Les presento a mis lectores y amigos las dos ilustraciones
diseñadas por Alejandro Taliano y Gustavo Nielsen
para la cubierta de mi próxima novela, Pireo,
aún en realización.
Una emoción para mí que dos creativos destinen sus luces a mi trabajo. Aún tengo presente cuando al presentar en los muros de las redes sociales en Septiembre de 2014 las cubiertas de las nuevas ediciones de mis libros, Gustavo me dispensó sus felicitaciones, mimo que agradezco y extiendo a los artistas prestigiosos que cedieron sus obras para vestir mis escritos. Gustavo se comprometió a realizar la ilustración de mi siguiente obra. Y aquí están. Pero aclaro que la tapa está lista antes que la novela, porque la historia todavía no está terminada.
Es que mi programa de escritura –se lo contaba hace pocas horas a nuestro poeta Víctor Cuello–, excede las horas anuales. Todavía me resta publicar el tomo segundo de la novela Diario del fin, también falta editar, al menos, el tomo primero de la saga Las aventuras del conquistador don Quijote de la Mancha en el reino de las Indias –casi terminado–, y no sé con qué seguiré después de terminar Pireo.
Es común en mí quedar hueco, como lo advierte Pavesse, tras terminar cada historia, vivir la crisis de quedar vacío de ideas y hasta temeroso de caer en el ocio improductivo. Ojalá pudiera escribirlas y nada más; no necesitar vivirlas o padecerlas ni tener que crecer hacia ellas. Ojalá pudiera escribir sin la tiranía de las ideas; ojalá no necesitara odiar lo que amo. Antes me preocupaba la escritura, ahora el lector, qué mas da, sólo he cambiado los temores de lugar. Creo que el destino sentenciado por Castillo para el escritor, entendido como una meta y no un trabajo, terminará cumpliéndose.
Mi propia actitud de agotamiento tras concluir un escrito me recuerda al protagonista de la película soviética Stalker (La zona), 1979, de Andrei Tarkovsky, cuando, siendo el conocedor de la zona donde impactó un meteoro, para guiar a las visitas quienes se aventuran a la región misteriosa, el guía lanza lejos una tuerca con un pedazo de tela atado, una tira de trapo, y sólo deben avanzar hacia allí, donde ha caído la marca, en línea recta sin perder de vista el objeto y –he aquí lo inquiteante– en un paisaje cambiante y hasta selectivo con sus visitas. Así es mi manera de crear historias: lanzar el tema al vacío y partir detrás del signo, acechado muchas veces por el desánimo, las vicisitudes diarias, los contratiempos y hasta las penurias que a menudo me abarcan.
Por primera vez en mi carrera se da el impulso inverso: No es una historia terminada buscando una cara entre vastas obras existentes de artistas exitosos, sino lo inverso, una cara única nacida para la historia. Bastó con relatarle a Gustavo la foto final de la novela para que saltara al vacío, invitando a su vez a un amigo camino al abismo, al exorcismo creativo. Estos artistas, como otros tantos artistas, que acaso me aprecian, como si fuera yo un grande cuando soy apenas un perro vagabundo ladrando al horizonte, destinan momentos de creatividad habitados por una idea, un espíritu, un interno demonio de belleza. Son exorcistas.
A veces me abruman con el cariño que me brindan, me odia tanta gente en mi propia comunidad que si no fuera por el amor de quienes me aprecian no continuaría esta tarea de escribir, no seguiría adelante. ¿Y qué esperarán de mí? No tengo cómo pagarles ni la creatividad ni el compromiso ¡Yo sólo escribo!
A veces me abruman con el cariño que me brindan, me odia tanta gente en mi propia comunidad que si no fuera por el amor de quienes me aprecian no continuaría esta tarea de escribir, no seguiría adelante. ¿Y qué esperarán de mí? No tengo cómo pagarles ni la creatividad ni el compromiso ¡Yo sólo escribo!
CR
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