Galera, bastón y monóculo no son óbice
en esta edad para ocultar los destellos en medio
de tinieblas, pues un artista es un artista, una nariz es una nariz,
y un churrasco, ¡pues es un churrasco!
–¿Es usted el prestigioso y sorprendente autor Carlos Rigel?
–Aguardad a que prenda un faso... ¿Cómo dice, su señoría?
–¡Que si es usted el prestigioso autor Carlos Rigel!
–Pues... no, en verdad, no lo soy. ¿y por qué pensais que lo soy? ¿Acaso os adeudo alguna caja de fasos fiado?
–Pues creo reconocer su foto en este libro, pero si no es usted, entonces es una buena fotocopia.
–Permitidme ver el libelo de vuestro tan confuso episodio.
–Aquí... ¿no es usted?
–¡Opfst!... Pues creo ver la razones de vuestro tan inaudito fárrago.
–¿Qué?
–Pero vea, audaz ciudadano, que tan cierto es que cada vez creo parecerme más a la contrahecha naturaleza del mentor de vuestro embrollo.
–Pues, sí, tal parece que las fotocopias caminan.
–O ¿por qué piensa vuestra merced que envaino mis luciérnogos ojos con estas cautas gafas oscuras, y a veces sobre el mismo monóculo?
–Pues... ¿por el sol?
–¡Además!... además, digo, pues porque a diario soy confundido con tan extraordinaria personalidad de la escritura... Mas vea, su merced, qué sorprendente similitud, que si me levantara mal dormido, o acaso bajo los efectos embriagadores de la ginebra, y viera esta misma foto colgando de mi espejo, ¡por mi ósculo sacro, digo, que yo mismo dudaría quien soy!
–¡Ni Dios lo quiera!... ¡Que antes que promover tamaña tribulación del ser, pues prefiero echar este ejemplar sin autógrafo al fuego abrazador!
–Pero, aguarde vuestra merced, sosegad vuestras ansias reparadoras ¿dice su señoría que se trata de la busca de un legítimo autógrafo de su autor?
–Pues claro, qué más pudiera querer en mi abyecta vida que de tal personalidad de la escritura, como refieren vuestras caras palabras, la firma de pluma y cuño de su creador... Pero si no es vuestra merced, con mis justas disculpas, pues seguiré buscando a su mentor.
–Aguardad, aguardad... ¿Estais seguro que no os adeudo una caja de fasos?
–Pues, no, creo no tener en mi memoria dicho infortunado acontecimiento. O ¿acaso tiene usted conocimiento del paradero donde pudiera cumplir mi acometida con el legítimo Carlos Rigel?
–¡Guast!... Pues dudo que pudiera participar en tal acometida, pero creo conocer el parador de vuestro destinatario pues sabrá, su merced, que cambian erráticos, que tales espíritus artísticos deambulan sin rumbo, como perros vagabundos en la Navidad de la metrópoli, profiriendo aullidos desgarradores y esperpénticos, que tan pronto los vereis dormidos sobre un envase de guisqui volcado y goteando, otras saltando o cayendo en los charcos, a veces librando gritos explosivos en los rincones de un callejón oscuro, otras moviéndose como ánimas perdidas en el Paraíso alcohólico, como un escorpión en la sartén ardiente, o quizá orinando transeúntes desprevenidos desde la terrazas y luego huyendo, dándose a la fuga como verdaderos vándalos sorprendidos en sus fechorías y terrorismos ciudadanos, ¡que ni el mismísimo Rimbaud realizaría barbaridades mejor!, pues de haber una revolución sangrienta en las calles, pues en verdad que vieres encausadas las potencias creativas en los yerros del metal y el fuego, antes que la pluma y el pincel, pues por gobierno del mismo espíritu tenebroso que en épocas de paz promueven la asquérrima decadencia y la corrupción de sus mentes infortunadas y débiles, pues son cáusticos dioses chocados a tierra, como churrascos de plasma en plena tormenta, pero cuando las nubes del alcohol son disipadas por estrechos momentos lúcidos de tregua ácida, pues los vereis asomar tímidamente como Quijanos saliendo del imprevisible manchego andante, pues sus tibios y cándidos corazones, tan frágiles, conservan el mandato del Comienzo, lo sabreis acaso, ¡el pacto original de los ángeles de servir a la humanidad!
–Pues cuanta noble palabra y cuanto agradezco tanta certera amabilidad pero, ¡vea usted, qué contrariedad!, pues se me ha hecho tarde, creo tener que dejarlo para otra oportunidad. Devuélvame el libro, innominado señor, pues conservaré la cal de su inmaculada portadilla para otra jornada.
–¿Cómo dice? Pero aguarde, su majestad, ¡si creo haberlo visto tomando un café aquí a la vuelta, hace un minuto!... Si aguarda su merced aquí, pues lo traeré firmado de puño y sangre por el mismo creador. ¡Creo yo que, sin dudar, se ofrecerá gustosamente a dedicaros unas gratas palabras a tan afanoso lector, incluso, no dudará en dedicaros otras a vuestra familia, doncellas, siervos y especialmente a la princesa de vuestro hogar! ¡Que sin mucha insistencia os brindará hasta unas letras con rúbrica a vuestra mascota de preferencia, si así lo deseais!
–Pero... Os digo que debo partir, apresuraos y devolvedme....
–¡No, aguardad! ¡Os digo que sé dónde está!
–¡Pero...!
–¡No!
¡Juipt... Agh!... ¡Cht-tum!
–¡Ohhh! ¡Oh!
–¡Habrase visto tan criminal atropello!
Barón Carlos Rigel
Copyright@2014 por Carlos Rigel
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