En el país del "Aquí no se coge, somos gente decente" termina de aparecer muerta otra chiquita en una bolsa de basura. Los comentarios en las redes sociales, como siempre, revelan a una sociedad bastante pelotuda, cínica y represiva, que tras un brevísimo análisis fotográfico de la adolescente asesinada, revierte la causa y culpa a la víctima, volviéndola responsable de yacer violada, muerta y cubierta con plástico.
Las causas que motivan el delito serán desde "estar muy buena", "negarse a concretar citas", "vestir acorde al calor", quizá "comer un helado en público", "ir y venir todos los días por la misma calle", y hasta "publicar fotos muy sonriente en las redes", etcétera. Todas causas previsibles de muerte en el país del "nadie coge nunca" pero, eso sí, con abundante doble sentido. Todo aquí es con doble sentido, todo sexualizado, potenciado de feromonas y testosterona en desuso desde la adolescencia, y aderezado con bastante picardía criolla; hasta los comentarios simples y callejeros del común deben llevar consigo una nota chispeante de referencia a una virilidad, o bien, a una abyecta femineidad, que debe ser expuesta y declamada a viva voz. Nadie quiere quedarse atrás en el catálogo de sátiros todoterreno y de yeguas ninfómanas de la pampa urbana.
A la hora de hablar, los argentinos nos cogemos a todas, unos dandys de prestigio jamás probado, aunque en lo concreto vivimos a paja olímpica. Y como la mayoría no coge ni 4 veces al año, sobreviene el recurso extremo como alternativa posible: "¿Te negás?, ¿no querés?". Un país pasado de rosca al pedo por la televisión, los medios gráficos, los chistes, donde la resistencia al sexo ocasional, siendo diaria, no está prevista. Todo aquí es erótico de contraluz pero sin que se note tanto, es decir, un poquito sí pero no tanto porque hace mal, donde la mayoría no la ve ni cuadrada ni redonda. A eso también debemos la saturación en los sitios con ofertas de sexo rápido donde casi nadie concreta nada: es fácil mostrarse para la foto como yeguas o sementales de raza, lo difícil es cumplirlo, cuando la mayoría arruga a la primera cita.
Ese argentino mayoritario es un boludo y no coge nunca porque no seduce, no sabe cómo hacerlo. No hablamos de España y su liberalidad, o de Brasil y el "cogebonito" que habita sus carnavales de caipiriña y coginche popular. No, hablamos de Argentina donde en apariencia coger mucho, o poco, pervierte el ser nacional, es vicioso, depravado y de mal gusto. Es indecente. Veamos ahora mismo la campaña de difamación organizada por el gobierno sobre la figura de Nisman, el fiscal homicidiado hace poco, cuando utilizan los servicios de la Policía Federal para distribuir afiches de la víctima "de fiesta", celebrando con mujeres. Es que coger no es de gente decente y ni siquiera debe ser sugerido. Mancha nuestra honradez de argentinos bien nacidos.
Aquí jamás hubo un destape al estilo español, sino al estilo argentino, con límites, represión y pudor, por eso somos en esencia reprimidos y hasta hipócritas frente al sexo. Coger está mal visto, mujeres con pantalones cortitos y deshilachados también está mal visto, es una incitación a la depravación, exhibir los pechos un poquito más de la cuenta, aunque el calor agobie, también es una incitación sexual, por ende está mal visto. Porque lo correcto es "bancarse", soportar estoicos los deseos, tener el control emocional y la estabilidad, como luego de haberlo hecho imaginariamente hasta el cansancio. Es simular e imponerse voluntarios la castidad del vivido y experimentado cuando apenas fue una ilusión. Es decir, el criollo argentino no coge nunca pero debe simular no necesitarlo, sentirse superado y más allá del deseo. El llamado "machismo" es lo que equilibra al "no pasa nada".
"El primer paso para elaborar la timidez es reconocerse tímido", me decía en una oportunidad una psicóloga amiga. Pero el perfil del argentino promedio no coincide con el tímido reprimido, sino con el guacho langa que se las conoce a todas. Modelo de pureza criolla que a nadie engaña, ese fenotipo argentino promedio se cree una especie de conjunción entre sacerdote, galán de cine, jugador de fútbol, sátiro programado y congresista. El ego bien alto, como recuerda el Papa hace muy pocas horas. Dicha autorepresión estalla perversamente y quiebra, como el hilo, por el lado más delgado, bajo la forma de violaciones diarias a las que ahora parecemos definidamente acostumbrados. Es más, de a poco les estamos encontrando la explicación razonable. Es que ganárselas por derecha está mal, es feo, pero violar y matar está justificado y es lindo.
A eso se deben los comentarios que suscitó la publicación de una foto de Daiana García, una adolescente conforme con su cuerpo y su belleza, en remera, pantaloncitos cortos y sandalias comunes, cuando se la hace responsable de su propia muerte por una cultura, tanto masculina como femenina, deforme que todavía conserva destellos del Proceso y el componente X del machismo argentino. Es la puñalada cotidiana que nos desangra y expone lo inocultable de nuestra verdadera naturaleza.
Como el debate estallado por las redes en los días del cónclave que resultó en la elección de Bergoglio como nuevo Papa: toda mierda sospechada fue a parar a su legajo, no importa si era verdad o mentira, metáfora conspirativa que recuerda la dupla Massa-Cafiero, cuando en 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, frustran la elección de nuestro compatriota en favor de Ratzinger, Benedicto XVI. Eso también es parte del "ser nacional" pelotudo que nos anida.
Por fuera, unos sex-symbol irresistibles, por dentro, unos salames solitarios e incomunicativos desesperados. Y no faltará el ofuscado que se proteja al responderme de inmediato "¡Che, no generalices, eh! ¡Qué yo mojo todos los días!", cuando vemos que el cáncer de próstata le asoma entre las piernas como una varicocele frankensteniana. Eso también es criollo.
El violador se oculta perfectamente en la sociedad, porque es la misma sociedad, unos más débiles, otros más resistentes, y ni siquiera se sabe violador y asesino. Es un miembro más que trabaja, que vota, que debate, que viaja, que opina, que hace trámites, que tiene perfiles en las redes sociales, que es un galán que se las sabe todas, que hace chistes verdes, pero al final del año el resultado es que con mucha suerte tuvo sexo 5 veces o quizá 6. El resto fueron pajas ocultas. Y mientras tanto, los pantaloncitos cortos, las remeras top, kilos de carne expuesta en las calles al calor y una programación de TV que abunda de sexo donde todo es fácil, accesible, posible y con doble sentido. Somos unos cogedores bárbaros en nuestra prédica, pero sólo allí. Esa autorepresión de creernos Quijotes sin mácula ni necesidades de pruebas o exámenes tiene un precio. Y otra chiquita termina de pagarlo con su vida. Ahora debemos agregar a la lista de víctimas a otra familia irrecuperable, inválidos para siempre, cuyo error fue tener una hija adolescente que "estaba muy buena" cuando a fin de cuentas era una chica común con la misma vestimenta que luce cualquier otra adolescente que cruzamos a diario en un clima hoy tropical.
Bien, pero quiero que sepan que el recurso diario de invertir la carga de la culpa, volviendo a la víctima culpable de estar muerta por cualquiera de las causas arriba mencionadas, es la evolución del "Algo habrá hecho" del Proceso. Es la segunda parte del mismo virus mutado y vigente. Eso revela que vive un condescendiente represor hijo de puta en la mayoría de nosotros; la misma indiferencia social, pero agravada por la perversión. No aprendimos nada. Como escribí ayer: "Nos merecemos una y otra vez la misma historia pero con distinto apellido".
Las causas que motivan el delito serán desde "estar muy buena", "negarse a concretar citas", "vestir acorde al calor", quizá "comer un helado en público", "ir y venir todos los días por la misma calle", y hasta "publicar fotos muy sonriente en las redes", etcétera. Todas causas previsibles de muerte en el país del "nadie coge nunca" pero, eso sí, con abundante doble sentido. Todo aquí es con doble sentido, todo sexualizado, potenciado de feromonas y testosterona en desuso desde la adolescencia, y aderezado con bastante picardía criolla; hasta los comentarios simples y callejeros del común deben llevar consigo una nota chispeante de referencia a una virilidad, o bien, a una abyecta femineidad, que debe ser expuesta y declamada a viva voz. Nadie quiere quedarse atrás en el catálogo de sátiros todoterreno y de yeguas ninfómanas de la pampa urbana.
A la hora de hablar, los argentinos nos cogemos a todas, unos dandys de prestigio jamás probado, aunque en lo concreto vivimos a paja olímpica. Y como la mayoría no coge ni 4 veces al año, sobreviene el recurso extremo como alternativa posible: "¿Te negás?, ¿no querés?". Un país pasado de rosca al pedo por la televisión, los medios gráficos, los chistes, donde la resistencia al sexo ocasional, siendo diaria, no está prevista. Todo aquí es erótico de contraluz pero sin que se note tanto, es decir, un poquito sí pero no tanto porque hace mal, donde la mayoría no la ve ni cuadrada ni redonda. A eso también debemos la saturación en los sitios con ofertas de sexo rápido donde casi nadie concreta nada: es fácil mostrarse para la foto como yeguas o sementales de raza, lo difícil es cumplirlo, cuando la mayoría arruga a la primera cita.
Ese argentino mayoritario es un boludo y no coge nunca porque no seduce, no sabe cómo hacerlo. No hablamos de España y su liberalidad, o de Brasil y el "cogebonito" que habita sus carnavales de caipiriña y coginche popular. No, hablamos de Argentina donde en apariencia coger mucho, o poco, pervierte el ser nacional, es vicioso, depravado y de mal gusto. Es indecente. Veamos ahora mismo la campaña de difamación organizada por el gobierno sobre la figura de Nisman, el fiscal homicidiado hace poco, cuando utilizan los servicios de la Policía Federal para distribuir afiches de la víctima "de fiesta", celebrando con mujeres. Es que coger no es de gente decente y ni siquiera debe ser sugerido. Mancha nuestra honradez de argentinos bien nacidos.
Aquí jamás hubo un destape al estilo español, sino al estilo argentino, con límites, represión y pudor, por eso somos en esencia reprimidos y hasta hipócritas frente al sexo. Coger está mal visto, mujeres con pantalones cortitos y deshilachados también está mal visto, es una incitación a la depravación, exhibir los pechos un poquito más de la cuenta, aunque el calor agobie, también es una incitación sexual, por ende está mal visto. Porque lo correcto es "bancarse", soportar estoicos los deseos, tener el control emocional y la estabilidad, como luego de haberlo hecho imaginariamente hasta el cansancio. Es simular e imponerse voluntarios la castidad del vivido y experimentado cuando apenas fue una ilusión. Es decir, el criollo argentino no coge nunca pero debe simular no necesitarlo, sentirse superado y más allá del deseo. El llamado "machismo" es lo que equilibra al "no pasa nada".
"El primer paso para elaborar la timidez es reconocerse tímido", me decía en una oportunidad una psicóloga amiga. Pero el perfil del argentino promedio no coincide con el tímido reprimido, sino con el guacho langa que se las conoce a todas. Modelo de pureza criolla que a nadie engaña, ese fenotipo argentino promedio se cree una especie de conjunción entre sacerdote, galán de cine, jugador de fútbol, sátiro programado y congresista. El ego bien alto, como recuerda el Papa hace muy pocas horas. Dicha autorepresión estalla perversamente y quiebra, como el hilo, por el lado más delgado, bajo la forma de violaciones diarias a las que ahora parecemos definidamente acostumbrados. Es más, de a poco les estamos encontrando la explicación razonable. Es que ganárselas por derecha está mal, es feo, pero violar y matar está justificado y es lindo.
A eso se deben los comentarios que suscitó la publicación de una foto de Daiana García, una adolescente conforme con su cuerpo y su belleza, en remera, pantaloncitos cortos y sandalias comunes, cuando se la hace responsable de su propia muerte por una cultura, tanto masculina como femenina, deforme que todavía conserva destellos del Proceso y el componente X del machismo argentino. Es la puñalada cotidiana que nos desangra y expone lo inocultable de nuestra verdadera naturaleza.
Como el debate estallado por las redes en los días del cónclave que resultó en la elección de Bergoglio como nuevo Papa: toda mierda sospechada fue a parar a su legajo, no importa si era verdad o mentira, metáfora conspirativa que recuerda la dupla Massa-Cafiero, cuando en 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, frustran la elección de nuestro compatriota en favor de Ratzinger, Benedicto XVI. Eso también es parte del "ser nacional" pelotudo que nos anida.
Por fuera, unos sex-symbol irresistibles, por dentro, unos salames solitarios e incomunicativos desesperados. Y no faltará el ofuscado que se proteja al responderme de inmediato "¡Che, no generalices, eh! ¡Qué yo mojo todos los días!", cuando vemos que el cáncer de próstata le asoma entre las piernas como una varicocele frankensteniana. Eso también es criollo.
El violador se oculta perfectamente en la sociedad, porque es la misma sociedad, unos más débiles, otros más resistentes, y ni siquiera se sabe violador y asesino. Es un miembro más que trabaja, que vota, que debate, que viaja, que opina, que hace trámites, que tiene perfiles en las redes sociales, que es un galán que se las sabe todas, que hace chistes verdes, pero al final del año el resultado es que con mucha suerte tuvo sexo 5 veces o quizá 6. El resto fueron pajas ocultas. Y mientras tanto, los pantaloncitos cortos, las remeras top, kilos de carne expuesta en las calles al calor y una programación de TV que abunda de sexo donde todo es fácil, accesible, posible y con doble sentido. Somos unos cogedores bárbaros en nuestra prédica, pero sólo allí. Esa autorepresión de creernos Quijotes sin mácula ni necesidades de pruebas o exámenes tiene un precio. Y otra chiquita termina de pagarlo con su vida. Ahora debemos agregar a la lista de víctimas a otra familia irrecuperable, inválidos para siempre, cuyo error fue tener una hija adolescente que "estaba muy buena" cuando a fin de cuentas era una chica común con la misma vestimenta que luce cualquier otra adolescente que cruzamos a diario en un clima hoy tropical.
Bien, pero quiero que sepan que el recurso diario de invertir la carga de la culpa, volviendo a la víctima culpable de estar muerta por cualquiera de las causas arriba mencionadas, es la evolución del "Algo habrá hecho" del Proceso. Es la segunda parte del mismo virus mutado y vigente. Eso revela que vive un condescendiente represor hijo de puta en la mayoría de nosotros; la misma indiferencia social, pero agravada por la perversión. No aprendimos nada. Como escribí ayer: "Nos merecemos una y otra vez la misma historia pero con distinto apellido".
CR