Rastreaba una foto posteada a principios de año
por muro de Facebook y encontré un descargo
de mi autoría que al leerlo detenidamente
descubrí su traumática vigencia. Fue durante
la introducción a la presentación de un poemario
a cargo de un invitado. Lo cito:
"Ayer fue un día extremo, una agenda saturada de actividades repartidas en pocas horas, llena de apuros y contratiempos. Bien, pero llegué presentable, como es mi costumbre –aunque con retrasos–, a un acontecimiento literario, el último al que asistiré en mi ciudad, en momentos del programa cuando un actor con vestimenta de payaso realizaba un monólogo. Una curiosidad pero aceptable. Pero quizás la parte desagradable fue la aparición de un poeta u orador mayor, Rodolfo Romero, con un acento conocido por mí, quien dijo ser paraguayo expulsado de la tierra guaraní en épocas del extinto dictador Stroessner, y luego haber errado por el globo hispano concluye en Argentina. Pero la anécdota no es su vida en sí misma ni su criterio poético ni su simiente ni las palabras emotivas sobre la autora, sino la valoración errada que hizo del bolivarismo y el llamado intento de golpe de Estado en Venezuela. Y aquí me detengo. Mi desagrado clausuró la jornada.
Las convicciones pueden errar el camino cuando están inspiradas en ideales ajenos a la realidad y, peor, a la información; es lo análogo a la metáfora maquiavélica que nos vendían de oferta en los '90 en cuanto a que "el fin justifica los medios" con la adhesión actual y vigente de "a cualquier precio". Y aclaro: De poco le sirve citar a Bolivar cuando los que mueren allí, ahora, son estudiantes y civiles, cuando se detiene a civil sin orden de captura librada por la justicia, cuando se procede a extraer a alguien de su domicilio como si fuera un delincuente. Bolivar ya murió. La imposición de ningún movimiento, de ningún partido o régimen de la Tierra justifica el atropello ni la violación de Derechos Humanos.
Ahora bien, si algo he observado de mi tiempo es que se puede vivir equivocado y hasta envejecer equivocado e incluso morir en la equivocación. Cumplir años y sumar décadas no vuelve sabias a las personas, y la premisa de haber visitado países de la tierra no es evidencia de acierto en la sabiduría, apenas suma fotos al álbum familiar. Pero, repito, se puede vivir errado, es constituyente del ser. El conocimiento no es erudición, así como la inteligencia no es sabiduría.
Si dicha persona se hubiera limitado a leer poemas me hubiera sentido satisfecho, pero introdujo una certeza ideológica anterior a la crisis venezolana –de allí proviene el error–, contaminando al arte de la escritura y la poesía con inclinaciones políticas existiendo allí una crisis social, cuando en mi caso, además de llevar adelante un ejercicio literario, soy representante de una organización mundial humanitaria. Me bastan los reportes diarios para ver la realidad sin ideologías ni próceres pretéritos. Para recordarlo, no nos sirve ni el discurso bolivariano ni el sarmatiniano, ya que esa premisa puede usarla un perfecto hijo de puta, a menos que reinaguremos el sueño de un hombre nuevo en el ideal hitleriano sin importar los millones de muertos que median en la limpieza étnica del tamizado social, homenajeado hace pocos años por Milosevic en Kosovo y la Serbia Herzegobina. Por suerte, para quienes exploramos el pensamiento universal, Hegel cierra la polémica frase de Maquiavelo, hiriéndola de muerte con la espada de la ética, cuando afirma "El medio debe ser digno del fin".
Resumiendo, entonces: una persona tiene el derecho de no ver los colores, de no saber la hora, el derecho de no mirar ni ver ni observar ni intuir ni suponer o deducir; incluso tiene el derecho de no creer, el de no saber, y hasta el derecho universal de no aprender y de exponer su error ante los demás sin censura previa, la cual he padecido por los idiotas Coordinadores de Autores de La Matanza de turno. Celebrar las ideologías es posible, es también un derecho universal, aunque promover el asesinato es abominable, además de un delito de apología del crimen. No es diferente a justificar las matanzas del Proceso en nuestro país sin juicio alguno bajo pretexto de una contaminación social de marximo cuando el Poder Ejecutivo tenía las herramientas y las había brindado al poder militar para su autodefensa y la defensa de la democracia. No necesitaban violar a la república como a una perra callejera. Y eso mismo ha ocurrido en Venezuela, un grupo de narcos se ha filtrado hasta el poder, el Cartel de los Soles, violando a la república como a una perra callejera. Y ahora su pueblo está en las calles.
Por suerte no hubo aplausos ni ovaciones particulares sobre el error de Rodolfo Romero, lo que hubiera promovido mi abandono inmediato de la sala. Pero como dije a todo el movimiento bolivariano de América, oportunamente, ¡váyanse a la puta que los parió!... Y aceptado el equívoco."
Barón Carlos Rigel
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