¿Quién quiere ser pobre y sano, pudiendo
ser rico y enfermo?
Muchos años de mi vida he venido observando el detalle de las enfermedades y padecimientos de los ricos, y en la otra vereda social, las de las clases bajas. Pero luego de unos años de ejercicio nuestros médicos alegremente descienden a la clase media y baja las de la clase alta, para ver si prenden o no, acaso pensando tanto en el reflujo permanente de la fuente de trabajo como honrando acuerdos preexistentes con los laboratorios cuando aportan unos pesitos al presupuesto mensual.
Por ejemplo, en las clases bajas es común el resfrío, la gripe, la tos convulsa, la rubeola, apendicitis, faringitis, etcétera, cuya medicación es moderadamente accesible y cubierta por las obras sociales. Mientras que en las clases altas, estos padecimientos comunes se convierten en Síndrome de Pephsington de Desdoblamiento Endovascularístide Rectilíneoinferior, con una medicación de 8 mil dólares las 12 dosis necesarias para sobrevivir un mes hasta el siguiente exámen. O también Microalteración Bipolar con descarga Glandulovertoide Correntosanguíneo del Círculo de Willis, con una prescripción de 12 mil dólares las 4 grageas, bueno, para que el Círculo de Willis funcione correctamente y no se salga de lugar cada vez que visitan al médico de cabecera una vez al mes, con análisis clínicos frecuentes como para darle de comer también a los laboratorios, si alcanza para todos.
Y así, lo que comúnmente en la clase baja se resuelve con un par de lentes, en la clase alta requiere de exámenes y pruebas clínicas con lentillas especiales traídas desde Italia y marco de Platino u Oricalco importado de la Atlántida.
Lo interesante es que cuando los médicos prueban de aplicar estos llamados "padecimientos" en las clases bajas, estos pobres diablos hasta se sienten honrados de padecer algo tan complejo, como si de pronto se hubieran recibido de ricos o de profundos, acaso sin entender un cuerno de qué carajos es lo que padecen. Algo parecido a lo ocurrido en los últimos 20 años con la telefonía móvil en su descenso de la clase media, trabajadora y pudiente a las clases bajas, desempleadas y menesterosas.
Pero me imagino el cuento para quienes la fortuna los favorece con la lotería y cambian de la noche a la mañana de posición social: "Amigo, usted padeció siempre de Rengotaralaitodea Gastrocongénita Ulcerosa Leve del Miocardio, ventrículo derecho, pero jamás se la descubrieron. Y no es operable... pero se medica".
De manera tal que este buen señor bendecido por la azarosa veleidad de la suerte, sale del consultorio médico como un Woody Allen espectral pero con la relativa tranquilidad de saber que dispone con una cuenta banacaria para solventar los gastos de lo que sea, sin saber que se trata de lo inverso, es decir, justamente, que por tener una cuenta bancaria es que sus padecimientos ahora son caros. Y claro, pero de pronto, la felicidad no es tan feliz, pero sí segura.
Pero lo cierto es que el agraciado con la extraña enfermedad, quizá padecida por tres personas en todo el mundo –según dice el facultado–, ahora ingresa en ese campeonato abierto que busca saber quién tiene más enfermedades, quién las operación con más puntos, o el dolor más inaguantable, o quien se desmayó más veces de cólicos, es decir, ese torneo obsceno de padecimientos comparados, tan común en la tertulia social, para ver quién ha sufrido más que quién, buscando, naturalmente, la compasión ajena, cosa vulgar que detesto. Prefiero ser saludable aunque me odien.
¡Y después quieren que crea en la medicina!
Rigel
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