Alto, delgado, siempre cordial y con rasgos inconfundibles de un pasado genético moro, se trata de Gabriel, "El Librero de la Plaza" de San Justo, tal el título que ostenta con pasión, y dice ser "librero" -algo que no dudo- a diferencia de los habituales vendedores de libros, es decir, comerciantes de objetos de papel y cartulina impresa. Su stand se caracterizó durante años por una leyenda en lo alto de la tienda de campaña "Libros para ser libres" que ahora, luego del penoso desenlace, se me ocurre invertir la analogía en un ejercicio
dialéctico que busca respuestas donde no las hay: Libres para ser libros, esclavos para ser cárceles, cautivos para ser ausencias...
Pero quizás no se trata de él sino del puesto en la Feria de Artesanos de la Plaza de San Justo; o quizás no, y se trata de los libros que vende al público que pasa por su Stand en la Plaza de San Justo.
Se me vienen a la mente imágenes de un futuro entre orwelliano y bradburiano, como una bestia nacida de estos padres universales, con venta clandestina de libros, ejemplares preservados en la memoria durante las épocas oscuras, seguimiento policial de autores, diccionarios resumidos a 100 páginas establecidos por el Estado, en fin. Sueños negros. Quizás exagero por pesimismo, por suma y resumen de rabia. Todos los días hay un delito en las esquinas, si. Todos los días, también, hay un delito en las Comisarías. Todos los días hay un delito en las oficinas, las escuelas, los hospitales, las dependencias, los bancos... Es el tráfico común de acontecimientos de un día cualquiera. Así se hace por aquí.
En cualquier esquina de los barrios veremos la venta ambulante de marihuana y de "pacos" de pasta base -cocaína trucha-, pero no veremos libros ya en la vereda de la Plaza San Martín de San Justo. Se ha cumplido la Ley.
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