15 de mayo de 2014

Zombis en la penumbra


Hace algunos años pregunté 
desde cuándo era que los gobiernos nos decían 
a los autores cómo debíamos interpretar la realidad. 
Hoy no hay pregunta, sino una alarma.

Quien haya leído el conjuro de George Orwell sabe cómo entender las señales de un tiempo nefasto. Se suponía que el mundo intelectual operaba como una trinchera estética y ética de preservación social frente a los abusos y los atropellos de los Estados y los gobiernos, una voz independiente y solitaria, una alarma crítica cuyo umbral de dolor civil estaba autodeterminado por su propia conciencia y no reglada por los regímenes de la Tierra. Y Orwell, precisamente, tras renunciar al marxirmo stalinista –luego de haber sido simpático con la revolución rusa–, dedicó su obra a explorar a ese Estado intolerante, inhumano y militarizado con una obra de ficción poderosa con títulos inolvidables como las novelas Rebelión en la granja (Reino Unido, 1945) y, quizá las más famosa, la distopía 1984 (Reino Unido, 1949), cuando idealiza al mundo resultante del stalinismo casi 40 años después de su presente –recurso también empleado por Hugo Gernsback con el nazismo, y cuyo nombre de pila hoy reviste un premio importante de la ficción-científica– para revelarnos el lado interno de un Estado policial llevado al extremo de la observación individual, persecutoria y restrictiva, y que la crítica literaria y hasta histórica o sociológica de la segunda mitad del siglo XX, concluyó en que con ella conjuraba, allanaba, la difusión del marxismo, impidiendo que se consumara en la sociedad humana por rechazo a una desproporción brutal pero posible. 

De esa historia de ficción ejemplar provienen los recursos literarios plasmados hábilmente como las "pantallas" de video internas para la vigilancia de cada hogar y de cada individuo por un Estado central invisible y casi anónimo, cuyo líder superior –real o ilusorio, aún dentro de la ficción– es el Gran Hermano o Hermano mayor. También la intervención directa del Estado en la supresión de términos y palabras en la confección de los diccionarios de uso público cada vez más reducidos y simplificados –porque filosóficamente su autor se inspiró en una premisa inductiva: Aquello que no se puede nombrar no puede ser pensado, y lo que no puede ser pensado no existe–, la eliminación de los sentimientos en favor de las relaciones mecánicas de procreación, el estado de guerra permanente como parte del "relato oficial" contra un enemigo del cual no se sabe si es real o inventado, las ejecuciones públicas de los enemigos del sistema y la promoción de eventos de asistencia obligatoria para la descarga regular del odio y el resentimiento acumulativos. 

Escena de la película Brazil (Terry Gilliam, 1985), versión libre inspirada
en la novela de Orwell.
Ese sistema le dice al individuo quién es el enemigo y quien el amigo, cuál es la matemática aceptada y cuál la perniciosa, cuál es la verdad y cuál la mentira, cuáles las formas de pensar y expresarse, y cuales las condenables (llamadas crimental), cuáles son los sueños aceptados y cuáles los delictivos, cuál es el lenguaje, el idioma, y cómo proceder en la intimidad como un miembro afiliado "sano" de un partido único y absoluto llamado INGSOC, herramienta de un estado totalitario. Incluso ese régimen posee el atributo de cambiar el relato histórico sin necesidad de dar explicaciones y cuya aceptación social debe ser inmediata y sin objeciones particulares: "Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado". Cualquier transgresión de las normas establecidas por el sistema merece la detención, la interrogación, la tortura y luego de una confesión pública de reparación, el asesinato, la eliminación total del cuerpo físico, de la historia y de los registros individuales y comunales. Algo así como no haber existido nunca.

Escena en la versión del cineasta Michael Radford, Inglaterra, 1984.

Hasta me sentí agradecido con la obra y su autor, un agradecimiento superior al literario. Era la voz que vociferaba advertencias desde las márgenes urbanas de un siglo anacrónico y de múltiples engaños; él junto a Huxley y Bradbury en la confección de una trilogía ficcional inquietante que debíamos tener sembrada en la profundidad de nuestra conciencia civil. Ahora sabemos que para completar el paradigma de la utopía en el pensamiento de Montaigne, recobrado anteriormente por Tomás Moro cuando se inspira a su vez en los escritos de Platón, debe existir la distopía como una alarma que arruine la fantasía de habitar una sociedad perfecta e idílica sin saber quién nos ofrece la panacea; acaso para poner los pies en la tierra y leer entrelíneas los discursos. Y cuando pensábamos que la tapa conceptual estaba puesta, segura, no lo estaba. Y el frasco se dio vuelta.


Hoy la voz en el desierto no clama: Toca la flauta por monedas. Es el flautista de Hamelin y acaso la parte menos contada de la historia, la segunda parte, cuando lleva niños al río y no ratas. Es el nuevo báculo "Made in China" de Moisés, pero sin tierra prometida, sino de camino al abismo. Las aguas se abren para recibirnos; la trampa se halla en el medio, cuando el punto de partida esté demasiado lejos para regresar y la otra orilla parezca inalcanzable. Sigamos adelante mientras tanto con los ojos bien cerrados, a ver qué pasa.

Casi 90 días después de comenzadas las protestas en Venezuela tenemos el deber de preguntarnos qué es en verdad lo que ocurre allí, por qué están muriendo, por qué, aún con temor de la captura, la tortura y la muerte, siguen saliendo a las calles, arriesgando sus vidas y a sus familias. "Chavez fue para Venezuela lo que Hitler para Alemania", dijo Vargas Llosa, con quien jamás creí tener un tilde de acuerdo, ni como hombre político ni como estilo narrativo. Pero es tiempo de meditarlo.


Hugo Chávez y las FARCs, durante la planificación del
golpe de Estado al ex Presidente Carlos Andrés Pérez

Es mi última nota sobre el alzamiento popular de Venezuela, que tanta mala sangre me ha traido. Yo sé que acepté un camino solitario y hasta repelente para la mayoría de mis lectores, con pérdida de compañeros en las redes sociales, pero no todos somos zombis ni de uno u otro sistema. Huir del capitalismo descontrolado en el que vivimos hacia los brazos del marxismo feudal, es como huir del SIDA en dirección al cáncer terminal. Mientras tanto, luego de mandar oportunamente a la putísima que los parió a todo el movimiento bolivariano de América, el mismo que nos ha traído al castrismo oculto en sus bolsillos, vuelvo a preguntar ¿cuándo fue que nos enseñaron a separar al Terrorismo de Estado malo del bueno?


"Periodismo es publicar lo que alguien 
no quiere que publiques, todo lo demás 
son relaciones públicas".
                                             George Orwell

Barón Carlos Rigel


Copyright@2014 por Carlos Rigel

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