12 de septiembre de 2017

La muerte de Judas




A través de las edades y los procesos de conquista cultural occidental hemos ido aceptando convenciones de una tradición histórica inercial como verdades cómodas y simples para aprehenderlas y aprenderlas  sin cuestionarlas. No hay nada que dudar, todo está resuelto, y resta aplicarlas así como están. Son iconologías simples y rápidas, y presuponen que ya fueron meditadas, razonadas y etiquetadas por alguien anteriormente para acomodarlas, al fin, en los estantes de la gran memoria universal, la misma que nutre y provee a la formación ética, estética y moral al ser. Cambiarlas es entrar en crisis y dudar de ellas es buscar cambiarlas.

La iconología de Platón es el filósofo y el maestro, la iconología de Hitler es el exterminador demente, la iconología de Jesús es el profeta milagroso y bueno. Cada uno representa un arquetipo social y posee un compartimiento definido e inconfundible. El caso de Judas también ocupa un fenotipo específico, es la iconología del traidor y suicida. De allí, a su vez, desprende otro icono alarmante de la traición que es el beso en el huerto, el beso de la entrega. Ergo, la traición.

De nuevo: No hay nada que dudar. Así fue enseñado, así fue memorizado y así debe ser repetido. El paradigma que contiene cada concepto puede ser intensificado por nuevas conclusiones en el campo de la psicológía, pero nunca negado ni puesto en duda o alterado radicalmente. Excepto, claro, el desecharlo todo, como resuelve el ateísmo y el cientificismo epistemológico actual. Contra la nada no sobreviven preguntas y de última, queda siempre el recurso categórico del descarte por tratarse de "chapucería popular".

Pero la tarea del revisionista no incluye ni la negación ni la adhesión en intensidad, y aunque conserva el derecho lógico a la duda cartesiana, no se inspira en conclusiones previas, sino que las deshecha para reverlas de nuevo con una luz integral distinta. No tiene preconceptos ni prejuicios y el método de la duda metódica no es ilimitado, es finito hasta que la circunferencia está cerrada. El plano es exacto o por completo inexacto, y mínimos detalles de una crónica subestimada alteran las conclusiones. Por ejemplo la muerte Judas es un caso de suicidio, esa es la versión histórica, ¿y si lo suicidaron? La exploración de evidencias del texto bíblico abre más dudas que certezas. ¿Y si todo fue distinto por un camino diferente a lo que la Iglesia afirma aunque con el mismo final?

Apenas 18 versículos citan el nombre del Iscariote en la totalidad de La Biblia para resolver su vida completa y su destino último. Y porque el Nuevo Testamento lo menciona brevemente, es que la Iglesia nos dice cómo debemos entender su ausencia. Ella, la institución, nos dice lo que falta. Y sobreviene entonces la mancha que pervive en el eje piadoso del colegio apostólico original con el odio de la incomprensión, y luego heredado al orbe completo del pueblo cristiano mundial. Allí tampoco hay nada que dudar. Tal parece que el odio a Judas sí es válido y permitido sin alterar la misericordia proclamada.

La revelación en sí no fue la traducción del agnóstico Evangelio según Judas del cóptico antiguo por científicos prestigiosos, sino el rencor iracundo del nazi Papa Benedicto XVI cuando en 2006 clausura la polémica mundial sobre la figura del Iscariote y sentencia impiadoso: “¡Fue un traidor, un ser inmundo y despreciable!”, lo que lleva a preguntarnos, Judas ¿cumplió con el plan de Dios o del Diablo?, ¿cuál triunfó? La respuesta es una trampa dialéctica porque, entonces, o vivimos a la luz de la redención o en las sombras abyectas de la condena. Pero, más allá del esquema escolástico resultante, se encuentra su muerte, dogmatizada y caratulada cómodamente como “suicidio”. 

Sin embargo, la descripción sucinta de Pedro sobre la muerte de Judas en el comienzo del capítulo Hechos despierta más interrogantes que cualquier otra certeza anterior y amanece como especulación imaginaria con sus variantes, al extremo de habitar los fundamentos de la secta de los Cainitas, quienes proponen que fue un homicidio. Y vale recordar que hasta el siglo IV, la representaciones de Judas colgado del árbol poseen rasgos inconfundibles de lo que podríamos llamar "tortura sangrienta", señales luego obviadas a través de los tiempos y los milenios al ícono resumido del ahorcado. Y siendo la entrega de su maestro, como afirman los evangelios, fue caratulado como "traidor", quizá la mayor injusticia en la historia del cristianismo.

Movido por esa inquietud revisionista, hace mucho me senté a escribir una novela con el formato de un evangelio completo, el de Judas Iscariote, y narrado en primera persona. Es decir, para el estilo dimensional narrativo de mi preferencia yo era Judas, una experiencia inolvidable para mi. Debía ser él, debía vestirme como él, pensar y proceder como él, con avaricia y a veces hasta con delito en el corazón de autor, para resolver un gran enigma: Su muerte.

Terminé de corregirla en Diciembre de 2002 y su título fue La pasión de Judas. Mi objetivo era modificar la naturaleza de nuestros sentimientos hacia su figura hasta despertar la piedad y la cristiana compasión. Y allí cuento los pormenores y detalles de una vida extrema con un final desesperante, estrepitoso y muy conmocionante, pero también alejado de las convenciones y los dogmas de la iglesia conservadora. 

No importa que el resultado final pueda ser incómodo o hiriente de susceptibilidades, sino que el plano cronológico de acontecimientos debe necesariamente coincidir con la dimensión emocional del protagonista. La crónica objetiva y externa debe ser consecuente con la subjetiva e interna. Sin embargo, ese mismo ejercicio de sentido común me dice que no coincide la figura de quien vende a su amigo por 30 monedas con la del atormentado que rato después se suicida por lo que hizo. No cierra. Entonces hay que reverlo todo, hasta el entorno.


En el ensayo de revisionismo La anomalía de Jerusalén, escrito en 2004, revelo los estudios analíticos sobre las causas del beso en el huerto y concluyo en que el origen está en el desacuerdo con Caifás sobre el método de captura de Jesús una hora antes de los sucesos, pero también siembro la duda sobre la muerte horas después en la madrugada de una jornada trágica. La muerte de Judas cierra un episodio donde nada salió como se esperaba que debía salir... y termina en un crimen con el histórico protagonista colgado.


Dos editoriales rechazaron publicarla, y allí quedó la historia abandonada en animación suspendida en los estantes cibernéticos de una computadora hoy viejísima. Pero lo atractivo del texto es que Judas narra su propia muerte y sigue contando la historia, no se detiene allí. He ahí la particularidad de la hipótesis subjetiva que expongo como una ficción. Escribir es pensar y pensar es especular, poner todo patas arriba y mirar el resultado, pensarlo todo de nuevo, iluminando la crónica con cada incógnita resuelta.

Como aclaro en un comentario reciente por las redes, es tiempo de empezar a acomodar los papeles y a dejarlos en orden, ir pasando en limpio los bosquejos de una vida vivida. Bien, en uno de estos meses publicaré los capítulos finales de esta novela inédita hasta la fecha en el volumen de ensayos La montaña prometida. O quizá sea su propio volumen con un análisis audaz. "La pluma que no mata ni cura, no sirve", escribe el poeta paraguayo Ramírez Santacruz.

CR

Copyright®2017 por Carlos Rigel