11 de mayo de 2014

Apóstoles de Freud



La raza nueva, 
los mismos apóstoles de siempre


Hace apenas horas un amigo novelista premiado y reconocido, contó en su muro, con detalles bastante inquietantes, un sueño incómodo y estridente que tuvo. Y preguntó si alguien sabía algo acerca de sus símbolos. Reconociendo yo algunos de los detalles, inspirado acaso en Jung, discípulo de Freud, hice mi comentario junto a otras amistades del escritor. E hizo su aparición una apóstol del psicoanálisis, burlándose de la totalidad de los comentarios en un acto de superioridad relajante y hasta insolente. 

Y así, ida y vuelta, se dio un debate laxo y harto innecesario, un mano a mano, entre ella y yo. La rareza es que de todos los comentarios, el más coqueto, el más "académico" y hueco, era el de ella, ya que no aventuró conclusión alguna sobre el sueño en cuestión y se limitó, luego de expresar la burla hacia los demás, a exponer sus conocimientos facultados en un barullo acostumbrado y perfectamente hueco. No tiene nada nuevo para aportar, sino la actitud soberbia de tirarnos con un título encima, avalado por el dios Freud, y revelada en su consejo final al dueño del sueño de que utilizara esos símbolos oníricos en una nueva novela, cosa también fútil cuando es dicha a un escritor premiado con 20 títulos inmejorables. Nada al fin que merezca rescatarse, sólo el desagrado de su soberbia entrando como un hacha de bajeza facultada entre los allegados del escritor.

La otra inferencia parabólica de este tiempo que completa el binomio es que semanalmente visito yo a una parapsicóloga amiga familiar de muchos años, una vidente quien me dispensa el trato y los cuidados de un hermano menor. Nunca hay predicciones hacia a mí, tampoco consultas de mi parte, pero sí un café amable y el encuentro ecléctico y hasta errático con la hermana mayor que nunca tuve. Pero no soy su paciente, apenas un amigo. 

Sin embargo, cíclicamente reconozco entre ellos, sus pacientes, a un médico, un técnico en comunicaciones, dos abogados y, he aquí el misterio, a tres psicoanalistas, cuando menos, quienes le dejan "la cabeza a la miseria", en palabras de mi amiga; de allí, quizá, el motivo de mis distentidas visitas, más próximas a la amistad que a la indagación del tiempo y sus vaivenes. 

Ellos, los psicoanalistas, son el nuevo apostolado y son parte del problema, no de la solución de nuestras malformaciones, sino un componente más de la deformidad social que vivimos. Antes la humanidad venía observado a quienes intentan sobresalir por encima del orden humano y desde ese púlpito ceñestial, nos observan a su vez, como bichos de estudio. Sólo ellos tienen la explicación justa y exacta, y mientras nos dispensan sus recetas, debemos convocarnos al silencio porque son los obispos y cardenales del nuevo reino, que a fin de cuentas es el mismo de antes. Únicos representantes del dios Freud, sus apostolados están verificados por nuestras facultades como para agregarle solemnidad de clase. No son parte de la sociedad deforme en la que vivimos y trabajamos, sino que son visitantes inmaculados de galaxias lejanas llegados para iluminarnos. Tan risueños son.

A bajar los humos porque nadie sobresale por encima de la biosfera donde vivimos: pocos superan los dos metros de altura, aunque dicha estatura no se mide en centímetros.

"Un psicoanalista sólo tiene derecho a sacar una ventaja de su posición, aunque ésta por tanto le sea reconocida como tal: la de recordar con Freud, que en su materia, el artista siempre le lleva la delantera, y que no tiene por qué hacer de psicólogo donde el artista le desbroza el camino."

Jacques Lacan, 
durante el homenaje a Marguerite Duras 


Barón Carlos Rigel

Copyright@2014 por Carlos Rigel

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