22 de septiembre de 2014

La nube transgénica


En la edad de los transgénicos, la patria
sojera –de nutrientes sospechosos– también 
ha llegado para ocupar segmentos de naturaleza 
esencialmente artísticos, confundiendo 
política con cultura y cultura con arte. 
Llega la confusa Feria del Libro de San Justo
donde una milanesa de soja se sueña bife de lomo.

Se acerca el acontecimiento desagregado y desmembrado por la misma corriente que la divide y se hiere a sí misma entre comerciantes de libros, editoriales y convidados al banquete público local, me refiero a la Feria del Libro de la Ciudad de San Justo, evento menos artítico que político. Más de la mitad de los expositores los origina el mismo municipio y sus dependencias convocadas a la difusión de sus actividades pero de poca o nula trascendencia artística, y las ONG vinculadas a actividades sociales. La Feria del libro local es una ventana política de discurso político de interacción política con la sociedad, más que un evento de exposición artístico-comercial de apertura anual. 

Es claro que no abunda el arte en el distrito excepto en solitarios desconocidos, casi anónimos por fuera del ambiente que los involucra. Eso revela un bajísimo reconocimiento del Estado municipal para con sus artistas, los poquitos que cuenta entre sus vecinos. Durante la feria no hay salones o carpas destinadas a la exposición de nuestros artistas plásticos, no hay programa permanente de eventos de dramaturgia abiertos al público local de entrada gratuita, tampoco ciclos de cine regional o videos de difusión de la historia, también local. Pero tampoco indaga las otras corrientes del pensamiento porque no hay ciclos de conferencias de intelectuales o pensadores o filósofos o periodistas invitados de la universidad cercana, hoy visitada en su mismo corazón. 

Sólo es una carpa y a llenarla se ha dicho, a llenarla de comedidos, de prendidos, de allegados, de colgados, de ruidosos, de propaganderos políticos. Veremos profilácticos y armas antiaéreas y no esculturas. Porque es la Feria de La Matanza y los libros son un agregado de última hora, o dependientes del comercio o pendientes de la audacia de los solitarios, una escarapela descolorida y sin alfiler cuya opción es, o la nada, o pagar un canon de 3 mil pesos en títulos cobrados el primer día, no el último. Por eso no veremos en ella a los destacados del arte que tampoco vimos durante el año, condenados como siempre a fosilizarse en el cuaternario del anonimato, sólo a una corte de servidores funcionales del gobierno municipal: Quienes merecerían un homenaje ocupan con suerte una butaca pero sólo si se enteran por accidente del evento. 

Como Secretaría de "Cultura" y Educación, nuestra Secretaría es un eufemismo con más disfemismos los que me atrevo a listar. Así recordaba hace poco de cuando en el Día de la bandera nacional, la jura a los estudiantes se la toma el mismo Intendente, cuando el reglamento de enseñanza dice claramente que debe tomarla la máxima autoridad de educación. Pero aquí no existe esa figura sino cadetes fotogénicos. Eso da la idea de que la Feria del Libro no es una feria de libros, sino una ventana política de la intendencia. Ni siquiera consta en el calendario de actividades en la página oficial del municipio, sección o link "Secretaría de Cultura y Educación", ni en el día 2 ni el 3 de Octubre, fecha que da inicio al evento.

Y los adulones aplauden, acomodan las mesas donde quizá repartan afiches o mala poesía, para el circo es lo mismo. Desde los "grupos locales terapéuticos y funcionales" del gobierno municipal –y los servidores de esa nulidad ruidosa– a las personalidades aisladas, distantes y solitarias del oeste iracundo, cuyos trabajos aún mezquinan de salir a la luz, la futilidad numeral de los grupos existentes no suma pero amplía sus horizontes como una gota de agua estallada contra el suelo, agregando ruido, no excelencia académica o idónea, pero que extiende su figura hasta que empieza a desvanecerse y evapora sin dejar rastro alguno de haber sido líquido alguna vez. No es difícil anticipar el desenlace de habitar años tras año un compartimiento sin recuerdos.

Pero una coincidencia acaso nefasta sobrevive de una feria a la siguiente: La Matanza no es culta, viaja como una nube inflamada hacia ningún lugar, peligrando de que un aliso temerario e invisible la desintegre en la altura y entonces no sea ni lluvia ni granizo ni humedad ni calor o presión atmosférica, y no sea nada al fin, apenas una variedad musculosa y blanca dibujada en la altura que ninguno ve y que viaja de un lado a otro, adornando el paisaje del momento, pero que nadie recuerde haberla visto ni mucho menos describir cómo era, porque sólo pobló un instante del día sin dejar recuerdos en la vida de nadie, especie de melancolía olvidada al fin. No quedan próceres por aquí.

Curiosamente, fulguran nombres inolvidables, claramente solares, pero siempre ausentes: Rubio, Cao, Dalter, Zapata, Chappa, Paredero, Boragno, Pérez Árias, Gino, incluso otros nombres más desaparecidos todavía; y también estudiosos y académicos de la universidad. En resumen, quienes están dejando una huella al tiempo desde las márgenes del ruido céntrico, no desde el epicentro, son los olvidados en un evento nacido para ellos. 

Pienso "por vuestros frutos sereis conocidos" pero me corrijo de inmediato e inauguro una frase nueva que nos aleja del eco mundanal cuando identifica a la colmena de barullo de pretensiones artísticas en la otra vereda: "la soja alimenta a muchos con transgénicos artificiales, pero no da miel". Claro, no tiene flor, es un yuyo urbanizado por la hambruna, por la eterna asimetría en la distribución de la pobreza sin riqueza y menos grandeza, el consuelo de una patria post-ganadera, cuando el paliativo que sobreviene a la falta de un buen bife de lomo es una milanesa de soja para clausurar la ilusión de simularnos satisfechos, y tan artificial como pasajera.

Estamos llenos, hartos, de milanesas terapéuticas de soja que caminan, hablan al micrófono, leen, aplauden, comandan, exponen, actúan, representan, polemizan en las redes y hasta reciben diplomas de dudoso prestigio y que piensan que por una cartulina firmada por un turista de gobierno igualan a los bifes de lomo; incluso parecen importantes vistos desde cien kilómetros de distancia. Son las milanesas de la soja funcionales en el plato del gobierno. 

Pero como si fuera poco, mi lucha no está dada en los términos de La Matanza, lo aclaro, allí no reside la trinchera que me desvela, ni siquiera la considero rival, sino que está dada contra los sellos españoles como Planeta, Alfaguara, Tusquets y los nombres aparatosos de figurones nacidos del márquetin editorial que les imponen al mercado. Desde la reducción de Emecé Editores a cenizas en los '90, ahí está dado el rango de mis adversarios. Y allí nada pueden hacer ni estos ni las muletas de la Secretaría de Cultura y Educación local, porque me enseñaron que para pescar una pieza grande hay que encarnar con una lombriz grande, donde un bicho pequeño no pueda ni siquiera morder la carnada. 

Entonces así debo pelear del lado de Orwell, de Burguess, de Bukowski, de Wilde, de Sarmiento, de Yourcenar, de Lispector, de Erigena, de Sade, de Pirandello, de Kafka, de Dante... al lado de Cervantes, y nada más que con una pluma. Ese puesto no se regala en una ni en dos Secretarías, hay que ganarlo en el Coliseo de la tinta y el arte; ese empleo pírrico, casi quijotesco de mi parte, de buscar un banquito en la mesa redonda de caballeros y damas de honor, aunque quede resumido en un sueño. Vale la pena intentarlo.

Acostumbrados a masticar pan de aire, una nube parece consistente pero sólo al principio. No es una burla en sí misma, no podría serla, sino un presagio tan inevitable como compartido: Después de la Feria no quedará nada, no habrá revelaciones artísticas, no quedarán figuras de trascendencia nacional ni provincial ni municipal. Los discursos serán olvidados, los micrófonos se apagarán y desarmarán el proscenio.

Las huellas en el camino están claras, los descampados también. No hay más que agregar. Lo mejor es quedarse a un costado hasta que la nube transgénica se disipe. Mientras tanto, algunas palomas sobrevuelan la plaza –aún en reparación y modelado–, la gente pasa, las milanesas de soja preparan el banquete, saludarán desde el atrio como césares de ninguna conquista, habrá aplausos, hurras y secretos abucheos; incluso burlas reprimidas. Ojalá este año regalen pitos y matracas para acompañar la comparsa.

Barón Carlos Rigel

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