No es necesario portar una metralla para convertirse en represor, tampoco conducir un Falcon o un Jeep ni levantar ciudadanos de las calles, se es represor en el amor a la arbitrariedad, cuando se reprimen las ideas, pero sobre todo cuando no agradan sus contenidos o cuando son diferentes a la campana comúnmente aceptada y se las reprime.
Existe un segmento cultural, un componente social, que acompaña a la humanidad desde épocas inmemoriales: El represor. En edades crudas usaban las armas pero en tiempos de paz subliman sus potencias y las vuelven palabras, muchas veces sin argumentos, pero palabras al fin, y acciones cuyo objetivo es evitar la difusión pública de las ideas, anular los debates abiertos, bajo la premisa orweliana de que "malos pensamientos promueven malas acciones" incurriendo torpemente en lo opuesto, que es cuando "malas acciones promueven malas conductas sociales" aunque, finalmente, sólo atrasan lo inevitable y sobran ejemplos culturales transitados por nuestra sociedad como, por ejemplo, los debates sobre el divorcio, el destape, etcétera, en los '80. Pero si no alcanzan los argumentos y las palabras encuentran otros métodos accesibles. Veamos algunos de los recursos y el comportamiento de estas figuras selváticas que habitan y comparten nuestra biósfera.
Siendo represor se reprimen las palabras cuando se condena a quien las pronuncia, pero si se impide la pronunciación de las mismas ahí adquiere el nombre de censura, que viene de la voz latina censor y tiene su origen en Roma, eso nos dice que como tarea es antigua. En tiempos de libertades cívicas el primer paso es la censura, es decir, el impedimento de las ideas por supresión o anulación, pero de intentarlo de nuevo, de obstinar en lo mismo y de porfiar en los argumentos, sobreviene entonces la represión que es cuando incluso las palabras son usadas como un arma para allanar, detener e impedir una manifestación individual, no para educar ni iluminar, sino como amenaza, como agresión disuasiva.
En la edad Media, incluso Shakespeare debió sortear los obstáculos de la censura ejercida por los Comisarios reales cuando llegaban con sus soldados a clausurar las obras públicas si se juzgaban nocivas a los valores de la sociedad de aquel momento, o tal vez una idea o un concepto de la dramaturgia que pudiera afectar la moral pública. Eran los "representantes del poder" en esos tiempos. Aún lo son. Siempre hay representantes del poder, a veces ocultos en la sociedad para ejercer la censura y nos recuerdan que si tuvieran una metralla, regresarían como represores.
Pero veamos un simple y mínimo acto de censura con evolución: La primera vez se allana una idea es censura, clara y recta, pero si se ejerce nuevamente con conocimiento de lo que se quiere censurar, es decir, una confirmación de la supresión de una idea o un sentimiento, dejó de ser censura y ahora se llama represión y el diccionario se refiere a una acción del poder para contener, detener o castigar, y cuyo territorio de actuación es bastante amplio y por completo discrecional. Por eso tanto el censor como su correlato, el represor, son paradigmas reveladores del primitivismo que busca impedir y retrasar la evolución social a períodos oscurantistas y brutales. Prueba de ellos son el destape de la sociedad española que luego de 40 años de censura, supresión y represión, que dejaron huellas profundas en las costumbres de dos generaciones, explota hacia una libertad expresiva irrestricta, prueba visible de la invalidez de los métodos represores para erradicar una concepción social o individual; con todo el despliegue de coerciones apenas logran retrasar los procesos.
Pero lo cierto es que para ejercer dicha represión se necesita una cuota básica de poder y naturalmente que es nacida del propio Estado. Finalmente, hablamos de un agente, un funcionario regular o de oficio secular del organismo. El mismo Trotsky inspirado en el pensamiento de Max Weber estaría de acuerdo en que para ejercer esa cuota de poder no sólo se requiere de funcionarios acreditados como parte del Estado, sino de externos creyentes en la validez de sus métodos. La institución en sí misma no alcanza para penetrar a la sociedad completa, sino que requiere y se nutre del reflujo permanente de servidores nacidos en la propia sociedad que reprime.
Pero veamos un simple y mínimo acto de censura con evolución: La primera vez se allana una idea es censura, clara y recta, pero si se ejerce nuevamente con conocimiento de lo que se quiere censurar, es decir, una confirmación de la supresión de una idea o un sentimiento, dejó de ser censura y ahora se llama represión y el diccionario se refiere a una acción del poder para contener, detener o castigar, y cuyo territorio de actuación es bastante amplio y por completo discrecional. Por eso tanto el censor como su correlato, el represor, son paradigmas reveladores del primitivismo que busca impedir y retrasar la evolución social a períodos oscurantistas y brutales. Prueba de ellos son el destape de la sociedad española que luego de 40 años de censura, supresión y represión, que dejaron huellas profundas en las costumbres de dos generaciones, explota hacia una libertad expresiva irrestricta, prueba visible de la invalidez de los métodos represores para erradicar una concepción social o individual; con todo el despliegue de coerciones apenas logran retrasar los procesos.
Pero lo cierto es que para ejercer dicha represión se necesita una cuota básica de poder y naturalmente que es nacida del propio Estado. Finalmente, hablamos de un agente, un funcionario regular o de oficio secular del organismo. El mismo Trotsky inspirado en el pensamiento de Max Weber estaría de acuerdo en que para ejercer esa cuota de poder no sólo se requiere de funcionarios acreditados como parte del Estado, sino de externos creyentes en la validez de sus métodos. La institución en sí misma no alcanza para penetrar a la sociedad completa, sino que requiere y se nutre del reflujo permanente de servidores nacidos en la propia sociedad que reprime.
La censura fue ejercida en obras musicales, obras literarias e incluso en mapas. La idea es que algo no salga a conocimiento público y trata de los estilos empleados para el objetivo. Por eso es característica de tiempos o monárquicos o militares o de imperio religioso, con cortes marciales o tribunales inquisidores. Para eso antes se nombraban a los Comisarios Reales o Delegados Papales o Interventores, y se les otorgaba poder y el comando de agentes o soldados pero también, a su vez, se designaban a espías para observar a los peligrosos y prevenir las protestas, las reuniones sospechosas. El extremo final de esta medida de sospecha conspirativa del Estado para con una sociedad completa la conocemos: El Estado de sitio, que es cuando la reunión de más de dos personas presupone una conspiración.
La humanidad tuvo a grandes sospechosos miembros de las artes, Shakespeare fue un peligroso, Cyrano también lo fue, Pasternak, Cabrera Infante, Roa Bastos, Wilde, Monterroso, Neruda, todos ellos y muchos otros, fueron peligrosos para el Estado. Hubo y hay tantos peligrosos que el ejercicio de la censura se mantiene vigente por los cultores y moderadores, los representantes o servidores del Poder y del Estado, porque también subyace en épocas republicanas oculta de manera latente, siempre hay quien nos advierte que de no ser obedecida la palabra imperante, y ante la respuesta contestataria, entonces se ejerce la represión como medida terminal. Ellos administran las voces, las califican, las clasifican, las desagregan, las verifican en sus contenidos. Y si es necesario, las censuran. Y si se obstina, entonces se reprime. Para esto se emplean las armas o las palabras o los gritos. En efecto, cuando no alcanzan las voces, entonces se suman muchas voces hasta conformar gritos y barullo que aplaquen al fin las voces solitarias, porque el objetivo es que no sean escuchadas. Basta con impedir el conocimiento del concepto. Wilde podría darnos una clase magistral de cuando los ladridos de la jauría se suman para tapar una voz.
Uno de los grupos de choque y censura reconocidos y ocultos en la actualidad de nuestra sociedad, por ejemplo, pertenece a la misma iglesia católica. Como institución dispone de su jauría de censores y represores quienes allanan el debate de temas sensibles como el aborto; así es, ellos son quienes reciben las instrucciones de acallar las voces nocivas en sus argumentos en los debates abiertos, y así administran los motivos y las justificaciones de la demagogia católica. A veces, los veremos asomar en las mesas periodísticas con la levadura conocida pero, como parodia, sólo persigue el fin de impedir el desarrollo del debate, no se trata de la razón ni los motivos. Pero cuando esos "grupos de tareas" no son escuchados por la sociedad, o son superados en los argumentos básicos, entonces pierden la compostura y aplican el recurso extremo de las amenazas de bomba en edificios públicos, en hospitales, en juzgados, en salas de debate, en estudios de televisión. Allí vemos que el censor llevado al extremo es represor.
El implemento de la censura represiva la vemos aplicada de manera siniestra en lo individual cuando se elimina a un testigo clave en un juicio, allí también vemos que la censura es represión. Y por supuesto que estos ejecutores cobran por esos servicios, o dineros o regalías o beneficios. Tanto represores como censores reciben una paga por los servicios cumplidos, la idea es mantenerlos conformes y dichosos con sus funciones. Los Estados e instituciones siempre encuentran un cifra tentadora para los verdugos porque siempre tienen un precio accesible.
Se reprime cuando se permite el ejercicio de la represión y de su hermana menor, la censura, ya sea pacífica o ejercida por la fuerza, y es común entre los represores y censores en tiempos de luz, el gran acto de cobardía suprema que viene luego, tras la acusación, cuando se la niega; cuando se buscan justificativos para exculparse de haberse sumado anteriormente a la condena, cuando tras haberla implementado se la quita de la acción y se la traslada a la ambigüedad, cuando se la niega o se miente o se calla frente a las evidencias que es cuando luego de haber tirado la piedra se oculta la mano, no sea que los descubran en su verdadera naturaleza risueña y nefasta: Son represores en épocas de paz.
Pero no hay censores ni represores famosos en la historia de la humanidad, sólo cuando exceden sus propias marcas y se vuelven déspotas, tiranos o asesinos, de allí el fascismo exteriorizado en pleno siglo XX y lo que va del actual, ciudadanos comunes que ante un estímulo adecuado ven en un adversario al enemigo digno de muerte. No se trata de cuál es más sabio ni mejor argumentado, sino de impedir la imposición de una idea, retrasarla; pero de no cruzar esa marca que orilla el crimen social, por suerte, la sociedad los olvida. Nadie recuerda el nombre del verdugo de Juan el Bautista. Ninguno de ellos le dejó una huella perdurable al tiempo, ninguno es recordado en alguna biblioteca por fuera del registro de remesas y pagos a funcionarios y siervos pasajeros del Estado. Pero no hay que temerles, por el momento sólo son los idiotas de turno.
Si no comprendieron qué contiene
el ejercicio irrestricto de la Libertad de expresión,
están a años luz de comprender el costo que
tiene el derecho de Acceso libre a la información.
Barón Carlos Rigel
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