19 de julio de 2011

Utopías con espejos / magia en el Ciclo

Victorio Veronese, Perla Patrón y Carlos Rigel durante el café literario.
Por suerte la noche fresca de Ramos Mejía acompañó al encuentro. La patria narrativa sigue en pié: el salón de la Fundación Ciclo dio comienzo a sala llena –lo que no es una sorpresa con nuestro público– al café literario Cazadores de utopías con gratos descubrimientos en la comunión de textos, risas y cafés. 
Guiado con energía por Perla Patrón y Victorio Veronese hubo lecturas de poemas, cuentos y breves actuaciones que despertaron brillos y risas en el público; quizás esa ausencia de solemnidad  termina de comulgar al espectador con la creación literaria, plástica y actoral de este tiempo. Imágenes lacónicas y fulgurantes diseñaron la magia. El público siempre acompaña los destellos del humor, como ocurrió con la lectura de La oveja de María Polito, una narradora avezada y chispeante, y más tarde en los monólogos expresivos de Griselda Guizarri.
Es una felicidad que nuestra cultura abandone viejas moralinas para entregarse a una variedad de experiencias desopilantes y cotidianas que ofrece la vida urbana en los destellos de artistas contemporáneos. Escribir es un desafío, eso lo sabemos, pero divertir con la palabra escrita es una facultad incluso superior al acto sagrado de la escritura y reservada a plumas expertas. 


Durante la noche expusieron obras plásticas Silvia Torres y Víctor Davobe, quien además leyó poemas de su autoría; también tuvieron lecturas abiertas de poesía los autores Alicia Vidotto y José Paredero, además del público de visita con prosas breves.
Por su parte, Victorio Veronese presentó La presencia de Dios, un cuento ligado al interrogante: ¿Erotismo o pornografía? Quizás se trate simplemente de literatura contemporánea sin juicios previos, texto por momentos sensual, por momentos frontal, de un autor que suma técnica y madurez narrativa, y que hoy puede relatar en cualquier formato narrativo con igual eficacia literaria.

El verdadero break no fue el café en sí mismo, sino los vientos folclóricos y melódicos en guitarras serenas y cadenciosas de Carlos Ruiz Diaz y Walter Soria, quienes fueron seguidos con fervor por la sala. 
Por motivos quizás fortuitos, la noche quedó ligada a la imagen de los espejos, tanto dialécticos y sonoros como metafóricos, ya que lo especular coincidió misteriosamente en las remembranzas tanto de textos, diálogos abiertos y caracterizaciones. Esos pequeños ingredientes que ausentes en una cena la harían desabrida y hasta olvidable, pero que si fuesen muy planificados no tendrían gracia. Tal vez allí reside la magia, el acto supremo de credulidad y fantasía que conlleva una presentación. Los aplausos, entonces, dejan de ser una fórmula conocida, un componente del cierre, para convertirse en celebrada gratitud por lo recibido. 
En septiembre la Fundación Ciclo abrirá de nuevo sus puertas con el segundo encuentro y presiento ya la expectativa del público abierto por adelantar la fecha.




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