Comprendo la rebeldía de la novelista Silvia Plager -quien fue mi coordinadora de narrativa en la apertura democrástica- frente a la desaparición, la
aceptación de la muerte de Abelardo Castillo, un gigante de las
letras y de la dramaturgia, cuando escribe: “Voy
a acomodar los libros de Abelardo en mi biblioteca en señal de
rebeldía. Y que no digan que no está más, que se fue, porque no lo
creo.”, porque también me llena de rabia e impotencia, expande la frustración de
aderezar a diario el pan del desaliento.
Confieso que tenía el
plan de convocar a varios autores locales para empujar juntos la
nominación a su merecido Premio Cervantes de Literatura; comprendí
que era una carrera contra el tiempo. Por desgracia, la “grieta”
terminó de cristalizar la distancia también entre autores. Hoy
nadie es demasiado representativo de nada.
Una vez, hace mucho,
me premió junto a otros autores sobresalientes de la generación del
'90. Íntimamente, soñé muchos años con deslumbrarlo, obligarme a
crecer para devolverle el guiño, decirle que no equivocó al
incluirme entre grandes narradores de mi admiración. Pero también
tuve mis infiernos. Además, confieso que, pensando en él, escribí
hace poco al Presidente en reclamo de la creación del Premio
Nacional de Literatura, que no tenemos, porque, como digo, era una
carrera contra el tiempo. Todavía no tuve respuesta. Un país con una tradición tan poderosa, no tiene méritos para honrar a sus plumas.
Influenciado por uno de sus tantos personajes inolvidables, el viejo polaco "Franta" del relato de su pluma El candelabro de plata, es que escribí en 1991 el relato El otro jardín texto que hoy consta en el volumen de relatos REM (Pol, 2008), motivo por el cual, el cuento termina en una aldea polaca, gélida y áspera, añorada por el viejo Franta en su última Navidad, un cuento seco y vigoroso de Castillo que me dejó boquiabierto por la técnica brillante que emplea y una resolución final muy de su estilo: en la oración última.
Influenciado por uno de sus tantos personajes inolvidables, el viejo polaco "Franta" del relato de su pluma El candelabro de plata, es que escribí en 1991 el relato El otro jardín texto que hoy consta en el volumen de relatos REM (Pol, 2008), motivo por el cual, el cuento termina en una aldea polaca, gélida y áspera, añorada por el viejo Franta en su última Navidad, un cuento seco y vigoroso de Castillo que me dejó boquiabierto por la técnica brillante que emplea y una resolución final muy de su estilo: en la oración última.
De allí también mi impotencia, hoy, 2 de Mayo de 2017, mis ganas de
romper todo, esa metafísica de la derrota, de cuando una galaxia
entera te cae sobre la espalda y tan nacional que, nacida en la
literaturaa, va desde Echeverría hasta nuestros días y que plasma
tan bien el tango cuando expresa el desarraigo, la pérdida, la
impotencia del ocaso. Siempre nos faltan cinco pa'l mango.
En
fin, se fue el último literato de raza sin reconocimiento alguno que
destaque su obra, su erudición tridimensional, y no tengo cómo
decirle adiós al maestro. Le adeudo un viaje prometido a San Pedro
con mi telescopio y las cartas celestes para espiar los cielos de madrugada. Una vez lo llamé para saludarlo, atendió él, entonces le recordé la deuda. Me dijo que wl firmamento nocturno sanpedrino era impresionante. Por las interrupciones mínimas de su conversación, deduzco que mediaba con la pipa. También
era afecto como yo a los estudios astronómicos. Lo vi por última vez en el
verano de 1990 en el Palais de Glace. Él se fue y a mi me queda el
sinsabor y las ganas de agarrar un hacha. Mierda, no llegué. Nada
redime, nada.
Copyrigh®2017 por Carlos Rigel