5 de julio de 2011

Generación y clivaje / Paula Pimentel



Al sentarme en un café de San Justo con Paula Pimentel, luego de una crónica periodística que brindó al aire en la noche helada del oeste, lo advierto de inmediato: Ella tiene 26 años, la doblo en edad; pertenece a la generación del '20 distante todavía a casi 10 años en el futuro. Así como Nielsen, Forn, Martínez, Litvak y otros, entre quienes me cuento, pertenecemos a la generación del '90, bien, ella pertenece a la generación que nos sucede. En otras palabras, en 2020 habitará la cima de la ola. 

Hace poco se especulaba en Facebook si la vida es un círculo o una espiral. Rápidamente se definió un bando defensor de la circularidad personalizada. Único defensor de la espiral y el resorte, quedé muy pronto aislado. No importa, mi vehemencia me dice que nada en esos sitios puede ser muy serio. Pero persisto en mi defensa del resorte, porque describe un círculo visto de frente, pero que es sólo aparente. Cumple un ciclo, es verdad, pero la virtud del emblema matemático es que no cierra. En efecto, está condenado o a descender o a ascender. La variedad de la espiral es que expande su radio en cada revolución. De combinar ambos fenómenos de la lógica, resorte y círculo, es que quizás Moebius tomó una cinta, giró el plano de uno de sus extremos y luego de conectar ambas puntas creó esa figura retorcida que despierta la imaginación, muy semejante a un “8” y que simboliza el infinito. En otras palabras, hay que alterar una premisa para quedar encerrado y sin solución. Por suerte la sociedad humana parece estar protegida de ese fenómeno.

Pienso en Paula, ¿dará que hablar?, ¿apostará al premio-trampa del ascenso rápido, o al trabajo digno de escribir sin esperar nada?, ¿renunciará o permanecerá? Recuerdo las palabras de Orwell: "Ella es el futuro". Ella y otros artistas de su edad heredarán la tierra en pocos años. Cuando llegue el '20 tendrá alrededor de 30 años, su narrativa habrá alcanzado la madurez y comenzará la secuencia principal que en las estrellas del cielo, como nuestro sol, constituye esa edad estable en sus brillos, distante del comienzo pero lejos todavía del convulsivo colapso último, región productiva que en Paula durará quizás 30 o 40 años, o tal vez más, no lo sabemos. Ahora bien, ¿se refugiará en el periodismo o saldrá a los espacios infinitos e inestables de las ficciones? ¿indagará las tragedias sociales o explorará la condición humana? ¿Elegirá la palabra ética o la estética? Demasiadas dudas para recibirla en mi puerta generacional.

Pasá, abrí tu carpeta y empezá a leer. Ya veremos qué pasa. Así le dijo un profesor de Lengua y Literatura a Abelardo Castillo en los parajes provincianos de San Pedro cuando él comenzaba, con sus cuentos bajo el brazo, a transitar como narrador esa avenida amplia que es la escritura. Él nos contaba en 1989 esta anécdota de sus comienzos mientras un grupo de jóvenes recién triunfantes escuchábamos en él nada menos que al jurado elegido por los organizadores de la Bienal. Él y Adolfo Bioy-Casares habían recibido un aluvión de 3000 carpetas para evaluar. De allí salimos nueve ganadores en igualdad de condiciones. Esos muchachos vigorosos, refunfuñones o perplejos, éramos la generación del ’90. Pasaron los años, lineales o erráticos, previsibles o convulsivos de la sociedad nacional. Algunos cayeron, otros desaparecimos, otros permanecieron y hubo incluso quienes crecieron y son dignos representantes de aquella tormenta creativa. Inevitable detener el escrito en la figura de Gustavo Nielsen, quizás el más representativo de aquellos jóvenes hoy en la cima legítimamente ganada. Recuerdo que en esa oportunidad Juan Forn fue descalificado de entre los ganadores de la Bienal por ser el corrector de EMECÉ Editores. Mala pasada, supe hace pocos años que de nuevo quedó afuera del circuito por denunciar un premio literario con trampa. Distinto fue Guillermo Martínez, quien aceptó la porquería de Editorial Planeta y ahora anda por ahí, escabulléndose entre los matorrales urbanos del "éxito a cualquier precio". Pero qué poco dimos, carajo, si esperaba tanto de esa generación olímpica como si no fuera yo parte de ella, como si fuera un turista. No entendí que la realidad también me pasaba.

Ahora no importa si crecimos y nos multiplicamos, si fuimos prolíficos o mezquinos, si terminamos ahogados por los '90 o si partimos en balsa rumbo a la soledad, si fuimos éticos o títeres editoriales, anfitriones o evasivos, si terminamos en el Cervantes para recibir el premio del rey o la limosna de un avaro en la puerta del teatro. Ya nada de eso importa, otra generación termina de aparecer. Lo que sigue está aquí, sentado frente a mí al otro lado de la mesa en la figura de una muchacha pequeña de apariencia frágil. Cuesta integrar tanta potencia narrativa en su imagen débil, pero Sábato prueba que prosa y fisonomía no se dan la mano. Consistentes con la ceremonia del café en Doménica cruzamos ejemplares autografiados, así recibo de ella Entrelunas de editorial Auenk, 2008. Devuelvo el gesto con el título de mi autoría REM de editorial POL, también del 2008. Y luego de mancharlos de pensamientos dubitativos y firmas, abrimos ese espacio de eternidad habitual en quienes enfrentan a menudo la página en blanco.

Paula Pimentel –pero también Lorena Fernández, Víctor Orellana, Malattia y otros miembros, anónimos al mercado todavía– son de nuevo el ciclo de la ilusión, la revolución del resorte, otra vuelta de la espiral expansiva. Ascenderán lo bastante alto como para alcanzar la generación del 2050. ¿Serán buenos anfitriones generacionales? Ése es el ciclo, así debe ser. Las preguntas siguen abiertas, el círculo no debe cerrar jamás. Los pulsos sociales funcionan así: El estado del mundo se lo puedo reclamar a mi padre hasta que mi hijo me lo reclame a mí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario