16 de septiembre de 2017

Lahret Satrapás, el maldito











Largo es el camino que lleva al infierno literario, plagado 
de silencios concupiscentes, operativos mediáticos y falsos testimonios, todo por dos mangos y un poco de ruido. 
Un relato temible y tenebroso al estilo del nefasto Rigel.
¡No, no... Aaahhh!



          Perdida la recta vereda de la virtud en la selva estúpida, agonizaba de noche cuando Satanacchia, el Ángel Tétrico de la Suprema Oscuridad, se presentó ante mí resuelto a terminar con mis sufrimientos diarios. Y he aquí que extendiendo sus alas de paraguas deshilachado me tendió la mano para montar a su espalda y emprender el viaje final hacia mi puesto tan temido en el Averno.
—¡Deteneos! —dije con la autoridad de quien no le teme– ¡Aguardad!
Estaba decidido a dilatar el tiempo cuanto pudiera hasta planear algo en salvataje de mi alma. No vale mucho pero es la única que dispongo por el momento. Así que agregué:
—¡Aguardad a que prenda un faso… Que aun quienes yacen frente al cadalso disponen de un último deseo y un faso!
Viendo que ya buscaba la caja de Marlboro y el encendedor, no tuvo más alternativa que obedecer.
—Se os conceden vuestros pedidos —respondió el maldito, como buscando recuperar su estupefacta autoestima—, podéis prenderlo.
Para ganar tiempo, hice lo posible para que el cigarrillo cayera al suelo y rodara bajo la cama. Luego de espiar entre medias viejas y zapatos volcados, metí la mano y lo recuperé. Lo prendí y tiré el encendedor sobre el cenicero.
—Antes de partir con vuestras huestes, venenoso señor —dije mientras pitaba sereno—, debo haceros una pregunta.
Llamado a su juego, mientras el maligno evadía el slip achinchulinado sobre la alfombra desde la semana anterior, lo vi responder seguro de sí mismo, dijo:
—¿Y cuál es, fausto caballero, la cuestión de vuestra inquietud?
—Pero os anticipo que si la respondéis, quedando yo satisfecho y de buen talante —continué—, entonces os prometo ser vuestro eficiente Ministro de Asuntos Lujuriales y Literarios por toda la Eternidad. Y si bien precisáis de servicios creativos, publicitarios o de folletería, pues podré cabalmente cumplir las demandas en expansión de vuestro cáustico reino.
He aquí que el ángel tenebroso caminó dubitativo por mi dormitorio, sopesando la increíble oferta mientras evadía mis calzones en el suelo. Al fin, extrajo el celular y salió al livin para hablar en privado. Luego de varios intentos lo vi sacudir el aparato visiblemente perturbado.
—¡En el patio tendréis mejor señal! —le grité desde la cama.
          Al fin lo escuché comunicarse muy animoso con algún feo caballero o de las tinieblas o del cielo.
—¡Debiste traer vuestro ardiente Note-Book! —agregué de costado.
Aproveché y prendí otro faso.


Luego de un rato volvió solícito y reflexivo, y me preguntó:
—¿Y cómo he de saber que quedareis satisfecho con lo que deseáis saber, neblinoso señor?
            Molesto con la ofensa le respondí:
—¿Acaso pensáis que os quiero cagar? ¡No es de genuinos caballeros, criatura cavernosa!... Mas he de quedar satisfecho con vuestros manifiestos de la «a» a la «z», como precede a vuestra merced y como le corresponde en esta edad a tan majestuoso ángel y de tan fiero talante.
            Lo vi dudar en la penumbra, la mirada perdida en la pared.
—De lo contrario —agregué—, he de ir a desgano y os prometo difamaros copiosamente entre los habitantes del reino maldito, proclamando vuestras inclinaciones sexuales y debilidades impropias de quien tan famoso es.
Sonrió y vi sus dientes alargados.
—¿Y qué diríais, cáustico señor —dijo con la voz ácida y la mirada desafiante—, qué diríais, digo, que pudiera afectar mis famas?
            Rápidamente agoté las alternativas.
—Por ejemplo, que os gusta que vuestros generales os bombeen antes de la batalla.
—¡Opft!
—…Y que conserváis una foto del Altísimo en vuestro despacho…
—¡Nghá!
—… ¡Y que conozco a vuestra psicóloga!
—¡Noj, rufián!
—…¡Y que os vi con un libro de Coelho!…
—¡Ay, ay, ay, ay!
—…¡Y que, en verdad, os expulsaron del Cielo por marica!
—¡Oh! ¡Basta, basta… oh, canalla infame! ¡Oh, temible fementida de mala ralea!… ¡Haced vuestra maldita pregunta, vándalo desalmado!
El abominable ángel de la oscuridad esperaba mi acertijo.
—Pues quiero saber —volqué la ceniza mientras pensaba—… quiero saber…
—¡Apresuraos pues tiemblan mis alas!
—Quiero saber… en quienes reposa la fuente de la virtud literaria nacional de estos tiempos… Sí, eso mismo.
            Lo vi arquear las cejas.
—¿Tan sólo eso?… ¿Y por eso atormentaríais mis famas, temible ánima desamparada? ¡Pues abre grande los ojos y te será mostrado lo que pedís!… ¡Ahora lo veréis!
Casi en el acto una pared desapareció por completo y se reconjugó al instante en un portal plástico de juguete, la entrada a un castillo en miniatura o algo así, y he aquí que al abrirse reveló en su interior un hermoso sello de PVC Made in China, aún con la etiqueta de precio y código de barras, resguardado por cinco gárgolas y dos enanos todos de yeso  y pintados con esmalte sintético naranja, marrón y negro. El suelo estaba lleno de latitas de cerveza vacías manchadas con sangre de cabrito. O quizá era plasticola roja. Y he aquí que ante mis ojos el sello trucho imitación lacre se quebró y una voz dijo: «El Noveno sello ha sido abierto».
Y la verdad se me fue mostrada...


Era la Feria del Libro del autor al lector, y en ella vi los nombres, como recién escritos con birome, de las nuevas fuentes editoriales y así vi a cada autor del momento listo para la foto de Ñ, todos ellos exitosos. Pero también se me fueron mostradas las otras tinieblas. Allí lo vi a Caparrós tranzando con Planeta un premio fusilado, a O'Donnel pagando cuatro libros simultáneos al equipo de ghostwriter, allí lo vi a Domínguez haciendo malabarismos por conseguir quien le escriba un artículo para Clarín, lo vi a Bucai mezquinando a su ghostwriter el pago del último libro el del ocaso, lo vi a don Mariscal burlándose de sus estúpidos lectores, lo vi a Martínez renegociando su fama a puertas cerradas, lo vi a Andahasi borrando a toda velocidad el título de una obra ajena de cuarta y sin estética alguna, y luego aplicando el suyo para cumplir con el pedido editorial. Además se me fue revelado el equipo de ganadores de Castillo, desfilaron caras en la oscuridad, títulos y editores mafiosos, quema de libros en desprecio de autores éticos, convocatorias para robar ideas de autores noveles, premios falsos con y sin valor alguno, operativos publicitarios con premios inventados para sustentar las ventas, aplausos, conferencias sobre la nada, libros de tapas a todocolor y de hojas en blanco pero llenos de letras, como si dijieran algo importante…


Hipando de emoción y con lágrimas en los ojos, dije al ángel nefasto:
           —Es suficiente… ahora dejadme dormir pues temprano debo pagar la boleta de la luz, que ya está al corte.
Se volvió en seco para mirarme.
     —¡Pues ese no fue el trato, temible caballero! —vi la mirada láser amarilla—. ¡Acordasteis servirme con vuestros dudosos talentos!
Apagué el cigarrillo.
—Dije muy claro «La fuente de la virtud literaria» —comencé diciendo—, ¿y me mostráis el lúgubre aparato del márquetin?, ¿acaso buscáis cagarme con vuestras tibias imprecaciones? ¡Si no es así, decidme cuál de ellos será Premio Cervantes de Literatura… o Príncipe de Asturias a la revelación latina!
Visiblemente desorientado lo vi sacar el iPod y revisar en la pantallita varias carpetas futuras. Sus dedos temblaban.
—¡Pero si vuestro pedido no es cumplido de cabo a rabo, y según mis expuestas y claras condiciones —agregué—,  entonces no estoy dispuesto a cumpliros vuestras demandas, y que el Padre universal dirima esta confusa cuestión, pues he sido estafado por vuestros patéticos engaños!
Acomodé las sábanas, me tapé y apagué la luz.
—Ahora marchaos pues mañana debo laburar. ¡Y trabad la puerta con llave cuando salís y pasadla por abajo!… no sea que los gatos la meen… perverso ignorante.






Publicado en el volumen El verbo tangente
Buenos Aires, 2012

Copyright®2012 por Carlos Rigel