Nos merecemos una y otra vez la misma historia pero con distinto apellido. El ciclo argentino de las risas y las lágrimas; cada dos generaciones volvemos a caer en el mismo paradigma, y tan irresuelto como el que sigue cuando es igual que el anterior. Tanto fervor al pedo, tanta lágrima dilapidada. Hoy convocan al carnaval en el cementerio: los nietos de la nada ocupan las calles, llevan pancartas de triunfo y los ojos de ilusiones injustificadas. No importa hacia adónde vamos sino de ir contentos. Ya leí este cuento. Un cohete espacial que eleva y cumple la primer etapa con éxito y luego se viene abajo. Nunca alcanza la estratósfera, nunca el cinturón Van Allen; ni reventar al sol ni caer al centro de la Tierra. Ni zenit o nadir, nada. Siempre apurados pero rumbo a ningún lado. Adónde, cuándo, atrás, adónde, allá, más atrás, nunca, ¿cuándo? siempre, ¿ahora? no, antes. Nada. Lo temible del túnel del tiempo es descubrirlo círculo, tiovivo o calesita. Y pasar otra vez, acelerar o frenar, es lo mismo. No vamos a ninguna parte, ni siquiera fuera de pista. Navegar la galaxia sin brújula. El circuito no cambia. Hoy también es Jueves. Jueves Santo o Jueves Maldito. Aquí no hay Miércoles de cenizas sino Jueves de Tamo y Pelusa. Ayer fue jueves; mañana también será jueves. 365 Jueves al año. Más que Viernes en el plan de Defoe, somos Jovianos del día Jueves. Nunca pasa nada cuando a diario nos pasa de todo. Es la isla del día Jueves. Y es nuestra.
CR
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