Robert De Niro y Joe Pesci, durante el rodaje de Racing Bull (1980). |
Buscar émulos de la vida en la ficción,
es como invitar al Quijote a orinar en nuestra
casa para hacerle un examen de orina en busca
de cálculos en los riñones.
Qué cosa con estos "personajes" que descubren los paradigmas de la vida en una película, una ficción, cuando es a la inversa: la ficción copia, emula, advierte sobre la realidad que a menudo no vemos. Por eso mismo, alguna vez, concluí en que el realismo mágico contenía en sí mismo los atributos de una advertencia sobre alguna cualidad o defecto de la condición humana. Pero llegan estos iluminados con un encendedor que, por lo visto, miraron la vida diaria con un largavista, y encuentran premisas indiscutibles en una fantasía como evidencia de que la vida existe y se manifiesta con sus misterios, y hasta defienden aguerridos el criterio, olvidando que detrás de una historia filmada hay un escritor, un guionista, un equipo de seguimiento, un cameraman y un director, antes de llegar al actor. Un ejército modesto de trabajadores que componen un buró para diseñar un producto comercial que busca un efecto esperado, y no es precisamente de "conocimiento" sino de ventas, de taquilla.
Y como son renuentes al análisis de los hechos cotidianos, necesitan un resumen pre-digerido, o por un libro o por una película, es decir, que alguien les enseñe a mirar, con indicaciones de cómo pensar, cómo entender lo que están viendo. No está nada mal explicarles la metáfora que contiene ese film o ese libro, el problema es que, para ellos, esa será la verdad a partir de ese momento; no se nutren de una visual más para elaborar un pensamiento, sino que clausuran el tema con una imagen ligada a la fascinación. Y listo. Símiles de quienes buscan la verdad en Wikipedia y por fuera del sitio todo es dudoso o no existe, sin tener en cuenta que el resumen de Wikipedia también lo escribe un pibe.
Quizá por eso nos preparan una ensalada de necia a risueña entre Drácula, de Bran Stocker, con el Conde Vlat, al extremo de explicarnos con evidencias probatorias la existencia de los vampiros con pedazos sospechosos que van de la ficción a la realidad, pero sin poder diferenciar cuando termina uno y cuando comienza otro, motivo oportuno que me llevó hace unos años a refutar a otro gil facultado como Marafioti y sus premisas "freudianas" sobre la obra musical The Wall (1979), de Pink Floyd, cuando intenta explicarnos el contenido psicológico de la obra creada por Roger Waters, motivo que, a su vez, llevó a su ex novia (la de Marafioti) a escribirme a mi Facebook en busca de evidencias probatorias de la potencia risueña del abandonado novio para aclararme que "es así y peor de equivocado y engreído" cuando ligo los razonamientos del miembro de la Cátedra de Irene Friedhental de nuestra Facultad de Psicología de la UBA con los de un mono –sí, un mono común de mesa–, metáfora que despertó la sonrisa de la chica desamorada por la soberbia de su intratable ex, análisis pertinente que llevo yo adelante en la nota desopilante del blog The Wall Pinkfreud: la vieja táctica de aturdir, de Febrero de 2010, cuando dice:
Bueno, pero todo esto quiere avanzar en el fenómeno migratorio que va de la ficción a la realidad, pero definiendo en este caso con la mayor claridad el límite entre lo uno y lo otro. Nada, absolutamente nada, puede ser más real que la vida misma. Observar los procesos históricos o los hechos de las personas vividas requiere de muchas campanas para explorar las causas, pero teniendo en cuenta que son todas probabilidades, ya que nadie sabe con precisión cuáles fueron los motivos internos que movieron a una acción definida. Para ejemplificar el momento, a 2000 mil años del beso de la entrega, aún se desconoce el motivo interior de Judas, cuando teólogos prestigiosos todavía dudan que haya existido –tal vez el más importante de ellos, el admirado John Lecrosant–, aún cuando ese gesto mínimo ha iluminado al cine y la literatura durante siglos. Y me abstraigo por un instante, porque sí creo yo haber resuelto el enigma del huerto, pero entiendo que es otra campana más, aunque me convenza de que todo encaja perfectamente en mi interpretación de la historia.
Quizá por eso nos preparan una ensalada de necia a risueña entre Drácula, de Bran Stocker, con el Conde Vlat, al extremo de explicarnos con evidencias probatorias la existencia de los vampiros con pedazos sospechosos que van de la ficción a la realidad, pero sin poder diferenciar cuando termina uno y cuando comienza otro, motivo oportuno que me llevó hace unos años a refutar a otro gil facultado como Marafioti y sus premisas "freudianas" sobre la obra musical The Wall (1979), de Pink Floyd, cuando intenta explicarnos el contenido psicológico de la obra creada por Roger Waters, motivo que, a su vez, llevó a su ex novia (la de Marafioti) a escribirme a mi Facebook en busca de evidencias probatorias de la potencia risueña del abandonado novio para aclararme que "es así y peor de equivocado y engreído" cuando ligo los razonamientos del miembro de la Cátedra de Irene Friedhental de nuestra Facultad de Psicología de la UBA con los de un mono –sí, un mono común de mesa–, metáfora que despertó la sonrisa de la chica desamorada por la soberbia de su intratable ex, análisis pertinente que llevo yo adelante en la nota desopilante del blog The Wall Pinkfreud: la vieja táctica de aturdir, de Febrero de 2010, cuando dice:
"Lo de Pink Floyd fue una excusa, como quien asegura tener una muestra de orina del Quijote y luego sostiene que se le derramó en el baño. Entonces propone enérgicamente que estudien su baño. Lo cierto es que me sonó a deslumbrante precariedad, como si fuera un mono al cual se le entrega una nave espacial con rayo láser; o quizá, con una ojiva nuclear..."
Bueno, pero todo esto quiere avanzar en el fenómeno migratorio que va de la ficción a la realidad, pero definiendo en este caso con la mayor claridad el límite entre lo uno y lo otro. Nada, absolutamente nada, puede ser más real que la vida misma. Observar los procesos históricos o los hechos de las personas vividas requiere de muchas campanas para explorar las causas, pero teniendo en cuenta que son todas probabilidades, ya que nadie sabe con precisión cuáles fueron los motivos internos que movieron a una acción definida. Para ejemplificar el momento, a 2000 mil años del beso de la entrega, aún se desconoce el motivo interior de Judas, cuando teólogos prestigiosos todavía dudan que haya existido –tal vez el más importante de ellos, el admirado John Lecrosant–, aún cuando ese gesto mínimo ha iluminado al cine y la literatura durante siglos. Y me abstraigo por un instante, porque sí creo yo haber resuelto el enigma del huerto, pero entiendo que es otra campana más, aunque me convenza de que todo encaja perfectamente en mi interpretación de la historia.
Pero, volviendo a los iconoclastas de la vida, para esta fauna del corral comercial, a quienes parece que lo más importante que le ocurrió en sus vidas es mirar una película y de ella adquirieron una profundidad ilusoria, por ejemplo, el emperador Cómodo no es como dice la historia, una personalidad reconstruida a partir de cronistas y recopiladores como Pilus o Gibbon y otros, sino como lo muestra una película de Ridley Scott... Y nos discuten.
CR
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