Es curioso que una película de contenido
tridimensional como "Runaway train" (Escape en tren, 1985) haya pasado desapercibida para la crítica y el público
de los ´80. He aquí algunas apreciaciones.
Del director Andrei Konchalovsky, con los actores Jon Voigh y Erick Roberts, no recuerdo críticas ni analíticas ni favorables acerca de su estreno. Hoy ya es vieja, pero conserva los ingredientes que me agradan en películas que pretendan perdurar en el interés del cinéfilo. Durante años la busqué en los video clubs obviamente para disfrutar de nuevo sus símbolos, pero terminé frustrado. Por suerte hoy se la puede ver en cable.
El argumento parece simple; no lo es. Dos reos peligrosos escapan de una prisión de máxima seguridad en las gélidas orillas de América del norte, más precisamente en Alaska, y abordan una formación de cuatro locomotoras. Allí, ocultos, aguardan la partida vaya a adónde vaya, la idea es huir. Cuando inician el viaje, el motorman abordo sufre un infarto y cae de la máquina principal, que si bien acciona los frenos automáticos de la formación, a esa altura el convoy es imparable de manera que es resto del viaje será sin control, alcanzando la máxima velocidad.
Jon Voigh será Manny —acaso su mejor actuación—, un convicto semi animal en guerra contra el mundo, metáfora de La bestia que avanza sembrando maldad y destrucción, montado ahora en los Cuatro Jinetes del Apocalipsis —las cuatro locomotoras—, mientras que Buck —el actor Erick Roberts—, es apenas un violador convicto invitado de última hora en la fuga. Pero la figura bíblica no se devela hasta que aparece de la nada una mujer en el convoy, la joven aprendiz de motorman Sara, caracterizada por la actriz Rebecca De Mornay.
Tenemos entonces una metáfora de Adán y Eva ante La bestia, la humanidad pero esta vez rumbo al ocaso. Así conforman el plano del Comienzo, el Génesis, pero aplicado al final de los tiempos, el Apocalipsis. Acaso es el Hombre frente a la segunda oportunidad, la busca del perdón, cada uno con sus pecados, y la oportunidad de la redención. Lo cierto es que superada la mitad de la historia, el film adquiere un carácter profético. Sabemos que las máquinas son imparables porque no desean parar. Incluso hay una toma angular del avance del convoy en que parecen vivas, sobre todo cuando la máquina frontal cabecéa furiosa en el paisaje ártico, como un monstruo descontrolado y solitario.
«Cuando salgamos de acá, sé de una compañía que podemos asaltar —le propone el joven Buck a Many, y agrega—. Conozco los detalles de la nómina de sueldos; será un golpe fácil. Y me iré a las Vegas a gastar dinero en putas y a vivir como un rey», alarde que da origen al monólogo inolvidable del actor norteamericano Jon Voigh en respuesta:
«¿Sabés que vas a hacer cuando salgas de acá?, ¡buscarte un trabajo, eso es lo que harás! ¡Escuchame!... ¡Sí, un trabajo, lavando platos o limpiando inodoros, eso harás! ¡Y cuando el hombre llegue al final del día a controlar lo que hiciste, no alzarás los ojos del suelo, no sea que el odio te ciegue y te abalances y comiences a golpearlo hasta matarlo! Y esperarás a que revise cada detalle, ah, sí, y temblarás cuando te diga que algo no está bien limpio, o que haz olvidado lustrar tal rincón. Y te tragarás todo ese orgullo y ese dolor, y fregarás esa mancha una y otra vez… ¡hasta que brille de limpia! Y cuando llegue el viernes recibirás tu paga. Y si podés hacer eso, entonces podés ser el presidente de la compañía Chase Mannhatan».
Hay entre los tres protagonistas un momento sombrío de violencia. Sara le grita a Many: «¡Sos un animal!». Y él responde: «No, peor… humano». Aunque el descubrimiento posterior lo delata en toda su brutalidad. Es el momento de mayor tensión que estalla en furia homicida. Los dos hombres se acechan para matarse y alentados por la mujer. La escena exaspera porque vemos a Many convertido en un monstruo feroz. Y, quizá, en ese extremo de ira y oscuridad, el hombre se observa a sí mismo y ve a La Bestia poseída en él. Y allí la historia cambia porque sobreviene un destello de comprensión y autocompasión. Acaso por esa debilidad revelada, ahora humanizado por descubrimiento de su bestialidad, es que los Jinetes del Apocalipsis (las cuatro locomotoras), lo castigan, arrancándole un pedazo de la mano en una escena estridente de hielo, sangre y metal.
No sirve contarla toda. La película termina con una dolorosa Misa en Re Menor de Vivaldi, y una toma brutal del fin: Montada en el jinete sobreviviente, la Bestia avanza hacia su destrucción final. Así debe terminar.
La sentencia sugestiva que cierra la historia corresponde a la obra Ricardo III del eterno Shakespeare: «Aún la bestia más feroz conoce la compasión. Yo no la conozco y sin embargo no soy la bestia».
La anécdota del extrafilm es que el guión original pertenecía al cineasta nipón Akira Kurosawa, quien cede la realización a Konchalovsky por esos misterios de la creación que jamás descubriremos. Por lo tanto, para los amantes del cine, sugiero conseguir una copia de video o grabarla del cable, y analizarla con perspectiva y simpatía por la imagen. Y estar siempre receptivo a la metáfora. Con eso es suficiente. La joyita: Jon Voigh chuzando el aire con un cortante convertido en un lobo asesino.
Junio de 2003
Capítulo del volumen La piedra de Babel
Capítulo del volumen La piedra de Babel
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