las entrañas del pueblo mismo.
Hace 38 años, y aún recuerdo el recalentamiento social contra Isabel Perón. Trabajaba en una fábrica metalúrgica de las 6 hasta las 15 hs., estudiaba de 18 a 22 y los Sábados trabajaba de acomodador en un autocine en Villa Martelli de 22 a 03 del Domingo. Todavía está fresca en mi memoria la carta de advertencia que le enviara el Gral. Videla a Isabel desde el interior del país con el ultimátum de 8 meses para recobrar el orden extraviado en algún momento entre 1973 y aquel presente. Y sumados a la burla y el desprecio civil por las instituciones, los atentados, las acciones de la Triple A, el asalto a los regimientos, las novedades de una milicia armada en Tucumán, los controles ruteros, el transporte de armamento oculto de maneras esperpénticas, los asaltos, los rumores.
El Golpe estaba en el aire, lo veía a diario en la TV, en mi casa, en la calle, en la fábrica. No entendía cómo se avanzaba recto hacia el abismo sin dar un volantazo de último momento. El Golpe era un trámite, nada más, una extensión del desorden civil, sindical, gremial, institucional, una posibilidad advertida: El Golpe de Estado llegaría y pondría orden, y luego convocaría a elecciones. Así se concluía, ingenuamente. La gente, el pueblo, sabía que debía necesariamente pasar por ahí. En el colegio nos convocaban semanalmente, y hasta dos veces por semana, a manifestaciones de marcha en reclamo de boletos diferenciales, mejoras en los establecimientos, mobiliario, útiles. Mientras tanto, el famoso y recordado "¡Yegua! ¡Yegua! ¡Yegua!" contra el techo a las paritarias que en algunos casos superaban el 45 por ciento de aumento salarial.
No es distinto al desprecio que veo hoy hacia la actual Presidente de los argentinos pero, mejor lo aclaro, es la única semejanza que encuentro con Cristina Fernández, ya que Isabel Perón, luego de un juicio agónico que duró años en los cuales estuvo detenida por "malversación de fondos públicos", sólo se descubrieron doscientos gramos de fiambre sin el comprobante de compra. Y no es broma, fue el único gasto de fondos públicos "no declarado". A eso se debió que, tras el juicio sin condena alguna, la invitaran a abandonar el país rumbo a Madrid. Pero de esa época recuerdo perfectamente las colas para conseguir querosén, aceite, azúcar, las vedas de carne. Pero había, además de la anarquía civil, el desabastecimiento, la especulación, la inflación y el espíritu de manifestación diario, un actor secundario y silencioso. No se trataba del Golpe anunciado en sí mismo, sino de lo que seguía después. El plan que traía en su vientre podrido: el "Proceso de reorganización nacional".
Y cuando llegó, cuando un 24 de Marzo amanecimos con la novedad y el "Comunicado Nro. 1" de la Junta Militar, no hubo manifestaciones de protesta, sino entrega y docilidad, no hubo furor o pillaje, sino silencio y hasta obsecuencia, no hubo una convocatoria a paralizar al país completo sino la autorreclusión en cada hogar. Era nuestra bienvenida civil al período más oscuro y siniestro de nuestra historia institucional y fue recibido con absoluta indiferencia y mansedumbre.
El "Trámite" había comenzado. El apriete a los secretarios gremiales del sindicalismo criollo produjo resultados rápidos: Nuestros amigos entregaron listas completas y legajos detallados de los obreros a detener. En la fábrica, empezaron las detenciones de los delegados gremiales y los obreros más protestones del cuerpo laboral. Algunos de ellos no aparecieron jamás con vida. Las pocas novedades de ellos llegaban a través de los sindicatos. Luego comencé a sospechar que era parte del operativo de distracción diseñado entre la cúpula sindical y el ahora llamado "Terrorismo de Estado" militar a cambio de salvarse cada uno su propio pellejo. Para confeccionar las listas de detenidos, fue necesaria la participación del sindicalismo. De allí el Pacto Sindical-Militar que denunció Alfonsín durante su presidencia.
Ellos fueron los entregadores, los "judas", los que ahora la juegan de "Pilatos" o de víctimas. No hizo falta tareas de inteligencia para revelar identidades ni operaciones de inteligencia para conocer los movimientos de las víctimas: sólo le apretaron el zapato al sindicalismo y los entregó a todos. Tampoco hubo millones de personas en las calles reclamando el regreso a la institucionalidad ni el reclamo de elecciones libres inmediatas. Hace pocos años, un sindicalista allegado me decía así: "Acá en San Justo, todavía trabajan o viven esos entregadores, pero hay miedo y los familiares de desaparecidos no se atreven a apuntarles con el dedo".
Y en el transcurso del Estado de Sitio, el sorteo de los conscriptos para servir a la patria bajo bandera. Me tocaba el ejército nada menos que en el período de 1976 a 1977. Tucumán cayó cercada por las tropas. Parte de la instrucción militar fue pasarnos a los soldados los videos con los planos y las tácticas del sitio del ejército a la provincia emancipada, ocupada por una milicia rebelde de muchachos armados y al borde de la independencia.
Odie a este país de mierda, odié a su pueblo, odié hasta el último maldito ladrillo de su historia, lo maldije desde el abismo de mi ser. Tardé años en superar el odio y el desprecio hacia un pueblo de mierda que no alzó una voz hasta que los muertos brotaron de las fosas, hasta que los cadáveres temblaron en sus féretros al paso de sus asesinos, como escribe Shakespeare.
El dolor y el terror fueron privados de cada hogar. Y mientras se espiaba tras las cortinas, se escuchaba el rumor conocido: "No te metas, algo habrán hecho". Los mismos que hoy se ufanan y hasta se ofuscan como símbolos de un valor cívico de coraje, aquel día estaban mudos de pavor. Si hasta recuerdo el temor que trepaba las piernas de estos valientes "Juan Pueblo" en 1984 cuando todavía mantenían el temor; "Sh, callate, nunca sabés quién puede escucharte". Siempre es más seguro honrar una placa en el después que actuar en el durante. "Cuando veas sangre en las calles, comprá propiedades", dice una película reciente. Como los miembros de este gobierno insano, sucio, "los campeones de los DDHH" que ahora se comen un asadito donde quedaron estampados los gritos silenciados, como muestra de una hidalguía jamás tenida: ellos también se enriquecieron con los gritos ahogados en los sótanos de tortura; lo hicieron antes o lo hacen ahora.
Tanto fervor ciudadano para derramar en la Copa mundial y en el San Galtieri, no estuvo ese día cuando hizo falta. Nadie convocó a paralizar una fábrica, una universidad, un Ministerio, una ciudad. Hoy veo al pueblo venezolano en sus calles, manifestando, cayendo, alzando a sus muertos y continuando adelante, y afirma mi pensamiento: Más que el "Día de la Memoria", en 24 de Marzo de 1976 vive en mí como el "Día Nacional de la Vergüenza".
Carlos Rigel