9 de julio de 2016

Naciendo como editor



La mayoría de las 'editoriales' que frecuentan las redes en verdad son imprentas. Tienen soluciones de imprenta, preocupaciones de imprenta, cubiertas flojas resueltas con criterio de economía y rapidez, presupuestos gráficos preestablecidos de imprenta, despreocupación total o parcial del paratexto y el intratexto, mentalidad gráfica de la economía, la celeridad y el cobro inmediato pero no del comercio –para el caso, la librería–, sino del ilusionado novel que llega a invertir sus dineros con ellos, los imprenteros. Editan libros como si fueran talonarios de facturas de comercios barriales. Cuesta encontrar un editor que cumpla con las funciones regulares frente al autor y frente el texto.

Trabajé muchos años como creativo publicitario para grupos editores, evadiendo con desánimo la edición de mi propio material y menos dispuesto aún a acordar con editoriales, si hasta me resultaba un bochorno ceder derechos por 10 y hasta 15 años. Mientras tanto, el material escrito, novelas, ensayos, relatos, críticas, análisis, se fueron acumulando desde las épocas de la Remintong hasta la PC y la iMac. En 2008 Editorial POL reunió 12 de mis cuentos y los editó, los ejemplares fueron distribuidos en CABA y sé que llegaron a unas pocas ciudades del interior.

En 2010 me retiré de los certámenes de convocatoria abierta al género de la novela inédita y del cuento, aunque hace pocos días volví a incluirme en uno de la categoría de ensayo. En 2011 preseleccioné unas pocas prosas, cuentos, análisis de libros, de películas, de vivencias con autores conocidos y famosos, los edité y salió a la venta como La piedra de Babel, la primera parte de la trilogía Diarios de Autor.

De pronto me convertí en otra imprenta cuyo iluso esperanzado de visita era yo mismo. Luego fui editando otros ensayos y relatos breves con especial inclusión de humor entre sus títulos. Incluso una novela en dos tomos y luego otras más de mi pluma inquieta. Desde entonces me auto-edito, pese a mis reservas anteriores con el método de dudosa calidad doméstica. Compenso la cosmética de la derrota de autopublicarme dedicando más tiempo a los procesos de pre-prensa. 

Pero no entendí que hasta haber editado La metamorfosis de Kafka y El matrimonio del Cielo y del Infierno de Blake, fue que procedí como editor. Conseguir traducciones de bibliotecas virtuales, contrastarlas con ediciones en lengua de origen hasta reventar el traductor online, revisarlas con ediciones primeras ya traducidas, corregirlas, restiruirle el formato de los diálogos, prologarlos, analizar y redactar capítulos para la comprensión del lector, concluirlos, preparar biografías u obviarlas, los comentarios de contratapa, elegir la obra de un artista para la cubierta, pedir la licencia, elaborar los diseños, y luego producirlos sin ilusión ni esperanza alguna, aunque con mucha Fe. Y todo eso hecho de mi bolsillo sin planificar recupero alguno.

Vender mi obra y recaudar para producir y difundir la obra de autores universales; o quizá locales, como sobrevienen con El matadero y La cautiva, de Echeverría. Esta vez la pegué en el poste con la intención de promover a un autor regional. Otra vez será.

En tiempos donde el autor está librado a su suerte, al imprentero importa poco si los vende o los usa de asiento, yo al menos les doy un impulso primario, un envión que cubra las etapas iniciales en la empresa solitaria de construir un público lector. Lleva consigo mucha labor no cobrada. Hay quien dirá que así no sirve, que hay que priorizar la ganancia. No lo sé. Ya no seré millonario, lo tengo aceptado.

Lograr que el público de paso vea el material, se detenga e intrigado alce el ejemplar y con la misma solemnidad e interés que con cualquier otro volumen de un sello conocido, de un autor famoso o difundido, lo mire porque advierte la misma calidad, el mismo esmero. Y que entre tanto titulo y autor para elegir, elija ese y no aquel porque piensa que dentro encontrará el mismo compromiso, o una labor meritoria, los mismos misterios, la misma madurez, y que lo lleve, que lo compre, no por solidaridad con el autor sino por legítimo interés con el material, es una medalla de aire, pero medalla al fin. Es ser otro más, y ahí mismo reside lo abrumador. Los libros no siempre traen un CD explicativo con prueba o medidor de humanidad. El libro, como su autor, están solos frente río humano que pasa. Y luego, si todo salió bien, la confirmación: que otro día vuelva por otro del mismo autor u otro ejemplar de la colección. 

No diré una palabra en defensa de esos títulos, si no hablan por sí mismos no es falla del editor, sino propio del autor; juzgará entonces el lector; al menos el libro-objeto quedó fuera de discusión. Pero durante mis visitas a las gráficas por motivos laborales, veo hoy la obra comercial de las imprentas, también la natividad de otros talleres encubiertos de editoriales que buscan editar a los autores noveles, buscan clientes, la displicente labor que realizan, acaso vendedores de servicios gráficos y talonarios con resoluciones productivas, libros como facturas y recibos comerciales, y no me siento igual, no me siento imprentero, sino artesano de libros. Estoy aprendiendo.


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