17 de julio de 2017

Yo robo, tú robas, él roba... ¿Todos robamos?




La conjugación perfecta que intenta redimir las causas del robo reciente de nuestra ex Presidente se vuelve frecuente al leer en los comentarios de muros de periodístas y locutores amigos y allegados en la intervención de militantes kirchneristas que, a través de un furor que busca capitalizar con un dominio insolente o de una esperada sagacidad indiscutible, el argumento del derrotado con las evidencias de la siguiente premisa: “¿Quién les dijo que éste otro no roba también?”.

Y como se trata del alegato de la misma raza que se inspira en el ridículo y burlón Navarro de C5N, y se potencia con las imbecilidades de Brancatelli con sus muñequitas estúpidas, dos escarapelas bochornosamente pelotudas de la oposición, vamos a someter a análisis minucioso estas expresiones que los identifican, como el “roba pero hace”.

Analicemos este formato del pensamiento que, como dije, intenta redimir el delito pretérito insistiendo en que nada cambió en estilo con el delito actual, por ende, lo anterior queda eximido de toda prueba concreta cuando amplía la fechoría hasta volverla común y ordinaria, como decir: “Todos somos asesinos… todos somos estafadores.. todos somos mentirosos… etcétera”, dimensión que, se espera, determine inocencias del tipo: “Aquí no ha pasado nada nuevo”, ergo: “No pasó nada", y que al incorporarlo a la idiosincracia nacional, quedaría así: “Si todos somos culpables, es mejor declararnos todos inocentes. Y listo”.

De esta manera tan divertida como deductiva, podemos corregir la realidad, distorsionándola a gusto para acertarle a la construcción de un modelo individual libertino –algo similar a lo hecho por la psicología con los mitos del pasado, interpretados cómodamente para las explicaciones de nuestros facultados–, y donde una de las aplicaciones posibles es que no estamos educando a nuestros pibes en las buenas costumbres, sino formándolos en el robo, la mentira, el crimen y el paco. Y la impotencia para modificar las cosas nos dicta que no hay problema alguno –“Si no podés vencerlos, únete a ellos”– porque “la mayoría de los pibes hacen lo mismo”. Y cuando el paradigma es multiplicado por gran cantidad de gente, pasa de común a ser normal, de normativo.

Hay múltiples aplicaciones peligrosas de esta generalidad: “Si todas las minas se muestran en bolas en las redes es porque quieren cojer”, pero, “Si no quieren cojer, hay que forzarlas para que descubran su naturaleza pérfida y caliente”, lo que nos deja a los pies de la violación y el asesinato tan escandalosamente común en los diarios. ¿Acaso un día también será normal?

Pero, además, hay otra premisa que sí proviene del análisis contemporáneo y holístico, y que advierte otra característica del fenotipo criollo, el “Yo en su lugar haría lo mismo”. Así las respuestas que busco del otro las encuentro en mí, en mi propio comportamiento, lo que, a fin de cuentas, habla más de mí que del otro hipotético. Pero, en conclusión, “Aquel es igual a mi”, forma empírica de prejuzgarlo y definirlo sin siquiera conocerlo para luego descartarlo.

“Digo y pienso del otro lo que sé e impugno de mí mismo”. Doy vuelta el binomio y ataco con lo que sé de mí pero aplicado en el otro.  "Me deploro, pero agrediré al otro para no lastimarme a mí mismo”. Es decir: “Si fuera Presidente yo también me robaría todo”, porque allí completa el ecuación en el criterio de la generalidad. “El otro también debe ser capaz de hacer lo que yo haría”. La nueva forma de la ética también resulta dañada, porque “no ser sorprendidos mintiendo, es igual que decir la verdad” y que, precisamente, es la conducta del ladrón. “Robaré mientras nadie me descubra”.

De las variantes del método del simil llegamos al vivo criollo, ese fenotipo marca nacional que nos brinda un discurso genial para cagarnos, porque su engaño proviene de la picardía de enredarnos en ventajas ilusorias, de volvernos cómplices y socios, o de nuestra avaricia o de nuestra inocencia, porque nos compromete con su prosodia mágica y bella. De los creadores del “roba pero hace”, hay un diccionario de freases edificadas para ilustrar al vivo criollo, por ejemplo: “Y no quiero que me den, sino que me pongan donde hay”, “Te doy 50 firmame por 100”, y suilezas por el estilo.

“Macri roba”… ¿Por qué decís eso?... “Porque Cristina también robaba”. Y cuál es la evidencia que sustenta esta afirmación: “Yo lo haría”. Así funciona la certeza. Claro que aquí no aplica la confirmación del robo en cuestión, hay que suponerla, porque ellos no afirman “Cristina robaba”, apenas hoy no lo niegan con el mismo énfasis prolongado de 8 años más los 4 anteriores. Pero es seguro que el actual debe estar haciéndolo. Y  así evaden la cuestión con la “gran Martinez de Hoz”, cuando decía “Ya no hablemos del pasado”, porque quieren convocarnos de lleno al presente. “Dejemos lo anterior en paz y ocupémonos del hoy” –“Porque todos tienemos un muerto en nuestro haber”, como me respondió un militante del peronismo en mi muro–, reclamo de la conjugación temporal que puede esgrimirla hasta un criminal nazi prófugo de la Segunda Guerra. Proponen que, al menos, debemos reconciliarnos con el pasado dejándolo pasar por alto, aunque se trate de una etapa cerrada hace menos de dos años con un robo nacional que superó al del 1998-2001 valuado en 120 mil millones.

Entonces, nuestro problema parece que ya no es que antes nos robaron hasta los calzones de la soga, sino la sospecha del robo actual, del cual no hace falta prueba alguna y que opera por descarte porque, como decíamos, “todos somos ladrones”, y esta ex última queda exonerada de las causas de sus delitos porque el nuevo Presidente también debe estar robándonos. Lo probable anula lo específico así como lo empírico sustenta lo inductivo. El hecho concreto es que nos robaron miles de millones, pero como el actual Presidente también debe estar robándonos, lo otro resulta desgrasado y validado por la cotidianeidad del procedimiento y lo único que debemos evaluar es por quién queremos ser robados.

La practicidad de este razonamiento proviene de un criollismo naturalizado: “Entre que te robe un amigo y que lo haga un enemigo, es mejor que sea un amigo”. Ergo: “Nosotros somos tus amigos, nuestro robo es honesto e hidalgo, lo justo”. Por eso igualan en la misma balanza risueña a los miles de millones desviados, robados y encubiertos, con los Panamápapers. Es que de algo deben sustentarse. Equiparan a los millones no declarados en una cuenta offshore vacía del Presidente para tirar la pelota afuera de tener que responder qué hizo la ex Presidente salida en 2015 con nuestros dineros. Una cosa parece que exime de responder la otra.

Y el resultado de tanto delito aceptado, no declarado usado como campaña política del regreso quedaría así: “¡El problema no es la otra que con su banda de ladrones robó como una hija de puta desquiciada, sino que ahora este otro nos sigue robando! ¡Para eso, mejor, volvamos con lo anterior, porque estábamos más tranquilos, era un robo seguro y sin traumas sociales!”. 

Educaron a una generación con este sistema de valores desfigurados a la que llamaron "la década ganada", cuyos índices son más que evidentes en las estadísticas de delito callejero seguido de muerte y de consumo de drogas. La flamante competencia no trata del mejor deportista ni el mejor calificado en matemáticas o informática, sino quien se hace de una fortuna más rápido y quien tiene más muertes en su cosecha. Y así quedaría la realidad corregida en manos de la militancia y sus dirigentes para el regreso defendida a capa y espada hoy tanto como ayer.

Bien, no soy parte. Yo no.
CR




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