Confieso que vi por cuarta vez la película “La llegada” (Arrival, 2016)
para comprender los secretos profundos del lenguaje fílmico cuando
atraviesa las limitaciones del lenguaje oral y conectivo que presenta
la obra conceptual. Y si bien al principio no la entendí, sentí que
había una metáfora de subsuelo y me debía su descubrimiento. Es el
choque de dos especies muy diferentes a cargo de una lingüista y un
físico en busca de las respuestas a los interrogantes urgentes
nacidos del miedo bajo presión militar.
La experta en lingüística Louise Banks (la actriz Amy Adams),
construye un idioma elemental para entablar comunicación y ante las
preguntas, en paralelo, invaden su mente con imágenes atemporales de
momentos ejemplificadores extraídos en su propia vida en respuesta,
aún cuando dichos sucesos pertenezcan a tiempos de su propio futuro
y que, por ende, aún no ha vivido. Allí reside el misterio.
Más
allá de los ideogramas circulares que expone el film como lenguaje
escrito de los alienígenas, tanto el cineasta como el autor de la
obra recurren al concepto junguiano de la atemporalidad en la
corriente de conocimiento humano, y que el creativo Bernhard Shaw
llamó “la memoria universal”. Esa biblioteca de recuerdos no
está sujeta al tiempo lineal, en ella coexisten memorias de la
primera rueda de piedra como de los viajes espaciales aún no
planeados por la especie humana del porvenir, y que todo esos
episodios en la corriente de la historia estén disponibles sin
barreras mentales para armar una idea, como con las piezas de un
juego de letras.
El concepto no es simple, aunque el cineasta logra objetivarlo al tamaño
de las experiencias de una única vida para configurar por
inductivismo algo más grande. Pero la idea es compleja en sí misma
e intentar simplificarla es reducirla a escombros, y el acto de
traducir un buen libro al largometraje no siempre tiene buenos
resultados. Es posible transferir al texto el doble paradigma
temporal con las herramientas de la narrativa, lo difícil fue
re-interpretarlo para la imagen, como lo hizo el director Denis
Villeneuve, con algunas dificultades.
La complejidad de la película proviene de la doble tridimensionalidad
especular que intenta sobrellevar hasta el final y que, como lento
espectador que soy, tardé en descubrir. Es una cinta un tanto
hermética, muy visual y atractiv, pero compleja, por momentos
sostenida por la intriga y la imagen. Demasiado intelectual para ser popular. A fin de cuentas me sirve para
mi autoevaluación de la maquinaria literaria mental o acaso para
saber si soy un habitante más en el descenso de la madrugada, como
escribe Cortázar.
CR
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