2 de enero de 2014

Quimera

  1. f. Monstruo imaginario con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón.
  2. Ilusión, fantasía que se cree posible, pero que no lo es.

Soy creyente, es cierto, pero mi estilo de credulidad no conoce ni acepta los fanatismos controlados ni por los medios ni por los gobiernos. Nadie merece un centavo mío en la apuesta. Además, que sea creyente de Cristo y defensor del actual Papa no me aplica una venda ni aturde mi análisis cotidiano de una realidad política asquerosa. También soy peronista pero no adhiero a esta payasada. En un país con cuarenta millones de personas, un cuarto de la población argentina, es decir, diez millones son pobres. Y no es un accidente, es un resultado. ¿Hasta cuándo el pueblo argentino tolerará el insulto del robo en sus narices?, ¿tan fácil aceptamos que nos metan las manos en los bolsillos? Ya vimos antes a los Echegaray, los Báez, los Yomas, los Gostanián, y los alcahuetes de turno encubiertos o disimulados amablemente por los De Vidos, los Capitanich, los Oyarbides, los D'Elias, los Cohan, los Corachs, los Granillos Ocampos, los jueces, la corte suprema, los tribunales, los secretarios y los ministros de la Gran Tragedia Nacional. Siempre hay un cadete para explicar lo inexplicable: el robo eterno del patrimonio público y el consecuente desamparo de la población. Sólo cambian al careta de turno. 

En sólo 20 años de democracia de los últimos 30 hemos creado a los nuevos multimillonarios no salidos de la patronal, sino de la Rosada. Ahora son "inversores", como los jefes narcos. La misma reserva de combustible federal que debería brindarnos crecimiento, nuevos hospitales, rutas, escuelas, bibliotecas, redes ferroviarias, urbanización, agua potable limpia, energías alternativas y un crecimiento demográfico con poblaciones nuevas donde no las hay, hoy es dedicado a la compra de complejos turísticos privados, pago de sobornos, mantenimiento de boludos útiles como infantería de choque, aeropuertos privados, fortines y bunkers con cajas fuertes, fiestas obscenas con derroche de nuestros dineros, cuentas en la banca del exterior, lujos repugnantes en manos de ex cajeros, ex maestranzas y ex camioneros, los nuevos cadetes especializados del panteón divino de los Kirchner, y que como subproducto de la indiferencia civil nos trae inundados, apagones, desaparecidos, amenazas, robos, pestes, saqueos, desamparo y muerte. 

Lo vimos antes con el turco Menem y la pandilla de gansters que nos llevó al ocaso del "uno a uno", la teoría según la cual "la riqueza de los de arriba derrama sobre los de abajo" mientras robaban y asesinaban, la misma realidad enferma por la que la sociedad optó libremente anestesiarse de psicofármacos antes que estallar de hartazgo y que nos llevó a crear una servidumbre calificada de turismo por Grecia, taxistas brindando con champán importado, reclamando la vuelta de esa Argentina de la gran fiesta, la misma que luego trajo sangre a las calles para cerrar el episodio, la santificación de la timba, el "roba pero hace" o el "ya se robó todo, ahora administrará sin robar". Y mientras nos empobrecen de hambre, de vergüenza y de miseria, nos sonríen. Y los argentinos nos callamos. 

¿Dónde quedó nuestro sentido de la moral? ¿Dónde está el peronismo ético del trabajo?, ¿son esos pibes boludos que pasan por la calle con una pancarta y la bandera de La Cámpora, pensando torpemente que conquistaron algo? ¿En verdad esos veinte mil muchachos representan nuestro sentir y pueden más que la totalidad de una nación dormida pero inquieta de espanto?

En el comienzo de la era kirchnerista vi que la primera gestión del fallecido ex Presidente, apenas asumido, fue renegociar las concesiones por los peajes. Y he aquí que quedaron igual, sin ningún beneficio ni comunal ni vial ni nacional, excepto que renovaron los contratos a las mismas empresas por 20 años. Y en esa mínima señal creí ver la continuidad del modelo menemista. No hacía falta para mí ver los festejos por la venta de la cementera Loma Negra a los brasileños, era la rendición de la patronal criolla y la confirmación del poderío imperial de Brasil sobre Argentina, celebrada en la cúpula del gobierno como "un buen negocio". No se advirtió como una pérdida del patrimonio argentino. Y en ese fervor del finado "Nestitor" por la cifra de la venta de la empresa icono del crecimiento nacional, me di cuenta que había comenzado otro período de traición a la Patria. 

La Presidente es apenas una careta más del carnaval nacional, y no es la última, eso ya lo sabemos pero, ¿en verdad lo sabemos? Como ese compañero de la infancia que ahora milita en el PJ que un día me dice "es la lucha contra los monopolios", y mientras él se aferra a ese discurso -propina para los giles-, pienso en los miles de millones de pesos que se caen por el tubo de atrás de la Rosada en las cuentitas privadas de los secretarios y amigos, los de las eternas licencias turísticas, esos hijos de puta de los que nunca sabremos sus nombres. Para eso cambian Procuradores, Presidentes del Banco Central, fiscales, etc., para asegurarse un robo tranquilo y sin contratiempos. Ellos son el nuevo feudalismo rodeado de una corte de esclavos nacidos obedientes para mirar al suelo, gastando las zapatillas, con una pancarta en la mano. Vuelvo a preguntar, ¿en verdad lo sabemos y lo aceptamos? 

¿Qué carajos nos pasa a los argentinos? Si hay saqueos en la base de la sociedad es reflejo especular del saqueo a la República en lo alto de la política, coincido y adhiero con Santiago Kovadlof en su lectura reciente. Preferimos corrompernos antes que admitir que esto no sirve. ¿De veras preferiremos que nuestros hijos trafiquen drogas, roben y maten para borrar las huellas, como hacen ellos? ¿Creemos que un muro custodiado y elegante estilo dominicano u hondureño nos alcanzará para salvarnos del resentimiento en las calles? ¿En verdad evaluamos la realidad por la satisfacción de los bolsillos? Cómo mierda no aprendimos en los '90 que el mirar para otro lado con la satisfacción fugaz de los índices termina con la sangre de nuestros hijos derramada en el asfalto. 

Y así, compraron de nuevo nuestra indiferencia de oferta con un acondicionador de aire y un auto. No es distinto que cuando compraban lealtad de masas con una caja de vino y una bolsa de fideos; sólo es más caro. Allí drenan los ahorros de nuestros hijos y nietos. Es la cotización en la bolsa de valores: un aire y un auto. Eso le heredaremos a nuestra simiente, un aire que para entonces será viejo y sin repuestos, y un auto de patente vencida. Eso vale nuestra obsecuente dignidad de esclavos. ¿En verdad creemos que no habrá consecuencias? ¿Cuándo fue que empezamos a aceptar que no ser descubiertos mintiendo es igual que decir la verdad? ¿Cuando fue que olvidamos al peón que levanta la cosecha de papas con una hernia en el corazón? ¿O al pibe que descalzo empuja un carrito sin ilusiones? ¿Qué carajos nos pasó? Tal parece que Sarmiento, San Martín, Lavalle, Favaloro y Gardel no fueron argentinos, sino uruguayos.



Barón Carlos Rigel





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