14 de julio de 2011

Memorias de odio y el Mal




Inevitable encimar otro post al de Cazadores de utopías, pero ocurre que me es imperdible citar un fragmento de la carta de Norberto Galasso a Fito Páez, contaminado con mis propias oscuridades. 


Una vez escribí acerca del "odio sabio" que conservaba en mi memoria luego del 21 de diciembre de 2001 cuando, después de haber sido asesinados unos cuantos muchachos en la gesta lacrimógena, vi a agentes policiales descargar culatazos, como hachas rabiosas, en la nuca de pibes de la edad de mis hijas, estando éstos vencidos en el suelo boca abajo y mientras esperaban ser esposados. ¿Cómo olvidar ese odio? ¿Como no estremecerme ante esos recuerdos feroces?
Más tarde, inspirado en otras experiencias nefastas de mi entorno, escribí en el volumen La metáfora tóxica, texto que aún se encuentra abierto al aporte narrativo y reflexivo, un pensamiento anacrónico que aún me despierta sensaciones opuestas de revelación y ocultamiento:

"El odio es tan fuerte como el amor, siempre lo fue, porque aquél destruye con rencor lo que de éste ha venido. Nacido del rencor y concebido con odio, el Mal existe entre nosotros; también reside en el corazón. Suponer que una persona maliciosa pueda modificar su conducta por razonamiento o por remordimiento, es como esperar que una culebra nos abrace y dosifique su veneno para sanarnos de alguna enfermedad. Bien y Mal son dos mares divididos por la Existencia pero integrados en el mismo ser.
Así como algunos crecen en la bondad, otros crecen en la maldad. No se trata de corazones impuros de Bien, sino de corazones puros en el Mal. Repudiarlos , hacharles las arterias, es correcto para con ellos. Mostrarles piedad nos enfrenta a la trampa, porque son quienes para destruir a alguien, destruyen a los inocentes quienes lo rodean. Quien muestra piedad con un demonio humano, no sabe lo que hace, porque santifica los frutos de sus impurezas. Comprenderlos es como pretender encontrar razones en el Bien. Sentar en la misma mesa al Bien y al Mal no crea bondad, sino escarnio. Porque mientras el Bien piensa en los detalles del banquete y en servir a los comensales, el Mal piensa en incendiar la casa y huir tras robar los platos, asesinar al anfitrión y violar a su esposa e hijas. 
Subestimar su poder nos convierte en bestias ciegas y nadie recibirá un premio por descuidar sus señales. Que otros se ganen en cielo de los ingenuos: Cuidaré con hacha lo que me ha sido dado..."


Quizás esta antesala prolongada me permite el fluir de conciencia necesario para cargarme adecuadamente de lo que mi conciencia dicta como razonable. Cualquiera dirá "estás equivocado, te fuiste al carajo", pero sé que no es así, sé que no perdido el sentido común ni parte alguna de mi naturaleza humana nacida de  mi género, lo que pienso no es más que una combinación posible en la trinchera abierta que vive entre cimas y abismos del ser. Escribe Norberto Galasso:

"En la vida es necesario a veces tener asco y tener odio también. Eso me lo enseñó el confesor de Eva Perón, el sacerdote Hernán Benítez. Me decía: Mire m’hijo. Hay que odiar. Hay que odiar a todos los que frustraron el país, lo entregaron, provocaron miseria y represión. Yo, todas las mañanas, me doy un baño, me tomo una taza de café caliente y después me siento en mi sillón y odio..."

Río y océano, los líquidos del Bien y del Mal resultan unidos pero separados, son agua salada y dulce que se limitan y nunca se mezclan. Dicen quienes han visto el fenómeno que en el Río de la Plata el agua dulce llega hasta el mar y mimetiza allí su comportamiento con el agua salada, allí se detiene en un muro flexible de volutas positivas y negativas, atacándose con guerrilla en una trinchera inconfundible para siempre. Así son el Bien y el Mal. Pero el odio no siempre lleva al Mal. Sí a la enfermedad en el débil, pero no al Mal. Se debe ser íntegro y fuerte para no caer en el maldad. Odiar requiere disciplina y esfuerzo. Quizás la parte del cristianismo –una de ellas– que menos me incluye es la de perdonar el mal. Nada debe ser dejado para después. Por eso hay esclavos cristianos y guerreros cristianos. Me suena a que Jesús hubiera negociado piadoso con aquellos seres poseídos llamados Legión en el cementerio cercano a Bethesda, y concediéndoles un tiempo más de posesión y tormento sobre la carne de esos pobres, hubiera seguido adelante rumbo a mejores batallas, abandonando a esos hombres a su suerte; o quizás haber consensuado un porcentaje con los cambistas en las escalinatas del templo, en vez de caerles con un palo. No se procede con indiferencia frente al Mal sino que se lo destruye. 


Pero el odio debe ser claro para no degenerar en rencor inútil, que es lo que promueve la enfermedad del espíritu y luego del cuerpo. Y nadie piense que de mucha correcta bondad se llega a la estupidez. Me recuerda una anécdota de la Madre Teresa de Calcuta cuando una periodista le pregunta cuánto amor es necesario para construir un hospital y ella, siempre vieja y siempre sabia, le responde: "Cuando voy a controlar a los albañiles que trabajan allí, ¿usted cree que los trato con amor?". Claro, hacer lo correcto, aún inspirados por el amor, puede despertar el odio. Una vez un viejo toba del barrio me dijo: "Hacé siempre lo correcto y te odiarán", premisa de una lógica hegeliana que no negué ni afirme, hasta que la vida se reveló acertada con ese pensamiento. Pero del odio al Mal el paso es largo y no está ligado sino por filamentos razonablemente absurdos y que aparecen como raíces llegadas del corazón. El odio es atributo de la mente, el Mal del corazón. Por eso el cretino asesina a un rebelde y luego, cuando ve las hordas en su puerta, reclama paz, una paz desarticulada del Bien que nunca existió. Y sólo porque en la justicia se promedia el fallo entre el odio social y lo correcto, entonces falla y nace el odio rencoroso en las víctimas. Por eso el odio debe continuar siendo venido de la razón y en la medida adecuada. Así hay una disciplina para la bondad, bien, también se requiere constancia y principios para odiar. Nietzsche fue sabio y fuerte en su odio al cristianismo pero también sistemático en la lucidez. Por eso llegó a una lógica cítrica pero sin insultos. Sólo una odiosa razón.


Por eso también debemos sentarnos y odiar y amar sin cuestionarnos la dualidad. Amar y no odiar es estar inconcluso; también lo inverso. Si nadie pregunta por qué tenemos amor y el Mal, tampoco nadie pregunte por qué entonces en el mismo eje tenemos odio y el Bien. Quizás, la parte que menos me gusta de Dios es que no tiene espaldas; él mismo fue hecho a nuestra imagen y semejanza, y no le reprocho el no haber encontrado un modelo mejor que copiar.



Copyright®2011 por Carlos Rigel

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