10 de junio de 2017

Pedro Chappa (1946-2017)




Pedro Chappa
(1946-2017)
La Matanza tendrá que esforzarse para merecer su obra antes de poseerla y reclamarla como propia.



Nos vimos el Martes 6 –hace apenas horas–, en lo que fue su último reconocimiento entre un grupo de amigos durante la presentación oficial del volumen que lo incluye como autor, Alto guiso (Levitán, 2017), recompensa exigua para un trabajador memorioso y sobresaliente de la prosa y la poesía regional que nos eligió a nosotros, los matanceros, como vecinos de su vida. Y no será difícil leer en estas horas, tras su partida, el arrobo de un protagonismo destacado e influyente sobre su vida artística que muy pocos podrán exhibir y demostrar: Pedro parte abrazado por unos pocos autores allegados y amigos apreciables, pero casi sin lectores.

Protagonista de un bastión cruel y fenomenológico del abandono y la indiferencia total con sus artistas, las causas de la falta de difusión merecida obedecen a múltiples constantes que hoy no indagaré por respeto a su memoria, porque lo afectan pero, por suerte, no lo autodefinen. El registro periodístico de homenaje es siempre postmortem y le sirve de poco al autor, aunque sí a su obra. Pero le podemos aplicar completa la metáfora cervantina de cuando un embajador italiano visita la casa de cervantes en tiempos del primer tomo –don Miguel ya era famoso–, y, luego, el diplomático muy ofuscado, expresa: "¿Y a un hombre tal tiene España viviendo en estas condiciones?". 

Para el universo latino nada parece haber cambiando desde el 1600 hasta la fecha, realidad mordaz resumida hace unos años por el mexicano Carlos Fuentes como de "sabios en alpargatas" cuando termino de saber, a través del historiador M. Biaggini, que el Prof. Fabián Banga le había traído una computadora nueva de regalo desde EEUU para llevar adelante sus escritos. De eso hablo, no del regalo inspirador en sí mismo, sino de su procedencia conceptual, de allí lejos; hablo de vivir condenados a la pobreza y postergados en nuestra propia tierra y de esperar el reconocimiento externo de nuestras figuras que todavía siguen descalzos. Nos hemos acostumbrado a alpargatear la vida, pero también a que nos alpargateen los valores.

Esa tarde lo vi entrar y detenerse a mirar el cielo raso, nos vimos, le cedí mi lugar al lado de Gino Bencivenga y quedó contenido entre ambos durante unos instantes parpadeados. Le pregunté cómo andaba y me contó de sus dolencias, de la quimio, de las ganas permanentes de dormir. Me alarmó verlo tan amarillo. Hasta que fue el tiempo de pasar al frente a ocupar su lugar en la mesa de poetas de un atardecer memorable. Fue la manera elegida por su alma para despedirse: aplaudido, con dolencias y a punto de caer en el sueño. Yo quiero entenderlo así, y puedo sostenerlo tras la decisión familiar inapelable de no velarlo ni permitir el homenaje popular merecido por esta figura trascendente, ceñida, al fin, a una despedida privada y silenciosa: le hubiera asombrado a su sangre el cortejo de acompañamiento al destino final de sus restos. Como el Quijote: No murió, sino que dejó de aparecer. Por eso mismo, esa tarde no se fue hasta que el último aplauso no hubiera apagado su homenaje.

Estudioso del idioma y artesano de miniaturas narrativas, a decir verdad, su pluma no tenía género exacto de pertenencia: sólo escribía con un estilo que mediaba entre la ficción verosímil, los recuerdos precisos y las observaciones agudas y subjetivas de un castizo fortalecido de vocablos quechuas y cadencias porteñas. Para el resultado que importa, parte de su obra viaja menos por nuestro distrito que hoy por el mundo, orbe que quizá lo reciba mejor que aquí en nuestra comunidad de contrastes negados aunque muy alimentados; si hasta parece que la vida le preparaba ese otro consuelo más grande en tiempos de sinsabores locales. Entonces vale recordar que el premio genérico es a una obra, una única o una total, pero el reconocimiento es distinto, es a la persona, al creativo de esa obra. Allanarlo es insultar a la Creación.

Cada autor latino lleva un par de alpargatas viejas en la alforja por si las nuevas fallan de tanto andar buscando el camino. Y, como si no bastara, empuja una carretilla llena de tierra para su propio entierro: si el éxito falla, si todo falla, no esperes nada de nadie. El mismo estigma que padecen miles de familias con uno de sus miembros minusválidos e incapacitados para desenvolverse solos, hoy en los titulares, de cuando son elegidas por la existencia para salir adelante con quien no puede valerse por sí mismo y son una carga en el seno del hogar. Poetas y narradores, artistas plásticos, escultores, cantores, actores, padecen este calvario aceptado comunalmente con cínica naturalidad: son tratados como inválidos sociales. El mensaje parece ser: Si te gusta tu arte y además querés vivir, debés reparar televisores o manejar un torno. Porque el arte es tolerado y no celebrado. 

En una película reciente, dos amigos meditan sobre la vida mientras comparten un vino, y uno dice: "Lo que tenés en la copa, eso será todo lo que te llevarás". Pedro Chappa, seguramente, merecía más, pero el aire, la política nuestra de cada día, el reflujo de los ríos, el movimiento lunar, la rotación de las galaxias... quién sabe, todo parece haber conspirado para que no lo reciba este querido amigo antes de irse. Se va con lo que resta en la copa, el sorbo final. Pero merece, sin duda, la recepción con honores en la Nave de los Locos. De gente como él están hechos los engranajes que mueven a la Creación vislumbrada por El Bosco y coincidente con los planos de una leyenda mapuche. Y qué triste sería que así no fuera.


CR