18 de mayo de 2017

Arribando






Confieso que vi por cuarta vez la película “La llegada” (Arrival, 2016) para comprender los secretos profundos del lenguaje fílmico cuando atraviesa las limitaciones del lenguaje oral y conectivo que presenta la obra conceptual. Y si bien al principio no la entendí, sentí que había una metáfora de subsuelo y me debía su descubrimiento. Es el choque de dos especies muy diferentes a cargo de una lingüista y un físico en busca de las respuestas a los interrogantes urgentes nacidos del miedo bajo presión militar.

La experta en lingüística Louise Banks (la actriz Amy Adams), construye un idioma elemental para entablar comunicación y ante las preguntas, en paralelo, invaden su mente con imágenes atemporales de momentos ejemplificadores extraídos en su propia vida en respuesta, aún cuando dichos sucesos pertenezcan a tiempos de su propio futuro y que, por ende, aún no ha vivido. Allí reside el misterio. 

Más allá de los ideogramas circulares que expone el film como lenguaje escrito de los alienígenas, tanto el cineasta como el autor de la obra recurren al concepto junguiano de la atemporalidad en la corriente de conocimiento humano, y que el creativo Bernhard Shaw llamó “la memoria universal”. Esa biblioteca de recuerdos no está sujeta al tiempo lineal, en ella coexisten memorias de la primera rueda de piedra como de los viajes espaciales aún no planeados por la especie humana del porvenir, y que todo esos episodios en la corriente de la historia estén disponibles sin barreras mentales para armar una idea, como con las piezas de un juego de letras.

El concepto no es simple, aunque el cineasta logra objetivarlo al tamaño de las experiencias de una única vida para configurar por inductivismo algo más grande. Pero la idea es compleja en sí misma e intentar simplificarla es reducirla a escombros, y el acto de traducir un buen libro al largometraje no siempre tiene buenos resultados. Es posible transferir al texto el doble paradigma temporal con las herramientas de la narrativa, lo difícil fue re-interpretarlo para la imagen, como lo hizo el director Denis Villeneuve, con algunas dificultades.

La complejidad de la película proviene de la doble tridimensionalidad especular que intenta sobrellevar hasta el final y que, como lento espectador que soy, tardé en descubrir. Es una cinta un tanto hermética, muy visual y atractiv, pero compleja, por momentos sostenida por la intriga y la imagen. Demasiado intelectual para ser popular. A fin de cuentas me sirve para mi autoevaluación de la maquinaria literaria mental o acaso para saber si soy un habitante más en el descenso de la madrugada, como escribe Cortázar.

CR

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