28 de septiembre de 2017

Sanctus infernum




Seguramente debe haber material narrativo o ensayístico, y del bueno, que universalmente refleje la inclinación de los autores por la bebida, el alcoholismo, aunque dudo que el concepto de “inclinación” los favorezca cuando en verdad se trata de una medida ¿de protección?, ¿de coherencia?, ¿de nivelación con una realidad deforme a la cual deben anclarse dócilmente? Bukowsky quizá haya sido el escritor alcohólico más representativo del universo bibliotecado, pero no reviste dimensión menor que nuestro literato local Abelardo Castillo y su pasaje por un valle de botellas en sombras entintado en el volumen El que tiene sed (1985). 

Pero dudo que todos ellos hayan sacado provecho alguno del estado alterado –aunque debió haber favorecidos por el alcohol durante el proceso de escritura–, ya que no era, en su mayoría, una elección libre, tormento inevitable sin redención conocida, sino que fuera el analgésico diario contra una epidemia de dolencias existenciales sufridas a la altura del alma. Cómo reprocharles algo. Poe tenía el alma enferma, lucidez correctiva de Cortázar en detrimento de un crítico psicoanalista que afirmó que lo que tenía enferma el padre del cuento era su mente. Pero deberíamos incluir en la lista de padecimientos y virtudes al alcoholismo como abismo y también como cumbre del racionalismo dialéctico. Sin duda, la pluma es impulsada por el corazón de autor, pero nadie quiera saber acerca del combustible que utiliza para no detenerse.

La bebida alcohólica es la droga más barata y accesible que conocemos, y no me asombra que sea el embudo de atracción al agujero negro por el que atraviesan muchos de nuestros faunos más admirados. El desconocimiento social que provoca ocultar o mantener en secreto la condición de alcohólico acaso nos prive del debate sobre sus vidas, saber si se trata del escritor que bebe o el bebedor que escribe. Pero merece una recopilación a modo de ensayo dedicado a estos hermanos y hermanas que padecieron el cielo inconciente de la bebida y retrataron el infierno de una anestesia desesperada cuando también soportaban el cruel entendimiento de sus existencias, tal vez la peor de todas las noticias: Saberse escritores y no poder evadirlo.

CR


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