24 de junio de 2014

El relato de los buitres


Tenemos a un nuevo demonio causante de la totalidad 
de nuestros males. Nunca somos nosotros mismos 
ni los delincuentes que solemos votar. Los buitres son 
carroñeros, es cierto, despojan de tejido a un muerto. 
La pregunta es si se trata de un cadáver producto de 
muerte natural o de un crimen.


Hay un nuevo demonio que nos impide ser irresponsablemente felices. En efecto, se trata del Juez Thomas Griesa, símbolo capitalista de un búmeran lanzado al aire hace años y que, una y otra vez, la aerodinámica hiperbólica de los compromisos incumplidos nos vuelve a traer para machucarnos la nuca festiva de pueblo inconciente. Es que el impulsor de nuestros males siempre parece estar afuera, y nunca son quienes votamos. Recordemos la lista de Ministros y Secretarios que encabezaban comitivas a los distintos organismos de crédito internacional para pedirles que nos solventaran la fiesta, los bonos y letras de cambio emitidas al mercado acordes a un crecimiento jamás tenido. Esos Ministros y Secretarios cobraron sus comisiones, sueldos, viáticos, y ahora el fardo es nuestro. 

Pero, ¡claro que nos olvidamos de las fiestas!, ¿o acaso nadie recuerda a taxistas y quiosqueros de vacaciones por Grecia, brindando con champán en la época del uno-a-uno? Enumeremos, en un ejercicio asqueroso, la lista de Ministros desde Grinspun hasta Capitanich, pasando por el nefasto Cavallo, la versión democrática del "Martínez de Hoz" del Proceso. No eran los salvadores, sino los entregadores de nuestras finanzas. Ahora debemos hacernos cargos de sus "éxitos económicos", o disfrutados o padecidos por nosotros.

Se trata del reclamo judicial de tenedores de bonos de la deuda que, alegremente, emitió, entre otros, el extinto Cavallo, y reafirmado tres veces Ministro de Economía –para que no quepa duda alguna– y hoy renovado en sus fórmulas, causa de los mismos inversores y prestamistas a quienes, luego de entregarnos sus dineros a la banca nacional, les hicimos en las narices "pito-catalán" con el default en épocas del anacrónico Rodríguez Sa, declaración aplaudida y ovacionada por el Congreso Nacional antes los ojos del mundo, esos ahorristas o financistas a quienes el actual gobierno les impuso, a cara de perro, un plazo y un precio bajo amenaza de quedar fuera de cualquier recupero futuro. Incluso a comienzos de la década kirchnerista se saldaron algunas deudas, pero fue un ilusión para aquellos y para nosotros, porque fue el encaje para recuperar el crédito y volver a pedir. Hubo quienes aceptaron el canje por otros títulos nuevos cuyas fechas también expiraron, bueno, por efecto de la entropía euclidiana del tiempo: los años pasan. Pero hubo otros quienes capturaron esas letras, las reunieron y esperaron. Aunque después descubrimos que ese dinero para saldar deudas se lo dimos a los nuevos garcas, que eran los mismos que los de antes, es decir, a Báez y al finado Néstor; o nos lo quitaron o se los permitimos robar, es lo mismo.

Hace unos años supe el caso de un empresario griego que tomó bonos de la deuda argentina por valor de 720 millones de dólares de su fortuna personal, títulos emitidos por la Casa de la Moneda de Gostanián, ¿lo recuerdan?. Y desde que vencen los plazos comienzan los versos, las idas y vueltas, y el reclamo correspondiente del cobro. Y en el resumen final, las cifras se duplican o triplican por los intereses, la inflación internacional, las costas del fallo judicial y la comisión de los abogados ajenos y propios; todo sobre las espaldas de los argentinos. Una y otra vez, los juicios de los pito-catalanes pasados nos caen en la cabeza, porque es como manejar borracho a alta velocidad y chocar contra una familia en bicicleta y matarlos a todos, pero salvarse uno mismo y quedar en coma. Y ahora, tras el despertar clínico, decir: "Pero, ¿cómo, me van a hacer juicio? ¿Si yo también la pasé mal?".

Ahora, esos y otros bonos alegres de nuestras democracias consecutivas de los últimos 30 años, o lejanas o recientes, regresan con los fueros de su lado. Quienes nos llevaron a la quema, también contrajeron las deudas originadas por pésimas administraciones o por las fiestas o las estafas; y se fueron; o todavía están. Estos son los resultados. Y vimos que las consecuencias se acercaban, pero creímos que el vivido estado de coma económico y social, los trueques del pretérito y la crisis, bastarían para librarnos de las culpas de haber votado una y otra vez a desmesurados hijos de puta en nuestros gobiernos. Así terminan los fervores pasados. Y si con la apertura democrática debatíamos ardientemente, y como buenos pelotudos, la legitimidad o ilegitimidad de 45 mil millones de deuda externa; ahora son escalofriantes 250 mil millones. El valor de dos o tres provincias de la patria.

Ya vimos los tironeos con la Fragata Libertad retenida en Ghana, resolvimos el rescate y el regreso de la nave escuela marítima, pero la orden de embargo continúa. Es que cagamos a medio mundo con el verso de la apuesta al crecimiento y el desarrollo. El reclamo es legítimo, porque fue legitimado con nuestros votos y con nuestros aplausos. Es más, ahora mismo también estamos homologando los reclamos del futuro, para el después, cuando los juicios lleguen lento pero a tiempo de una deuda externa cuadruplicada en apenas tres décadas; se multiplica a sí misma cada diez años por la obra de los brillantes estadistas que conducen nuestros destinos al ocaso. 

Ahora hay que tratar de allanarle al juez Griesa de los EEUU un "Consejo de la Magistratura" intervenido con loby de los pibes de La Cámpora; o quizá promoverle un juicio político, como a Campagnolli. Veamos cómo dice el Secretario Foster que debemos pensar estratégicamente acerca de los llamados fondos buitres, es decir, el reclamo judicial de la suma de las estafas a la banca exterior organizadas por los últimos seis gobiernos democráticos –dos de ellos reelegidos–, y que incluye al actual con cargo de hambre y postergación social pasada, presente y futura de nuestro pueblo. O se refinancian con mayores intereses y nuevos plazos –que seguramente vencerán impagos–, o se contrae deuda nueva; quizá ambos. El futuro está vendido. Pedimos dinero e hipotecamos la casa para celebrar el cumpleaños de quince de nuestra hija, vencieron los plazos y, haya salido lindo o feo, hay que pagarlo. De eso también trata el juego de votar delincuentes simpáticos. O de qué pensaban que se trató el éxito de la visita al Club de París ¿de regalos? Se le debían al Club 4 mil millones, con los intereses sumaban 6 mil millones en total, pero fue acordado el pago de 9 mil. Los 3 mil excedentes corresponden a supuestos "punitorios" que, al parecer, no estaban incluidos en los intereses. A fin de cuentas, nuestros dineros defendidos con poco patriotismo. El Club de País, contento, más que feliz. Y sí, hubo regalos.

Barón Carlos Rigel


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