados, los demás en negro, 18 millones de argentinos dependen o viven del Estado, una nación improductiva que depende de la corrupción para resolver cualquier gestión. Eso defiende más de un tercio de la población con banderas y un choripán en la mano. Como nacidos de la cultura holística "mi realidad soy yo, lo demás no es real", lo que equivale a mirarlo todo por un tubo: alrededor no hay nada, "sólo estoy yo y no veo a nadie más". Por eso gobernarán mil años: Ellos están conformes. A la mierda con la república, a meterse la democracia en el culo. Con un populismo bien armado somos felices, recordando mordazmente a don Huxley, antípoda posible del otro conjuro del siglo pasado en manos de Orwell: o autómatas conformes o reprimidos con felicidad. La viveza criolla ha alcanzado los más altos honores, ha llegado al gobierno: "Tomá un chori y mirá para allá. No te preocupes, yo miro por vos".

Kachoripatrio, el nuevo protagonista criollo. Tiene múltiples usos.





En apenas 10 años creamos a los próceres del populismo barato: Aníbal Fernández como Guillermo Brown, la Sra. Cristina como Evita, Kicilof como Belgrano, el finado Néstor como San Martín, Lázaro Báez como Güemes, Luis Delía como Pueyrredón, Echegaray como Lavalle, Abal Medina como Saavedra; pero resulta que no pelearon ninguna batalla que no sea por meter primero las manos en las arcas. Ellos nos identifican. Son tan ladrones y mentirosos como nosotros, por eso los queremos y los seguiremos votando masivamente, con fervor y una escarapela en el chori. Falta el emperador Cómodo con el ganso flechado en la mano y el cuerpo de senadores aplaudiendo desde las tribunas del Coliseo, celebrando con risas burlonas su puntería de arquero sobresaliente sobre aves en reposo.

Nos hemos recibido de argentinos, algo análogo a decir que nos hemos recibido con honores de hijos de puta, pero contentos de serlo.

CR



Copyright@2015 por Carlos Rigel